Dentro
de las células vivas, el ADN está razonablemente protegido.
Existen, además, eficientes mecanismos enzimáticos que
lo reparan cuando sufre daños eventuales. Lo que ocurre después
de la muerte celular es otro cantar. La temperatura, la humedad y la
luz del sol son algunos de los factores que atentan contra la integridad
de las moléculas de origen biológico libradas a las inclemencias
del ambiente. A pesar de eso, en ciertas condiciones, el ADN puede perdurar
un tiempo sorprendente. Hoy en día, los paleogenetistas pueden
recuperarlo de restos humanos de décadas o siglos de antigüedad
y usarlo para resolver casos forenses o reconstruir el pasado de nuestra
especie. Algunos van más lejos y rescatan la información
genética de organismos que vivieron hace millones de años.
Una
fosa en los Urales
En la madrugada del 17 de julio de 1918, Nicolás y Alejandra
Romanov, sus hijos, el médico de la familia y tres sirvientes
fueron conducidos a la bodega de la casa donde se hallaban arrestados.
Era la Casa Ipatiev, en Ekaterimburgo, sobre la vertiente oriental de
los montes Urales.
Una vez en la bodega, un pelotón bolchevique fusiló a
los prisioneros.
Lugo, los cuerpos fueron despojados de sus ropas y cargados en un camión;
querían enterrarlos en las profundidades de una mina cercana,
pero no pudieron porque el camión se estropeó en medio
del viaje. Entonces cavaron un pozo al costado del camino y arrojaron
en él los cuerpos.
Nicolás II fue el último zar de Rusia. Había abdicado
el año anterior a su muerte, apretado por la Revolución
de Marzo. Su renuncia puso fin al reinado de la dinastía Romanov,
que había gobernado Rusia desde 1613.
Hasta
la fecha se ha recuperado el ADN de una gran variedad de organismos
y edades, entre ellos la de un mamut de 50.000 años.
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El
enigma Romanov
Setenta
y tres años después, dos vecinos de Ekaterimburgo, el
historiador Alexander Avdonin y el escritor y ex policía Gely
Ryabov vieron al costado del camino por el que viajaban un montículo
que les llamó la atención. Se detuvieron a inspeccionarlo.
Cavaron un poco y encontraron varios huesos. La duda los excitó.
Estaban a 32 kilómetros de la ciudad y sabían que, de
acuerdo con la versión histórica, el último zar
y su familia habían sido enterrados en esa región.
Alertado del descubrimiento, el gobierno ordenó una investigación
oficial. La fosa contenía los restos de nueve personas que presentaban
orificios de balas y rastros de ataques con armas blancas. La parte
facial de los cráneos estaba completamente destruida.
Los expertos estimaron la edad y el sexo de las víctimas. Se
trataba de seis adultos (dos mujeres y cuatro varones) y tres niñas.
Podía tratarse de los Romanov pero, ¿cómo estar
seguros? Entonces, recurrieron a la paleogenética, la ciencia
de recuperar ADN antiguo.
Mensajes
de especies extinguidas
El
primer trabajo que llamó la atención sobre la posibilidad
de recuperar y analizar ADN antiguo fue publicado en 1984 por un grupo
de investigadores dirigido por Alan Wilson, de la Universidad de California
en Berkeley, Estados Unidos.
Estos científicos estudiaron el quagga, un equino que tenía
parte del cuerpo rayado como el de las cebras, y que se había
extinguido en la segunda mitad del siglo XIX. La muestra de ADN fue
obtenida a partir de lapiel de un ejemplar embalsamado, conservado durante
140 años en un museo alemán.
La secuencia de ADN del quagga fue comparada con secuencias de cebras
y caballos vivos el ADN es una larga cadena de cuatro moléculas
cuyos nombres abreviados son C, G, T y A; secuenciar ADN es establecer
el orden en que esas moléculas están alineadas a lo largo
de la cadena.
La conclusión de los investigadores fue que el quagga era un
pariente mucho más cercano de las cebras que de los caballos
(cuestión sobre la cual los científicos no habían
logrado ponerse de acuerdo hasta ese momento). El material biológico
usado en este estudio no era particularmente antiguo; lo impactante
de la noticia fue haber recuperado el ADN de una especie extinguida.
Un trabajo posterior demostró que Darwin estaba en lo cierto
cuando especuló que el kiwi neocelandés está mucho
más relacionado con el avestruz africano que su compatriota,
el moa ave no voladora que se extinguió después
que Darwin visitara la isla. Para este estudio, investigadores
de Nueva Zelanda y Estados Unidos extrajeron el ADN de un hueso fósil
de moa.
Díptero
en ámbar del Eoceno. El grado de preservación que tienen los organismos
en ámbar es sorprendente. Los científicos han encontrado intactos
tejidos blandos de insectos que murieron hace millones de años.
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Añejado
en ámbar
Thomas
Lindhal, de los Laboratorios Clare Hall, Inglaterra, estimó que,
en el mejor de los casos, el ADN expuesto al ambiente se degrada completamente
en 10.000 años. Sin embargo, si está adsorbido a hidroxiapatita,
sustancia con calcio presente en los huesos y los dientes, la supervivencia
se duplica. Si el medio contiene una alta concentración de iones,
el tiempo de supervivencia es aún mayor. La asociación
con ciertas proteínas y azúcares también contribuyen
a prolongar la longevidad del ADN.
Hasta la fecha se ha recuperado el ADN de una gran variedad de organismos
y edades: mono (2300 años), humano (4500 años), asno asiático
(27.000 años), mamut (50.000 años) son algunos de los
ejemplos. En el lecho seco de un lago, en el estado norteamericano de
Idaho, se encontraron hojas de magnolias inusualmente preservadas, de
las cuales se extrajo ADN de 17 millones de años.
La resina fósil conocida como ámbar es un medio excelente
para conservar la integridad macro y microscópica de los organismos
atrapados en su interior. La resina, fabricada por ciertos árboles,
fluye al exterior a través de heridas en la corteza o por los
bordes de ramas rotas, atrapando las pequeñas criaturas que encuentra
a su paso. Los terpenos y otras sustancias presentes en la resina penetran
los tejidos de los organismos atrapados, desplazan el agua y matan las
bacterias que, en otras circunstancias, se encargarían de la
descomposición después de la muerte. Con el paso del tiempo,
ocurren cambios químicos que confieren a la resina la dureza
de una roca. Eso es el ámbar.
El grado de preservación de los organismos en ámbar es
sorprendente. Los científicos han encontrado intactos tejidos
blandos como músculos y epidermis de termitas, abejas y otros
insectos que murieron hace millones de años.
De un trozo de ámbar encontrado en el Líbano se recuperó
la que, hasta la fecha, es la muestra más antigua de ADN: procede
de un gorgojo que vivió hace 120 millones de años.
Hasta
la medula de los huesos
El
método para extraer ADN de restos óseos fue desarrollado
por Erika Hagelberg, de la Universidad de Cambridge. Ella misma formó
parte del equipo que, a fines de los años 80, extrajo y clonó
el ADN mitocondrial del hueso de un hombre que vivió hace 5500
años (las mitocondrias son los corpúsculos celulares donde
ocurre la respiración, llevan su propio ADN yse transmiten exclusivamente
por línea materna; esta última característica hace
del ADN mitocondrial una herramienta particularmente útil para
establecer linajes).
Otro trabajo de Hadelberg aclaró el origen de los habitantes
de la Isla de Pascua. El explorador y científico Thor Heyerdahl
había propuesto que los primeros colonizadores de la isla provenían
de América del Sur. Pero al ADN de los antiguos habitantes dijo
otra cosa: ellos estaban estrechamente emparentados con los habitantes
de la Polinesia.
También fue el ADN mitocondrial el que indicó que la momia
de los hielos del Tirol pertenecía a un individuo de origen centroeuropeo,
y no africano como habían sugerido algunos expertos. A esta conclusión
llegó un equipo internacional dirigido por el sueco Svante Pääbo
tras analizar los restos de la famosa momia descubierta dentro de un
bloque de hielo en los Alpes tiroleses.
Herramienta
forense
El
análisis del ADN antiguo ha permitido resolver misterios más
actuales, pero no menos interesantes. En 1991, la Justicia británica
aceptó por primera vez como prueba un estudio basado en el ADN
antiguo. Esa vez, sirvió para identificar los restos de una joven
desaparecida varios años antes. Al año siguiente, se demostró
que un hombre ahogado tiempo atrás en una piscina de un pueblito
brasileño, inicialmente identificado como Wolfgang Gerhard, era
en realidad Josef Mengele, el Angel de la Muerte de Auschwitz. El ADN
de Mengele, recuperado de los restos exhumados en un cementerio de Brasil,
fue comparado con el de su hijo vivo. Ese mismo año, el gobierno
ruso invitó a Peter Gill, del Servicio de Ciencia Forense del
Reino Unido, a participar en la investigación del caso Romanov.
Lo primero que hizo el equipo anglorruso fue analizar los cromosomas
sexuales de las víctimas. Los resultados corroboraron las conclusiones
de los forenses: eran cuatro varones y cinco mujeres. Después,
para determinar el grado de parentesco entre las víctimas, analizaron
una porción de ADN que varía mucho entre individuos y
sólo es similar entre parientes cercanos. El análisis
reveló que las tres niñas eran hijas de uno de los hombres
y una de las mujeres del grupo.
La prueba más concluyente sobre la identidad de las víctimas
se obtuvo comparando el ADN mitocondrial del zar y la zarina con el
de sus parientes vivos. Los parientes elegidos para el estudio fueron
el príncipe Felipe, duque de Edimburgo y sobrino nieto de Alejandra,
y el tataranieto de la madre de Nicolás II. Los resultados terminaron
de confirmar la identidad de las víctimas. Los restos encontrados
cerca de Ekaterimburgo pertenecían a los Romanov. Una parte del
enigma quedó resuelta. Pero el zar tenía cinco hijos,
y dos de ellos no estaban en la fosa. Hasta hoy se ignora cuál
ha sido su destino.
¿Nuestros
antepasados?
Los
neanderthales no fueron nuestros antepasados fue título
de la revista Cell en 1997. Tal afirmación hacía referencia
a los resultados obtenidos por un equipo de investigadores alemanes
y estadounidenses, quienes extrajeron ADN del húmero del Hombre
de Neanderthal encontrado en 1856 en el valle de Neander, en Alemania.
Los neanderthales existieron entre 300.000 y 28.000 años atrás.
Durante parte de ese tiempo, coexistieron con el Homo sapiens. Una pregunta
que se han hecho durante años los paleoantropólogos es
si los individuos de estas dos especies se aparearon entre sí.
En otras palabras, si los neanderthales son ancestros de la actual humanidad.
El trabajo publicado en Cell reveló que el ADN del Hombre de
Neanderthal no contribuyó al patrimonio genético de la
actual humanidad. En abril pasado, la revista Science News adelantó
los resultados del segundoanálisis de ADN neanderthaliano, realizado
esta vez por investigadores de la Universidad de Glasgow (Escocia).
El individuo analizado fue un chico que vivió hace 29.000 años
en los Montes Caucásicos.
De la comparación del ADN de los dos neanderthales entre sí
y con el de humanos vivos, se estableció que aquéllos
presentan similitudes que no comparten con el actual Homo sapiens. Esto
apoya la hipótesis Fuera de Africa, que postula que la humanidad
se originó en ese continente y luego se esparció por el
resto del mundo, desplazando a los neanderthales. La otra hipótesis
vigente es la del multirregionalismo, según la cual los humanos
aparecieron independientemente en dos o más partes del planeta
y, más tarde, se aparearon ocasionalmente con los neanderthales.
Pero a estos resultados hay que agarrarlos con pinzas, porque ambos
están basados en el análisis de un solo individuo que
bien puede no ser representativo de su respectiva población.
Como en los casos del quagga y el moa, la comparación de las
secuencias de ADN permite establecer el grado de parentesco entre distintas
especies. En términos generales, cuanto más parecidas
son las secuencias de dos especies, menor es el tiempo que ha transcurrido
desde que divergieron a partir de un ancestro común. Por el contrario,
cuanto más tiempo ha transcurrido desde el comienzo de esa divergencia,
más distintas son las secuencias de los ADN. De esta manera,
es posible obtener información de primera mano acerca de la forma
en que evoluciona el material genético; lo cual no es sorprendente
ha escrito el paleontólogo Stephen J. Gould-, pero siempre
resulta gratificante tener una evidencia directa del ADN antiguo.