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PGH para principiantes 2

Patentes y genes,
genes y patentes

por Joaquín Mirkin
(y El País de Madrid)

Una de las grandes preguntas que ha abierto desde sus inicios el PGH es si efectivamente se puede patentar su descubrimiento, el mapa de la vida. Y la respuesta es que depende desde donde se lo mire. Para algunos es posible, para otros no. Pero básicamente habría dos posiciones. La primera es la que había tomado Estados Unidos hasta hace poco tiempo en la que parecía que sí. Sin embargo, la opinión pública mundial y la comunidad científica internacional parecieron repudiar rotundamente la posición estadounidense argumentando que el patentamiento era éticamente rechazable; “es como patentar el aire”, decían. La otra postura, más proconocimiento público, es la que sostienen básicamente los europeos: según ellos, todo avance en la secuenciación debía (y debe) ser obligatoriamente publicado, nadie puede ocultar información y menos aprovecharse comercialmente de ella. Sin embargo, las cosas están cambiando. Al menos, eso parece. Desde el espectacular anuncio del lunes, en una megacampaña mediática que llevaron a cabo Bill Clinton y Tony Blair –donde se logró conciliar, por un tiempo, al menos, la disputa entre el PGH público y el PGH privado–, todo el mundo parece mucho más proclive a su conocimiento público. Según el mismísimo Clinton, el resultado deberá ser publicado en una revista científica. Habrá que ver.
Mientras tanto, al menos, para la Oficina Europea de Patentes (OEP), en Munich, es imposible patentar el genoma, pero sí las tecnologías que derivan de su utilización. “No ha existido ningún pedido de patentamiento de un gen, o de una parte del genoma”, aclaró de antemano la oficina. “Jamás se han patentado estos descubrimientos.” Sin embargo, lo que sí puede hacerse “es proteger la técnica para aislar un gen y producirlo artificialmente” y obviamente “utilizarlo para determinadas aplicaciones comerciales”. Pero las posiciones a favor del patentamiento parecen estar quedando sumergidas bajo el mar de la euforia que ha generado el anuncio del lunes. Luego de la teleconferencia pública entre Clinton-Blair-Venter- Collins y compañía, quedó demostrado, al menos, que Estados Unidos no va a ceder a los pedidos de patentamiento y menos aún va a conceder nuevas licencias para el patentamiento del código genético humano. Es que los ánimos no están para que nadie salga beneficiado con uno de los mayores hitos científicos de los últimos tiempos. Sin embargo, habrá que esperar. Si se patentan o no los genes dependerá en buena medida de algo ajeno a la ciencia en sí y tendrá que ver con cuestiones económicas, comerciales y políticas. Pero lo cierto es que muy pocos aceptarían hoy el patentamiento.


izq. VRAIG VENTER. DIRECTOR DEL PGH PRIVADO.
der. F. COLLINS, DIRECTOR DEL PGH PÚBLICO.

Craig Venter y Francis Collins
Craig Venter se ha vuelto, sin lugar a dudas, el tipo de personaje a medias empresario y negociante y a medias científico del momento, un poco al estilo Bill Gates: es la cara visible del Proyecto Genoma Humano en versión privada. Con un estilo brillante e inteligente, pero además con una impaciencia atroz –que lo llevó a desafiar frontalmente a todo el mundo–, Venter es el presidente de la Celera Genomics, empresa que lidera el Proyecto privado, con sede en Maryland, Estados Unidos. “Si las cosas se pueden hacer rápido y bien, ¿por qué hacerlas despacio?”, es su lema. Hay que recordar que según los cálculos, el genoma iba a ser descifrado recién en el año 2003 o 2004. Y lo concreto es que la velocidad sí importó –tal vez en relación con el nombre de la empresa de Venter (Celera)–. La empresa tiene a la PE Biosystems como socia que ha provisto la costosísima tecnología necesaria para la búsqueda de la secuenciación. Ahora se está buscando recuperar la inversión.
Venter tiene fama de no casarse con nadie y de ser un verdadero francotirador. Sin grandes inversiones en relaciones públicas o consultoras de imagen, etc. (tan habitual por estas épocas), Celera ha conseguido enorme atención pública ocupando la plana de los diarios de todo el mundo.
Nacido en Salt Lake City, estado de Utah, Estados Unidos, hace 53 años, quedó marcado por la experiencia de haber sido médico militar en Vietnam durante la Guerra. Después se dedicó a la biología y a partir de entonces pasó a ser un investigador anónimo, cerca de Washington. Según cuentan, ya tenía claro qué es lo que iba a hacer y tan sólo le faltaba iniciar el camino.
Sin embargo, por aquel entonces nadie era aún muy consciente que digamos sobre los resultados de descifrar el mapa del genoma humano, ni tampoco estaba muy de moda andar buscando genes por ahí. La actitud de las empresas farmacéuticas era dejar que el dinero público financiara el trabajo. Ellas no querían invertir un peso.
Cuando empezó a patentar las secuencias que él iba logrando, empezó el problema. Sólo algunos de sus colegas se darían cuenta de la verdadera caja de Pandora que podría llegar a abrir. El público en general pensó que se trataba de detalles técnicos. Tal vez fue el hecho de vivir en un país donde las iniciativas exitosas tienen sus premios, lo cierto fue que Venter decidió irse a trabajar solo luego de que sus superiores no aceptaran sus deseos de patentamiento.
Fundó un Instituto de investigación y consiguió financiación pública y privada. Se juntó con William Haseltine, que también era un visionario que percibía muy bien las posibilidades que generaría investigar los genomas. Juntos fundaron la Human Genome Sciences que dio sus frutos. Pero lo concreto fue que se pelearon. Eran evidentes sus diferencias: no estaban de acuerdo sobre lo que debía publicarse según las reglas del mundo científico y lo que debía mantenerse en secreto para obtener beneficios.
Algo que, por cierto, no está del todo claro hoy pese a tanto despliegue mediático. Venter era partidario de publicar casi todo, mientras que Haseltine quería mantener los frutos de sus investigaciones en secreto. Hoy, odia a Venter y al genoma.
Pero recién en los últimos dos años Venter saltó a la fama. Cuando se peleó con Haseltine buscó (y encontró) un socio tecnológico que pusiera el dinero y toda la tecnología disponible en el mundo para hacer el trabajo. Su sueño era descifrar la secuencia del genoma humano y consideraba que elproyecto internacional que nucleaba a varios países se estaba haciendo muy despacio. Y bien, se montó una planta exclusivamente dedicada a leer y ensamblar secuencias genéticas. Y lo consiguió.


UNA ESTRUCTURA DEL ADN.

Collins, el precavido
Francis Collins –cara visible del Proyecto Genoma Humano Público– tiene 50 años y es un químico especializado en genética humana. Se hizo cargo del Proyecto en 1993, muy poco tiempo después de que James Watson diera el portazo y abandonara el trabajo ante la intención de patentar los datos crudos de la secuencia.
Científicos de más de 18 países han trabajado en el proyecto público y Collins no es precisamente el más brillante de ellos. Hombre de fervientes convicciones religiosas, su principal contribución ha consistido en prevenir continuamente contra los peligros que entraña el avance de la genética. Su radical oposición a la explotación comercial de los datos del genoma ha sido, durante los últimos meses, el principal obstáculo para un acuerdo con la Celera.

Siglo biológico
Nadie duda de que el siglo XX podría llamarse siglo biológico. Y la última década del siglo bien podría llamarse también década de la ingeniería genética. O, más aún, década de la biotecnología.
Se abrió así el libro de la vida para la ciencia y todo cambió. Nació la ingeniería genética y su consecuencia, la biotecnología. Las bacterias fueron modificadas para convertirse en fábricas de sustancias de interés, como los medicamentos, y las modificaciones fueron escalando los peldaños de los seres vivos hasta llegar al ser humano. Las micromanipulaciones también se introdujeron en los procesos reproductivos. Primero fue la inseminación artificial, luego nacieron los primeros niños probeta, las primeras ovejas clónicas. En genética, sin embargo, los avances se producían paso a paso, gen a gen, a medida que se encontraban éstos y se les buscaban aplicaciones. Faltaba el plano general genético, el genoma de cada ser vivo en cuestión, en el que se pudiera investigar sistemáticamente.
En los años ochenta se empezó a plantear la posibilidad de atacar la enorme fortaleza de los genomas completos, y sobre todo del humano, pero los plazos parecían muy largos. Las primeras sorpresas surgieron cuando se pudo disponer de suficientes genes como para comprobar que muchos, muchos de ellos son comunes a animales tan dispares como gusanos, moscas, ratones y seres humanos. Entonces los genomas de animales se revalorizaron. Mientras tanto, seguían los esfuerzos por describir completamente el código genético humano, que se aceleraron hace apenas un año y ahora han dado como fruto los primeros borradores completos. Esto sólo es el principio, y se abren tantas puertas, muchas de ellas hacia áreas inquietantes, que se justifica la afirmación de que este siglo que empieza será el de la biología. ¿El ser humano alcanzará la frontera final de su propio destino cuando, en la Era del Genoma, disponga de los planos para rediseñar su propia especie?, como afirman, por ejemplo, Craig Venter y otros protagonistas de esta historia.

VALOR COMERCIAL
Hay que aclarar que el conocimiento de la secuencia de genoma humano en sí no tiene ningún tipo de valor comercial. Por supuesto que lo que vale millones (miles de millones, en realidad) son las aplicaciones que podría llegar a tener el mapa del genoma. La pelea ahora es entre los que quieren que el conocimiento del genoma sea público y las empresas que intentarán sacar el máximo beneficio posible para utilizarla y patentar sus aplicaciones.
Al comienzo fueron los Institutos Nacionales de Salud de los Estados Unidos –principales patrocinadores del Proyecto Genoma Público–, los primeros en plantear la posibilidad de patentar la secuencia en crudo de los genes humanos. Esta intención generó gran revuelo en el ámbito científico internacional y provocó nada más y nada menos que la renuncia del primer director del proyecto, James Watson (codescubridor del ADN).
En la actualidad, hay en Estados Unidos unas 700 patentes basadas en genes humanos, aunque en ningún caso se refieren a un gen “en crudo” sino precisamente a la forma de usarlo para desarrollar nuevos medicamentos o terapias. Estas patentes no impiden a otros investigadores utilizar esos genes, siempre que no pretendan utilizarlas con fines comerciales.