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Transbordadores espaciales: el discovery

Los 100 viajes del taxi-espacial

Por Mariano Ribas

Durante las últimas dos décadas, los transbordadores espaciales han sido la cara más visible de la carrera espacial. En sus primeros tiempos, estas naves mitad avión, mitad cohete eran toda una sensación, y cada uno de sus lanzamientos era seguido con mucha atención por todos los medios gráficos y audiovisuales del planeta. Pero a esta altura, la verdad, ya no nos llaman tanto la atención: claro, es comprensible, porque la aventura de los “taxis espaciales” está cumpliendo su episodio número 100. Ahora mismo, el Discovery y su tripulación están por finalizar una impecable tarea de ampliación y mejora de la gran Estación Espacial Internacional. Y según parece –a pesar de que la NASA ya está diseñando toda una nueva generación de vehículos más modernos–, los viejos transbordadores seguirán cumpliendo todo tipo de tareas durante, por lo menos, diez años más. Veamos entonces parte de su historia.

La idea
A fines de la década del sesenta, el planeta entero celebraba la hazaña del Apolo XI, pero en la NASA no todo eran festejos. Muchos científicos y técnicos de la agencia espacial norteamericana comenzaron a preocuparse muy seriamente por los altísimos costos de cada una de las misiones: los cohetes eran carísimos, y en cada viaje había que utilizar uno nuevo. Cientos o miles de millones de dólares se volaban, literalmente, con cada despegue. Esta política de use y tire no tenía mucho futuro, especialmente cuando se trataba de poner simples satélites en órbita, algo casi rutinario aún en aquellos tiempos. Así nació la idea de construir un “vehículo reutilizable”, capaz de ir al espacio y regresar lo más enterito posible. Unos años más tarde, la idea pasó del tablero de diseño a la realidad: en 1976, la NASA presentó orgullosamente al Enterprise, una especie de avión regordete que, en realidad, era apenas un prototipo. Un dato divertido: en aquel entonces, los fanáticos de Viaje a las Estrellas (por cierto muy fanáticos) enviaron miles y miles de cartas a la NASA, y así lograron que el transbordador experimental llevase el nombre de la famosísima nave de la serie. Y bien, la cuestión es que el Enterprise -lanzado desde el lomo de un Boeing 747– sólo hizo algunos vuelos de prueba en la atmósfera terrestre.

Se arma la flota
Después de algunas demoras, problemas técnicos y económicos, la NASA finalizó la construcción del primer transbordador espacial verdadero: el 12 de abril de 1981, el Columbia despegó desde Cabo Kennedy, llevando al espacio a dos astronautas. El histórico lanzamiento fue presenciado por más de un millón de personas en el lugar, y otros cientos de millones más, desparramados por el mundo, que lo vieron por televisión. Ese viaje inaugural apenas duró dos días y culminó cuando el Columbia aterrizó suavemente en una pista del desierto de Mohave, en California. La nave de ida y vuelta ya era una realidad. En 1983, después de varias misiones del Columbia, le llegó el turno al Challenger. Luego se sumaron el Discovery (1984) y el Atlantis (1985). El último integrante de la flota de transbordadores, un poco más moderno que sus hermanos, fue el Endeavour, estrenado a principios de los noventa.

Grandes hitos, y una tragedia
Desde sus comienzos, la agenda de los transbordadores y sus astronautas estuvo repleta: pusieron decenas de satélites órbita (y se recuperaron otros para repararlos), lanzaron varias sondas interplanetarias, realizaron observaciones astronómicas y experimentos de lo más variados, e incluso, estudiaron el funcionamiento del cuerpo humano en el espacio (algo fundamental a la hora de planificar estaciones espaciales y futuros viajes tripulados a Marte o a la Luna).
Revisando un poco el historial del centenar de misiones, nos encontramos con varios hitos: en 1989, el Atlantis lanzó al espacio a las sondas Magallanes (que partió rumbo a Venus), y luego a la Galileo, que arribó a Júpiter en 1995, y que todavía sigue allí, estudiando al gigante gaseoso y a su espectacular séquito de lunas. Cuatro años más tarde, el Endeavour partió con sus siete astronautas para corregir la “miopía” del Telescopio Espacial Hubble (luego hubo otras dos misiones de mantenimiento), y en 1995 se produjo el histórico acoplamiento entre el Atlantis y la Mir (la gloriosa estación espacial cuya suerte ahora pende de un hilo). También hubo una página para lo emotivo: en octubre de 1998, el legendario John Glenn volvió al espacio, convirtiéndose en el astronauta más viejo de la historia (77 años). Finalmente, comenzó la construcción de la demorada Estación Espacial Internacional. Pero esta breve reseña no puede dejar pasar por alto la tragedia del Challenger: durante la mañana del 28 de enero de 1986, y apenas a 74 segundos del despegue, la nave estalló en el aire (por culpa de una fuga en uno de sus tanques), y sus siete astronautas murieron, entre ellos, una maestra. La conmoción, lógicamente, fue enorme, y detuvo al programa de los transbordadores por más de dos años.

Presente y futuro
Es hora de volver al presente, y también al futuro. Ahora, la prioridad de los transbordadores es acelerar la construcción de la Estación Espacial Internacional (ISS, su sigla en inglés), un emprendimiento monstruoso que une a casi todas las potencias mundiales. Es más, en apenas unas semanas, una de estas naves llevará a la primera tripulación estable. Por ahora, esta base orbital sólo cuenta con unos pocos módulos, pero cuando esté lista será realmente impresionante: una especie de tren de más de 100 metros de largo, con habitáculos para decenas de astronautas, laboratorios, y unos enormes paneles solares que la abastecerán de energía. La ISS será tan grande, que se convertirá en el objeto más brillante del cielo nocturno, después de la Luna.
En estos cien viajes, los taxis espaciales han llevado al espacio a más de 260 astronautas, y han transportado cerca de mil quinientas toneladas de carga (entre equipos, satélites y observatorios, incluyendo al Hubble). Y aunque todavía tienen cuerda para rato, se jubilarán hacia el 2010, cuando sean reemplazados por un segunda generación de naves reutilizables. Los más nostálgicos, sin dudas, vamos a extrañarlos, recordando aquella primera fascinación que sentimos de chicos, al verlos despegar, en medio de enormes columnas de humo.