Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Stira

Con tal de que
sea equilátero...

El ménage à trois no es un invento francés que se acompaña con champagne bebido en un zapato para festejar que el carpintero acaba de terminar una cama que ocupa toda la superficie del dormitorio. Al parecer sucedió en todos los tiempos y lugares. Hasta la mismísima Biblia informa que no hay dos sin tres. Pero ¡ojo!, no hay que confundir lo que el diccionario define como “un acuerdo o relación en el que tres personas viven juntas y que habitualmente consta de un marido, su esposa y el amante de uno de ellos” con un matrimonio abierto, una cama redonda o un triángulo amoroso. Para despejar dudas Bárbara Foster, Michel Foster y la amante de ambos, Letha Hadady, han escrito un libro que se explaya sobre las delicias y sinsabores de haber burlado los principios de la familia nuclear.

Por María Moreno

A menudo las biografías cuentan las aventuras que el biógrafo no se atrevió a vivir. Pero no es el caso de Triángulos amorosos (el ménage à trois de la antigüedad a nuestros días) de Bárbara Foster, Michel Foster y Letha Hadady. Sus autores viven juntos e incluso comparten la bañera. El libro no se adentra en las fuentes filosóficas del ménage à trois en su dimensión de alternativa al matrimonio común como lo sugiere, por ejemplo, Principia Ethica, de G. E. Moore que influyó notoriamente en las combinaciones amorosas de los victorianos, ni en los textos escritos por los socialistas utópicos que llegaron a los exilados parisinos, pasando por Griwech Village y que determinaron que sus variados, deslumbrantes y conflictivos vínculos no fueran simples adulterios. Triángulos... funciona como un diccionario y una guía por una de las vías del amor alternativo, sus límites y grandezas. Cada lector podrá descubrir allí el subgénero al que pertenece el triángulo del que aspiraría a formar parte, el que le excita imaginar, pero no vivir, el que ya integra sufriente o entusiastamente o de las dos formas al mismo tiempo. O una escena que apenas pudo concebir. Es un libro liviano, pero decididamente del lado del hedonismo, cualquiera sea el precio de éste. Hasta el punto de que en las historias que relata no aparece ningún niño llorando.

Chismes más, chismes menos
“Somos una empresa de diseño y un matrimonio adonde Edipo se acuesta con Yocasta y Layo es su mejor amigo. O sea que somos más civilizados que los griegos” (Freddy).

“Yo me enamoré de ella y mi marido la deseó. Nos separamos, como cualquier matrimonio, cuando él se fue de casa con una mujer menor que nosotras” (Teresa).

“Un triángulo es una pesadilla por triplicado. Pero, cuando escucho quejas de los matrimonios, cambio de idea y simplemente pienso que tenemos pesadillas diferentes” (Juan).
Triángulo... no es más que un refrito de tríos que se obtiene buceando en la biblioteca más que teniendo relaciones a dos puntas y realizando luego un debate. Tiene detalles curiosos como los que siguen:
Una noche el gran Alejandro Dumas regresó a su casa a una hora desacostumbrada. Estaba calado hasta los huesos porque había tormenta. Se metió en la cama adonde ya estaba su esposa Ida de la que buscó su caloraunque no sin un toque de ansiedad faunesca. Pero ésta se lo sacó de encima a codazos. Qué le importaba, después de todo era el más célebre novelista de su tiempo, así que se sentó ante su escritorio y se puso a rasgar carillas con su pluma de ganso. De pronto vio salir del vestidor a un hombre en camisa, el sexo aterido por el frío: era Roger de Beauvoir, su mejor amigo. Primero se puso furioso. Luego, mirando por la ventana, comprobó que del cielo seguían cayendo rayos y centellas. Entonces se apiadó y lo invitó a sentarse en un sillón. Ya metido en la cama con su esposa, vio que Roger todavía temblaba, no se sabía si de miedo o de frío. Entonces lo invitó a dormir con ellos. Qué pasó exactamente aquella noche nadie lo sabe, pero el hijo de Dumas parece sintetizar muy bien el estilo de su padre: “Es un niño grande que yo tuve cuando pequeño”.
Butch Cassidy y Sundance Kid vivían con la misma mujer, Etta Place, pero es obvio que el amor más grande era entre ellos. Sus hazañas ilegales fueron registradas por una película de George Roy Hill en donde la escena de la muerte se resuelve a través de un plano congelado que muestra a los bandidos salir disparando de una casa cercada. Pero hay documentos que indican que Sundance le disparó a Butch y luego se suicidó, de este modo se salvaron de ser capturados.
Bonnie Parquer y Clyde Barrow tenían un esclavo sexual llamado Jones a quien solían encadenar a un árbol cuando no estaba haciendo de semental de la pareja ya que, al parecer, Clyde era bisexual, lo que preocupó a su intérprete cinematográfico Warren Beaty, famoso Don Juan que no quería ser considerado un “rarito”.
Henry Miller tuvo durante su infancia una relación gay por lo que fue bautizado La reina de las hadas, lo cual explicaría su tendencia a formar parte de triángulos, cuartetos o lo que fuera, pero siempre con mujeres.
Con respecto de la actriz Roseanne, he aquí un sabroso párrafo de Triángulos... : “Roseanne, la antítesis de Garbo, en 1993 declaró públicamente la noticia de su ‘matrimonio de a tres’ que incluía a su entonces marido Tom Arnold y a su joven ahijada Kim Silva. Según la revista Vanity fair, mostró al público asistente a su programa de televisión el anillo de ocho quilates de Kim afirmando: ‘Nos hemos comprometido con ella y los tres estamos casados. Ella merece ser nuestra mujercita’. Durante un tiempo los tres fueron inseparables, pero Tom acabó por separarse de su esposa y de Kim afirmando: ‘Esas chicas están tan unidas que tienen el síndrome premenstrual al mismo tiempo’. Quién dormía con quién nunca se llegó a saber”.
Jean Paul Sartre estaba celoso porque una amante compartida con Simone de Beauvoir besaba a ésta rabiosamente en la boca mientras que a él le daba un simple besito en la mejilla. Sería porque la habitualmente medida Simone había descripto a la muchacha con unas imágenes poéticas que convertían a las de Sartre en las de un palurdo analfabeto: “Rimbaud, Antígona, todos los enfants terribles que hayan existido, un ángel negro que nos juzga desde su cielo de diamantes”. (A la larga terminaría diciendo que acostarse con la chica equivalía a comer fois grass barato). Sartre, a pesar de ser feo y sucio –son apreciaciones de los autores de Triángulos..— siempre encontraba con quien cabalgar, con la única obligación de enviarle a su esposa espiritual una suerte de parte detallado, por ejemplo de que una polaca le había chupado la lengua “con la fuerza de un ventilador”.
Bárbara Foster, Michel Foster y Letha Hadady dejan claro que hay por lo menos tres clases de tercero: el squatter, el manager, el viagra humano, el voyeur y la presa caníbal. (Por supuesto, ellos no usan estas clasificaciones tan poco académicas.) El squatter es una especie de alma huérfana que se presenta en la casa de un matrimonio bien avenido, pero yaalejado del deseo sexual, sin hijos y con cierta posición social. El manager es el que se inmiscuye en una pareja u organiza un triángulo que excita la creación de los otros componentes o de uno de ellos. El viagra humano es aquel que se presenta como carne fresca para una pareja alicaída y, a su vez, es alguien que necesita seguridad. El voyeur es lo que su nombre indica. Y la presa caníbal es generalmente una mezcla de musa inspiradora y esclava sexual a la que se le atribuyen poderes energizantes para la realización de cualquier producción artística.
Es una pena que una de las squatters más deliciosas no figure en el libro: la princesa Mdivani, una joven de origen ruso que solía andar con un blusón de pintora, aunque sólo se ocupase de realizar bocetos para premios de aviación en forma de copas. Solía partir de viaje con una maleta casi vacía en cuyo fondo había un perrito de trapo. Hablaba con una especie de susurro jazzístico, una mezcla de gorjeo y llanto infantil, ideal para atraer la red de un paidófilo. Pero, en realidad atrajo a Misia –una musa belle époque parisina que cautivó a Mallarmé, a Diaghilev, a Picasso y a toda la corte modernista de entre dos siglos– y a su último marido José María Sert. La princesa, apodada Rusy, era, como toda seductora que se merezca serlo, insoportable. Al mismo tiempo que era amante de Sert exigía que Misia se quedara con ella hasta que se durmiera –tenía insomnio y estaba tuberculosa– mientras quemaba las sábanas con puchos encendidos, espiaba al matrimonio mientras éste hacía el amor y, cuando logró quedarse con el marido, no dejó de perseguir a la esposa como una gatita destetada. La pobre Misia tuvo que soportar hasta que Sert le pidiera consejo en cuanto al regalo de bodas para Rusy: “¿Un collar? ¿Un anillo de brillantes? ¿Algo de Lalique?”.
La más famosa trianguladora, Lou Andreas Salomé, que vivió con los filósofos Friedrich Nietzsche y Paul Rée, luego con el poeta Rainer María Rilke y su marido F. C. Andreas y más tarde osciló entre los psicoanalistas Freud, Adler y Tausk aunque, al menos con el primero, platónicamente debe haber sido la más valiosa agente de prensa de su tiempo. Creando rivalidades, haciendo exhaustivas lecturas críticas de las obras de sus amantes, fue la manager por excelencia. Seguramente para la reina Victoria, su guardaespaldas John Brawn era el viagra humano que ella necesitaba para soportar la convivencia con su amado, pero pachucho consorte Alberto. Andreas –el marido de Lou– era voyeur aunque no era de los que se meten en la cama. Y June, la esposa de Henry Miller y amante de Anaïs Nin era, sin duda, una presa caníbal de escritores. Descendiente de unos emigrantes del imperio austrohúngaro, June había sido una actriz lo suficientemente buena como para interpretar papeles de Ibsen y Shaw. Era rubia, altísima, usaba una capa negra, jalaba cocaína y salía con una princesa huérfana de la casa de los Romanov. O sea que se merecía ser interpretada por Uma Thurman en la película de Philip Kaufman. June fue literalmente fagocitada por su marido quien la retrató en Trópico de Capricornio y La crucifixión rosada. Y por Anaïs que la explotó como inspiración en sus diarios íntimos. Como aún no han sido redactados los derechos de las musas, June terminó lejos de Miller y como asistente social en Nueva York. Según un periodista estaba renga y jorobada, luego de varias temporadas en el manicomio, pero aún tenía la jactancia de decir: “Yo hice que Henry se encontrara a sí mismo. Lo hice alcanzar el estrellato”. ¿Víctima u omnipotente? En todo caso, pobre.
A pesar de que Triángulos... es un libro escuetamente politizado y muy dubitativo sobre el genio de Jean Paul Sartre que, “después de todo, sólo ha influido sobre John Dos Passos” y no simpatiza con Simone de Beauvoir contrariamente a los textos escritos por otros biógrafos de la pareja, sus autores sospechan que la solidez de su pacto y la gran fama del dúo seguramente atraería a toda clase de oportunistas como “mujeres inseguras con grandes ambiciones artísticas” al igual que la factoría de Andy Warhol. Y seguramente adhieren con fervor al coraje que Simone de Beauvoir tuvo durante una entrevista que le hicieron poco después de la muerte deSartre cuando declaró: “Tengo la suerte de disfrutar de una perfecta relación tanto con un hombre como con una mujer”. De paso agregan levantando sus propias banderas: “Superar la barrera de los géneros es un requisito para el ménage à trois y una de sus recompensas”.


Un ménage metafísico y con látigo. Lou Salomé, Friedrich Nietzsche y Paul Rée.
Noel Coward se acopló al matrimonio de actores compuesto por Alfred Lunt y Lynn Fontaine.

Victorianos victoriosos
“Sé que un escritor argentino se casó con la amante de su madre. Me parece horroroso. Pero a uno siempre le parece horroroso el pecado de los otros” (Mimí).
“Yo soy gay; él es mi amante y ella es mi mejor amiga. Pero a veces pienso que ella es la madre de los dos. Una vez tuvo una historia con un tipo. Eso nos destruyó. Llorábamos los tres juntos todas las noches” (Luis Alberto).
“El ménage à trois es un adulterio flexibilizado” (Sofía).
Para leer historias de triángulos como en el libro de Foster-Hadady, es aconsejable hacer un cuadro sinóptico en la página en blanco del comienzo. Sobre todo al llegar al capítulo dedicado a los victorianos y a donde los ménage à trois se convierten en una figura semejante a un panal de abejas con sus melosas celditas comunicantes.
Vita Sackville West, amiga de Virginia Woolf, era gay, lo mismo que su marido, Harold Nicholson. Poco antes de que Vita se fugara con una joven, Violeta Trefusis, su suegra (a quien el estupor había arrancado la peluca), la abrazó diciéndole “¡Oh, querida, tú no puedes hacer nada malo, a lo sumo estar equivocada!”.
Se sabía que la pintora Dora Carrington y el escritor Lytton Strachey, que no deseaba a las mujeres, tuvieron una relación larga y duradera. Eso no impidió que Carrington se enamorara y “folgara” con mujeres y se casara con un musculoso héroe de guerra llamado Ralph Partrige que terminó dejando toda esa melange por otra mujer llamada Frances por la que se separó de su esposa y del voyeur Strachey. Vanessa Bell, la hermana de Virginia Woolf, con esa carita de acuarelista de retratos florales, se casó con Clive Bell, amigo de su fallecido y amado hermano Toby. Luego se metió con Roger Fry quien, luego de dos años, fue a quejarse a Clive (el marido de su amante y cornudo afable) de que Vanessa les estaba poniendo los cuernos a ambos con Duncan Grant, heterosexual de a ratos y que en un tiempo había sido amante de uno de sus hermanos, Adrian. Vanessa tuvo una hija llamada Angélica que era de Duncan Grant, aunque fue anotada como fruto del matrimonio Bell. Esta joven se casó con David Garnett que había sido amante de su padre biológico (Duncan Grant) y estuvo a punto de serlo de su madre (Vanessa), más o menos en el período en que ella fue engendrada. ¡O sea que por un pelito estuvo a punto de ser la esposa de su padre! Aunque es de suponer que, estando todos enterados de todo, claro que sin mencionarlo como solía suceder entre los victorianos, esto no hubiera sucedido. Pero ¿quién lo podría asegurar? Triángulos amorosos no incluye este “triangulorama” quizás porque el libro prefiere ocuparse ¡burguesamente! de parejas con un solo apéndice adosado.
No escapa a estas barrocas combinaciones que a menudo lo que se entiende por ménage à trois no es más que el derecho de pernada de un patriarca. Aunque el verdadero triángulo lo constituyeran Marx, Engels y el capital, Engels, propietario de una fábrica de algodón, vivió en concubinato con la proletaria irlandesa Mary Burns y su hermana Lizzie. Cuando Mary murió de un ataque al corazón, puede decirse que luego de seguirlo a todo lo largo del comunismo que desembocó en un manifiesto, Marx siguió con Lizzie aunque sólo se casó con ella cuando estaba en su lecho de muerte (ella). Otra Lizzie, igualmente proletaria, que pasó por la paleta y la cama de varios pintores prerrafaelistas como John Millais, Dante Gabriel Rossetti y Algernon Swinburne, terminó suicidándose con láudano y sus restos, desenterrados por el más chiflado de todos, Rossetti. La otra cara de la libertad de Lou Andreas Salomé era su asistente Marie que la sustituía enel lecho de su marido del que tuvo dos hijas. Una de ellas, Mariechen, asistió a Lou hasta el final.
La ausencia de divorcio y los casamientos por linaje no son la causa de estas constelaciones múltiples, pero sí su contexto. Pero era claro que las herencias corrían por sus carriles habituales, las bendecidas por la ley. Si el ménage à trois fue fundamental en las vanguardias de principio de siglo que buscaban otro modo de vivir, allí no había mucho que repartir. Las buhardillas alquiladas y sin baño, las deudas con el bar y con el editor o marchant eran todo lo que podía estar en juego.
“La explicación sociológica no es suficiente –dice la psicoanalista Graciela Avram–, ya que el ménage ha sobrevivido al casamiento por amor y a las leyes de divorcio. En toda relación siempre hay un tercero en juego. Está el caso clásico de la mujer que se adosa a una pareja sin constituir un ménage à trois en el sentido estricto del término. Pero por qué ese tercero pasa de la imaginación a los actos siempre hay que verlo caso por caso. Aunque es obvio que decir ‘caso por caso’ es como no marcar ninguna diferencia, aunque no se puede sobrepasar la moral de la propia época; si todos juegan un juego y hay alguien que no lo juega, hay que atender a eso y uno termina clasificando y armando series. Pero si pienso en un ménage à trois me acuerdo de Lacan cuando dice que un amor puede empezar muy poéticamente, pero inevitablemente va a desbarrancarse por el tedio o por la suma de ingredientes –por ejemplo el tercero– que la pareja no está en condiciones de soportar”.

Tres a escriturar
“Ellas tenían un departamento chico que estaba a nombre de Clara, no tanto porque ella era la que había puesto la plata sino porque la plata era de los padres y ellos, que la quieren mucho a Mirta, se ve que no la quieren tanto como si hubiera sido un varón, bah el marido de Clara. ¿Viste que en el boliche hay una mujer de unos setenta años? Ella vivió con su amiga, desde que se conocieron en el colegio y cuando murió no le tocó nada, tuvo que irse a una pensión. Ni la biblioteca que era del padre, le dejaron sacar. Las chicas quedaron tocadas con esa historia. Una noche se sentaron y dejaron el romanticismo aparte. Si te morís vos, si me muero yo. La abogada les aconsejó eso del usufructo. ¿Pero si se moría Clara? La heredaban sus padres. Cuando aparecí yo, ellas pusieron el dinero de la venta del departamento y nos compramos la casa. Yo me comprometí a pagar la cuota. Yo no quería, pero ellas insistieron porque soy veinte años más joven y ‘la artista’, es decir que ya se ve que es difícil que haga un mango. Al principio todo era joda: ‘la herencia de la nena’ o ‘un hogar para la alegría del hogar’. Pero ni bien firmamos, la cosa se empezó a pudrir entre nosotras, sobre todo porque los padres de Clara no querían que se vendiera el departamento. Y nunca supieron de qué iba yo. Eso se instaló como una sombra. Sobre todo para Clara. Que la casa se pusiera a mi nombre en el fondo era una forma más de retener a Mirta que, en última instancia, es la que tiene la relación más fuerte conmigo” (Julia).
Para una abogada de derecho de familia que prefiere permanecer anónima e investiga la legislación internacional sobre uniones de hecho, Clara, Mirta y Julia podían haber constituido una sociedad de hecho, que es más simple que cuando dos de los miembros del triángulo son un matrimonio. “En Valencia y en Cataluña, por ejemplo –aclaró–, existen uniones de hecho que le dan un nuevo contenido a la noción de familia no discriminando por sexo, número ni grado de consanguinidad pudiendo heredar, por ejemplo, una vieja nodriza que se ocupó del testante durante cuarenta años. La clave está en no casarse”. La doctora X sabe que, de todos modos, en un trío no tiene por qué haber un desheredado. Cuando era una joven abogada, conoció a una mujer que vivía en trío con un matrimonio y todos habían encontrado los medios para igualar la fortuna. Eran una sociedad de hecho y ellatenía la mitad, la otra mitad era del matrimonio que a su vez, para equilibrar, adquiría otras propiedades sin su tercera. Pero para establecer sus arreglos legales habían consultado a una pareja de abogados que también vivían en ménage à trois con otra mujer, mano derecha de ella, aunque los dos miembros del matrimonio tenían otros amantes, generalmente femeninos (él utilizaba en sus aventuras, ropas de mujer). A ver, saquen el esquema. ¿Se entiende?


Sundance Kid y Butch Kassidy compartieron a Etta Place.
De izquierda a derecha, Dora Carrington, Ralph Partridge, Lytton Strachey,
Oliver STrache y y Frances Marshall. Un entrevero.

Triangular rinde
Todas las minorías sexuales pelean por ocupar el lugar más a la izquierda en el árbol diseñado por la mayoría moral para programar talarlo del paraíso capitalista: el que se hace clavar agujas en las tetillas y azotar estacado en un cepo se considera un burgués integrado al swinger de fin de semana; la que lleva un argolla atravesada en los labios vaginales desprecia a la que se tatuó junto al ombligo un alelí; el que busca ancianos postrados para cambiarles los pañales se ríe mientras mira por televisión el gay parade como si estuviera viendo un dibujo de la avejita Maya. En las primeras páginas de Triángulos amorosos los Foster y su anexo, la rubia Letha, se quejan de que en el café Des Artistes adonde fueron luego de asistir a la proyección de Henry y June, el mozo se negó a darles una mesa de cuatro y de que todas las parejas de enamorados ocuparan las mesas dobles, mientras que ellos tuvieron que contentarse con una que estaba en un rincón y adonde tuvieron que apretujarse y al mirarse a los ojos –escribieron– se sintieron tan conspiradores como los homosexuales frente a Stonewell. Ya se los ve venir: van a romper el encanto de un matrimonio más uno convirtiéndolo en una plataforma electoral. O tal vez no les haga falta si, tal como aseguró la anónima abogada que se ocupa de redefinir a la familia e investiga uniones de hecho –al margen de la menudencia de ser discriminados en los bares–, ellos ya pueden constituir una sociedad de hecho. Quizás lo fueron desde el principio y su devoción por Henry y June fuera menos una fascinación erótica que los inclinaba a la imitación que una visión de futuro comercial como lo atestigua el comienzo pretendidamente romántico de Triángulos..., pero que hay que saber leer entre líneas: “A fines de los setenta, Letha y su marido eran dos estudiantes norteamericanos que vivían precariamente en Le Marais, que ahora es muy elegante, pero antes era pobre. Bárbara y Michel estuvieron en París durante una semana para investigar sobre la vida de Alexandra David-Neel, la exploradora, como continuación de una búsqueda que había comenzado en la India. Un día que Michel caminaba por los alrededores del Musée Guimet, se fijó en una atractiva rubia sentada en la terraza de un café que estaba leyendo la obra de David-Neel Viaje de una parisiense a Lhasa. La miró en forma tan intensa que ella se apresuró a guardar el libro y pagar la cuenta, y cuando él le habló en un francés entrecortado ella se echó a reír.
Pasaron unas cuantas horas juntos antes de que ella se despidiese –él pensó que para siempre– con un beso y el estribillo de una canción de amor francesa. Mientras tanto, el marido de Letha se sentó en la biblioteca del Museo a admirar las piernas de Bárbara que asomaban bajo la minifalda. Cuando le pidió su número de teléfono, ella le dijo que la llamara a Nueva York. Cuando finalmente las dos parejas cenaron juntas en un restaurante de Manhattan, pensaron que los primeros encuentros no podían ser simplemente fruto de la casualidad. Tuvo lugar una serie de combinaciones que siguieron su debido curso, conduciendo a un divorcio, un ménage à trois y una célebre biografía de David Neel. “Lo que se llama matar dos pájaros de un solo tiro o mejor dicho convertir a cuatro en tres eliminando un marido (seguramente no era buen escritor). ¿Es Letha una squoter como Rossie, una manager como Salomé o una prótesis matrimonial como John Brawn? Lo que era evidente es que, cuando todos se conocieron, ella era más pobre que los Foster. Y que los tres constituyen una suertede autor Frankestein con la forma de Anaïs Nin. Y que el catálogo de tríos que exponen equivale a la June “canibalizada” por Miller y Nin.
Para publicar su libro el problema principal de la sociedad FosterHadady no fue el constituir un ménage à trois sino el de vender el concepto a su agente Ellen Geiger que “consiguió hacerlo superando el escepticismo y los prejuicios”, como si fuera lo mismo aceptar el libro que aceptar la forma de vida de sus autores.
Pero si como, según los autores de Triángulos..., cuando se debatió en el Senado de EE.UU., que concluyó con denegarles beneficios sociales a los integrantes de matrimonios de un solo sexo, el derechista Jesse Helms argumentó: “Dios creó a Adán y a Eva, no a Adán y Steve”, tampoco hubiera dicho que creó a Adán, Eva, Marta y Jorge. Y mucho menos que ganarían dinero contándolo. Por lo tanto todo está prohibido y por lo tanto permitido para los que, como el pintor Hieronnymus Bosch, leen la Biblia al compás de su libido. Y con la serpiente bailando en medio. Por eso las páginas de Triángulos amoroso, en forma de sinopsis pedagógicas, con moderado sex appeal y donde al tono de la pancarta jamás llega a las coloraturas furiosas del aerosol político, exudan la sangre, el sudor, las lágrimas, pero también las carcajadas y los fluidos íntimos de los jodedores de este mundo dispuestos a aventurarse más allá de la solución pedestre del adulterio y a tomar a Freud al pie de la letra en eso de que, cuando dos hacen el amor, por lo menos hay cuatro, claro que equivocándose al sumar, ya que la clave del goce es que haya alguien mirando.