Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira

un debate necesario

Esta semana en la Legislatura se realizó una reunión previa al tratamiento del Proyecto de Ley de Salud Reproductiva. También se hizo la presentación oficial de la sección argentina del Centro Latinoamericano Mujer y Salud -Celsam–, una ONG cuyo objetivo es impulsar acciones educativas, informativas y de investigación sobre la salud de la mujer.

Por Soledad Vallejos

Atención a la siguiente escena. Miércoles, 12 hs. Reunión de la comisiones de Salud y de la Mujer, familia y minoridad de la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires. Como paso previo a tratar el proyecto de ley de Salud Reproductiva, se dio lugar a la exposición de una serie de expertos en distintas áreas relacionadas con la propuesta, todo esto en el marco de una audiencia pública a la que concurrieron feministas, adolescentes –chicas y chicos– marcadamente conservadores y acompañados con sus respectivos y respectivas guías, Lita de Lázzari, integrantes de la Liga de Amas de Casa, etc. Se encontraban, además, las diputadas Juliana Marino, Clori Yelicic –por la Comisión de Salud–, María Elena Naddeo –Comisión de Mujer, Familia y Minoridad–, Marta Oyhanarte, Kelly Olmos, Karina Engel, Marcela Larrosa, María Lucila Colombo, y los diputados Jorge Casabé y Enrique Rodríguez. Para cuando comenzaron las exposiciones, el clima era, cuanto menos, tenso, y la sala estaba absolutamente colmada. El Dr. Roberto Nicholson se dedicó a aclarar que el proyecto, tal como está planteado en los despachos de mayoría y minoría, no guarda relación alguna con una política de control demográfico; que, ante la ausencia de una ley, se dan, de hecho, situaciones de inequidad social en la que llevan la peor parte las mujeres pobres y que esta iniciativa podría ayudar a palearla; y que no es correcto que cualquier posible objeción de conciencia de parte de los médicos deba trasladarse al cuerpo o la decisión del paciente. Acto seguido, el jefe del Departamento de Farmacología de la Universidad de Buenos Aires, el Dr. Roberto Diez, describió el panorama de las distintas drogas que se utilizan en los métodos anticonceptivos, sus efectos y consecuencias. De tanto en tanto, mientras Diez exponía, empezaron a escucharse grititos aislados y horrorizados –por lo general, hacían su aparición inmediatamente después de palabras como coital, óvulo, o espermicida–. Fue el momento de que tomara la palabra el Dr. Armando Arroyo, jefe del Servicio de tocoginecología de la Universidad de Córdoba y coordinador del Comité de Bioética. En cuanto terminó de decir “el método anticonceptivo más seguro es el condón”, una señora, de lo más exaltada, corrigió: “¡El método más seguro es la castidad!”. Los y las adolescentes aplaudieron. Arroyo, sin inmutarse, se dedicó a explicar las diferentes implicancias de los métodos hormonales, los de barrera y de las píldoras poscoitales, mientras Lita de Lázzari –estratégicamente ubicada detrás del asiento de Las/12– resoplaba entre varios “usted no sabe nada”, “por qué no vuelve a la universidad”, “pero cállese”, “yo hablo todo lo que quiero” –esta última reiterada tantas veces como algunas personas intentaran callarla–. Le siguió el turno –prepárense para lo mejor– del abogado Cristian Conen, quien fue presentado como el director del Instituto de Familia de la Universidad Austral. Sus ejes: el proyecto de ley responde a una política antinatalista inspirada en el informe Kissinger de 1991 y el de la gestión de Gerald Ford de 1975 –”que nazcan argentinos, que vengan argentinos, y no que gente de afuera afecte decisiones tan íntimas de nuestra soberanía nacional”, refiriéndose, obviamente, a las relaciones sexuales–; los métodos anticonceptivos propuestos incluyen a los abortivos –esto es científicamente falso, no hay más que echarle un vistazo al proyecto–,”lo que hay que combatir es la pobreza, no a los pobres” –sic, en las circunstancias predichas–. En un momento de innegable inspiración –había que escuchar la emoción de su voz–, afirmó que “lo que Argentina necesita es una política familiar” (la tribuna pegó un gritito de admiración y aplaudió rabiosamente), que “no es cuestión de ideologías”. Lita no se contuvo: “¡Solamente las feministas tienen ideología; nosotras, no!”. El señor ya se había excedido en su tiempo, así que apuró frases como “el preservativo no previene el sida”, “con este proyecto se promueven las relaciones ocasionales”, “esto no es un proyecto de salud porque la afecta, y no es reproductiva porque afecta la reproducción de los argentinos”, y no tuvo otro remedio que llamarse a silencio, al menos por el momento. Así las cosas, siguieron las intervenciones de la Dra. Diana Galimberti –jefa del Servicio de Ginecología y Obstetricia del hospital Alvarez y presidenta de la Asociación Argentina de Salud Reproductiva–, el Dr. Guillermo Romero –”el matrimonio, en estos momentos, está planteado como algo hedonista, como fuente de placer, en vez de apuntar al enriquecimiento de la sociedad”; “hay que promover la familia y la vida, la familia que los argentinos decidan y no el control de la natalidad que promueven aquellos que deciden ‘injerirse’ en nuestro país”–; la Dra. Nelly Minyersky, presidenta de la Asociación de Abogados de Buenos Aires, que defendió el acceso de las y los adolescentes a los servicios de salud reproductiva sin necesidad de intervención de sus padres, con lo cual los definía como sujetos de derecho a partir de los 14 años –la acotación popular fue: “¡no engañen a los jóvenes!”–; y la defensora adjunta de la Defensoría del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires, la filósofa Diana Maffía. Tras un par de horas, la reunión debió pasar a cuarto intermedio por la imposibilidad de generar un consenso entre tanto grito y papelito volando por el aire –el que a duras penas pudo rescatar este suplemento rezaba: “No nos dejemos engañar. Mientras discutimos, a espaldas nuestras, los diputados de la Alianza y sus socios firman la ley contra la vida”–.
De momento, éste es el panorama en la Legislatura de la Ciudad: cuando parece que, después de una (dificilísima) construcción de consenso, es posible avanzar casi hasta el final, empiezan a surgir –túnel del tiempo mediante– presiones para llevar el tema a cero, o, por lo menos, confundir los términos hasta que todo parezca una atrocidad. Sin embargo, este clima no es el que predomina en todos los sectores. Ejemplo: esta semana se hizo la presentación oficial de la sección argentina del Centro Latinoamericano Mujer y Salud –Celsam–, una ONG que actúa –tanto a nivel regional como nacional– en Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, México, Perú, República Dominicana, Uruguay y Venezuela, y cuyo objetivo es impulsar acciones educativas, informativas y de investigación sobre la salud de la mujer. En esa oportunidad, se puso el énfasis en la educación sexual y la adolescencia –no casualmente, uno de los pilares del proyecto de la Legislatura– como factor determinante de la salud reproductiva. Y es que la premisa es trabajar sobre la prevención, no sobre hechos consumados: “Ojo que hay mucha confusión, y yo creo que no es casual, entre lo que es la anticoncepción, la planificación y el control de la natalidad. Nosotros planteamos el problema del acceso a la información, y la posibilidad de decidir libremente en función de su libertad, que es un derecho humano. El concepto real cuando se habla de salud reproductiva –que se habla de decisión, de ejercerla– o como se la llame, el hecho es la libertad del individuo a la educación, a la información, a la provisión y a una buena calidad de atención”, explica Diana Galimberti, integrante del Comité Científico del Celsam junto con Enrique Bagnati e Inés de la Parra.
En la presentación, el Dr. Ramiro Molina Cartes, de Chile, presentó un trabajo muy interesante, en el que se dio a tres grupos grandes –de mil chicos y chicas cada uno– de adolescentes distintas posibilidades de educación sexual: un grupo no tenía acceso a ningún tipo de información, otro sí pero a medias y otro tenía una buena educación sexual. "Los resultados demostraron que la educación, en el caso que la hubo, no sólo no adelantó la fecha de la iniciación sexual –uno de los grandes argumentos en contra–, sino que la pospuso, y que los que se iniciaron sexualmente tenían nociones de prevención y de cuidado. Además, hubo menos embarazos –de hecho, casi no hubo– en los grupos de chicos que habían tenido buena calidad de servicio y buena información".
—¿Cuáles son los ejes de la salud reproductiva como la plantea el Celsam?
–El lineamiento es, hacia un lado, el derecho de las mujeres a decidir libremente, que es la definición de la OMS: que toda mujer sepa que tiene derecho a recibir, que el Estado no tiene injerencia sino que son decisiones individuales que tienen que ver con los derechos reproductivos, que son derechos humanos. Eso por un lado. La segunda parte es que el Estado tiene la obligación de dar servicios de calidad donde las mujeres, o las parejas, que deciden tener un hijo lo tengan en las mejores condiciones. Sin embargo, los indicadores que tenemos en el país sobre el tema son casi todas estadísticas de mortalidad, hay muy poquitas sobre enfermedad. De las que tomamos sobre enfermedad, lo que sabemos es que la primera causa, después de la internación por parto normal, de todos los servicios públicos del país son las complicaciones por aborto, y, en realidad, es un problema común a Latinoamérica. Por eso planteamos el tema como una necesidad de tomar todas las prevenciones para que eso no suceda. Y la única forma de evitarlo es plantear programas de educación sexual y de planificación familiar, o procreación responsable, a los que tengan acceso todas las mujeres. En otros lugares, como en Chile, todo lo que es procreación responsable o planificación forma parte del módulo de salud.
–¿Cómo funciona en Chile?
–El programa de salud de la mujer es un programa de salud integral donde la planificación familiar es una de las cosas que se hace como una actividad más. Porque no tiene que funcionar en centros independientes, es una prestación de salud más. Allá empezaron hace 15, 20 años, y empezó como parte de un programa de atención a las mujeres y los niños. Y ahora se llama Programa de Atención Integral a la Mujer, e intervienen todos, forma parte del programa de salud. Tienen muy desarrollado el sistema de matronas, que sería equivalente a las obstetras nuestras, y en cada centro de salud donde se ejercen las prácticas básicas, hay personal entrenado que llega a la comunidad porque sale, hace recorridos, la búsqueda. Digamos, la especialización y la tecnología queda para el hospital, y en el primer nivel está la prevención.
Prevención, tal como señala Galimberti, implica, por lo menos, un programa de educación sexual –dirigido por profesionales que emitan un mensaje claro y coherente, más allá de opiniones personales, y que puede contar con auxiliares a modo de agentes multiplicadores–, y un seguimiento médico previo y posterior a la concepción, así como el fácil acceso a los métodos anticonceptivos. De acuerdo con un estudio realizado por la Dra. Heredia y el Prof. Bardi –”Anticoncepción en la adolescencia”– que Galimberti presentó en el Celsam, un tercio de los embarazos adolescentes se produce en el primer mes de relaciones, y un quinto en los primeros seis meses. Por otra parte, el 80 por ciento de las primeras relaciones sexuales adolescentes se realizan sin métodos anticonceptivos. “Ese –dice– es el problema ético: no actuar sobre causas que se pueden evitar. Cuando ves el riesgo de morir de una mujer en los eventos del parto, acá es de 1 en 1700, y en Estados Unidos es 1 cada 3700. La diferencia es exclusivamente calidad en los servicios, un programa, asistencia, y detección previa de patologías. Todos decimos que es básico el control prenatal, pero hay mujeres que llegan a tener su hijo sin controles prenatales. Además, ¿qué pasa con la mujer antes de que se embarace?, ¿tiene la oportunidad de tener un control preconcepcional?

El Celsam dispone de una línea gratuita para dar información y atender consultas:
0800-888-CELSAM (235726)