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ESPECTACULOS

Vanessa Miller es humorista. Vino de Chile muy chica a estudiar teatro, avalada por una familia que de eso sabía bastante. Ahora conduce dos programas en la señal Utilísima, “A la carta” e “Inutilísimos”, en los que le afloja el moño a esa imagen de mujer que se excita con el bricolage.

Por Moira Soto

Ella empezó a hacer monadas de muy chica y nunca dejó de actuar, aunque ha ganado la plata grossa escribiendo. En el colegio, durante el recreo, le rogaban que hiciera imitaciones trepada a una mesa. Según su propio padre, hombre de la televisión que cuando filmaba la dejaba actuar de extra, era la niña más robacámara del mundo. De los sets de rodaje, Vanessa Miller pasaba a los camarines, donde su madre actriz “se sacaba naturalmente la ropa delante de cinco tipos, nada parecido a la normalidad de mis compañeras de colegio”. En la secundaria, a Vanessa le iba bárbaro en matemática y casi todos esperaban que se dedicara “a algo más serio, pero cuando llegó el momento de decisión, yo quería ser actriz o actriz o actriz”.
Así de resuelta resultó Vanessa Miller, la actriz y autora chilenoargentina (“soy toda una coproducción”) que en estos precisos momentos conduce dos programas en la señal de cable Utilísima y hace graciosas viñetas –periodista fashion, personal trainer, mujer policía– en “Marcapazos”, por Canal 7. En los ‘80, dado que Pinochet había cerrado la escuela de teatro, la aspirante a actriz, respaldada por sus progenitores, decide venir a estudiar a Buenos Aires, con Agustín Alezzo. Al cabo de un tiempito, vuelve a Chile, trabaja en telenovelas, junta algo de guita y regresa a estos pagos a seguir estudiando.
“Es muy fuerte cambiarse de país siendo muy joven: no tenés ni papá ni mamá, es decir, no tenés ni consuelo ni consejo en los momentos más duros.” Al menos, encontró una mejor amiga, Roxy. Tan amiga-hermana que ahora Vanessa se mudó bien cerca de ella: “Roxy tiene un perfil muy distinto: es madre, esposa, supertranquila, en un estado de gracia muy especial, es como mi pilar”.
Primeras incursiones artísticas de Vanessa Miller –pelirroja de nacimiento, luego pelinegra, peliazul, últimamente otra vez colorada–: extra en “La bonita página”, extra en donde fuera... hasta que Alezzo le tiró un hueso con buena carne en la reposición de Sólo 80: “A partir de ahí empecé a montar mis cosas: Las Ricuritas, como escritora y actriz, con lo que hicimos varias obras y pude entrar a “Videomatch” y empezar a ganar dinero”.
Poco después, en la tele, Vanessa participó en “Viva la Patria”, “para mí lo más importante en términos de logros artísticos. Nos bajaron al cuarto programa, con doce puntos. Y yo, que había venido aquí porque tenían democracia, no podía creer que nos censuraran...”. De vuelta en Chile a causa de la enfermedad de su padre –que muere más tarde–, Miller trabajó en “Plan Z” (título que alude a un supuesto complot de la izquierda contra la derecha, al que apeló Pinochet para reprimir y matar). “Un programa de humor hecho por cinco locos, cuatro hombres y una mujer,ellos todos muy capos. Muy lindo laburo del que salieron algunos de los personajes que ahora hago en Marcapazos.” Otra vez en la Argentina, convocada para hacer “La barra de la tele”, un programa que salió durante el Mundial “y que nunca se encontró a sí mismo. Tres meses de laburo y quedé en banda total. Se me acabaron los ahorros, pedí prestado y antes de que se me terminara esta guita, me fui a Nueva York unos días: siempre hago eso con lo último que me queda, me doy algún lujo. Por suerte, después de que la reescribí, en Chile se estrenó una vieja obra mía, que de Miss Argentina pasó a llamarse Miss Patria. Fue un suceso comercial grosso. Pagué todas mis deudas y entonces me ofrecieron hacer un programa en Utílisima y agarré “A la carta”.

Los genes tuvieron algo que ver
Aunque V.M. –delgada y flexible, eso sí– no se parece a una galga, si se conoce su pedigrí hay que reconocer que lo suyo le viene de casta. Liliana Ross, su madre actriz, “fue la mina que introdujo el café-concert en Chile y ahora está dedicada a producir teatro”. Hugo Miller, su padre, “fue el hombre que armó la tele chilena, creó escuelas de teatro, logró que toda la rama de televisión fuera estudio universitario. Cuando ocurrió el golpe, cerraron la Escuela de Arte y Comunicación, mi viejo se puso un poco alcohólico y se dedicó a entrenar periodistas de medios audiovisuales”.
Pero hay más genes artísticos en esta chica de humor lunático y franqueza inusual: una bisabuela vedette, una abuela pianista. “Lo de mi bisabuela Pietra se escondió durante siglos, ella era argentina y a mí me dicen que viniendo a este país cierro el círculo. Pietra a los quince se tomó un barco hacia Génova. Allí trabajó en un cabaret con otra chica. Hay fotos que lo documentan y que yo rescaté para cuando escriba su historia. Pietra amó a un señor y tuvo un hijo siendo soltera. Siguió trabajando en el cabaret, vino un millonario, se flechó perdidamente y le ofreció matrimonio, aceptando el hijo, claro. Fueron felices, aunque la leyenda dice que Pietra siguió amando durante un tiempo al primer señor. Con su marido, mi bisabuelo, tuvo a mi abuela Diana –la pianista–, que es como la hija cheta con la que se llevó bastante mal, no se entendían. Mi abuela se enteró ya grande de que su hermano era en realidad su medio hermano. Mi bisabuela era una persona muy original, adelantada a su época: cuando tuvieron que venirse a América, después de la guerra, se cortó el pelo al rape. Murió a los 98, y de vieja era genial. Cuando chicos, íbamos a la casa enorme donde vivía y mi bisabuela, de ochenta y pico, estaba arriba de la higuera, sin metáfora. La teníamos que bajar con bastante susto. Era un clásico que ella no usaba calzones, como Sharon Stone a veces. ¿Viste que las higueras son como grises y nudosas? Entonces, para mí estaba todo unido: las ramas del árbol, la concha de mi bisabuela. No quedaba claro dónde termina una y empezaba la otra. Era bien bruja ella, hacía predicciones y acertaba. Mi mamá dice que si Pietra hubiese tenido cultura, habría sido una Coco Chanel, alguien por el estilo...”

Mearse de risa
–Con Las Ricuritas, “A la carta” y ahora “Inutilísimos”, ¿Utilísima está rompiendo un poco el molde del aplicado e interminable trabajo doméstico, o al menos agregándole humor y disfrute?
–Sin duda, el humor juega un papel cada vez más importante, más saludable. Cuando a mí me convocaron para “A la carta”, creo que la consigna tenía más que ver con una posible señal paralela destinada a la mujer jefa de hogar hoy, que a menudo no vive en pareja, mantiene el hogar, se hace cargo de los hijos, si los tiene. El otro día escuché a Cecilia Felgueras dar una cifra muy alta de estas nuevas jefas de hogar. Y hace poco, en la revista norteamericana Time salió una tapa sobre estosnuevos arquetipos. Las encuestas dicen que estas mujeres no viven en pareja porque no lo desean, ya la tuvieron y no les aportó lo que deseaban. Ellas se han dado cuenta de que solas no están nada mal y no quieren volver a pasar por situaciones que les traen más problemas que felicidad.
–¿Estas mujeres tienden a concentrarse en las cosas de la casa que les gustan más y se desentienden un poco del resto?
–No sé, no sé. Tu pregunta me confunde, creo que seguimos siendo diosas Shiva con veinte brazos, cada uno ocupado con algo diferente. Esto lo trataron ustedes en Las/12, en una nota sobre el ocio que a mí me sirvió mucho y que mandé a gente por correo porque me pareció clave para el problema de la dispersión por abarcar muchas cosas. Bueno, según Time, a la mayoría de las encuestadas ya no les interesa vivir en pareja, convertirse en amas de casa. Dentro de esta elección, hay montones de posibilidades: tener novio, sexo ocasional, fecundarse in vitro...
–Tener la batuta de la conducción en “A la carta”, compartirla con Hernán Chiozza en “Inutilísimos”, ¿te procura un poder que desconocías?
–Sin duda es ocupar otro lugar, pero sin sentirme poderosa, porque al mismo tiempo nunca me he sentido más guiada, apuntalada. Tampoco voy a negar que es un rol de una cierta autoridad, pero me ha costado cumplir todos los pasos y tiempos del programa. Conducir exige otra concentración. Creo que he ido ganando espacio al adaptarme. Es muy piola trabajar con la productora Verónica Rondinoni: no es ninguna improvisada, sabe mucho de televisión y está dispuesta a poner contenidos sin que se le caiga el programa. Ella también es la productora de “Inutilísimos”.
–¿Cuándo y cómo aparece “Inutilísimos”? Aclaremos que un programa de bloopers del mismo canal, que en su reciente primera edición mostró a Maru Botana tentada de risa a punto de bailar un tango, que se cae al piso, no se quiere levantar y cuando se va deja un charquito.
–En realidad, me llamaron para que fuese a darle una mano a Hernán Chiozza, que iba a conducir el nuevo ciclo, para que se soltara en el tema del humor. Fue fascinante lo que ocurrió: la pasamos tan bien y nos reímos tanto que el canal decidió que lo hiciéramos juntos.
–Cuando estás lanzada en un sketch muy cómico, donde improvisás, ¿entrás a veces en una especie de trance, te baja una inspiración –como decía Alberto Olmedo– de la luz colorada de la cámara encendida?
–Algo te pasa, es verdad. Andy Warhol decía que cuando iba a la tele le parecía que estaban todos muertos hasta que se encendía la luz, ahí empezaban a vivir. Y esto que decís de Olmedo y el trance, creo que pasa sobre todo con el humor. En el teatro no hay nada mejor que una sala muerta de risa. Para los budistas la más alta sabiduría está en el humor y en el sentido común.
–¿Renunciaste a un canal de TV abierta porque no te convencía la imagen de la mujer que proponían?
–De verdad, la gente que me llamó me gusta, pero todo el formato tenía un detalle que no puedo aprobar: los culos femeninos puestos de una manera más exacerbada de lo habitual. Todo lo demás estaba bien. Fui a decir: así no, este detalle lo encuentro poco progre, anticuado. “¿Te molesta que haya dos minas más?”, me preguntaron. “Por favor –les dije–, lo que me jode es que estén reducidas al culo.” Me pasó algo semejante con otro programa, “Viva la diferencia”: iba a haber una mina desnuda en una bañadera con agua, le tiraban fichas y los tipos tenían que sacarlas. Y me di cuenta de que no tenía cara. “Vos no lo tenés que hacer”, me decían. Pero yo no podía estar ahí, avalando. Mirá, yo amo la TV, en serio. Tengo como una perdición irracional. Aunque sé que es un medio bastardeado, pobre, descartable, la amo igual. Pero tengo mis principios y mis convicciones.