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por Rodrigo Fresán

“¿Cuándo perdí interés en ser presidente?”, se preguntó alguna vez Burroughs. “En el momento en que nací y, probablemente, mucho antes”, no demoró en responderse. Mejor, seguro, convertirse en supremo emperador outsider de su propio mundo privado. Invitado en 1993 a formar parte de la Academy and Institute of Art and Letters, Burroughs puntualizó: “Veinte años atrás decían que mi único lugar era la cárcel y ahora me dicen que pertenezco a su club. No los escuché entonces, no voy a escucharlos ahora”. Antes, la cultura pop y rockera lo había canonizado en vida. Bandas como Steely Dan y The Soft Machine sacaban sus nombres de sus libros y gente como Lou Reed, Dennis Hopper, Patti Smith, Jim Jarmusch, Kurt Cobain, Gus Van Sant, Tom Waits, Hunter S. Thompson y U2 se arrodillaban a sus pies. Decir Burroughs era (es) como decir una marca de prestigio. Así, la Leyenda Burroughs –que nace en 1914, se solidifica a partir de la explosión beat y abandona físicamente nuestro mundo en 1997 para seguir su rumbo vaya uno a saber dónde– tiene su inicio y gloria mucho tiempo antes que en los días del camino zen y bebop; su intersección con Kerouac & Ginsberg no es más que otro accidente en un largo viaje que empieza con la figura de un chico “incurablemente inteligente” nacido en el seno de una familia acomodada y quien, según sus compañeros de escuela, parecía “un cadáver caminante”. Burroughs –por su parte y luego de haber sido atacado sexualmente por un veterinario novio de su nodriza a los cuatro años– se consideraba “un especie de agente secreto extraterrestre a la espera de que sus órdenes fueran convenientemente decodificadas”. En algún momento empieza a escribir su primer libro titulado Autobiografía de un lobo. “Querrás decir ‘biografía, ¿no?”, le corrigió su padre. “No”, insistió el pequeño William –ya aficionado a las armas de fuego y lanzado a una vida de sonido y furia y visiones– con todos y cada uno de sus ocho años. El próximo paso –anunció a sus cada vez más preocupados padres– sería convertirse en el hombre invisible.
De todos los monstruos clásicos imaginados por la literatura y, después, por el cine de los estudios Universal, tal vez no haya uno más triste, inquietante y difícil de comprender que el hombre invisible. Preguntas: ¿No ser visto equivale a dar miedo? ¿No ser visto significa que se puede estar en todas partes porque la invisibilidad es una de las señas distintivas de Dios? ¿No ser visto es ver todo?
Luego de años de lucha, William S. Burroughs finalmente consiguió que le pusieran el apodo en México y en español: El Hombre Invisible. Y Burroughs –todo un caballero– decidió hacerle honor al asunto y obedecer a la potencia de su alias y volverse un artista de una sólida transparencia. El tipo de conducta que adoptan todos esos que se adelantan a su tiempo y que se sientan a trabajar y a esperar que el tiempo los alcance. Mientras tanto y hasta entonces, Burroughs escribió libros involuntariamente proféticos –como suelen serlo las profecías que se cumplen– y organizó otro mundo que está en éste (la Galaxia Interzone donde “hablar es mentir” y “vivir es colaborar”), donde los métodos del cut-up preanunciaban la estética del videoclip y la ética del zapping.


Naked Lunch, Nova Express, Exterminator!, Interzone y la trilogía compuesta por Cities of the Red Night, The Place of Dead Roads y The Western Lands son aullidos susurrados del hombre que –junto al ya citado mitólogo Jack Kerouac y al ya citado profeta Allen Ginsberg– adoptó el rol de Gran Maestro Teórico dentro de la Santísima Trinidad Beatnik. Burroughs fue, de ellos, el último en morir y el que –todo parece indicarlo– ha creado una obra más personal y perdurable con la potencia de un legado maldito. Como lo que ocurre con sus colegas, se hace difícil discernir dónde termina el personaje y dónde empieza la persona. La potencia anecdótica de alguien que sobrevive a todo lo tóxico, asesina a su esposa por accidente, aparece tanto en películas indies como en la megacorporación MTV, es señalado por el poco efusivo Norman Mailer como “el único novelista norteamericano al que se puedeconsiderar como poseído por el genio” es ilimitada o, por lo menos, difícil de cartografiar.

Libros del desasosiego
En los últimos años, los libros de conversaciones con Victor Bockris, los homenajes colectivos como The Rolling Stone Book of Beats y Beat Writers at Work o el individualista, magnífico y comprehensivo Word Virus: The William Burroughs Reader no hacen más que volverlo más invisible a partir de la exhibición saturante de sus muchos rostros. Tal vez por eso, cerca del final, Burroughs permitió que, a finales de 1994, James Grauerholz –su manager y “ordenador” literario– ensamblara a partir de notas dispersas, pero disciplinadas el breve pero poderoso My Education: A Book of Dreams (publicado en español por Península), que presentaba la primera pista certera del Burroughs más íntimo y sin alias. El formato de Diario en el Sistema Burroughs no sólo funciona como territorio de autobiografía o laboratorio de ideas sino, también y básicamente, como de cuarto oscuro donde revelar una existencia alternativa y sintética y final. Atrás quedan todos los disfraces de sí mismo para, por fin, presentarse como única posibilidad de entendimiento. “Me utilizo a mí mismo como punto referencial con el que medir tendencias presentes y futuras. No es megalomanía. Soy, simplemente, el único artefacto de medición del que dispongo”, escribe. Allí –con la coartada de un recuento de sueños– aparecía en sus primeros diarios un escritor despierto preparándose ya para acudir a una última cita con el sueño eterno sin por eso rendirse en su eterna y paranoica lucha contra los conocidos enemigos de siempre: los “Guerreros de la Droga”, los imbéciles y didácticos oficiales del FBI, los destructores del medio ambiente y muy especialmente los que odian a los gatos. My Education es un libro triste y feliz al mismo tiempo, marcado a fuego, en sus últimas páginas, por el suicidio de su joven compañero Michael Emerton. Burroughs recibe esa muerte ajena como el virtual principio de la suya y escribe –con mano artrítica y “caligrafía de araña”– lo que ahora se publica, en forma póstuma, como su testamento literario y despedida de este mundo: Last Words: The Final Journals of William S. Burroughs. Pero primero mueren los gatos, muchos gatos.
En la cubierta de Last Words aparece la fotografía de alguien que parece un faraón egipcio embalsamado en vida. Su rostro flota sobre un arbusto de rosas haciendo sensible y amable, por una primera y última vez, a quien era más fácil de relacionar con el metal frío o los calientes líquidos intravenosos. Ocurre que los “diarios finales” de Burroughs muestran y revelan a un hombre frágil luego de tantos años de luchar contra sus demonios privados. En sus páginas, Burroughs es un hombre enfermo, pero todavía fuerte y dispuesto a seguir creando hasta el último momento. Grahuerholz ha conseguido convencerlo de que se pase del caos de escribir en fichas al orden de los cuadernos y Burroughs empieza a escribir a mediados de noviembre de 1996 –de a pocas líneas y con la dificultad de una garra agarrotada– lo que será su último libro. La primera de las entradas se ocupa de la muerte de su gata Calico Jane y –a lo largo de 168 fragmentos– los diarios reflexionan sobre libros que lee o leyó, se indignan ante la recurrente estupidez de sus compañeros de especie, se lamentan por la muerte de sus adoradas mascotas y amigos y, finalmente, anuncian la inminencia del propio fin.
Este Burroughs último sorprende como un Burroughs dulcificado no por la acumulación de la experiencia sino por la inesperada novedad de un gesto último y redentor. En la lectura del aparentemente inconexo y descarrilado Last Words se adivina el curso subterráneo de una trama tan invisible como aquel que intenta primero ocultarla y, enseguida, se rinde ante lo inevitable: ya no queda tiempo para esconder tanto amor debajo de tantoodio, ha llegado la hora de descansar en paz. AMOR con mayúsculas es la última palabra escrita por Burroughs antes de volver a su planeta de origen. Las órdenes habían sido decodificadas y, por fin, obedecidas.

 

últimas palabras

JUEVES DE UN NOVIEMBRE 14, 1996. El 10 de noviembre Calico fue atropellada en el cruce de la calle 19 con Learnard. Me enteré el 12 por boca de José. Tom había visto a la gata a un costado del camino. Los espacios vacíos donde la gata había estado, hacían doler físicamente. La gata es parte de mí. Cada mañana desde entonces rompo en incontrolables llantos y sollozos cuando recuerdo donde ella solía estar, yacer, moverse, etc. No es cuestión de histrionismo. Simplemente sucede. Así que un sueño recordado: Oh, también había un gato en él. No estoy seguro de que pudiera encontrar su rumbo.

MIERCOLES NOVIEMBRE 20, 1996. Mis siniestros rivales dicen que me estoy valiendo de mi reputación como escritor para conseguir interés por mis pinturas. Por supuesto que es así. En esta vida, el mejor consejo es siempre utilizar las propias cartas lo mejor posible.

DICIEMBRE 14, 1996. JAMES DAY. La historia de la Familia Burroughs. Vagos y cuestionables fantasmas pidiendo letra desde las ventanas de tíos remotos:
“Siempre fue muy amable conmigo salvo cuando bebía”.
Para poner las cosas en claro: William Seward Burroughs, creador de la primera máquina de sumar. Murió en Citronelle, Alabama, de tuberculosis a los 41 años. Dejó cuatro herederos: Horace, Mortimer, Jennie, Helen.
El administrador del legado tuvo la última palabra: “compra a la familia todas las acciones que anden por ahí. Dales $100.000 a cada uno de ellos.” Mucha plata en esos días, cuando un dólar de plata compraba una cena de primera que hoy no podría ser comprada a ningún precio y mucho menos un buen culo.
Por insistencia de mi madre, Pa se quedó con un pequeño montón de acciones Burroughs. Con eso compró la Burroughs Glass Co.
Hechos. Fragmentos de detalles filtrados por Madre. Pa había asesinado a un niño negro hacía años. Entra a un cuarto oscuro y ahí está el hermano Horace con garras...
Madre sobre Horace: “Cuando entró a la habitación era como si alguien hubiera salido.”
¿Se suicidó rompiendo una ventana y usando los cristales para cortarse las venas? No me suena como un drogadicto.
Horace dice:
“No fue así, Bill. Me mataron. Ellos, los que me mataron, son quienes tú piensas que son.”
“¿Por qué? ¿Qué pasó con Helen? ¿Horace... entras?”
¿Fue así? Hace muchos años...
Yagé mucho da. Ve un zorro.
“¿Por qué no?”
No hubo sueños la noche de ayer. Imposible recordar algo.
Tienes droga, tienes esperanza.
Sólo permite que tu mano se haga cargo y...
“Tranquilo, en cualquier drugstore. Entrar, un billete de cinco y... la morfina está lista y dispuesta y, por supuesto, la jeringa.”
El primer pinchazo en mi vena fue un
accidente.

MARTES, DICIEMBRE 31, 1996. Voy a empezar mi auto... ya sabes... Si él... Entonces sentí el roce de un poder superior y me convertí en un adicto a la morfina. Lo mejor que jamás he hecho por mí mismo. Si la Medicina de Dios podría haber terminado como cualquiera de esos tipos estilo “Escribiré la Gran Novela Americana” que nunca despega del suelo o, peor, un académico alcohólico.

MARZO 16, 1997. DOMINGO. Leyendo The Last Don de Mario Puzo. Novela interesante. Parece que a un asesino a sueldo no se le permite disfrutar de su trabajo. Dicen que, si se divierte, tiene “una boca ensangrentada” y eso no le gusta a los mafiosi decentes...
El Don arriba a una conclusión: escribirá novelas de terror y producirá películas de terror.
La pornografía es una arma poderosa dirigida desde puestos de feria, películas, teatros de revistas.
Todo se hace lento.
No hay sitio...
Recuerdo como mi abuelo, inventor de la Máquina de Sumar Burroughs, se enojó tanto que arrojó sus prototipos por una ventana que daba a un baldío. A la mañana siguiente tenía su respuesta consistente y tan simple como un cilindro con aperturas lleno de aceite que garantizaría siempre el mismo y correcto resultado.
Bravo, Abuelito, quien murió consumido en Piney Woods.
Puedes ir y leer en una placa conmemorativa de acero inoxidable: “Sagrado para la memoria de William S. Burroughs.”

MARZO 18, 19, 1997. MIÉRCOLES. Dicen que sólo el amor puede crear, así que quién puede amar a un jodido ciempiés. Tiene más amor en él que yo. Pero, ahora, matar a un ciempiés me hace sentir más seguro; como si dijera: uno menos.

MARZO 22, 1997. SáBADO. ¿Quién mierda es “Ernest Vail”, el novelista que aparece en The Last Don? “El más grande escritor norteamericano”... un “tesoro nacional”, ni más ni menos. No existe nadie así, ni siquiera nadie que se acerque a eso. ¿Quién? ¿Bill Gaddis? No. No hay nadie que les llegue a los talones a Hemingway, Faulkner, Fitzgerald, Genet, Beckett... ¡Mira! ¡Nada! Cero. Ni siquiera un Kerouac...
Yo gano gracias a que nadie ha pagado sus cuotas a tiempo.

TODAVíA ABRIL 3, 1997. JUEVES. Allen Ginsberg se está muriendo de cáncer. “Entre dos o tres meses”, le dijeron los matasanos, y él respondió: “Creo que menos”. Él dice: “Pensé que iba a estar aterrorizado y en cambio no puedo creer el entusiasmo que siento ahora”. Sólo espero que no lo llenen de adminículos de sofocación. “Allen escribe poemas... está inspirado”.
Los principios de la vida llegaron a este planeta a bordo de cometas.

ABRIL 5, 1997. SáBADO. Allen Ginsberg murió esta mañana; en paz, sin dolor. Tenía razón. Cuando los médicos dijeron 2-4 meses, el dijo: “Creo que menos”.
ABRIL 12, 1997. SáBADO. Hoy he aprendido qué se siente convertirse en una Bestia. El modo en que los dientes se alargan a través de mis encías ensangrentadas, el pelo crece en mi carne y piel como un millón de agujas ardientes, las garras surgiendo de mis dedos.
Mi rostro es ahora un fluido y adoptará cualquier forma. Por ejemplo, el “chico radiante” de Fitzgerald, 1920. Chico Radiante en mi rostro ahora. La Bestia es el ahora. El Chico Radiante 1920 es el entonces. La Bestia come de adentro para afuera. Es muy doloroso. Escribir, gritar, gruñir, aullar, dolor de bestia.

ABRIL 29, 1997. MARTES. En este instante, 5.04 P.M., experimento un vívido sentimiento. La presencia de Allen. Afuera, entre las hojas. Lo veo con claridad. Está tocando en un instrumento desconocido una especie de balada cowboy.
“¿Estás consciente, Allen?”
“Sí, pero apenas.”
Fría y breve respiración.
“Entra, por favor, Allen... triste y vacío aquí. ¿Qué hay allí, Allen?”
“Tú nunca amaste a nadie salvo a tus gatos, tu Ruski y Spooner y Calico... ¿Madre, Ian, Brion, Anthony Balch?
Allen murió el 5 de abril, 1997.

MAYO 5, LUNES, 1997. Si una plaga va a eliminar a la tercera parte de la población, sólo rezo porque no se limite a despachar a seres humanos sino también a los animales domésticos, en especial a gatos y perros. La imagen de un trillón de gatos sin dueños es demasiado horrible de ser contemplada.

MAYO 7, 1997. MIÉRCOLES. Bueno, parece que salió tu número Burroughs. Al menos así parece desde aquí. Mira, es un puro Hopper ahí afuera: una calle de los suburbios, árboles, un camino que, como de costumbre, no conduce a ninguna parte; hace tiempo que ya no hay oxígeno que respirar, no hay nada aquí y ahora.

JUNIO 6, VIERNES, 1997. Me pregunto acerca del futuro de la novela o cualquier tipo de escritura. ¿Hacia dónde va o dónde puede ir? Después de Conrad, Rimbaud, Genet, Beckett, St. John-Perse, Kafka, James Joyce...
Paul Bowles, Jane Bowles –estos dos dentro de un categoría especial donde sólo se hace una cosa, pero se la hace muy bien. Con Paul viene una siniestra oscuridad, como película sin revelar. ¿Con Jane? Hace que sus personajes se muevan y cuenta lo que los motiva; pero ella es demasiado especial para teorizar.
¿Qué queda por decir?
Oh, me olvidé de Graham Greene. The Power and the Glory. ¿Y Hemingway? Tal vez no quede demasiado “jugo”, como decía Hemingway, y no mucho como para unirte a los selectos: Joyce y compañía. “No alcanza, Papa. Te mataste a ti mismo por vanidad, autoinflación, y cuando el globo se pincha...” Sabía que estaba acabado: “Ya no vuelve más por aquí”, decía una y otra vez. Él ya no estaba por allí. Volviendo a lo de la escritura... “revenons a ces moutons.”
Tal vez ya no haya nada más que decir a un nivel de verdades básicas. Conrad dijo muchas verdades en Under Western Eyes y Lord Jim... Y Genet, en la costa española... Puedo sentir su furia bajando por los muelles donde los pescadores quizá le arrojaran un pescado que él más tarde cocinaría con sal sobre un fuego desnudo. ¿Por qué seguir?
“El tranvía dio una vuelta en U y se detuvo. Era el fin del recorrido.” Paul Bowles, final de The Sheltering Sky. Cielo. Cielo.
Ni siquiera puedo escribir la palabra “cielo”.
Supongo que me siento...
¿Para qué seguir?

JUNIO 17, 1997. MIÉRCOLES. Allen Ginsberg: El Movimiento Beat fue más un movimiento sociopolítico que literario (Qué oración horrible. Debería arrastrarse y morir).

JULIO 9, 1997. MIÉRCOLES. Fletch murió hoy. El vacío que deja, los sitios que solía ocupar. My Fletch, mi Fletch. Los lugares vacíos que solía ocupar. ¡Mi Fletch, Mi Fletch! El pesar puede matarte. Mi Fletch, Mi Fletch... Puede matar una parte tuya.

JULIO 20, 1997. DOMINGO. Dicen que un escritor debe poseer algo que hace con sus manos (además de escribir, claro). Sacar pelos de gato de una manta parece ser lo mío. Eso y tirar al blanco.

JULIO 27, 1997. DOMINGO. ¿Qué puedo decir? ¿Por qué, quién, dónde, cuándo puedo decir? Las lágrimas no valen nada si no son genuinas, lágrimas del alma y de las tripas, lágrimas que duelen y retuercen y lastiman y desgarran.
La forma en que Fletch solía correr por la habitación delantera y meterse bajo la cama y ahora... bueno, ahora ya no tengo que cerrar la puerta.
Mi Fletch, Mi Fletch...
Duelen, estos pedazos míos y de Fletch, como extremidades fantasmas. Pongo los platos con comida, sólo necesito dos platos ahora.
Oh, mi Fletch...
Mi Spooner, Ruski, Calico.

JULIO 28, 1997. LUNES. El doctor me pidió más sangre mía para sus análisis. Se la di esta mañana. Si uno es inmortal, imagina el dolor de la pérdida, una y otra vez, mientras los otros van muriendo de a uno. Ultimas palabras de Tim Leary: “¿Por qué no?”

JULIO 29, 1997. MARTES.
Buena sesión de tiro al blanco.

JULIO 30, 1997. MARTES. ULTIMA ENTRADA. El precio de la inmortalidad, por supuesto. ¿Por qué habrás pensado en estas cosas? Yo lo hice. Pensar no es suficiente. Nada lo es. No hay un final con suficiente sabiduría, experiencia... cualquier jodida cosa. No hay Caliz Sagrado, ni Satori Definito, ni solución final. Sólo hay conflicto. La única cosa que puede resolver el conflicto es el amor, como el que yo sentí por Fletch y Ruski, Spooner y Calico. Puro amor.
Lo que siento por mis gatos ahora y antes.
¿Amor? ¿Qué es Eso?
El más natural calmante que existe.
AMOR.

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