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Gran industria y favela

por Raúl Antelo

A mediados de los 70, Fernando Henrique Cardoso denunciaba la ausencia, en la crítica cultural contemporánea, de un libro llamado Grande indústria & favela, menos volcado hacia las improbables virtudes del líder empresarial y más sensible sin embargo al modo de ser y a la manera de intuir el futuro de las capas populares, un libro capaz de ver en la favela no el reducto de la marginalidad sino la prisión de los trabajadores de las periferias sin fin.
Las ironías de la historia le brindaron al entonces sociólogo crítico y hoy presidente de Brasil la posibilidad de convertirse en autor del soñado complemento del clásico de Gilberto Freyre, Casa grande & senzala (1933), aunque el foco actual, el del proceso de fusiones y megafusiones globalizadas, contrariando el diagnóstico original, se concentre, una vez más, en el capitán, ya no de industrias, sino de operaciones financieras. No es en vano, por cierto, que otro sociólogo, el alemán Ulrich Beck, vea hoy día una paulatina brasileñización de la Europa post Muro. Ni que un filósofo como Peter Sloterdijk nos alerte sobre las amenazas del parque zoológico, es decir, los riesgos de biotecnologías que desde la casagrande global se imponen a las periféricas senzalas nacionales.
Pero volvamos a Gilberto Freyre y a su crítico. Aunque falle en su apreciación puntual, debemos concederle al sociólogo Cardoso la virtud de haber visto en su precursor el empeño de urdir una fábula identitaria, integradora de los márgenes, que en muchos puntos evoca las construcciones nacionales de Borges. Observaba Cardoso con razón que Freyre, tal como Borges, aunque de otro modo, hizo lo que quiso con las palabras y con el pensamiento, lo cual permitía inscribirlo, legítimamente, en el mundo de los escritores que encantan. Argumentaba incluso el actual presidente que los argentinos, para conocerse, podían prescindir de Borges, de sus puntos de vista reaccionarios y su “infinita complacencia con la reacción más abyecta”, defectos que se le atribuían a motivaciones individuales suyas, como persona concreta a quien la izquierda siempre cuestionó, llegando, muchas veces, hasta a negársele la lectura.

Imágenes de Brasil
Con Gilberto Freyre, en cambio, la cosa era diferente. La delirante inventiva o la falsedad científica .-sus observaciones respecto de los indios brasileños, por ejemplo, no se sostienen tras un examen antropológico más agudo.- son, al contrario, constitutivas de un mito nacional y, en ese sentido, no pertenecen sólo al mito (a una ley o gramática) sino a todos los brasileños (es decir, a enunciados reiterados, específicos, culturales).

Contienen, por cierto, su lado inaceptable, reprobable; pero es lo reprobable de una propiedad nacional. Cuando no podemos deshacernos de ese lado abyecto, decía Cardoso, nos apiadamos de él conmovidamente: lo racionalizamos, justificamos, inventamos. Todo lo cual le hacía concluir al autor de la teoría de la dependencia que Casa grande & senzala tenía la estructura del mito, ya que era recibido como una ficción atemporal.
Como algunos otros poetas o pintores brasileños (Murilo Mendes, Ismael Nery), Gilberto Freyre buscaba salir del tiempo, refutarlo, abstraerlo y liberar, con la suspensión de su vigencia, una suerte de transficcionalidad que circulara, recíprocamente, entre literatura y sociología, entre presente y pasado, entre creador y criatura. Nada ingenua, una operación como ésa está inscripta en el debate sobre agotamiento del modernismo que en Brasil comienza, muy tempranamente, en 1936.
Ese año, la revista Lanterna Verde lanza un debate sobre la crisis de las vanguardias en que Murilo Mendes sustenta no ya la caducidad de la tradición, como quería el modernismo de 1922, sino la primacía de lo eterno, mientras Freyre defendía la mutua presuposición entre sociología yliteratura. Años más tarde, en una conferencia, él mismo disecaría las relaciones entre modernidad y modernismo, entre literatura y política, atacando, fundamentalmente, al principal promotor de las rupturas de cuño liberal, el escritor paulista Mário de Andrade mientras, simultáneamente, Murilo Mendes discriminaba su preferencia por el concepto abierto y dual de modernidad, frente al estrecho y residual de modernismo. En su libro El discípulo de Emaús, publicado en 1945, año de la muerte de Mário de Andrade, se lee precisamente esa noción baudelairiana, ambivalente, de modernidad, en que lo efímero y lo eterno se entrelazan, como, por ejemplo, cuando Murilo anota que
La muerte de una persona amada no sólo nos confronta con lo absoluto; nos ofrece una experiencia anticipada de nuestra propia muerte. El choque entonces recibido proviene de que pasamos de la comunidad con la vida a la comunidad con la muerte.

A través de la abstracción de espacio y tiempo, Murilo Mendes nos propone un dispositivo semejante al de Freyre: una máquina para salir de la literatura y entrar en el mito y, al contrario, partir, de manera complementaria, del mito para acceder a la literatura. Por esos motivos Freyre se encanta con la obra transgresiva de un polimorfo como Flávio de Carvalho, reservándole la categoría de auténtico disidente pós-moderno, ya a partir de su carnet Los huesos del mundo (1936), idea que luego desarrollará en Más allá de lo apenas moderno (1973). Revela así un amor nietzschiano por lo paradojal que se capta en algunas de sus crónicas de aprendiz, escritas en Nueva York al comienzo de los años veinte. En una de ellas exalta el estereotipo iluminista (el alfabetismo constituye la mayor realización de un pueblo) porque de su extrañamiento y desfamiliarización deriva el acceso a alguna verdad, por ejemplo, la de una mayor creatividad en los sectores iletrados de la cultura. Contra la premisa “blanca” de educar al soberano, Freyre reivindica la mulatización del mundo civilizado.

Recife-París
Es esa misma reversibilidad entre lo factual y lo ficcional, que disocia la experiencia de cualquier empirismo y le devuelve volumen de lenguaje a toda representación, lo que lleva a Roland Barthes a ver en la obra de Freyre un modelo de escritura política. En la reseña de Casa grande... (que en francés tiene un título demasiado hegeliano, Maîtres et esclaves) publicada por Lettres Nouvelles en 1953, destaca Barthes que “introducir la explicación en el mito es para el intelectual la única manera eficaz de militar”.
La observación nada tiene de gratuito y nos permite, en cambio, reconocer los tenues rasgos de una cierta brasileñización europea de posguerra. Así como Tristes trópicos, el libro de Lévi-Strauss escrito en Brasil bajo la dictadura de Vargas, propone que entre fuerzas activas y reactivas, entre inclusión y exclusión o, para decirlo con los términos usados por su autor (que, en rigor, son de un poeta, Oswald de Andrade) entre lo antropofágico y lo antropoemético existe rigurosa complementariedad, del mismo modo, en Casa grande & senzala podríamos leer la matriz de una escritura política que, para diferenciarse de la fenomenología, el mismo Roland Barthes activaría en sus Mitologías.
En efecto, como ante Michelet, Barthes no sólo se encanta por el valor metodológico de Freyre, parangonable al de Marc Bloch o Lucien Febvre, sino que se apropia de la fusión operada con elementos oriundos de la salud o la dietética que, en última instancia, conforman la cuadratura del círculo de todo historiador. Así, a juicio del futuro semiólogo, “el libro de Freyre está como dinamitado de hechos concretos, recogidos mucho másallá del documento escrito o la observación turística, en una ecología brasileña enteramente subyugada por la proximidad de su prehistoria étnica”. Por esa atención al dato específico, por el interés en una sexología en escala histórica, en suma, por la atracción hacia lo heterogéneo, que era también la marca registrada de Bataille y los escritores nucleados por la revista Documents, es fácil reconocer en el historiador cultural Roland Barthes los móviles de una pasión teórica que, más tarde, él mismo nos ofrecerá en Ensayos críticos, Sade, Fourier, Loyola o Lo obvio y lo obtuso.
Digámoslo de otro modo: si Cardoso subraya el carácter gregariamente nacional que tienen las ficciones de Freyre, también podríamos, con la escala de los años transcurridos, releer los elogios barthesianos a la innovación, a la inteligencia y al rigor pero, no menos, al coraje y al combate “brasileños” de Freyre como una manera de acentuar las marcas de enunciación que se volverían indisociables del estructuralismo. En pocas palabras, son las estrategias ficcionales a través de las cuales Freyre funda lo nacional brasileño las que nos permitirán, justamente con la abstracción del tiempo, hablar de un estructuralismo “francés” inequívocamente representado por el mismo Barthes.
Todo el esfuerzo de Freyre coincide por tanto con lo que Leiris, Caillois, Bataille y sus discípulos ensayarán en los años de la guerra: fingirse extranjeros a la sociedad a la que pertenecen, pero que simultáneamente describen. Este hecho, marca de una revolución sociológica que crea la antropología urbana, se asienta, como se ve, en una ambivalencia valorativa (el dato escindido, dual y baudelairianamente moderno de Freyre y de cierto modernismo tardío en Brasil).
Gilberto Freyre trabaja con testimonios indirectos: elige, como Borges, los relatos de viajeros europeos para, a partir de apropiaciones que guardan similitud con el ready-made vanguardista, hacerles decir a los testimonios lo que hasta entonces no decían. Pero en ese acto de traducción, el mismo testimonio se modifica y encuentra su razón de ser, su más-allá-del-documento. El testimonio lo es siempre de un proceso de desubjetivación y, en el caso de Freyre, esa desubjetivación tiene un nombre: lo híbrido.

Culturas híbridas
Siendo lector pionero de Fernando Ortiz, cuyo concepto de transculturación cita ya en una conferencia de los años 30, se vuelca en Casa grande & senzala hacia el hibridismo cultural, de origen portugués, suerte de “bicontinentalidad que corresponde en población tan vaga e incierta a la bisexualidad en el individuo”. A través de la proliferación diseminada de lo híbrido, critica, en el fondo, el concepto todavía iluminista de transculturación, que reduce lo cultural a lo letrado y éste a lo urbano-colonial.
Más que indicar un sentido, una dirección o una evolución para las prácticas culturales, el hibridismo no señala límites sino umbrales. No arma conjuntos aunque se interesa por la des-colección antropológica, en atención a la prominencia de los usos culturales y de las prácticas etnográficas que, con Clifford, podríamos llamar surrealistas. No fija un lugar inequívoco para las nuevas subjetividades sino que estimula, al contrario, el nomadismo y la inserción doble. Es decir, afirma, ambivalentemente, una substancia específica (lo colonial es un lugar enunciativo), pero también la ausencia de identidad como materialidad (el sujeto es mera posicionalidad discursiva).
Como se puede observar, las premisas de hibridismo cultural de Freyre están más próximas del concepto de hymen de Derrida que de las oposiciones binarias de Lévi-Strauss y no debe sorprendernos por tanto que un crítico como el indo-británico Homi Bhabha sea, a su modo, aunqueinvoluntariamente, un heredero de Freyre. Por eso, cuando escribe El lugar de la cultura (1994) Bhabha está, de cierto modo, atendiendo al pedido de Cardoso: mostrar que en las sociedades globalizadas el lugar de la cultura es aquel hiato, que sin embargo es también himen, que une especulación y periferia, acumulación y deyecto. Son buenos motivos para releer a Gilberto Freyre y encontrarles nuevo lugar a sus reflexiones.

La integración cultural
como bandera

por Daniel Link

Gilberto de Melo Freyre nació en Recife el 15 de marzo de 1900 en el seno de una familia de la alta burguesía pernambucana. Concluyó sus estudios secundarios en 1917 y partió inmediatamente hacia los Estados Unidos, donde ya estudiaba su hermano mayor. Allí realizó estudios en ciencias políticas. Como estudiante de posgrado fue discípulo del antropólogo Franz Boas y del sociólogo Franklin Giddings en Columbia (Baltimore). Espíritu inquieto, Freyre fue amigo del filósofo John Dewey y los poetas William Butler Yeats y Amy Lowell. Vuelto a Brasil en 1923 organiza, tres años después, el I Congreso Brasileño de Regionalismo, de tendencias contrarias a las de la Semana de Arte Moderno realizada cuatro años antes en San Pablo. Durante ese congreso lanzó su Manifiesto regionalista, base de un movimiento cultural antimodernista, al que se suman los escritores nordestinos José Américo de Almeida, Jorge de Lima, Luís Jardim y José Lins do Rego. En 1930, como consecuencia del proceso que llevaría a Getulio Vargas al poder, Gilberto Freyre se exilia voluntariamente. En 1932 fue profesor visitante en Stanford (California), donde recopiló información para sus investigaciones sobre las imágenes de Brasil en los textos de viajeros. Al año siguiente, ya de vuelta en Recife, publica Casa grande e senzala (la palabra senzala designa a las barracas en las que vivián los esclavos).
En 1942, ya consagrado como escritor, fue elegido para el consejo de la American Philosophical Association y para el consejo de los Archives de Philosophie du Droit et de Sociologie de Paris. En 1945 accede a una banca como constituyente, lo que le permite introducir importantes enmiendas en el proyecto constitucional. A su iniciativa se deben los artículos relativos al orden económico y social y a los derechos de los naturalizados en la Carta Magna brasileña de 1946. Innumerables son sus intervenciones y publicaciones por esos años, a medida que su fama internacional crece sin pausa. En 1960 la Academia Brasileña de Letras le otorga un premio a la totalidad de su obra, que comienza a suscitar la atención de intelectuales europeos de la talla de Roland Barthes.
La década del setenta lo encuentra integrando el Consejo Federal de Cultura a pedido del presidente Emilio Garrastazu Médici. Por esos años, y ante las fuertes críticas de los intelectuales de izquierda, declara ser “un anarquista constructivo (excluyendo las bombas y los atentados), à la Bertrand Russel y à la George Sorel”. En abril de 1976 se declara a favor de un Estado “asistencialista, no patriarcal” y de un “planeamiento flexible, sin tecnocracia ni centralización”. Su obra se estudia en las principales universidades de Europa y los Estados Unidos como una contribución decisiva al estudio de las razas y la “tropicología”, especialidad que contribuyó a consolidar. Su obra abarca prácticamente treinta libros, entre los cuales se cuentan los fundamentales Casa grande e senzala de 1933 (con traducciones al inglés, francés, alemán, castellano, alemán e italiano), Nordeste (1937, traducido al castellano, francés e italiano), Interpretación de Brasil (1945), Aventura e rotina (1953) y Prefácios desgarrados (1978). Nordeste aparece en Buenos Aires en 1943. De Interpretación de Brasil hay edición mexicana de 1945 y en la misma década Freyre publica dos opúsculos porteños, “Euclides da Cunha” en 1941 y “Una cultura amenazada” en 1943. Victoria Ocampo publica como adelanto en el número 105 de Sur el prefacio de Casa grande, cuya traducción argentina es de ese mismo año y que tendrá enorme influencia, por ejemplo, en la obra de Murena.
La Nación publicó en la década del 40 una serie de artículos escritos especialmente por Freyre para el diario de los Mitre: “Interamericanismo” (8 de febrero de 1942); “Americanismo e hispanismo” (12 de abril de 1942); “Un nuevo humanismo en el Brasil: el científico” (10 de mayo de 1942); “Un paladín del moderno humanismo brasileño: Euclides da Cunha” (12 de julio de 1942); “Prudencia portuguesa” (6 de setiembre de 1942); “Aspecto religioso de la formación del Brasil” (27 de setiembre de 1942) y una serie de reseñas sobre libros brasileños de actualidad, todo lo que no hace sino dar cuenta de una fluidez en las relaciones culturales entre Argentina y Brasil que hoy –en tiempos de Mercosur y de globalización neoliberal– parecen sólo una quimera o una demostración de la paradoja que ha hecho de América Latina una idea al uso de los canales de cable con sede en Miami y de la circulación de ideas un mero efecto de la fragmentación de los mercados.

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