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Mitos, 4

Lo mínimo al máximo

Por Rodrigo Fresan

Call If You Need Me, libro del escritor norteamericano Raymond Carver recién aparecido en Inglaterra –en la editorial Harvill, no hay todavía edición norteamericana– se anuncia, finalmente y por fin, como “lo último de lo último”, el fondo del barril: se acabó lo que se daba. Su título –Llama si me necesitas– tiene algo de invocación espiritista pero, también, de acaso involuntaria ironía y acto fallido, porque está claro que no se ha dejado de llamar y de molestar al muy necesitado Carver desde su fallecimiento en 1988 con la ininterrumpida manipulación de su breve pero contundente obra, con el objetivo de exprimirle hasta la última gota de tinta (o de dólares).
Así, todo parece indicar que la industria editorial –y especialmente su viuda, la no muy talentosa poeta Tess Gallagher– sigue necesitando de Carver como indiscutible clásico contemporáneo, pero también como fantasma benefactor a la hora de sostener la figura de una viuda que se ha erigido en un –otro– médium posesivo al estilo de las señoras de Borges, Cheever, Calvino o Alberti a la hora de la revisitación post-mortem de una obra sólo en teoría cerrada.
No se trata aquí de cuestionar los motivos literarios (Carver, después de todo, es el último gran mito que han sabido generar las letras de su país) o las actitudes personales de familia y herederos, pero lo cierto es que el autor de Catedral lleva publicados casi más libros desde el otro lado que los que llegó a publicar en éste –entre principios de los 70 y finales de los 80–, y lo peor de todo es que mucho del material que justifica esta fecundidad de ultratumba no es más que los mismos naipes de siempre, vueltos a barajar y buscando hacer verosímil un poker mentiroso donde, como mucho, hay tres cartas de un mismo palo.
Así, el grueso de Call If You Need Me –subtitulado “The Uncollected Fiction and Prose”– es en más de sus dos terceras partes un grosero refrito de No Heroics, Please y Fires que contiene sentidos credos y homenajes (a su padre, a su maestro John Gardner, a su primer editor Gordon Lish –a quien, se dice, le debe mucho más de lo que reconoce–, a sus amigos Tobías Wolff y Richard Ford), un puñado de críticas literarias bastante torpes, introducciones bien intencionadas, cuentos primerizos y el capítulo de una novela (The Agustine Notebooks) que quedó trunca y que no presagiaba nada demasiado bueno. Material que el seguidor de Carver, seguro, ya tiene en su poder.
El atractivo del libro –y única razón para desembolsar 15 libras– son las primeras sesenta y algo de páginas que presentan cinco cuentos “nuevos”: dos de ellos descubiertos entre los papeles que el escritor donó a la Ohio State University y pertenecientes a un período temprano –”What Would You Like to See?” y “Call If You Need Me”– y otros tres escritos poco antes de morir –”Kindling”, “Vandals”, “Dreams”–, encontrados por Tess Gallagher mientras vaciaba cajones de algún escritorio. Los cinco fueron publicados a lo largo de 1999 y parte del 2000 en las revistas Esquire y Granta y no aportan nada nuevo, ni tienen por qué hacerlo, al Universo Carver de los hermosos perdedores y la épica doméstica del proletariado yanqui: parejas en desintegración, la sombra del alcohol, hombres en fuga, niños muertos, el fugaz destello de lo epifánico en lo opacidad de lo cotidiano y el elegante vuelo de esa flecha que sale del arco de Hemingway para ir a dar al blanco de Chejov. No es mucho, no es poco, pero sí es pertinente arriesgar una sospecha: con la perspectiva que empiezan a dar los años y a la luz de estos reencuentros más o menos fortuitos, la lectura de Carver comienza a sonar involuntariamente paródica y sus trucos siempre justificados por un “menos es más” cada vez más evidentes y fáciles de adivinar.
“Dreams”, el mejor relato de los cinco, es buena prueba de ello: una situación de alto dramatismo donde se termina sospechando que no hay nada que esconder y mucho menos que descubrir bajo del agua. Se tiene laimpresión de estar escuchando el eco de un eco, variaciones silbadas sobre la misma melodía de siempre para disimular el hecho de que un sketch no es un cuento sino, apenas, un momento de una historia. Y tal vez, de acuerdo, parte de la eficacia de Carver resida en la insistencia del mantra, en la repetición hipnótica, así como los cuadros de Edward Hopper se parecen unos a otros sin ser los mismos.
No se trata aquí de cuestionar la importancia de Carver, pero sí, a la hora de ordenar como corresponde el “Canon Realista Sucio”, de empezar a reconocer que Tobías Wolff tiene mejor humor y más originalidad y que Richard Ford goza de una mayor profundidad y anchura y altura. La promoción de estos cinco cuentos a libro no es reprochable, pero hubiera sido más atinado acompañarlos de material inédito (cartas, diarios, testimonios de amigos, listas del almacén, o como hizo el mismo autor en otra antología bajo otro título de resonancias telefónicas, Where I’m Calling From, nuevas y a menudo reveladoras reescrituras de lo viejo) antes que tener que volver a encontrarnos con lo mismo de siempre más el prólogo de rigor firmado por Tess Gallagher (“Estos relatos de Ray son como agua del cielo recogida en un barril para volver a refrescarnos”), tan parecido a esas compactas liner-notes que suele escribir la viuda Yoko Ono una y otra vez cada vez que ella descubre un –otro– viejo casete debajo de la cama.

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