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Caín y Babel

Por Carlos Gamerro

Después de matar al insufrible Abel, inexplicablemente preferido por Dios, Caín es interrogado por su Creador: “¿Dónde está Abel tu hermano?” “No sé”, responde él, “¿Acaso soy el guardián de mi hermano?” Cuando Stanislaus Joyce comenzó, durante la Segunda Guerra Mundial y tras la muerte de su famoso hermano mayor James, a trabajar en el libro que toma dicha cita bíblica por título (aunque la traducción no la conserve), tenía la idea de hacerlo llegar hasta los años que pasaron juntos en Trieste (1905-1920, con una larga interrupción durante la guerra), cuando literalmente fue el guardián no sólo del talento literario de James, sino el sostén material y emocional de su familia. Pero antes de morir, a la edad de setenta años, apenas llegó a completar la primera mitad, la correspondiente a los años de infancia y juventud en Dublín. Las casi trescientas páginas que dejó se convierten así, más que en una biografía completa del escritor, en un correlato de su primera novela, Retrato del artista adolescente, y de la vida conocida de su protagonista, Stephen Dedalus, que tanto tiene de James Joyce.

El otro, el mismo El guardián de mi hermano o Mi hermano James Joyce pertenece a una particular categoría de biografías (algunas ficticias, otras no) en las cuales la primera persona renuncia a sus fueros (el egocentrismo, fundamentalmente) y se pone al servicio de la tercera: el narrador soy yo, pero el protagonista es él y a él sirvo, ante él me inclino, exagero mi mediocridad para mejor resaltar su genio, me hago el que no entiende para que él me pueda explicar. Ejemplos son La vida de Samuel Johnson de James Boswell (el padre de todos ellos, tanto que los diccionarios de la lengua inglesa incluyen junto a su nombre el epíteto “biógrafo devoto”), la biografía de Kafka de Max Brod, el retrato que Serenus Zeitblom da de su amigo el compositor Adrian Leverkühn en Doktor Faustus de Thomas Mann; pero en ninguno de ellos el vínculo maestro/ discípulo, naturalmente asimétrico, se combina tan peligrosamente con la rivalidad fraternal. La relación entre hermanos tolera mal su estado ideal, que es la igualdad, y corteja siempre la preferencia, y en el hogar de los Joyce nunca hubo dudas de quién era el elegido. Stanislaus llegó al mundo en una casa dedicada de lleno a la veneración del primogénito: nunca conoció un mundo en el cual no hubiera un hermano mayor ante cuyo genio, decretado por los padres, todo el resto de la familia debía postergarse. En lugar de luchar contra lo inevitable, Stanislaus decidió doblar la apuesta: nadie daría más que él por “Jim”, y su propio valor se acrecentaría en la medida en que se volviera imprescindible para él. Abandonó pronto la idea de seguirlo como escritor, no sólo por las inevitables y desventajosas comparaciones, sino por los comentarios adversos y hasta burlones del mayor. Pasó entonces a llevar un diario, que James leyó y calificó como “aburrido, excepto cuando hablas de mí”. Stanislaus entonces lo quemó, y comenzó de nuevo, decidido a no cometer el mismo error: el protagonista de su nuevo diario sería James. Si éste, a diferencia de tantos otros escritores, no se dignaba a apuntar meticulosamente su vida cotidiana en un diario, su hermano lo haría por él. En sus peores (lo que es decir, dramáticamente mejores) momentos, Mi hermano James Joyce se lee como un catálogo de humillaciones, poco mitigadas por el hecho de que el humillado las cortejara y las atesorara para hacer más perfecto su rencor futuro.

Con Stanislaus, James podía ser artero y hasta hiriente, como cuando interrumpía una discusión, en la cual no llevaba quizás la mejor parte, comentando así al pasar: “Tienes una horrible expresión de holandés en el rostro. Compadezco a la mujer que se despierte y la encuentre en la almohada a su lado”. Sabía ser soberbio, diciendo a Stanislaus que no estaba adecuadamente preparado para discutir sobre religión con él, y deshonesto, repitiendo como propias algunas de las muchas salidas ingeniosas de su hermano menor; era desagradecido siempre, especialmente con la ayuda material, que siempre dio por supuesta hasta que encontró patronos más ricos (Stanislaus replicaría repudiando en vida todo lo que James escribió lejos de él: la hipótesis inicial de Mi hermano James Joyce era la historia de un talento único, una flor maravillosa que al alejarse de Trieste .-y de Stanislaus-. se marchitó en lugar de fructificar). Pero la actitud más constante de James era la de una fraternal condescendencia, no siempre exenta de ternura. “¿Son estos tus pensamientos”, le pregunta tras la atolondrada confesión de las dudas religiosas que el hermanito le ha hecho, “cuando vagas por las calles de la hermosa ciudad de Dublín?”

Nora con sus hijos Giorgio y Lucia en Zurich, hacia 1916.

Stanislaus las cuenta frecuentemente como anécdotas graciosas, y en el relativo secreto de su diario, lame sus heridas: “Mi vida fue modelada en el ejemplo de Jim, pero cuando mi reticente tío John, o Gogarty, me acusan de imitarlo, puedo destruir con fundamento la acusación. No es mera imitación, como ellos sugieren; creo que soy demasiado inteligente y mi mente demasiado adulta para ello. Es más una valoración, de lo que, en verdad, más admiro en James, y más deseo para mí. Pero es terrible tener un hermano mayor más inteligente. No se me otorga casi crédito en materia de originalidad. Sigo a Jim en la mayoría de las opiniones, pero no en todas. Creo incluso que Jim toma algunas opiniones de mí. En ciertas cosas, sin embargo, nunca lo sigo. En beber, por ejemplo, en frecuentar prostitutas, en el habla procaz, en ser franco sin reservas con los demás, en escribir verso, prosa o ficción, en los modales, en la ambición y no siempre en las amistades. Percibo que él me considera absolutamente vulgar y sin interés .-no hace ningún intento por disimularlo-. y aun cuando comparto plenamente esta opinión, no se me puede pedir que me agrade. Es una cuestión que ninguno de los dos puede remediar” escribió con llamativa claridad en 1903, a los dieciocho años.

Vida y obra Afirmar, como hace Eliot en el prólogo, que su libro “merece ocupar un lugar permanente al lado de las obras de su hermano” puede parecer temerario, pero se puede afirmar de ciertas escenas, entre ellas la de la muerte del hermano Georgie (utilizada por James para contar la muerte de Isabel en Stephen, el héroe, suprimida luego en el Retrato), o de la hiriente discusión entre hermanos sobre las borracheras, que no desmerecerían las páginas del más genial de los dos.

Si otro talento tuvo Joyce en su vida, aparte del de escribir, fue el de convocar a su alrededor admiradores, adeptos, ayudantes y patronos. Ninguno más fiel y constante que Stanislaus, que fue todas esas cosas a la vez. La recompensa para todos ellos, siempre estuvo claro .-el egoísmo de Joyce tenía la virtud de ser siempre abierto y declarado-. era apenas el honor y el privilegio de haber servido al mayor genio literario de su tiempo, y como predijo Stanislaus en su diario: “pocas personas lo querrán, a pesar de sus cualidades y su genio, y quien intercambia favores con él se expone a llevar la peor parte”.

Si la figura de James llena cada una de las páginas de Mi hermano James Joyce; él apenas dedica espacio, en su obra, a la figura de su hermano, salvo para criticarlo o burlarse, como cuando toma prestadas citas del diario de Stanislaus (el cual leía siempre, sin pedir permiso) para el insufrible señor Duffy del cuento “Un triste caso”. En Stephen, el héroe, la protoversión del Retrato, Stephen tiene un aliado incondicional en su hermano Maurice, pero Joyce arrojaría a las llamas ese manuscrito (sólo una parte del cual, rescatada por su hermana Eileen, llegó a nosotros); y cuando lo reescribió en su totalidad como Retrato del artista adolescente, Maurice había desaparecido por completo y Stephen estaba solo contra el mundo. En la crónica del 16 de junio de 1904, el día más completo de la literatura mundial, que Joyce tituló Ulises, hay innumerables menciones y hasta escenas para el padre y varias de las hermanas de Stephen, pero del hermano menor apenas hay una referencia a su función de interlocutor, de eco o “piedra de afilar” para el intelecto del mayor. Recién en Finnegans Wake, el libro que Stanislaus aborreció hasta el punto de rechazar el ejemplar dedicado que su hermano le envió, hay lugar para “Stannie”, en la perpetua guerra de los hermanos mellizos Shem y Shaun (nombres irlandeses que corresponden a James y John, primer nombre de Stanislaus): el escritor y el cartero, el artista y el hombre de acción, el conquistador del tiempo y el conquistador del espacio, el libertino y el Tartufo, el diablo y el arcángel (invirtiendo la ecuación de Mi hermano James Joyce), Caín y Abel.

Incluso la vida futura de Stanislaus parece estar determinada por la labor de su hermano: la fábula de la cigarra –o langosta-. y la hormiga, (The ondt and the gracehoper, en finneganiano), narrada por el previsor Shaun, parece prefigurar el libro que Stanislaus escribiría: la hormiga despotrica contra la irresponsable langosta, que canta mientras ella se desloma construyendo su imperio de dinero, y se burla cuando llega el invierno de la miseria y las deudas; pero termina reconociendo que no es nada sin ella, que la necesita incluso más de lo que la langosta la necesita a ella.

James Joyce con Sylvia Beach, la editora orginal del Ulises

Cuéntame su vida Una de las ventajas de las biografías es que, bien leídas, pueden convertirse en antídotos del biografismo, al menos del ingenuo. El lector de una obra como el Retrato, o incluso el Ulises, casi inevitablemente realiza continuas “suposiciones biográficas” del tipo “Stephen indudablemente es el mismo Joyce”, “la novela es un autorretrato” o “el protagonista es el portavoz del autor”. Las biografías a veces parecen confirmar nuestras sospechas, pero esto puede deberse a que el biógrafo escribió bajo el hechizo de las páginas de ficción del autor, y “la vida” adquirió así el color de “la obra”. La lectura de Mi hermano James Joyce ayuda a disipar, o al menos matizar, cierta tendencia a la identificación ingenua de Stephen Dedalus con James Joyce: más aún que en la monumental biografía de Richard Ellmann, la figura del alegre, atlético y bromista James que recorre las páginas de Mi hermano no hace más que resaltar sus diferencias con el solitario, debilucho, taciturno e introvertido Stephen: si había alguien serio, intransigente, y dado a la cavilación sombría, si hubo alguien que hizo de su rebelión contra la iglesia un drama, ése fue Stanislaus. Quizás se trate de una venganza inconsciente: si James eliminó al hermano de Stephen de la obra, Stanislaus se ocuparía de mostrar que fue una absorción más que un borrado, que hay mucho más de “Stannie” en “Stevie” de lo que todos creían.

Stephen Dedalus, que parecía una versión apenas disfrazada de James Joyce, se revela como un compuesto, una construcción, no menos que sus contrapartes Leopold y Molly Bloom. En Finnegans Wake, finalmente, el compuesto se separaría en el agua y aceite de los hermanos rivales Shem y Shaun. Es frecuente, en la literatura, exacerbar los caracteres polares de los personajes dentro del marco de la obra, para mejor contrastarlos: lo mismo sucede a veces, en la vida real, dentro del marco de la familia, y nunca más claramente que entre hermanos del mismo sexo: la lucha de Stanislaus por ser como su hermano, y al mismo tiempo diferenciarse de él en todo lo posible, presta a este libro gran parte del drama: suministra un conflicto y una trama a lo que podría haber sido un mero recuento cronológico de momentos y anécdotas. Es llamativo que, con esta premisa, nadie haya querido llevar Mi hermano James Joyce a la pantalla (como sí ha sucedido con Nora, basada en la biografía que Brenda Maddox escribiósobre la mujer de Joyce): a primera vista resulta ideal para ese género biográfico bastardo en el cual una figura menor se revela como la “verdadera” depositaria del talento que el genio famoso usurpó: Camille Claudel, Tom & Viv, Sobreviviendo a Picasso. Pero en la lectura atenta de sus páginas la honestidad emocional de Stanislaus se revela como el mejor antídoto para una transgiversación tal.

Ni siquiera su muerte pudo transcurrir fuera de la larga sombra de su hermano. John Stanislaus Joyce murió en 1955, un 16 de junio, fecha que en todo el mundo se celebra como Bloomsday, el día en que transcurre el Ulises. Es difícil decidir si fue una recompensa a la única y duradera devoción de su vida, o una broma liviana del Dios en el que hacía tantos años había dejado de creer.

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