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Filosofía finisecular

Por Sergio Di Nucci

La situación del filósofo alemán Jürgen Habermas es singular en un doble sentido. Ostenta no sólo las cualidades académicas necesarias para ser interpelado como el profesor alemán más prolífico de la segunda posguerra sino también aquellas que lo volvieron, desde los años 60, una figura pública con mensajes urgentes en la nación europea de pasado más acuciante. Habermas propuso una de las teorías sociales más sistemáticas en la segunda mitad del siglo XX, pero siempre se hizo un tiempo para hablar de los temas más disímiles, sin ingenuidad ni pereza al abordarlos.
Aun así, algunos opinan que, tanto en su obra mayor como en su veta más política, arriba a conclusiones que de tan irreprochables se vuelven inocuas. Que la insistencia en el diálogo para solucionar conflictos no necesita defensas teóricas o convocatorias a la filosofía analítica. O que insistir en alejar a Alemania de su tradición irracionalista no es ya una tarea sustancial para la agenda política del siglo XXI. La reedición de Perfiles Filosófico-Políticos junto con la aparición de La Constelación Posnacional dan cuenta de estos dos costados de Habermas, el filosófico y aquel más atento a las cuestiones sociales.
La nueva versión de los Perfiles Filosófico-Políticos retoma la versión de 1980, ampliada respecto de la original de 1971. A los ensayos sobre Martin Heidegger, Karl Jaspers, Arnold Gehlen, Helmut Plessner, Ernst Bloch, Theodor W. Adorno –a quien le ha sido dedicado el libro–, Alexander Mitscherlich, Karl Löwith, Ludwig Wittgenstein, Hannah Arendt, Wolfgang Abendroth y Herbert Marcuse se le agregan ahora los de Walter Benjamin, Gershom Scholem, Hans-Georg Gadamer, Alfred Schütz, Max Horkheimer y Leo Löwenthal. La intención –explica Habermas en el prólogo– ha sido bajar a un formato más o menos periodístico estudios sobre figuras imprescindibles, o inevitables por su peso, de la vida cultural alemana. Pero este estilo no priva en ningún caso de rigor a la argumentación. La Constelación Posnacional propone, en un tono también periodístico, un puñado de temas y problemas que afronta Alemania en el despunte del nuevo siglo: la adopción del euro, los rebrotes de la tradición del Volk en movimientos neonazis, las perspectivas políticas de Europa o los alcances de la legitimidad ética en la clonación de seres humanos.
Reacciones y digresiones Desde la vertiente teórica, Habermas fue fiel al espíritu de la Escuela de Frankfurt en el interés por Kant, Hegel y Marx, en la combinación a veces tóxica de todos y cada uno de ellos. Acaso lo sea menos en la vindicación que hizo a menudo del primero. Debió hablarse de una segunda Escuela de Frankfurt –de la cual él mismo sería el no siempre voluntario animador– para percibir las distancias que lo separaban, en espíritu e imaginación, de los padres fundadores del Instituto de Investigación Social. A partir de los años 70, Habermas comienza a interesarse por nuevos horizontes. Junto a Karl-Otto Apel estudió sistemáticamente la filosofía angloamericana, al punto de que la pragmática lingüística y los actos de habla del oxoniense Austin y el californiano Searle resultan ahora inseparables de su propia teoría. En su Teoría de la Acción Comunicativa (1980), Habermas identifica a la sociedad como un “segmento de la realidad simbólicamente pre-estructurada”, abierta a un “entendimiento comunicativo”. Durante los 80, su interés principalpasó por elaborar una forma de teoría moral, muy vinculada a la kantiana, a la que llamó “ética discursiva”. Con ella, la racionalidad comunicativa, contraria a la instrumental, posibilitaría instaurar consensos para una más justa resolución de conflictos.
Si como hoy insiste la teoría social, muchos de los problemas sociales son “problemas de legitimación”, la esperanza de Habermas pasa por revelar las normas, acciones y discursos comunes existentes para entablar a partir de ellas estrategias de cambio, siempre desde el plano discursivo. El politólogo inglés John Gray, en su Post-Liberalism, explicitó la renuncia de Habermas a darle un contenido normativo a sus propuestas de cambio. Una renuncia obligada, tras el derrumbe del Muro y del prestigio –no de la eficacia– de las teorías inspiradas en Marx.
Tiempos revueltos, tiempos de todo Si hoy Habermas es acusado de inocuo –y ahí están las interesantísimas páginas de La constelación posnacional para, por lo menos, matizar esta acusación–, en los años 50 el filósofo eludía los paños fríos. En 1953, el sistema académico alemán, más nazificado de lo que gustaban creer muchos universitarios, recibe un ataque frontal por parte de un jovencito de 24 años. Era, claro, Habermas, que había decidido reseñar unas conferencias pronunciadas por Martin Heidegger en el año 1935. A partir de esta reseña, la interpretación de la obra filosófica del rector de Friburgo, así como el lugar que ocupaba en Alemania, cambió radicalmente. Está incluida en Perfiles. El autor concluye que la obra de Heidegger, con todos sus refinamientos interpretativos y citas en griego, es, en definitiva, la de un camarada de ruta de Hitler: “El curso de 1935 desenmascara la coloración fascista de aquella época”.
Heidegger representaba el costado irracional y anti-igualitario que tanto hizo por la formación de un “auténtico” sentimiento popular alemán. Hay que insistir, con Habermas, en la existencia alemana de un linaje mucho menor. Menor sólo si le lo juzga por el número de sus representantes. Este país hosco y retrasado en el siglo XVIII debía acercarse a Occidente para producir –entre los primeros libros de Kant y los últimos de Marx– esas rarezas iluministas que podían ser un antídoto, como había querido Walter Benjamin, para evitar nuevas recaídas en la barbarie. En esta tarea de obstinada memoria Habermas muestra una saludable disciplina. En cada debate, como muestran estas dos ediciones, Habermas pasa de posiciones de mínima (“la clonación de seres humanos es éticamente deplorable”) a las de máxima (“violaría el imperativo kantiano de tratar siempre al otro como un fin y no como un medio”). En este sabio dosaje de niveles radica la singularidad de un filósofo que procuró ubicarse a igual distancia del petardismo que de la conciliación.

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