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Jueves 5 de Octubre de 2000

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LA FASCINANTE VIDA DE LESTER BANGS, PERIODISTA-ROCKER DE VERDAD

“Hola, soy Lester, pagame un trago”

La edición de una biografía y el estreno de una película que giran alrededor de su mítica figura reactualizan el interés por uno de esos tipos que si no hubiesen existido, habría que haberlos inventado.

TEXTOS Y TRADUCCION DE MARTIN PEREZ

”Comer es aburrido”, había dicho a la hora de la cena, citando –o asegurando que citaba– a Sid Vicious. En cambio, se había tomado seis cervezas y tres vasos de whisky. Y ahí estaba ahora, en un rincón del backstage de uno de los pocos grupos que se podía mencionar a mediados de los ‘70 como prueba de que el rock and roll no estaba muerto y enterrado, abrazado a una vetusta pero aún útil máquina de escribir que había encontrado en un rincón de la redacción de la revista Creem. Según su biógrafo Jim De Rogatis, antes de llevar a cabo su gran acto gonzo, Lester Bangs, el más importante crítico de rock de los Estados Unidos –así lo asegura la portada de su flamante biografía–, estaba algo nervioso.

“Nunca había tenido miedo al subir a tocar la armónica con el grupo Thee Dark Ages en El Cajón, su pueblo natal, y no lo había pensado dos veces cuando tuvo la oportunidad de subir al escenario con Blues Train en Windsor”, escribe De Rogatis en el prólogo de Let it Blurt, el libro que recorre la vida y la época en la que vivió Bangs, el mítico periodista de rock que dejó la somnolienta California hippie de los años ‘70 para radicarse en la mugrienta Detroit sólo porque ahí el rock olía a futuro. Sigue contando De Rogatis: “Pero, a la edad de veinticinco, le preocupaba que tal vez estaba realmente perdiendo un tornillo al haber aceptado realizar el acto de teatro dadaísta que estaba a punto de consumar”.

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“Yo era obviamente brillante, un artista talentoso, un macho sensible sin miedo a mostrar sus vulnerabilidades, una de las pocas personas que realmente comprendían qué era lo que estaba mal con nuestra cultura y por qué no había posibilidad de que tuviese futuro alguno (un asunto sobre el que suelo hablar/dar lecciones gratis incesantemente, especialmente cuando estoy borracho, lo que sucede a menudo, pero no todas las noches), un tipo con un salvaje sentido del humor, un individuo verdaderamente único e impredecible, un artista de rock con su propia banda, tal vez un serio candidato si no ahora seguro en el futuro para el título de Mejor Escritor Norteamericano (¿Quién era mejor? ¿Bukowski? ¿Burroughs? ¿Hunter Thompson? Por favor... Yo era el mejor. Escribí casi exclusivamente críticas de discos, y no muchos de ellos...”
Parte de una carta de Lester Bangs a su colega –y a veces jefe– Greil Marcus, citada en el prólogo de la compilación póstuma de escritos de Bangs, Psychotic Reactions and Carburetor Dung, con el comentario: “Lester estaba bromeando hasta que abrió el paréntesis (nunca lo cerró); a partir de ahí, estaba diciendo la verdad. Tal vez lo que este libro demande de un lector es la posibilidad de aceptar que el mejor escritor norteamericano haya escrito casi exclusivamente críticas de discos”.

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Todo había comenzado esa misma tarde, cuando Bangs se encontró por enésima vez con los integrantes de la J. Geils Band en un hotel de Detroit. Tal como lo escribió él mismo en la nota “Mi noche de éxtasis con la J. Geils Band” –recopilada en Psychotic reactions...–, el hecho de hacer otra nota más con la banda de Peter Wolf y Cía. era todo un problema para Creem, la revista en la que escribió Bangs –y llegó a editar– luego de ser expulsado de Rolling Stone (“por ser irrespetuoso con los artistas”, según lo acusó su director Jann Wenner) y antes de terminar su carrera en Nueva York escribiendo para todos, incluso el Village Voice.

“Ya habíamos recorrido la historia de la banda desde un ángulo épico, descripto su brillo sobre el escenario hasta el mínimo detalle, incluso habíamos ido tan lejos como asegurar que eran mejores que Alice Cooper... Así que ahora estábamos contra la pared.” En eso estaba Bangs en el hotel, tratando de encontrar un nuevo enfoque para su enésima nota con la J. Geils Band –y fracasando completamente–, cuando alguien tuvo la idea de decirle: “Hey, Lester... ¿alguien te dijo alguna vez que te parecés a Rob Reiner?”. A lo que Bangs –a quien todo el mundo le decía que se parecía tanto a Reiner como a John Belushi– respondió enojado: “¡Mierda! ¡No me digas eso! ¡No me le parezco!”. “Ajá –saltó Peter Wolf–. Así que eso es lo que lo hace reaccionar.” Y ahí sí que reaccionó Lester: “¡Váyanse a cagar! Al fin y al cabo, la única diferencia entre ustedes los músicos y nosotros los periodistas de rock es que la gente puede verlos hacer lo que hacen”. A lo que Wolf contestó: “Muy bien. Entonces... ¿por qué no subís al escenario con nosotros esta noche a hacer lo tuyo, a ver qué es lo que pasa?”.

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“BIO: Lester Bangs nació en Escondido, California, en 1948. Creció en El Cajón, California, donde hizo cosas como lavar platos, vender ropa de mujer y trabajar como asistente para una pareja dedicada a vender arreglos florales artificiales mientras escribía críticas de discos de manera freelance y pretendía ir a la universidad hasta 1971, cuando se mudó a Detroit y comenzó a trabajar para la revista Creem. En los cinco años que trabajó allí como editor, definió un estilo de periodismo crítico basado en el sonido y el lenguaje del rock’n’roll que terminó influenciando a toda una generación de jóvenes periodistas, así como también, posiblemente, a ciertos músicos. En 1976 renunció a Creem para mudarse a Nueva York y escribir como free-lance. Desde entonces ha liderado dos bandas de rock activas en la escena de clubs de Manhattan...”
Fragmento de una biografía escrita por el propio Lester Bangs, acompañando una de sus tantas propuestas de libros, y citada también por Marcus en su compilación, que agregó: “Esto escribió Lester un año o dos antes de morir accidentalmente en 1982, a causa de complicaciones pulmonares y respiratorias vinculadas a un resfrío y la ingesta de un remedio llamado Darvon”.

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Y ahí estaba entonces Bangs, en el backstage de la J. Geils Band, abrazado a su Smith-Corona en una noche del verano de 1974. Cuando llegase el momento de los bises, iba a subir a escena con la banda, a teclear su crítica del concierto frente a un local repleto con 12 mil fans del grupo. “El show me pareció interminable, pero cuando llegó el momento de los bises y escuché que alguien decía mi nombre, subí al escenario sin dudarlo”, escribió Bangs. “Dejé la máquina en el piso y saludé a la multitud, dos de los cuales aplaudieron, y uno de ellos era Leslie Brown, cuyo escritorio en la revista está al lado del mío. Me acerqué a un micrófono y grité ¡Thankyouthankyou!, como en ‘Kick out the jams’; imaginé que agregar la cita completa –’Quiero ver todo un mar de manos ahí adelante’– iba a ser una obviedad. Nadie entendió el chiste, pero a quién le importa: lo mismo le pasó una docena de veces a Yoko Ono.”
“Enchufen a la hija de puta, y empecemos de una buena vez”, dijo Bangs, señalando su máquina de escribir, y la banda arrancó con “Give to me”, el tema con el que cierra triunfalmente su álbum Bloodshot (1973). “Lo quiero tanto / que me lo vas a tener que dar”, cantó Wolf arrancando una versión que –según De Rogatis– en vivo era desesperante, aún más dura y emocionante que la versión del disco. Pese a que tenía un micrófono a su disposición, el sonido del tecleo de Lester apenas si se llegaba a escuchar. No estaba contribuyendo a la música, y ciertamente no estaba escribiendo algo que sirviese de algo. Había tipeado: “VDKHEOQSN-CHSHNELXIEN(+&H-SXN+(E@JUIDHUIEFDHN?”. “Lo estás haciendo muy bien”, le gritó un plomo. “Maldito bastardo vengativo”, respondió Bangs entre dientes.

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“Si la gente percibe a los críticos de rock como fanáticos obsesivos con más opiniones que ideas, siempre buscando un trago gratis y una audiencia cautiva, eso es culpa de tipos como Lester Bangs”, escribió Anthony DeCurtis en un brulote contra Bangs publicado recientemente por la revista Rolling Stone.
“En su mejor momento, Bangs fue uno de los pocos periodistas de rock que podía hacerte sentir la urgente necesidad de escuchar un disco que ni siquiera sabías que existía, o convencerte de que conocías a la persona que lo grabó”, escribió Ira Robbins –responsable de la Trousers Press Guide– en ocasión de la edición de la biografía de Bangs.
“En el ocaso de los años ‘70, Bangs jugó un rol prominente tanto en expandir los límites expresivos de la escritura sobre el rock como medio, y en darle una voz que transformaba a las cautelosas y amaneradas revistas como Rolling Stone en fanzines de edición limitada”, escribió Richard Meltzer, amigo personal de Bangs, que asegura que lo que mató a Lester fue Lester: “Lester, escritor, totalmente en control del Sistema Lester, agotó todas las posibles opciones de vida para Lester, haciendo funcionalmente imposible continuar con vida a cualquiera de los Lester posibles”.

“Cuando terminó la canción, Lester se paró, tiró la máquina al piso y saltó sobre ella hasta que la partió en dos”, escribió De Rogatis. “Se rió de sí mismo cuando escribió la nota: su propia versión del heroico nuevo periodismo. Pero en ese momento se sintió toda una estrella.” Una fugaz estrella que, ocho años más tarde, moriría en un solitario departamento de Nueva York, punto de partida para la leyenda del apasionado periodista de rock que se peleó a muerte con sus ídolos, bregó por un punk que no existía hasta que efectivamente existió y fue una especie de cóctel rocker de lo mejor –y lo peor– de Jack Kerouac, Hunter S. Thompson y Charles Bukowski.
Una leyenda que acaba de ser homenajeada por Cameron Crowe –ex periodista adolescente para Rolling Stone en los ‘70 y director de Vida de solteros y Jerry McGuire– en su flamante Almost Famous y que ya tiene su propia biografía. No es posible comparar a Lester Bangs con nadie dentro del medio local (y también, lamentablemente, es imposible leer su trabajo en castellano, aunque Internet es un buen proveedor de sus notas con sólo tipear su nombre en cualquier buscador); sólo se puede recordar que él inventó –junto a Dave Marsh– el término “punk”, que amó y se peleó con Patti Smith, MC5 y –especialmente– Lou Reed (entre otros) hasta ser leyenda y que –al frente de una revista como Creem– supo ganarse un nombre propio dentro del mundo del rock, como si fuera una estrella. “Hola, soy Lester Bangs, pagame un trago”, era su saludo en sus últimos días neoyorquinos. Un periodista salido de un perdido pueblo de California, que fue testigo de Jehová en su infancia –siguiendo los designios de su madre– y que cuando creció se pasó el resto de su vida convirtiendo a la gente a su religión: el rock’n’roll.
“El gran arte es sobre la culpa y el deseo. Amor disfrazado de sexo. Sexo disfrazado de amor”, dice Philip Seymour Hoffman –el gran actor de la nueva generación del cine norteamericano, el de Happiness y Boogie Nights–, encarnando a Bangs en el film de Crowe. En la escena, Bangs está en su casa de Detroit hablando de madrugada con un joven periodista, alter ego de Cameron Crowe, aleccionándolo sobre las verdades de la vida y el rock. “Los tipos guapos no tienen espina vertebral. Ellos consiguen a las chicas... ¡pero nosotros somos más listos!” Según Frank Zappa, el periodismo de rock consta de gente que no sabe escribir, entrevistando a gente que no puede pensar, para realizar artículos para gente que no sabe leer. Y Lester Bangs, qué duda cabe, fue el mejor de todos.

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Fragmento de una carta apócrifa y póstuma de Lester Bangs –famoso por haber escrito una entrevista apócrifa y póstuma con Jimi Hendrix– recibida presumiblemente por Dave Marsh: “¿Conocés esa farsa que dice que si hay un cielo del rock debe haber en él un infierno de banda? Bueno, no creas en eso. Todo el talento va directo al infierno. Todo. Yo no hago más que llenar mi solicitud de admisión al infierno cada seis meses, y siempre me la rechazan diciendo que tengo un corazón demasiado bueno. ¿Podés hacerme el favor de escribirles ya y corregir ese error? Contales el hijo de puta que puedo llegar a ser cuando tengo ganas. Conocí a Dios apenas llegué. Le pregunté por qué. Ya sabés: morir a los 33 y lo demás. Todo lo que él dijo fue MTV. No quería que experimentase eso, sea lo que sea. Me tengo que ir de acá. Estoy harto de escuchar a otro ángel tocar en su arpa ‘Escalera al cielo’. Es algo así como el himno nacional. Creeme, Dave. Detroit era el cielo. ¿Quién se lo hubiera imaginado?

Eternamente tuyo.
Bangs”