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1919


Linchamiento racial en Omaha, Nebraska

Todos los fuegos el fuego

Por Leonardo Moledo

�Los ojos del negro, ahora, estaban muy abiertos, como los de un clown o una muñeca. El humo tenía un olor terrible, el olor de algo que se estaba quemando� (James Baldwin, Going to meet the man). El linchamiento debe su nombre al capitán Charles Lynch (1742-1820), quien organizó una banda que apresaba y ejecutaba a delincuentes, reales o presuntos, en Virginia, Estados Unidos. No es un ajuste de cuentas extrajudicial y privado al estilo mafioso; es un acto público, como lo fueron las ejecuciones capitales durante siglos. Pero a diferencia de éstas, el solitario verdugo se disuelve en la multitud y cada uno de los asistentes participa de su virtud seráfica. Aunque pretende ser un castigo, no es solamente un castigo, ya que la víctima no es necesariamente culpable y muchas veces apenas pasa de la categoría de sospechoso. Ni es una venganza, que salda las deudas reales o imaginarias. El linchamiento es, sobre todo, una fiesta. �El niño blanco se dio vuelta y miró los rostros de la multitud. Y el de su madre. Los ojos de su madre brillaban, su boca estaba abierta: nunca la había visto más bella. Y entonces empezó a sentir un placer que nunca había sentido antes. Observó el cuerpo que colgaba, el más hermoso y terrible objeto que hubiera visto jamás� (James Baldwin). Un linchamiento, amigos, es una ocasión alegre, pero de una alegría activa, que muchos blancos prefieren presenciar directamente y no leer en los periódicos (que algunas veces los anuncian con titulares coloridos). Es un ritual de la comunidad, que mide su fuerza, al que los padres llevan a sus hijos (tercero, primera fila, desde la derecha) para iniciarlos. Un ritual que merece una foto conmemorativa en la que algunos sonríen, adelantándose a la época, ya que en las fotos de principios de siglo la sonrisa es rara. �Bueno, te lo había dicho, le dijo su padre, nunca olvidarás este picnic. El rostro de su padre estaba sudoroso, sus ojos estaban en paz� (James Baldwin). El linchamiento no tiene la monotonía con que los burócratas meten a la gente en la cámara de gas. Participa de lo placentero, de esa curiosa simbiosis entre la salvación y la muerte que domina la cultura occidental: el cuerpo de la víctima (Will Brown, según las listas de linchamientos, que registran miles de nombres) tiene en la foto la indeleble postura de la crucifixión. �Sintió que su padre lo había hecho atravesar una prueba crucial, le había revelado un gran secreto que en adelante sería la clave de su vida� (James Baldwin). Aunque las enciclopedias digan que, a partir de 1960, los linchamientos tienden a desaparecer, y aunque los personajes que vemos en esta foto se hayan transformado en los inocuos (en principio) habitantes del Springfield de los Simpson, este rumor es difícil de creer. Porque, amigos, el mundo es muy grande y muy poblado. Y porque, al revés de la venganza, la justicia o el castigo, la esencia del ritual es la repetición. Continúa

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