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Las seiscientas piezas que conforman la muestra Andy Warhol: A Factory es la retrospectiva de Warhol más completa que se haya montado hasta ahora. Y el escenario elegido –el Guggenheim de Bilbao– parece nacido especialmente para exhibirla. Rodrigo Fresán recorre la muestra, compara vida y obra de Andy Warhol y del creador del museo, Frank Gehry, se sumerge hasta el fondo de la iconografía pop y asegura que todos vivimos en Warholandia, lo sepamos o no.

POR RODRIGO FRESAN,
DESDE BILBAO

Una cosa es cierta: a Andy Warhol nunca le gustaron los museos. O, por lo menos, nunca le interesaron. En España todavía se recuerda su primera visita en 1983. Andy Warhol en persona y recibido por la movida madrileña como un mesías largamente esperado. Warhol expuso entonces sus pistolas, sus cuchillos y sus cruces en lo del galerista Fernando Fijadne. El galerista cobró una entrada de cien pesetas y Warhol –previo pacto en el que se le aseguraba una compra mínima de obra– le cobró al gotha local por sus retratos instantáneos. Caro, pero el mejor. Todo bien. Noches largas, chicos y chicas Almodóvar y de pronto Warhol se hizo tiempo para ir a El Prado. Cuentan que llegó acompañado por una numerosa tribu y pasó como un suspiro. Quince minutos. En realidad diez; porque cinco los dedicó a comprar postales y uno a apreciar a un estudiante de Bellas Artes pintando una copia de “algo” que le encantó. Un bodegón de Juan de Arellano, se supo más tarde. Después se hizo imprimir un carte taurino con su nombre entre los de El Soro y El Cordobés: El Warhol. A otra cosa. Que también es cierta: a Andy Warhol le hubiera encantado el Museo Guggenheim de Bilbao.

1 Andy Warhol nació en Pittsburgh y Bilbao debe parecerse bastante a Pittsburgh. Las dos son ciudades industriales que conocieron mejores tiempos. Las dos son el sitio ideal para que nazca, crezca y huya para siempre una de esas miradas capaces de cambiar al mundo. Pittsburgh dejó escapar a Andrew Warhol (a quienes sus vecinos ya desde los tres años definían como “un terror sagrado”) y Bilbao tuvo la suerte de atraparlo ahora, después de muerto e inmortalizado, para una macroexposición titulada Andy Warhol: A Factory que viene recorriendo Europa como un fantasma y que se manifestó mejor que nunca al norte de España. Desde el pasado octubre hasta hoy, Andy Warhol (el hombre, el artista, la obra, la filosofía, el credo, los unos, los otros) habitó ese museo que le hubiera encantado: casi seiscientas piezas suyas entre cuadros, carteles, fotografías, pinturas, avisos publicitarios, libros, dibujos, ropa, revistas, videos, películas y música, dentro de un marco perfecto para un artista que –recién se lo comprende ahí adentro, como si uno acabara de entrar en la tumba donde se reúnen todas aquellas cosas que un faraón se lleva a otra vida, a otra parte– funciona más y mejor en vivo y en directo, por acumulación y a lo grande. No hay libro con reproducciones de Andy Warhol que le haga justicia a los originales de Warhol todos juntos y ahora. Andy Warhol para millones y Andy Warhol: A Factory como una nueva consagración de un artista serial y fuera de serie. Mirar Warhols –pequeños o gigantes– es mirar con los ojos de Warhol: una percepción ligeramente marciana del planeta. Las pupilas de un extraterrestre que cambian los colores de lugar saturan los blancos y negros y abarcan todo y a todos para siempre. Entrar en el Guggenheim de Bilbao es entrar en una especie de Disneyworld pop, a un mundo que es otro, pero que está definitivamente instalado en éste, por un hombre y su peluca que resolvió, al sentirse diferente, que antes de empezar a parecerse a los demás convenía que los demás acabaran pareciéndose a él.

INTERFERENCIA WARHOL
“¡Ay, cuándo seré famoso, cuándo llegará el momento!”

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El Museo Guggenheim de Bilbao no se parece a nada. O sí: de perfil y contemplado desde la otra orilla de un río sucio puede asemejarse a una suerte de Moby Dick acorazada. Un leviatán de piedra y titanio donde, ahora, Andy Warhol es Jonás y Gepetto. Tal vez sea sólo un astuto guiño al Guggenheim neoyorquino. Una especie de mutación Mad Max y posatómica. Otra cosa más es cierta: de vez en cuando uno tiene la inmensa suerte de visitar una exposición donde artista y museo parecen integrarse hasta conseguir una perfecta simbiosis. Pasó hace unos años con otro pop –RoyLichtenstein– en el edificio acaracolado frente al Central Park. El milagro se repite ahora con Warhol en este monstruo que los locales han bautizado “La Alcachofa” (“El Alcaucil”, para nosotros) y que resplandece como una construcción alienada y alienígena en un perfil de fábricas desiertas y casas bajas, bajo el sol frío del invierno en que ETA decidió volver a calentar los motores. Los habitantes de Bilbao aman a La Alcachofa. El Museo Guggenheim –que aparece al principio de la nueva película de James Bond, pero no explota– revitalizó a una ciudad aletargada, quintuplicó su número de turistas –en un 80 por ciento llega pura y exclusivamente para ver el Guggenheim de cerca–, ha generado un boom amigablemente competitivo de obras high-class (un puente y un nuevo aeropuerto by Santiago Calatrava, un subte by Norman Foster, una futura reformulación del distrito financiero by César Pelli, una terminal de micros by Michael Wilford) y le ha dado fama mundial a una ciudad de la que nadie hablaba demasiado. Mucho más de lo que esperaban los prohombres locales cuando le pidieron a un arquitecto norteamericano llamado Frank O. Gehry que se hiciera cargo del asunto.


Dance Diagram,1962

INTERFERENCIA WARHOL:
“No es sólo que el no contarlo todo forme parte de mi imagen. Es simplemente que me olvido de lo que he dicho el día anterior y me lo tengo que volver a inventar todo (...) Es increíble que todo el mundo piense que todo es nuevo, cuando todo es repetición (...) Me gustan las cosas aburridas”.

3 Frank Gehry es el arquitecto norteamericano –aunque nacido en Canadá– más hot desde Frank Lloyd Wright y el dato curioso es que recién empezó a ser conocido a los cincuenta años de edad. Hoy, Gehry tiene setenta años y más de un punto de contacto con Andy Warhol (quien, si viviera, tendría hoy setenta años). Gehry se cambió el apellido: el que figura en su partida de nacimiento es Goldberg. Gehry practica una curiosa sabiduría entre naïf y slogan a la hora de las entrevistas: “No he hecho nada malo salvo cambiarme el nombre”, dijo. Y está a punto de encarar dos iconos típicamente warholianos: la construcción del Walt Disney Concert Hall (en Los Angeles) y del Schmidt Museum of Coca Cola Memorabilia (en Elizabethtown, Kentucky). Gehry piensa a partir de materiales considerados bastardos: metal corrugado, madera balsa y alambre para gallineros. Gehry se embarcó en proyectos como el diseño de graneros. Gehry es pop y admira a Rauschenberg (a quien su museo, el de Bilbao, le dedicó una retrospectiva a principios del año pasado). Gehry fue inicialmente despreciado por sus contemporáneos y sólo era “famoso” con minúscula por el trabajo de remodelación de su propia casa en Santa Mónica. Hasta que dibujó los bocetos iniciales para el Guggenheim español –“una de las más audaces reconsideraciones del espacio arquitectónico desde el Barroco”, según un especialista– en unas hojas de papel con el membrete de su hotel, en cinco minutos. Un garabateo semiautomático al que el arquitecto se refiere como “rascar” y donde, si se mira fijo, ya aparece todo el edificio. Gehry es revolucionario sin dejar de ser clásico. Gehry parece haber encontrado algo que siempre estuvo ahí, pero nunca nadie llegó a ver. Frank Gehry –al igual que Andy Warhol– es a menudo acusado por sus detractores de haber tenido nada más que una sola idea. Pero ni sus más dedicados enemigos pueden negar que esa idea fue, es y será buenísima. Una de esas ideas que te hace famoso por mucho más tiempo que quince minutos.

INTERFERENCIA WARHOL:
“Si quieres saberlo todo sobre Andy Warhol, nada más tienes que fijarte en la superficie de mis cuadros y películas, y de mí mismo. No hay nada detrás de eso (...) Yo veo todo de ese modo, la superficie de las cosas es una especie de Braille mental. Mi trabajo consiste en deslizar mis manos sobre la superficie de las cosas (...) Cuando murió Picasso, leí en una revista que había realizado cuatro mil obras maestras a lo largo de su vida y pensé: ¡Wow, yo soy capaz de hacer eso en un día!; y me puse a trabajar. Luego me di cuenta de que: ¡Wow, se tarda más de un día en hacer cuatro mil cuadros! (...) Si pinto de esta forma, es porque quiero ser una máquina. Las máquinas tienen menos problemas.”

4 Recorrer Andy Warhol: A Factory con la warholiana velocidad de una máquina: los quince minutos que le llevó al autor recorrer El Prado. Recorrer el Guggenheim de Bilbao pensando que Warhol primero pensó que “en el futuro todos serán famosos por quince minutos” y que después pensó que “en quince minutos todos van a ser famosos”. Casi correr por recintos inmensos y ver todo como desde la ventanilla de un auto. Ignorar, pero comprender –a Andy Warhol le hubiera deleitado– toda la planta baja donde ruge la exposición de The Art of Motorcycle con decenas de motocicletas. Subir a la segunda planta. Entrar en la Factoría. Abrir los ojos para que se nos llenen de valiosas y límpidas basuritas. Latas de sopa, botellas de Coca Cola, cajas de jabón Brillo, Marilyn, Liz, Jackie, Mao, Elvis, Mick, Truman, Liza, Edie, Debbie, Lou, Giocondas, Ultimas Cenas, flores, vacas, sillas eléctricas, óxido de meadas, zapatos, tijeras, revólveres, hoces, martillos, signos de dólar, polaroids, Andys. El Andy del principio sans peluca y con anteojos negros; el Andy del final con la peluca despeinada y lentes de aumento de altísima graduación, para mirarte y comerte mejor. Las dos caras de Drella, apodo que unía las aparentemente irreconciliables mitades de Drácula y Cinderella (Cenicienta). Muchos Andys –diferentes modelos que son siempre el mismo prototipo ligeramente modificado– construyendo toda una religión sobre la Santísima Trinidad de las Tres F: FAME, FASHION, FUCK.

INTERFERENCIA WARHOL:
“La verdad es que no tengo la impresión de que toda esta gente que está todos los días conmigo en The Factory ande rondando a mi alrededor. Más bien soy yo el que ronda alrededor de ellos (...) Mi único talento reside en pagar el alquiler y dejar la puerta abierta (...) “Nunca he podido dilucidar si en los 60 ocurrían más cosas porque la gente estaba más tiempo despierta o si la gente empezó a tomar anfetaminas porque había tanto por hacer que necesitabas dormir menos (...) De vez en cuando alguien me acusa de haber dejado que ciertas personas se autodestruyeran mientras yo las filmaba. Yo prefiero pensar que fui realista. Cuando decía algo, nadie me hacía caso, así que opté por el silencio (...) Mis películas estaban hechas por gente que no dormía y se nota: la iluminación es mala, la fotografía es mala, la proyección es mala, pero la gente es fantástica.”

5 La segunda manera de recorrer Andy Warhol: A Factory es “fantástica”. Ahora sí, disponerse a dedicarle horas al asunto. Salir a tomar aire y descansar unos minutos bajo la sombra del gigantesco Puppy de Jeff Koons, discípulo de Warhol que erigió este gigantesco perro-mascota oficial cubierto de flores, que custodia la entrada del Guggenheim. Hojear el catálogo: un ladrillo azul y pocket que pesa lo suyo y vale la pena a pesar del precio. Mirar alrededor y descubrir que, sí, Warhol es un virus. Está en todas partes. Volver a entrar, respirar profundo, hundirse. Ser Pop, pero de otra manera. Quedarse varias horas adentro de Andy Warhol: A Factory es comprender –por lo menos un poco– cómo fue todo aquello y por qué esa compulsión generacional de los jóvenes, en todas partes, queriendo recuperar el espíritu Factory desde entonces y hasta ahora. Fotos de todos los que por estuvieron o pasaron por ahí. Parecen modernos y ancestrales al mismo tiempo. Un auditorio con forma de cubo negro, donde se entra y se ven esas películas warholentas. Audífonos por los que se oye la música deVelvet Underground y está claro que uno nunca oyó “All Tomorrow’s Parties” hasta que no lo hace rodeado por Warhols. Pantallas de televisión que emiten fragmentos escogidos de Andy Warhol TV y Andy Warhol’s Fifteen Minutes. Un video en el que Andy Warhol se burla del Bob Dylan de “Subterranean Homesick Blues” dejando caer carteles donde no se lee nada, que funde con las imágenes de la misa en memoria de Andy Warhol transmitida desde la catedral de Saint Patrick. Ahí está todo y todos y está claro que fue bueno mientras duró y que produce un poco de envidia. Evidencia incontestable y felizmente abrumadora de que Andy Warhol está en todas partes: en los libros de Don De Lillo y Douglas Coupland; en la música de los Pet Shop Boys y They Might Be Giants; en la tapa blanca del disco doble de Los Beatles y en la tapa negra de Prince; en la idea de Internet y en el fenómeno Tamagotchi. Made by Andy Warhol. Actitud Warhol. Si es cierto eso de que el medio es el mensaje, entonces Andy Warhol ha sido y sigue siendo el único artista en toda la historia que se convirtió en medio –medium– de su propia fe y religión. Y, nos guste o no, todos somos parte de ella: todos vivimos en Warholandia.

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