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Cuando irrumpió en la televisión, en 1985, era el más moderno de los modernos. Un día dejó de hacer programas para dirigir un canal, y otro día dejó de dirigir un canal �para tener de nuevo una vida real�. Cinco años después, cuando las innovaciones de sus programas son moneda corriente en la TV, Roberto Cenderelli cuenta por qué se fue y por qué va a volver.Cuando irrumpió en la televisión, en 1985, era el más moderno de los modernos. Un día dejó de hacer programas para dirigir un canal, y otro día dejó de dirigir un canal �para tener de nuevo una vida real�. Cinco años después, cuando las innovaciones de sus programas son moneda corriente en la TV, Roberto Cenderelli cuenta por qué se fue y por qué va a volver.

POR DOLORES GRAÑA

�De mí se van a olvidar�, dijo en un reportaje en Sur en 1989. Cuatro años antes había pedido una entrevista con el gerente de programación de ATC para mostrarle el piloto de un programa al que había llamado El prisma de la vida, que empezó a grabar por su cuenta luego de filmar un cortometraje por año desde 1973, primero en Súper 8 y después en video. Roberto Cenderelli salió de aquella charla con el codiciado horario de los domingos a las 21 en su poder. Muchas de las innovaciones que este arquitecto puso en práctica en ese programa y en los que le siguieron hasta el �92 (Televisiones, Los argentinos, La generación, El programa de la media luna, Qué sabe nadie y El cerebro mágico) son ahora moneda corriente en la pantalla. Durante ese período en que hizo un programa diferente por año, asumió con tranquilidad de niño prodigio los elogios de público y la crítica de la crítica, que por primera vez en mucho tiempo hablaba de �la buena televisión�. En 1992 asumió la gerencia de programación de América, donde puso en el aire ciclos como Rocanrol y De la cabeza, hasta que renunció en 1995. Por sobre todas las cosas, Roberto Cenderelli tiene una extraña capacidad de ver el futuro. Aunque a veces no se queda el tiempo suficiente para comprobarlo. TENGO UNA IDEA �Es el precio que pagué por pasar al otro lado del mostrador. Yo me fui de América porque creo que la televisión no lo es todo en la vida. A mí se me había transformado en algo completamente adictivo, hasta hacerme perder distancia con la vida real. La TV que había hecho yo, mala o buena, intentaba reflejar lo que me pasaba. Cuando me dejaron de pasar cosas en la vida por estar en la televisión, decidí parar. Dirigir la programación de un canal es como ser piloto de avioneta y que de pronto te ofrezcan manejar uno de los cinco Jumbos de la flota. Sumamente tentador. Pero me sacó de mi rol de realizador de televisión y de la pantalla. A mí me place descubrir que ciertas cosas que pensé se masifican. Lo que busco no es hacer televisión sino hacer cosas nuevas. Es mi curro, qué querés que te diga. Cada vez que alguien me pregunta cuándo vuelvo, descubro que soy recordado por las cosas que hice. Pero no soy tan viejo y no es cuestión de volver por volver: para hacer televisión uno tiene que tener una idea. Espero que lo de niño prodigio sea un crédito y no un karma�, dice Cenderelli ahora �misma masa de rulos�, cuando ejercita su legendaria visión de futuro, pero marcha atrás. Durante estos años �la maligna pregunta de �qué fue de la vida de�� dirigió su productora de videos para empresas y agencias de publicidad y �dos o tres obras� con las que volvió a la arquitectura. Pero lo que Cenderelli disfruta más de no estar en televisión es su retorno a la condición de civil: �Veo un único programa continuo: veinte segundos de cada uno de los sesenta canales�. Inmediatamente después se ríe y hace algo parecido a un �tacatacataca�, antes de anunciar: �Y ahora tengo una idea�. POTUS Y STEADYCAMS Durante los �80, Cenderelli fue una de las primeras personas de televisión que se dedicaron a explicar lo que hacían a la gente que miraba del otro lado, mostrando algo tan inédito en esa época como habitual en ésta: incluir el backstage del programa en el programa. Las críticas que recibía por el tratamiento estético de los temas ��falta de respeto por el mensaje�, por ejemplo� hoy se leen con una media sonrisa o directamente con una carcajada. Si esto es así, se debe, en buena medida, a la insistencia con que el realizador hablaba sobre �y aplicaba� conceptos tan inauditos como �lenguaje�, �forma� y �contenido� en sus programas. �La forma es la expresión del contenido: si aparecen dos señores con un fondo negro y una maceta al lado, no importa de lo que estén hablando; uno huye de ahí. Si esos señores no son capaces de darse cuenta de que la televisión tiene imagen, no están para hacer televisión: están para dar una charla en el Auditorio de Filosofía y Letras.� Pero así como el Efecto Potus se resiste a abandonar el cable, la televisión ha recorrido un largo camino desde los �80 en busca de la forma perfecta. �Yo creo que existe un lenguaje televisivo en la medida en que todo lo que aparece adopta una forma, pero creo que la TV no desarrolló un lenguaje propio sino que lo tomó de otros medios. Griffith no existió al pedo: el cine ha desarrollado un lenguaje para poder tener la mayor cantidad de recursos a la hora de contar una historia, y la televisión lo utiliza cada día más. La cultura del videoclip ha contribuido muchísimos elementos de lenguaje a la TV, así como la amenaza del zapping ha mejorado enormemente la dinámica de los programas. En ese sentido, creo que la TV es más rica que el cine, al menos hoy, porque en la programación de un canal la ficción es un género más. Pero después tenés el periodístico, el musical, el documental, etc., y cada uno de ellos requiere su propio lenguaje, que se desarrolla y se condiciona con la aparición de nuevas tecnologías como la steadycam o el dolly, que ahora son de lo más habitual. Estas cosas que al principio son punta, terminan siendo base. Aunque claro, poner la steadycam sin una justificación es como tirarse todo el guardarropas encima para salir a comprar cigarrillos. Cuanto más conozco de efectos digitales, más me enamoro del corte directo, el congelado y el fundido, arriesgándome a que piensen que estuve pijoteando�. LO QUE SÉ Lo que no ha cambiado en todos estos años, dice Cenderelli, es la incapacidad de la televisión para reflexionar sobre sí misma: �La TV argentina carece de teóricos porque los que hacen televisión no tienen tiempo de ponerse a pensar acerca de lo que es el lenguaje televisivo. Y los que no hacen televisión son como los curas cuando hablan de sexo. Lo que digo es que no podés ser teórico si no conocés la práctica: para mí, la teoría no es ni más ni menos que la práctica por escrito, sintetizada, estructurada. En otras palabras: primero viene la práctica, y después se arma la teoría. Creer que funciona al revés es una deformación del colegio, como creer que todo el conocimiento estaba en la cabeza de la señorita�. VERDAD O CONSECUENCIA Roberto Cenderelli es uno de los pocos realizadores de televisión a quien todo el mundo conoce. Con la intención personalista de cada uno de sus programas �en los que también aparecía en su rol de entrevistador� se ganó no sólo un Martín Fierro (con Los argentinos) sino una andanada de críticas acerca de su supuesto vedettismo: �Yo nunca aparecí demasiado en mis programas. En total sería un minuto en un documental de una hora. Era así porque yo era el programa y lo firmaba. Como esos libros que en la contratapa tienen la foto del autor: la imagen se adhiere al recuerdo del lector como ese minuto se adhería a la idea del programa. Para mí eso es bueno. Yo llegué a la TV haciendo cine de autor y mis programas siempre fueron de autor. Ese rubro implica que podés aparecer en pantalla para decir cosas. Si vos sos el que edita la respuesta, podés poner tu pregunta. No es presuntuoso: es lógico�. Cenderelli vuelve a recurrir a la lógica para explicar otra escena importante en su carrera, una que lo convirtió en el punching ball de la crítica y el periodismo, cuando se descubrió que uno de los entrevistados en un documental sobre vendedores ambulantes era, en realidad, un actor contratado por la producción. �¿Cuál es la verdad? ¿Lo que yo creo que se dijo o lo que se dijo? La verdad es lo que a mí me parece necesario para rescatar el espíritu de lo que se dijo. Si no, no se podría editar un reportaje sino pasarlo en tiempo real de dos horas cuarenta y cinco minutos. El límite siempre es la ética. Para ese programa habíamos hecho una larga investigación: cuando les pedías a los tipos que se sentaran en una mesa de café para charlar, te respondían sin problemas, pero cuando les ponías una cámara delante, se callaban. La ética hizo que yo pusiera un actor para que dijera exactamente lo que los otros habían dicho y no se atrevían a decir personalmente. En cada caso lo pensás muy bien: si lo que importa es quién lo dice, lo que tenés que lograr es que el que lo dice ponga la cara; si lo que importa es lo que dice, no importa la cara sino cuál es el mensaje. La TV no tiene por qué ser verdadera sino verosímil.� EL MUCHACHO ALFONSINISTA Muchos pensaron que la televisión de autor que proponía Cenderelli había dado su canto de cisne cuando decidió entrevistar a Alfonsín �en la limusina presidencial�, durante otra emisión de Los argentinos. �Decidimos dedicarle el programa porque era el presidente. No hay que olvidarse de que, en esa época, los políticos no salían mucho por televisión. Tener al presidente era un hecho televisivo. Nosotros buscábamos armar un programa con él y con todo lo que lo rodeaba. Me subí a la limusina porque teníamos que ir al canal. No íbamos a filmar, pero cuando él empezó a decir cosas, le puse el micrófono. Me pareció importantísimo mostrar esa escena en el túnel de Libertador, con la gente saludando el paso del auto, mostrar lo que en ese momento la gente no estaba acostumbrada a ver.� Después de subirse a la limusina, Cenderelli terminó siendo sinónimo de la �televisión radical� (su meteórica carrera había ocurrido íntegramente en ATC, hasta entonces). �No sé si existe una televisión radical, pero me parece que se tiende a poner las cosas muy en blanco y negro: si hiciste televisión en la época radical sos radical, si hiciste televisión en la época menemista sos menemista. Lo único que puedo decir es que, a la hora de hacer televisión, no soy ni peronista ni radical: soy profesional. Si alguien me contrata y me paga, hago televisión. Para los radicales, para los justicialistas, para quien sea. Lo que no hago es panfleto. Hago televisión.� La pregunta es obvia: ¿qué haría con ATC, entonces? �Me parecen más interesantes las posibilidades de la TV estatal que las de la privada. Estoy de acuerdo con la idea de un canal público estatal no gubernamental. Pero debo reconocer que cambié mi forma de pensar: en una época me parecía bien que todos los canales fueran privados. Hoy me doy cuenta de que no, porque sería todo igual. Lo que sucede es que una sociedad es una mezcla: hay diferentes niveles culturales, y existe la obligación de responder a todos ellos. Yo creo que ATC tiene que completar el arco de intereses intelectuales de la gente, porque creo que cualquier programa que está en el aire representa a un número de personas. Petardos, si está, es porque alguien lo ve y un anunciante puede vender manteca en las tandas. Si hiciéramos programas de ballet en los cinco canales, el señor que ve Petardos se sentiría excluido. La discusión sería, entonces, ¿cuántos son la minoría? En definitiva, el cuerpo social es la sumatoria de las voluntades individuales. Los argentinos no son los otros. Una vez estábamos grabando a un tipo en la calle que terminó diciendo que la televisión era una mierda. Y a mí me salió responderle: En este momento, usted es la televisión. Si la tele mantiene un programa en el aire es porque lo ve la cantidad indispensable de personas para que ese programa sea rentable. Si todos cambiamos de canal, al programa lo levantan. La televisión es mucho más democrática que diez años atrás.� LO QUE VENDRá La generación de argentinos a quienes Cenderelli se encargó de retratar en pantalla no es la misma de antes. Los que vinieron después son el objetivo de la máquina televisiva unipersonal que proyecta Cenderelli en estos días. �Me gustaría presentarme ante los jóvenes, y no lo digo por demagogia: son los que tienen más tiempo y los que van a tener el poder. La televisión no está pensada para los jóvenes; está pensada para un aspecto de los jóvenes: el del consumo. El resto no tiene un espacio de expresión en la TV. Los problemas siempre son los mismos, desde que el hombre es hombre: amor, muerte, ambiciones, dinero, esperanza,frustraciones. Lo que varían son las formas, los lenguajes. Y yo estoy trabajando en eso. A veces pienso que hice televisión para los que hacen televisión. Y por qué no, ¿qué tiene de malo? Hay mucha gente que se acuerda. Los que a mí me importa que se acuerden, se acuerdan. Los que hacen televisión, se acuerdan.� Roberto Cenderelli tiene una idea. Acuérdense.

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