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Las grabaciones completas de Violeta Parra

Una muchacha
y una
guitarra

Violeta Parra tuvo que dar una dura pelea para ser reconocida. Decían que estaba loca porque se iba a vivir con los indios para recopilar su música. En los ‘50 llamó la atención de la izquierda y se hizo popular gracias a la radio. En los ‘60 viajó por Europa y cantó en París. La reciente edición de siete compacts que reúnen toda su obra es un justo homenaje a la cantante y compositora chilena. Desde sus temas más conocidos a sus recopilaciones folklóricas, de las composiciones para guitarra a los conciertos inéditos, todo está ahí, en esta auténtica autobiografía musical.

POR CLAUDIO ZEIGER

Gracias a la vida –y a la fundación que lleva su nombre– toda la obra disponible de Violeta Parra acaba de reunirse en siete discos. Se trata de una edición cuidada y honesta. Honesta porque avisa las circunstancias en que fueron grabadas y conservadas las cintas, incluyendo la advertencia de algunas fallas en el caso de recitales en vivo (aunque cabe aclarar que las deficiencias de sonido son mínimas). Cuidada porque se nota el esfuerzo por dar una visión integral de la artista: desde las canciones antológicas, esas que pasarían a integrar el repertorio de cantantes de peso popular como Mercedes Sosa o Daniel Viglietti, hasta aquellos temas campesinos que sólo cantaba Violeta y que la obsesionaron en su afán por recopilar el folklore chileno. De yapa, los compacts traen fotos y testimonios gráficos de las otras artes que cultivaba –la pintura y la tapicería– y una recolección completa de las letras de los temas que compuso o arregló. A más de treinta años de su muerte, este regreso de una artista que en vida sufrió enormes dificultades para ser comprendida y aceptada por sus pares, viene a hacer las veces de una formidable autobiografía musical.

ERA MEDIO RONQUITA
En el principio de la historia de Violeta hay dos componentes básicos e imprescindibles: la guitarra y la voz. Nació, se dice, con las dos incorporadas, pero mientras nadie cuestionaba demasiado su evidente capacidad para el instrumento –la guitarra folklórica chilena– no sucedería lo mismo con su voz. Aun hoy, alguien que no escuchó nunca antes cantar a Violeta puede llegar a desconcertarse, crisparse y hasta sentirse intimidado por un registro que está en la otra vereda de los cantantes comprometidos, siempre potentes, caudalosos y llenos de seguridad. Es una voz diferente (como la de Atahualpa Yupanqui, con quien también coincidió en su rastreo de música popular); la voz de alguien acostumbrado a hablar entre los íntimos y que de golpe se ve forzado a romper el cerco de lo doméstico para dirigirse en voz bien alta y clara al auditorio, para protestar y denunciar. Pero esa voz, en los comienzos, no lograba hacerse entender con facilidad.
¿Fue la íntima convicción de que podía hacerlo muy bien, o el empecinamiento frente a las opiniones adversas lo que la llevó a decidir que la música iba a ser su motor y su alimento? La familia Parra estaba llena de cantores y músicos. Su padre era profesor de música. Cantar y tocar la guitarra eran, por cierto, clásicos medios de subsistencia para quienes llegaban a probar suerte a Santiago desde el pobrísimo sur. Como sea, la decisión de Violeta llegó temprano. En su autobiografía poética (Décimas, reunidas en un volumen editado por primera vez en Chile en 1974) lo dice con gracia e ironía: “Semana sobre semana/ transcurre mi edad primera/ Mejor ni hablar de la escuela/ la odié con todas mis ganas/ del libro hasta la campana/ del lápiz al pizarrón/ del banco hast`el profesor./ Y empiezo `amar la guitarra/ y adonde siento una farra/ allí aprendo una canción”.
Hubo, desde luego, otras versiones, a través de las voces de familiares, de amigos y de patrones de la época en que Violeta, con quince años, llegó a Santiago convocada por Nicanor, el hermano mayor, que ya estaba hecho todo un capitalino y a punto de publicar su primer volumen de poesía.
Unos años después de la muerte de Violeta Parra, en una investigación sobre su vida realizada en 1973 por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Chile, quedó testimonio del desconcierto que producían su voz y su figura muy menuda en el escenario. Una prima suya, por ejemplo, contó su sorpresa al comprobar cómo la chica que cantaba tan mal se convirtió en una cantante internacional en los años ‘60: “La Violeta tenía una voz de tarro que casi se morían cuando la escuchaban”, dijo esta prima identificada como “hija de la tía Matilde”. “Por eso fue una cosa atroz, un salto, un cambio brusco que a nosotros nos extrañó totalmente cuando después salió con todo eso de la música y la pintura, porque aquí en la casa nunca pintó nada. Dicen que hay cosas que aprendió de su mamá,pero ella estuvo acá completamente desvinculada de su madre, fuera de su casa.”
El dueño de La Popular, un boliche donde dio sus primeros pasos cantando cuecas, rancheras, boleros, en suma, todo lo que pedía el público, también se ensañó con las dotes vocales de la Violeta: “Al principio no tocaba bien, después, a los años fue andando un poco mejor. Era muy vivita. Cantaba en un negocio aquí cercano, en El Tordo Azul, que ya no existe. Después de ahí la contratamos nosotros con tres de sus hermanos. Cantaban la Hilda, Roberto y Lalo. Era un conjunto. A la gente no le gustaba mucho lo de la Violeta. La guitarra, la música, eso sí, pero su canto nunca gustó mucho; claro que como hacían conjunto con la Hilda no se notaba tanto... era medio ronquita”.
Pero claro, además de la voz estaba el segundo miembro del par: la guitarra. En un reportaje que le hizo Ernesto González Bermejo en 1975, cuando estaba exiliada en París, Isabel Parra dio una versión contundente acerca de los comienzos de su madre.
“No es de un golpe que se hace la Violeta”, recuerda la hija. “Mi madre contaba que cuando empezó a tocar la guitarra tenía que ponerla en el suelo porque era muy grande para ella. Cantaba con una tía mía y vivían de sus canciones. Era una familia muy pobre la de todos estos Parra. Venía de un profesor de música que se farreó su fortuna y llegó a Santiago muerto de hambre. Todos los descendientes tuvieron que cantar desde niñitos donde fuera. Durante una época Violeta cantó esas mismas canciones de temática vacía, socialmente nulas. Fue un pariente nuestro que la ayudó a abrir los ojos, entonces despertó y se dedicó durante veinte años a rescatar aquellas canciones que le habían enseñado las viejas campesinas cuando no podía ni sostener la guitarra. Lo hizo en un medio absolutamente hostil, en el que todos decían que estaba loca, con los medios de comunicación cerrados, frente a la incomprensión de los otros cantores.”

CARTAS A VIOLETA
En la década del 50 Violeta Parra pudo empezar a romper ese cerco de incomprensión, pero antes tuvo que pasar por enormes dificultades, y no sólo por lo que ya se dijo acerca de su voz. Resulta que también estaba el interés por romper el pintoresquismo del folklore anquilosado, el que pedía el público. Su trabajo casi antropológico generaba resistencia y sospechas de intelectualismo. Y eso sin hablar de las penurias de la vida cotidiana. Con mucha sinceridad, su marido Luis Cereceda contó cómo después de los idílicos tiempos del noviazgo, con el casamiento llegaron las diferencias. Él era un obrero ferroviario. Se habían conocido cuando ella tocaba en las chicherías. Había formado un dúo –Las Parra– con su hermana Hilda. Llamaban la atención esas mujeres que usaban faldas largas, al estilo de las campesinas, y que iban sin maquillaje, a cara lavada.
“Yo no estaba muy de acuerdo con la vida artística que llevaba ella. En un principio estuve de acuerdo con que trabajara, pero ya después le dije que no, porque yo ganaba buen sueldo y no había necesidad. Entonces decidimos que se quedaría en la casa”, narró el marido en su testimonio. En los tres años siguientes nacieron los hijos, Angel e Isabel, y se fueron a vivir a Valparaíso, donde habían destinado al esposo por trabajo. La vida artística de Violeta parecía irremediablemente frustrada. “En ese tiempo Violeta tocaba a veces la guitarra en la casa, así, para entretenerse nomás. Eso sí: escribía mucho. Para eso tenía una facilidad tremenda. Era una maravilla, mucho más que para tocar la guitarra.”
Los mismos asuntos de trabajo trasladaron a la familia Parra de vuelta a Santiago y Violeta empezó lentamente a retomar las actuaciones. También fueron los años de militancia en el Partido Comunista, con el que mantuvo adhesión toda su vida más allá de alejarse de la actividad política. Pero el matrimonio se iba a pique. Cereceda no quería que saliera a trabajar. Él llegaba rendido a la noche y ella recién partía para tocar en los boliches. “Cuando discutíamos, ella siempre me decía que lo que yo queríaera una empleada y no una compañera. Pero yo no podía soportar más, hasta que un día le dije: Bueno, sigue con tu arte. Yo me voy. Al otro día tomé mis cosas y partí.”
A pesar de haber quedado destrozada por la separación, Violeta siguió con las actuaciones y finalmente accedió a la radio, la verdadera meca de un artista popular en aquellos años, los primeros de la década del 50. “Vivíamos en una rancha y empezamos a recibir cartas de todo Chile”, recuerda Isabel. “Las cartas invadieron la casucha y como no teníamos muebles donde ponerlas no sabíamos qué hacer con ellas. Por último hicimos grandes fogatas porque teníamos mucho frío. Eran cartas de amor: Violetita, cuando la oímos cantar nos acordamos de nuestra infancia, porque esa canción se la oímos a mi tío, a mi abuela, lo único que le pedimos es que no se acabe el programa de radio, Violetita, porque no hay nadie más que cante esas cosas. Todas las cartas eran así”.

LA VUELTA AL MUNDO
En 1953 Violeta Parra empezó a recorrer el territorio chileno para recoger canciones entre los campesinos y los indios. Al principio debía memorizarlas. Cuando pudo comprarse un grabador, ya las traía en cintas. Los indios cobraban lo suyo para transmitirle las canciones, y Violeta solía volver de sus “giras” sin plata y casi sin ropa.
A pesar de todo, el despegue de Violeta Parra ya estaba en plena marcha. Fue reverenciada por Pablo Neruda y la intelectualidad de izquierda: de hecho, fue después de un recital en casa de Neruda cuando le empezaron a prestar mucha atención los poetas y escritores.
“Un día tenía que reventar todo lo que había en la vida de la Violeta”, dijo Isabel. “Ella empezó a componer otras canciones, cambia de rumbo. Fue un momento pleno de logros y de aprender mucho. Ya no habla del hombre que se fue y dejó abandonada a la mujer en el campo, se mete en otras cosas, como el caso del sindicalista español Julián Grimau y `La carta’, la canción que compuso cuando su hermano Roberto fue tomado preso en Chile. Entonces es que empieza a ponerse interesante la cosa.”
Violeta Parra inició un circuito internacional por los países socialistas y por América latina. Estuvo en el Festival de la Juventud en Polonia en 1955, en la Unión Soviética, Finlandia, Alemania, Argentina, Brasil, y finalmente la meca, París, donde permaneció tres años, actuando con sus hijos, y donde llegó a exponer sus tapices en el Louvre. De regreso a Chile los Parra en pleno fundaron una peña folklórica donde germinó lo más granado de la canción popular, como Quilapayún y Víctor Jara. Es también la hora de sus composiciones más bellas y crepusculares, compuestas poco antes de su suicidio (por el amor no correspondido de un francesito, siempre se conjeturó) el 5 de febrero de 1967.

Lo que da la parra

Un relevamiento del material que contienen los compacts puede dar una idea cabal de la importancia de la obra. En primer lugar, una Antología que ofrece no sólo lo más conocido, sino una selección de las distintas etapas de la evolución de Violeta. Isabel Parra trabajó en la selección de estas grabaciones, que abarcan desde canciones anónimas como “Casamiento de negros”, recopilaciones hechas por Violeta, y por supuesto lo más granado de su cosecha: “La carta”, “Arriba quemando el sol”, “Qué dirá el santo Padre”, “Volver a los 17”, “Run Run se fue pa’l norte”, “Rin del angelito”, “Mazúrquica moderna” y “Gracias a la vida”.
Las últimas composiciones y Canciones reencontradas en París funcionan también a modo de antologías con las especificaciones que indica cada título y algunas variaciones en los registros. Cualquiera de los tres CDs son los más recomendables a modo de introducción a Violeta Parra, pero haydos temas imperdibles que sólo están en Las últimas composiciones: “Maldigo del alto cielo” y la irónica “La cueca de los poetas”.
Cantos campesinos reúne un muestrario de las recopilaciones de folklore que luego Violeta arreglaba. En Violeta Parra en Ginebra se recogió un recital que dio en una casa particular en Ginebra. Según se indica en una nota, “allí se recorre la música de Chile de norte a sur, transformando ese concierto en una gran clase de folklore. Fue grabado en vivo en cinta de 1/4 pulgada a comienzos de 1965”.
Composiciones para guitarra contiene su obra integral para guitarra. “Cueca larga” cuenta con texto de Nicanor Parra y todos los temas instrumentales fueron compuestos por ella, a partir de sus investigaciones folklóricas. El resultado es una suerte de concierto de depurado vanguardismo (ella las llama “anticuecas”), de sonido moderno sobre la base de su esencia folklórica.
Décimas y centésimas trae su “Poesía popular en décimas”, difundida en libro como sus versos autobiográficos, y las “Centésimas del alma”. Según se explica en una nota, “las centésimas tienen un contenido amoroso en que la autora enumera sus dolores del 1 al 40. Además, Violeta Parra habla en versos, del 1 al 100, en una grabación obtenida de una entrevista radial realizada en Concepción, sur de Chile, por Mario Céspedes, profesor y periodista, en el año 1958”. De las centésimas que no fueron grabadas se publican igualmente los versos, de modo tal que se reproduce el texto completo, que fue conservado de puño y letra de Violeta Parra durante más de treinta años.

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