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El mundo viejo

Por RODRIGO FRESAN

Desde Barcelona Escribo esto desde el Viejo Mundo, desde una ciudad de Europa. Saludos. Europa –para más información, mínimos detalles– es ese sitio donde se hunden buques petroleros, se vierte cianuro en los ríos, se consagra a líderes ultraderechistas austríacos con cara de Tony Franciosa, se producen choques raciales y religiosos, se sigue creyendo en la realeza y se filman películas con pocos efectos especiales y mucho diálogo. Hay, por supuesto, problemas mucho más graves. Problemas del tipo “Houston, tenemos un problema”.

UNO De un tiempo a esta parte –tal vez tenga que ver con el hecho que uno ha alcanzado finalmente la mediana edad y se experimenta un perverso y sadomasoquista encanto a la hora de sentirse más o menos protagonista de las cosas– se me ha dado por leer y recortar encuestas y estadísticas. Números, gráficos, curvas, proyecciones, promedios, esas cosas. De un tiempo a esta parte han venido apareciendo en el Viejo Mundo, en Europa, en una ciudad de Europa, una serie de predicciones fundadas que hacen palidecer a las de Nostradamus. Encuestas que anticipan el fin del mundo -de este Viejo Mundo– pero sin escenas cataclísmicas ni apocalípticas. Un fin del mundo sin efectos especiales y con mucho diálogo porque, se sabe, los viejos hablan mucho.

DOS Me explico: Europa, el Viejo Mundo, ha envejecido. Europa se muere. Números, estadísticas, saquemos cuentas, leamos titulares catástrofe: “Un estudio demográfico de la División de Población de la Naciones Unidas advierte que el futuro de la economía y el bienestar en Europa depende de los inmigrantes”; “Europa necesita 159 millones de inmigrantes (equivalente al 40 % de su población actual) hasta el año 2025”; “La Unión Europea registra el crecimiento natural más bajo desde 1945”; “El crecimiento demográfico de cinco países de la Unión Europea descansa ya en la inmigración extranjera”; “Sólo nacen cuatro millones de europeos al año”. Para decirlo más fácil y sin tantas vueltas: en Europa cada vez nace menos gente y cada vez hay más gente vieja y la solución está en la entrada de extranjeros pero Europa suele desconfiar de los extranjeros y...

TRES Uno de esos cinco países en problemas se llama España. España -alguna vez el país del Viejo Mundo con mayor tasa de fertilidad– es hoy el país más viejo de Europa y del mundo. 1,07 hijos por mujer en edad de merecer cuando se necesita un mínimo de 2,1 hijos para reponer la población y hacer frente al recambio generacional. Ni las predicciones más pesimistas permitieron esperar semejante paisaje: dentro de treinta años, a este paso, habrá diez millones de españoles menos. Los españoles se extinguen, los españoles como especie a ser protegida por Greenpeace. ¡A follar que se acaba el mundo! Lo más grave de todo, dicen, es que esta alarma se produce en tiempos calmos: no hay guerra con Cuba, ni Guerra Mundial, ni Guerra Civil, ni epidemia de gripe, ni dictadura, ni emigración masiva. Las hipótesis son varias: ya no se necesita numerosa mano de obra familiar y barata para trabajar los campos de la familia, la mujer española ya no es una máquina de parir, ya no hay tanto tiempo para acostarse y practicar el viejo uno y dos, la mujer española sin trabajo (casi un millón y medio) teme traer otra boca al mundo, ya no se le lleva tanto el apunte al Vaticano en el asunto ése de que los métodos anticonceptivos equivalen a pasaporte al infierno, ya nadie piensa en tener un hijo doctor o una hija bien casada. O tal vez el mismo Planeta Tierra haya decidido usar profiláctico cansado de los desmanes de nosotros, sus espermatozoides.

CUATROInmigrantes entonces. El problema es que –desde hace demasiado tiempo– el inmigrante como figura simbólica y masiva equivale por estos lados a la de “esclavo” o, en el mejor de los casos, “mano de obra barata y en negro”. La reciente aprobación de una más receptiva y hospitalaria Ley de Extranjería intentó ser infructuosamente corregida y complicada porel gobernante Partido Popular y finalmente fue aprobada in extremis y sin el apoyo del gobierno. La cuestión está clara: España es un país con mentalidad históricamente emigrante. España –desde Colón está más acostumbrada a irse a que le venga, le gusta más hacer la América que el que le hagan la Europa. De ahí que el cupo legal de 30 mil inmigrantes bienvenidos al año –a la luz de las estadísticas– parezca un breve y poco satisfactorio polvo en el viento. Eyaculación precoz. La actitud antiinmigratoria es compartida –a partir de sondeos varios– por otros países como Suiza, Austria, Francia y Alemania. “España será el país en que la media de edad será la más elevada del mundo para el 2050: 54 años”, dice otro titular en otro recorte y el viaje de la paradigmática tonadillera Rocío Jurado a Colombia para adoptar a dos colombianitos se trata –desde las tapas de las revistas de la prensa rosa– como una mezcla de asunto de Estado, misión patriótica y demencia senil y olé.

CINCO “Los gobiernos de Europa tienen que hacer algo ya. Si no, el problema será muy importante e imposible de solucionar. Hay sólo cuatro cosas que se pueden hacer para combatir los efectos del envejecimiento sobre la fuerza de trabajo: aumentar la edad de la jubilación, recortar las ayudas sociales, incrementar los sueldos para que se tengan más hijos o cambiar todo el sistema”, profetiza Joseph Chamie, director de la División de Población de la Organización de Naciones Unidas. Chamie presentará el próximo marzo el texto definitivo de su informe titulado Migraciones de sustitución: una solución para los países con poblaciones en declive, convencido de que la solución está lejos: “Los gobiernos apenas han rozado la cuestión. Conocen el problema pero no se lo han planteado seriamente”, dice. Una cosa es cierta: si el asunto sigue así, si Europa se fortalece en su actual ventaja económica pese a una población menguante, mantener a sus ancianos costaría el 5% del producto bruto interno. Ahora mismo, la media es de 4 personas activas por cada jubilado. Dentro de cincuenta años, el partido va a estar 2 por cada jubilado. La única buena noticia es que el envejecimiento aliviará el paro; pero repercutirá negativamente sobre los sistemas de salud de Europa. Súmese a esto el factor de que se producirán inevitables avances médicos y científicos (agrego aquí, de paso, que España es también el país con mayor tasa de donación de órganos) y poco cuesta imaginar a este continente como una especie de vigoroso cementerio de elefantes, un museo vivo gobernado por una raza de súper-abuelos sin nietos –ensamblados con piezas de recambio y miembros de algún fight club– que saldrán a las calles a jugar versiones virtuales e invertidas de la guerra del cerdo mientras pelan naranjas mecánicas y mienten que vieron a un bebé por las calles de un Viejo Mundo que, casi sin darse cuenta, se ha convertido en un Mundo Viejo.

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