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Yo me pregunto

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Las mañanitas del señor

El doctor David Saul Rosenfeld, encargado de la Clínica Kaiser de Los Angeles, acaba de publicar un estudio sobre la relación entre el sueño y el sexo que probablemente desate batallas campales en más de un matrimonio. Parece que el asunto empezó hace un año, cuando una de sus pacientes le contó que su novio era “extremadamente agresivo y mal hablado” cada vez que se encamaban a la mañana temprano. Pero no era eso lo que le molestaba, sino “que hiciera todo eso mientras estaba dormido”. Rosenfeld sumó fuerzas con el Departamento de Neurología de la Universidad Médica de Minnesota y se abocó a investigar el fenómeno. Un año después, publicaron las conclusiones: el fenómeno del sexo matinal es común en hombres privados del sueño durante varios días o con antecedentes de sonambulismo, quienes al parecer entran en un “estado de confusa excitación sexual, en el que la mente no está ni despierta ni dormida, y del que sólo mediante una fuerte descarga de energía física se logra salir”. Pero lo más sorprendente es que esta investigación del ámbito científico parece haber llegado a manos de la gente del hotel alojamiento Magnus, ubicado en la Panamericana bonaerense. En la última campaña con la que el célebre telo promociona sus instalaciones, puede leerse “De domingos a jueves, dormida sin cargo”. Lo que no se entiende es si los muchachos del Magnus se refieren al célebre mañanero o a la pobre chica, que a lo mejor ni se entera de lo que está pasando y por eso no cobra.

Las novicias sólo quieren divertirse

Todos los viernes y domingos, en la puerta del cine Prince Charles de Londres, una horda forma hasta tres cuadras de cola con tal de conseguir entradas para la reposición de La novicia rebelde. Nada del otro mundo hasta ahora. Pero resulta que esta copia introduce una variación inédita en la historia del cine: cuando llegan las escenas musicales, en la pantalla aparecen, a manera de subtítulos, las letras de las canciones. Entonces, todo el cine canta a grito pelado sus escenas favoritas. Pero la cosa no termina ahí. En las funciones proliferan los fans caracterizados “de alguna estrofa”. El fin de semana pasado, por ejemplo, apareció uno enfundado en un catsuit dorado; cuando le preguntaron de qué estabadisfrazado, contestó: “De rayo de sol”. Hasta ahora, el atuendo más recurrente entre los devotos de la película es el de monja, seguido de cerca por el de nazi. Pero hay más: la población de religiosas se reparte entre las verdaderas servidoras de Dios y las monjas de patas peludas y barba de tres días con guitarra en mano, dispuestos a corear cada una de las apariciones de Julie Andrews. A la salida, cuando todos los espectadores deben responder qué es lo que les gusta más de la película, la respuesta entre las chicas con hábito es unánime: “El sexo, sin duda”. Ya se sabe que Julie Andrews corriendo colina abajo pone en llamas a cualquiera.

El hospital de los muñecos

Desde hace un tiempo, el alcalde Rudolph Giuliani se vanagloria de haber conseguido uno de los índices de criminalidad más bajos de la historia de Nueva York. Uno de los principales perjudicados es el dueño de la empresa Virtual Guard, especializada en construir maniquíes de alta tecnología que aparentan ser agentes de seguridad. Decidido a no clavarse con el remanente de stock, la gente de Virtual Guard se dispuso a abrir nuevos mercados. Y el lugar elegido fue Río de Janeiro, una ciudad con un índice de asesinato seis veces mayor que el de Nueva York. En sólo tres meses, la empresa brasileña Tradicom (propiedad del coronel retirado Heleno Barbosa, ex jefe de las fuerzas de seguridad cariocas) vendió 250 maniquíes a 450 dólares cada uno, pregonando que si el guardia recibe un balazo lo único que hay que hacer es emparcharlo. Al parecer, se pueden conseguir dos modelos distintos: el Factory Guard (Guardia de fábrica, utilizado en los complejos industriales), y el City Guard (Guardia civil, apostados en las inmediaciones de los complejos de Río). En ambos casos, los hombres de fibra de vidrio portan chalecos antibalas, anteojos oscuros y réplicas de 9 milímetros. El único problema es que hasta ahora a nadie se le ocurrió cambiarles el cassette que traen de fábrica, así que cada tanto se los escucha repetir en jerga neoyorquina advertencias como: You are trespassing (“Esto es propiedad privada”) o Feeling lucky, punk? (“¿Te sentís con suerte?”). A lo que los muchachos de las favelas, por supuesto, hacen oídos sordos.

 

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