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En 1943, el químico Albert Hoffman descubrió los efectos del LSD. En Woodstock del 69, la advertencia era: “Cuidado con los ácidos marrones”. Dos años después, los cartones estaban pintados con las caras de Mickey, el gato Félix y Lenin. Si bien resulta casi imposible documentar buena parte de las planchas dibujadas por motivos obvios (son ilegales y la mayoría de los consumidores no recuerdan demasiado), Radar hizo un esfuerzo por reconstruir la historia artística del papel secante, cuyo coleccionista más famoso es, oh casualidad, argentino.

Por Alfredo García

“El viernes pasado, 16 de abril de 1943, me vi obligado a interrumpir mi trabajo en el laboratorio a mitad de la tarde. Tuve que volver a casa agobiado por una extraña inquietud y un persistente mareo. Me acosté con la sensación nada desagradable de estar intoxicado y con la imaginación extremadamente estimulada. Con los ojos cerrados (ya que la luz del día me parecía demasiado brillante) y en un estado de ensoñación, pude observar un torrente de figuras calidoscópicas de todos los colores tomando formas fantásticas. Luego de dos horas, ese estado se desvaneció”.
Aquella tarde de abril de 1943, el químico Albert Hoffman disfrutó del primer viaje de LSD 25 de la historia: unas pequeñas partículas cristalizadas de la sustancia sintetizada originalmente en 1938 (y archivada por no encontrarle utilidad alguna) tomaron contacto con su piel durante un estudio. En experimentos con el germen del centeno Hoffman ya había logrado remedios como la hydergina (utilizado en geriatría hasta hoy en día), y antes había trabajado con los laboratorios suizos Sandoz en la síntesis de drogas para problemas cardíacos. Pero como él bien sabe (y tal como lo relata en su autobiografía LSD My Problem Child), la historia lo recordará como el hombre que descubrió los efectos alucinógenos del LSD 25, o ácido lisérgico.
A partir de ese primer trip accidental, Hoffman decidió experimentar en serio ingiriendo una pequeña dosis ante testigos que pudieran documentar sus sensaciones. Como los efectos del ácido comenzaron a hacer efecto recién volvía del laboratorio a su casa, andando en bicicleta junto a su asistente, este modesto medio de transporte quedó inmortalizado como un icono de la cultura psicodélica. Con el paso de los años, el LSD 25 fue primero adoptado como una de las sustancias favoritas de la generación del flower power, para ser después declarado ilegal por los gobiernos de todo el mundo, medida que obligó a los laboratorios Sandoz a dejar de fabricarlo, dejando el negocio en manos de los laboratorios clandestinos que alimentan la fructífera industria del narcotráfico. También con los años, las ascéticas gotitas o tabletas incoloras de la droga descubierta por Hoffman adoptaron la forma de cartoncitos de papel secante ilustrados con dibujos de todo tipo. Uno de los dibujos que se han venido repitiendo con más frecuencia a través de las décadas es justamente el de un señor alucinado andando en bicicleta. Y uno de los ácidos más populares en todo el mundo durante las fiestas de fin de milenio fue un cartoncito con una bicicleta de colores y el año que se festejaba, el 2000.
Es difícil saber con exactitud en qué momento los fabricantes de una sustancia ilegal como el LSD 25 tuvieron la curiosa idea de cambiar el packaging de su producto introduciendo ilustraciones de distinto tipo, pero diversas fuentes dedicadas a registrar los ácidos en boga a lo largo de las décadas concuerdan en que entre 1971 y 1973 las dosis lisérgicas dejaron de ser simples gotas en terrones de azúcar u olvidables tabletas de un color liso para empezar a incluir dibujos infantiles, leyendas, logotipos y hasta el rostro de Lenin. El recordado “cuidado con los ácidos marrones” del festival de Woodstock de 1969 había quedado demodé: ahora había que tener cuidado con el gato Félix, la silueta de una mujer desnuda o algún motivo oriental como el Yin-Yang.
Sería un error tratar de entender desde un ángulo racional un asunto relacionado justamente a la ruptura con la lógica racionalista. Sin embargo, que los motivos orientales figuren entre los más utilizados por los anónimos dibujantes para ácido parece revelar la intención de influir de un modo pseudo-espiritual en el consumidor del cartoncito bañado en poción mágica (este chiste no es gratuito, ya que en los 80 aparecieron en Europa cartoncitos de LSD ilustrados con la figura del druida de Astérix, el fabricante de la famosa poción mágica de los galos). Así, mezcla de marketing mercantilista y auténtica expresión de deseo para el audazexperimentador de viajes lisérgicos, desde hace años que el cartoncito no se vende liso, sino que incluye un lema o dibujo que guiará la exploración psicodélica del mejor modo posible. Siguiendo esta teoría, la misma sustancia aplicada a un dibujito alegre y naïf (Betty Boop, el gato Félix) no provocaría el mismo efecto que el de una dosis idéntica del mismo ácido bañando un cartoncito con la cara de un héroe más violento (el Capitán América, Superman o Popeye, el famoso adicto a la espinaca).
En cierto sentido, los dibujos de los cartones de ácido lisérgico pueden ser considerados como una especie de arte interactivo de primer orden. Si hasta ahora no se conocen tesis realmente serias sobre el por qué de los dibujos de LSD, quizá se deba a que todo lo relacionado a estas planchas de papel secante sea tan ilegal como la sustancia descubierta por Hoffman en 1938. Encima, a esta clandestinidad se agrega el habitual mal estado neuronal de los expertos en LSD 25, que difícilmente se hayan preocupado por documentar cada tipo de ácido que ingirieron en los últimos 30 años.
Por eso, cualquier investigación sobre el tema choca contra límites difíciles de superar. Es una tarea titánica tratar de documentar algo que siempre se movió en las sombras. Para colmo, la mayoría de los dibujos fueron tragados por ansiosos experimentadores de la cultura lisérgica, es decir, viejos hippies que no pueden ser considerados como los testigos más confiables del mundo.
Curiosamente el testigo más confiable parece ser un argentino de origen inglés: Mark McCloud, quien fue entrevistado por la revista inglesa Loaded, donde lo describen como una suerte de genio paranoico que colecciona todos los cartoncitos posibles. Según McCloud, el FBI, la CIA y Scotland Yard trata de arrestarlo por todos los medios desde hace años, pero no le pueden hacer nada debido a que todos los cartoncitos de su colección han sido cuidadosamente desactivados, “al ser expuestos a rayos ultravioletas”, eliminando cualquier efecto lisérgico. “Lo que pasa es que la CIA quiere guardar el mejor LSD para sus agentes, ya que ellos siguen investigando el potencial telepático que puede derivarse del ácido”, explicó McCloud a un periodista no demasiado convencido de las posibilidades paranormales de esta sustancia.
Según McCloud, casi cualquier ícono de la cultura pop moderna y de la civilización occidental ha tenido su propio ácido. “De Jesús a Alicia en el País de las Maravillas, todo tipo de personajes han formado parte de este arte revolucionario”. El coleccionista, ex profesor de arte, comenzó a interesarse por el ácido desde muy joven, en los tiempos en que esta droga era legal. “Ya que no se puede combatir la prohibición del LSD, lo mejor es destacar su parte artística”, explicó McCloud en la entrevista (que puede ser encontrada, igual que docenas de artículos sobre el fenómeno lisérgico, a través de Sputnik.com, el patriarca de todos los sites sobre drogas legales e ilegales, desde la nicotina al peyote). La última noticia registrada sobre McCloud y su museo de blotter art (“arte de los secantes”) es que hacia 1997 su colección estaba expuesta en la Rita Dean Gallery ubicada al 548 de la Quinta Avenida de San Diego, California, hasta donde la intelligentzia artística de la Costa Este había concurrido para dictaminar la importancia de una exposición que “explica ese folklore moderno llamado psicodelia”.
Otro folklore moderno, el de las leyendas urbanas, también habla de las ilustraciones del LSD. Desde 1980, cada tanto aparecen notas en la TV y la prensa escrita sobre planchas de LSD cubiertas de ilustraciones infantiles que presuntamente intentarían provocar adicción en niños de corta edad. Este mito se conoce como el de “los tatuajes de LSD Blue Star”, y figura en libros sobre leyendas urbanas junto a otros cuentos del tipo “huevos de araña en caramelos yummy” y “cocodrilos albinos en las cloacas”. La verdad detrás de este mito es simplemente que muchos de los cartoncitos cargados con LSD tienen figuras de comics como Bart Simpson o Superman. En 1980,por ejemplo, el departamento de policía de Nueva Jersey envió una circular alertando sobre la existencia de unas estampillas con la figura del aprendiz de brujo que interpretaba el ratón Mickey en la película Fantasía “destinadas a volver adictos a los niños”. El miedo colectivo quedó en la nada al demostrarse que las estampillas existían, pero estaban destinadas a proveer de LSD a viciosos experimentadores mayores de edad. En una seguidilla de artículos demistificadores, el New York Times explicó este fenómeno, lo que no evitó que cada tanto reaparezca el fantasma de la adicción infantil al ácido. El gran difusor del LSD, Timothy Leary, lo explicó así: “El ácido lisérgico es una sustancia capaz de provocar demencia y alucinaciones en personas que nunca la consumieron”.
Que se sepa, nunca aparecieron cartoncitos de LSD con dibujos relacionados a la cultura argentina. Equivalentes de Popeye o Superman podrían ser Patoruzú o Isidoro Cañones, pero dentro de lo limitada que resulta una encuesta local sobre el tema, no hay señales de que alguien haya hecho algo por el estilo. Probablemente esto no se deba a la falta de imaginación de nuestros narcos, sino a la inexistencia de una industria vernácula dedicada al LSD (que sí fue utilizado por psiquiatras argentinos de avanzada en los años ‘60, cuando la droga aún no había sido prohibida).
Según recuerdan algunos veteranos de estas aventuras mentales, los primeros ácidos que llegaron al país con fines recreativos y no psiquiátricos eran gotitas o micropuntos (un punto negro en un plástico). Recién a mediados de los ‘70 aparecieron cartoncitos ilustrados con el protagonista del comic underground Mr. Natural y el eterno Popeye.
La creciente popularidad del éxtasis surgida en los ‘80 (que puede ser considerado como un pariente más liviano del ácido, y que en general es una pastilla sin dibujos ni diseños artísticos) parece no haber terminado con la inventiva de los incansables fabricantes de LSD. Uno de los diseños más curiosos aparecidos a fines de los ‘90 fue el llamado The Beavis & Butthead Psychodelic Experience, junto a la ya mencionada bicicleta del 2000.
Aunque en su libro LSD My Problem Child Albert Hoffman asegura que jamás imaginó ni aprobó el uso masivo de la droga con fines recreativos (hoy, para colmo, sólo conseguible sin la exactitud química lograda en los laboratorios suizos que la fabricaban en sus años de legalidad), con los años adoptó una actitud más contemporizante. Quizá por eso una de las piezas más cotizadas en la colección de blotter art de Mark McCloud es una serie de cartones con el rostro de Hoffman autografiada por el mismísimo padre del LSD 25.

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