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A sesenta años de la muerte de Isaak Babel

Historia de un
adjetivo

Vio en la Revolución de Octubre la posibilidad de unir sus dos “patrias”: las raíces judías y su amor por la Madre Rusia. Luego de enrolarse con nombre falso en un regimiento de cosacos y retratar magistralmente la vida en el frente de batalla (Caballería roja) y el submundo del hampa en su ciudad natal (Historias de Odessa), se convirtió en uno de los modelos de la naciente literatura soviética. Pero, en 1939, la policía secreta de Stalin lo arrestó, lo obligó bajo tortura a declararse culpable y lo ejecutó. A sesenta años de su asesinato, Radar rinde homenaje a Isaak Babel, y reproduce fragmentos del libro de Antonina Pirozhkova, la mujer que compartió los últimos siete años de vida de Babel.

Por JUAN FORN

Dice Grace Paley que, cuando leyó por primera vez a Isaak Babel en los años ‘50, “sólo sus cuentos y su muerte eran famosos, pero hasta hace poco incluso eso conocíamos mal”. Paley se refiere a los dos hitos en la vida de Babel, y al misterio que los rodea: por un lado, los breves y potentísimos relatos que consagraron a su autor, pero que en sus ediciones soviéticas y todas aquellas traducciones occidentales realizadas a partir de esas ediciones sufrieron censura y expurgación, por razones ideológicas y “morales”. Y, por el otro, el arresto, interrogatorio y confesión de “sedición y espionaje” que dio por resultado el supuesto confinamiento de Babel en un gulag siberiano (aquel Kolymá tan magistralmente descripto por Shalamov), dato “corregido” por las autoridades quince años después de aquel arresto con la funesta y para entonces casi obvia noticia de que Babel había sido en realidad ejecutado a principios de 1940, en los mismos cuarteles de la NKVD adonde cumplía arresto desde mayo de 1939.
Isaak Babel fue sin duda uno de los más grandes escritores del siglo XX. Un joven nacido en Odessa que vio en la Revolución de Octubre la posibilidad de unir sus dos “patrias” (sus raíces judías, su amor por Rusia) y que, luego de unirse bajo seudónimo a un legendario regimiento de cosacos en la campaña a Polonia del año ‘20, se convirtió en inesperado ejemplo del escritor soviético con la publicación de Caballería roja (1926), al mismo tiempo que se erigía en eslabón perfecto entre la gran tradición de la literatura rusa y las nuevas formas que imponía esa era naciente que había volteado al zar. A los treinta y cinco años, Babel era un maestro del cuento tan admirado en Europa como en su país natal, pero en pleno auge creativo se sumió en el silencio, ante el ocaso cada vez más evidente de esa era en la que había depositado sus esperanzas y desvelos. Algunos adjudican a ese empecinado silencio la caída en desgracia de Babel; otros a su origen judío; otros a un romance que tuvo con la esposa de un jefe de la NKVD ejecutado; otros a la pura paranoia homicida con que Stalin diezmó la intelligentzia de su tiempo. Lo cierto es que hasta hoy no se sabe el motivo real de su arresto (al leer las actas del interrogatorio se tiene la sensación de que los torturadores le sonsacan a Babel hasta las acusaciones por las que debe responder). El mismo Consejo Militar de la Corte Suprema soviética determinó, luego de la muerte de Stalin, “ausencia de elementos de delito” en el arresto y el proceso sumario posterior, y ni siquiera cuando se abrieron los archivos secretos de la KGB, ya en los ‘90, pudo encontrarse la orden “de arriba” que exigía su detención.


Con sus tres hijos (de izq. a der.): Nathalie (París, 1932), Emmanuel (luego bautizado Mijail, 1927) y Lidiya (1936)

Tampoco es mucho lo que queda de las opiniones políticas de Babel en sus últimos veinte años de vida: su segunda esposa, Antonina Pirozhkova, autora de una memoria titulada At His Side. The last years of Isaak Babel (de la que se ofrecen unos fragmentos en las páginas que siguen), cuenta que su marido nunca le confió sus inquietudes políticas, ni a ella ni a nadie, por reserva y por “protección”. Casi todo lo que se sabe de Babel proviene, como suele suceder con los escritores muertos por sus convicciones, de hagiografías: esos recuerdos de amigos, de su viuda y su hija, teñidos por la emoción y también por la idealización que tratan de equilibrar la balanza luego de las acusaciones falaces con que la propaganda del Estado lo convirtió en un “enemigo del pueblo”. En el caso de Babel, a las falsas acusaciones y los excesos de la hagiografía deben sumárseles otros dos obstáculos: las distorsiones que provocan los cuentos “autobiográficos” de Babel (que han tentado a más de un ilustre catedrático a sobreimprimirlos cándida y obedientemente a la vida real de su autor) y la lectura “entre líneas” de sus escasas declaraciones públicas en tiempos de las purgas stalinistas (donde hay que adivinar los momentos en que Babel trata de decir algo “prohibido” por debajo de un mensaje mansamente “optimista”). Lo que hace aun más paradojal el caso Babel es que su vida esa saga de versiones contrapuestas puntuada por largos silencios y misterios haya terminado por convertirse en ese texto de largo aliento que sus amigos y enemigos tanto le reclamaron en vano: no importa quién los cuente, cada uno de los capítulos en esa novela coral adopta una entonación sugestivamente similar a la de aquellos relatos de Odessa o la Caballería Roja. Así, el hombre que declaró que, si alguna vez escribía sus memorias, las titularía Historia de un adjetivo, logra desde su muerte que se reúnan las piezas dispersas de su vida bajo un calificativo tonal unánime: babeliano. Como sinónimo, el más alto sinónimo, de humano.


De derecha a izquierda: Gorki, Malraux, Babel y Koltzov en Peredelkino (1936).

RETRATO DEL ARTISTA CACHORRO
Isaak Emmanuelovitch Babel nació en Odessa en 1894, pero casi de inmediato su familia se trasladó a Nikolaiev, otra población portuaria del Mar Negro. El retorno de Babel a su ciudad natal ocurre luego de que cumpla diez años, en 1905, y ya delata las primeras distorsiones que muestra su autobiografía: el sector de la Moldavanka donde se instala su familia ya no es el colorido antro de hampones que Babel luego describirá en forma magistral como su barrio de infancia en los Cuentos de Odessa, así como el pogrom de 1905 tan vívidamente relatado en los cuentos “autobiográficos” Historia de mi palomar y Primer amor no produjo la muerte del abuelo de Babel ni destrozó el negocio de su padre. Sí parece ser cierto el anhelo familiar de que el pequeño Isaak se convirtiera en un virtuoso del violín, que “llegara a tocar para la reina de Inglaterra” (el cuento Despertar describe en forma hilarante, sea realista o no, aquella “fábrica” de aspirantes a niños prodigio y la incapacidad de muchos de ellos para “sacar otra cosa que limaduras de hierro” al pasar el arco por las cuerdas del violín), además de someterlo al estudio del Talmud e intensas lecciones de francés para acceder al Liceo.
El numerus clausus del zar Nicolás restringía la cantidad de niños judíos en cada escuela (nunca más del 5 por ciento). Si bien Babel logró sortear este obstáculo e ingresar al Liceo Comercial, posteriormente no pudo entrar a la Universidad de Odessa por ese motivo. Contra la voluntad paterna, quería estudiar psiquiatría (quince años más tarde, en Caballería roja, haría decir a su alter ego Lyutov: “Quisiera saber a toda costa qué es lo que el hombre lleva dentro”), pero terminó marchando a Kiev y se inscribió en el Instituto de Estudios Financieros y Comerciales, donde conoció a la que sería su esposa, Eugenia Gronfeyn. Antes, en 1915, parte a San Peterburgo, donde presenta sus primeros relatos a diferentes editores con escasa suerte: apenas un periódico menor llamado Zhurnal Zhurnalov le publica las “Páginas de mi Cuaderno” (donde Babel incluye su manifiesto Odessa: “¿No es cierto que, si nos ponemos a pensar, no existe en la literatura rusa una verdadera descripción del sol, vívida y exultante? Muchos comparten el deseo de sentir renovada su sangre. El mesías literario aguardado durante tanto tiempo vendrá del sur, de las soleadas estepas bañadas por el mar”). Todo parece ir mal para el joven Babel hasta que Máximo Gorki lo toma bajo sus órdenes en la revista Letopis y le publica un par de textos, que le valen al joven autor una acusación de sedición y pornografía. Para evitarle el proceso, y “cuando se hizo evidente que mis experimentos juveniles sólo alcanzaban el éxito de manera accidental, Gorki me envió a que me mezclara con el pueblo”.
En 1917, Babel se enrola en el ejército y parte al frente rumano, donde contrae malaria. Vuelve a Odessa a recuperarse y un año después, antes de cumplir su palabra con Eugenia Gronfeyn y casarse con ella, acude nuevamente a Petersburgo y, bajo la tutela de Gorki, posterga su proyecto de ser un poeta del sol para convertirse en cronista del caos: publica seis piezas periodísticas sobre las miserias de la ciudad regida por los victoriosos bolcheviques (“Hace mucho tiempo había fábricas, y lasfábricas eran la sede de la injusticia. Luego se hizo justicia. Pero se hizo mal”, escribe en Evacuados, uno de los vívidos retratos donde se “sacrifica tanto el honor como las vidas del proletariado”, en palabras de Gorki). Desencantado, Babel vuelve a Odessa y se casa en 1919. Pero ante la cercanía cada vez más evidente de la guerra civil, corrige su posición hacia los bolcheviques, logra ser admitido como corresponsal de la agencia de noticias ROSTA y se suma a la legendaria Caballería Roja del general Budyonny cuando ésta marcha al frente polaco, un hecho decisivo en su vida.

CABALGANDO CON EL ENEMIGO
¿Cómo logró un judío asmático y miope de los confines del Sur ser admitido como un par por los cosacos de la caballería de Budyonny? Fraguando en sus credenciales un alias insospechable: Kyril Vassilievitch Lyutov (el apellido Lyutov significa feroz en ruso). Al parecer, eso y una serie de gestos “iniciáticos” de los que se hablará en breve alcanzó. A lo largo de esos meses, Babel lleva un diario, garabateado casi telegráficamente sobre la montura de su caballo, pero no se puede decir que fuera un auténtico corresponsal de guerra: mientras cabalgó con los cosacos, aparecieron sólo cinco piezas en el periódico que ROSTA enviaba a las tropas (y que los soldados letrados debían leer a los soldados iletrados): un réquiem a un oficial muerto, dos descripciones de atrocidades cometidas luego de la batalla, un elogio a las valerosas enfermeras del frente y una carta de amarga queja al editor (“El último mes no hemos recibido un solo periódico, no tenemos idea de lo que pasa en el resto del mundo y yo ni siquiera sé si mis informes llegan a destino”).
Finalmente, el asma lo vence y es autorizado a recuperarse en una casa de su familia política en Batum, sobre el Cáucaso. Allí, partiendo de aquel diario, Babel empieza a escribir los cuentos que conformarán Caballería roja. Si hasta 1920 aspiraba a profundizar en su literatura la veta picaresca del último Scholem Aleijem combinándola con Maupassant (el hecho de filtrarse entre los cosacos con una identidad falsa era algo así como el recurso extremo del pícaro narrador de los Cuentos de Odessa), las escenas a las que había asistido con la caballería cosaca redefinen su proyecto literario. En 1923 escribe un relato titulado “Eran nueve” (conocido como Y luego no quedó ninguno), que quedará fuera del libro, pero que definirá su tono y propósito (y teniendo en cuenta la rigurosa economía expresiva de Babel puede suponerse que quedó fuera precisamente por esa retórica): “Los prisioneros están muertos. Me lo dice el corazón. Esta mañana decidí que debía hacer algo en su memoria. Nadie más haría esto en la Caballería Roja”.
En cuanto a los gestos “iniciáticos” que permitieron a Babel camuflarse entre los cosacos sin delatar su identidad judía, pueden citarse tres momentos decisivos. En Mi primer ganso, el recién llegado Lyutov es recibido por el jefe del regimiento con la frase: “Un hombrecito puede ser muerto aquí sólo por usar anteojos, pero deshonre usted a una dama y verá cómo lo aprecian los soldados”. El escuadrón al que es adjudicado empieza a burlarse cuando el hambriento Lyutov pide comida a una mujer del pueblo y ésta se la niega. Acto seguido, levanta un ganso que vaga entre las piernas de la dama, con un sablazo le corta limpiamente la cabeza y se lo tiende a la mujer: “Cuécemelo, patrona”, le ordena y sólo entonces empieza a ser visto con buenos ojos por el escuadrón. Poco después, en La muerte de Dolgushov, un cosaco gravemente herido en el vientre y con las tripas derramándose entre sus dedos pide a Lyutov que lo mate; él sólo es capaz de traer a otro cosaco para que lo haga. Éste dispara y luego dice a Lyutov con desdén: “Ustedes, los bastardos con anteojos, tienen tanta compasión como el gato por el ratón. Lo que pretenden es vivir sin enemigos, es lo único que les importa”. El tercero y más impresionante momento ocurre en Después de la batalla: el regimiento ha sido repelido con fuego de ametralladoras polacas, “sin haber enrojecido el sable en la sangre de los traidores” y, en un descanso antes de arremeter nuevamente, Lyutov es encarado por un cosaco, que lo acusa, no de cobardía en el enfrentamiento sino de haber cargado contra el enemigo con un arma sin balas. Lyutov no tiene más remedio que callarlo a golpes, pero en el final del cuento, a solas, implora al destino “la más simple de las capacidades: no la de morir sino la de matar a un hombre” (a diferencia de otro de los relatos seminales que quedó fuera del libro, El cuáquero, a quien “sus creencias religiosas no le permitían matar, pero sí dejarse matar”).
Cada uno de los relatos de Caballería roja, así como cada una de las anotaciones del Diario de 1920 muestra en su centro una avidez por descubrir cierta cualidad que parece ocultarse en la violencia, algo no necesariamente violento en sí, y que resulta de particular desvelo para Babel, como intelectual, como artista y como judío. En busca de esa esquiva cualidad, Babel se sumerge y por momentos podría decirse que se contagia, al menos literariamente de la crudeza, la pasión animal, el rústico honor y esa suerte de gracia desbocada que ve en los cosacos. Sin embargo, para su sorpresa, la aparición de los primeros cuentos de Caballería roja en Lef, la revista dirigida por Maiacovski (el libro recién saldría en 1926), despierta las iras de los altos mandos militares y del propio Budyonny, que en una carta a Gorki lo considera “un libelo contra mis valientes, escrito por un cobarde que siempre se mantuvo en la retaguardia”. Gorki le contesta que el autor de Guerra y paz nunca había participado en la guerra contra Napoleón, para luego afirmar que el libro de Babel no tenía paralelo en la literatura rusa: como evidencia citaba el hecho de que las propias tropas de Budyonny, como miles de jóvenes en toda la Unión Soviética, recitaban de memoria fragmentos del libro. Aquella admiración no se restringiría a la Unión Soviética. Al leerlo en París, Hemingway le confesó a Ilya Ehrenburg que, si él había sido criticado por escribir de manera concisa, Babel demostraba que se podía ir aun más allá: “Nos enseña como un maestro que, aun cuando se le ha quitado todo el jugo, hay manera de exprimir un poco más la naranja”.
Paralelamente a la escritura de Caballería roja, Babel había empezado ya a publicar los primeros relatos de Cuentos de Odessa, duplicando los elogios a su originalidad y rigor estilísticos: en la segunda mitad de los años ‘20, su nombre se inscribía junto a los de Pasternak y Maiacovski como los sucesores indiscutibles de Gorki, Gogol y Tolstoi que construirían la nueva literatura soviética.

EL PASO MAS LARGO
¿A qué aspira Babel cuando se instala en Moscú con su esposa, su hermana y su madre en 1924 (el padre había muerto en Odessa un año antes)? La filiación que comparten Caballería roja y Cuentos de Odessa (cada uno a su manera) con el Taras Bulba de Gogol es evidente, así como con Gorki y con Tolstoi (aunque más con Hadji Murad que con los textos más célebres del conde). Más compleja es su relación con Chejov, y quizá señala el siguiente paso estilístico que se proponía dar Babel: durante mucho tiempo sospechó de su fascinación hacia Chejov, comparándola con la que sentía por Maupassant y comentando: “¡Pero es una buena persona!”. Ehrenburg cuenta que, en su última estadía en París en 1935, Babel le dijo: “Todo lo que hacía Maupassant estaba bien, pero le faltaba corazón”.
El sionismo que había irrumpido a partir de principios de siglo en territorio ruso propugnaba la elección del hebreo como lengua, si bien consideraba el ruso como una alternativa progresista al yiddish. Pero la elección de la lengua rusa en Babel no es sólo temporaria: su proyecto narrativo se basaba en ella, así como se proponía evidentemente investigar con ella el mundo judío, desde adentro (en los Cuentos de Odessa y los textos “autobiográficos”) y desde afuera (relatando las innumerables crueldades que le propinan los cosacos a los judíos ucranianos que encuentran a su paso en Caballería roja). Como ya se ha dicho, la revolución bolchevique ofrecía, para Babel, la oportunidad de que se unieran sus dos “patrias” en esa Internacional que redefiniría los lazos entre los hombres del mundo y daría como resultado el Hombre Nuevo. En ese sentido es especialmente significativo un texto que nunca vio la luz en ruso, y que Babel al parecer abandonó en 1934, cuando la situación política soviética hacía casi implausible su continuación argumental. Veamos por qué: el texto (rescatado por su hija Nathalie en la compilación Debes saberlo todo) se llama La judía, es más largo que todos los demás relatos de Babel y se interrumpe bruscamente en un momento decisivo de su trama. La historia comienza con una mujer judía que se levanta, al octavo día de su duelo, y va a rendir sus respetos a la tumba de su marido. El escenario no es Odessa sino un agonizante shtetl ucraniano. Cuando la viuda vuelve a casa, ve que ha llegado su hijo Boris, por quien el moribundo clamó en vano (la mujer simuló la voz del hijo para que el hombre muriera en paz). Boris ignora los reproches de la madre y anuncia a ambas mujeres que se las llevará consigo a Moscú. Lentamente el relato se traslada del punto de vista de la madre al del hijo. Vemos que es un oficial del ejército, vemos que no es insensible sino que necesita imponer a sus mujeres la necesidad de mirar adelante y no atrás (“Tu hijo me lleva a Moscú”, dice la viuda a la tumba del marido, “¿cómo perdonarle que me lleve a morir a tierras extrañas? ¿Y cómo perdonarle si la vida en Moscú me gusta?”). En ese momento empieza a develarse el extraordinario propósito de Babel: Boris se perfila como una cruza avanzada entre el Lyutov de Caballería roja y el Benya Krik de Cuentos de Odessa, el coraje vital del pícaro, pero al servicio de un ideal. Luego de graduarse en el Instituto Neurológico, Boris coincide en el shtetl con Alyosha, con quien se une a los bolcheviques “cuando se hizo evidente que ningún otro partido en el mundo lucharía, destruiría y construiría como éste”. Alyosha inicia a otros jóvenes del shtetl, consigue caballos y, después de la Revolución, forman un “regimiento insurgente” enteramente judío, que muestra inusitado valor en combate, “quizá porque durante tanto tiempo se le había negado a su pueblo uno de los sentimientos más nobles: el de la camaradería en el campo de batalla”. A tal punto llega su coraje que ambos jóvenes son ascendidos a comandantes y sus proezas tácticas son estudiadas en la Academia Militar. Boris instala a su madre y a su hermana en su piso de Moscú porque sus camaradas (los admirados “mariscales rojos”) necesitan mantener las costumbres judías (no ocultarlas: he ahí un hecho clave) y así se incorporan a la rutina de esas reuniones el samovar y el pescado relleno a cargo de “la reconfortante mano de una anciana”.
Nathalie Babel comenta al respecto: “Boris no permite que su madre y su hermana lloren el pasado; trata de integrarlas a un nuevo mundo. Comprende que la historia las ha dejado de lado y que, abandonadas a sí mismas, están condenadas. Con ellas a su lado, confía en que será capaz de poner su herencia cultural al servicio del nuevo orden y constituirse en eslabón entre ambos mundos. La paradoja es que, para que esto ocurra, el nuevo mundo debe aceptar al nuevo judío. Si el nuevo mundo lo rechazara, ¿qué elección le quedaría a un hombre como él?”.


Babel con su padre, en el puerto de Nikolaiev (1902).

Babel con su hermana Mariya en Bélgica (1928).

CRONICA DE UNA MUERTE
ANUNCIADA

Con la muerte de Lenin en 1925 muchos creen que la situación política se volverá inquietante: la madre y la hermana de Babel parten a Bélgica y deciden exiliarse allí, y Eugenia pide a su marido pasar una temporada en París. Él accede al viaje, pero vuelve a Rusia; no puede escribir en ningún otro lugar, especialmente las piezas que propondrán un tercer viraje estilístico a su producción: una serie de estudios ficcionales sobre su niñez. Según su segunda esposa, Antonina Pirozhkova, la idea de Babel era armar el libro que tenía casi listo (Nuevos cuentos) cuando fue arrestado: un volumen que incluiría “Despertar”, “Historia de mi palomar”, “Primer amor”, “En el sótano”, “El fin del asilo”, “Di Grasso” y “Guy de Maupassant”, para diferenciar estos textos de las otras historias de Odessa, donde se narraban las aventuras de Benya Krik, el rey de los bandidos, y los demás integrantes del hampa de la Moldavanka.
Con su familia instalada en el extranjero, Babel no tiene más remedio que empezar a escribir guiones de cine, para mantenerla y pagar sus visitas a Francia. Entre 1928 y 1929 pasa más tiempo en Europa que en suelo ruso (de una de esas visitas nacería Nathalie, la hija francesa que tanto haría más adelante por el rescate de los inéditos de su padre). En la Unión Soviética, mientras tanto, comienzan los primeros e inequívocos síntomas de la presión a los artistas que impondría Stalin. Aun así, Babel desoye los pedidos de su esposa y su madre y se niega al exilio. Trata de convencer a Eugenia de que vuelva a instalarse en Moscú con la pequeña Nathalie. Y, cuando ésta se niega, comienza su romance y vida en común con Antonina Pirozhkova, una joven ingeniera que luego brillaría en la construcción del enorme subterráneo de Moscú. Aparentemente, la negativa de Eugenia a volver, así como su partida a París, se debió al menos en parte a un romance de Babel con la actriz Tamara Kashirina, quien tuvo un hijo de él y luego se unió al escritor Ivanov y le cambió al niño el apellido así como el nombre (el ruso Mijail por el judío Emmanuel). Según Pirozhkova, hasta el fin de su vida Babel ocultó la existencia de ella en sus cartas a su primera mujer, a su hija y a su madre, incluso cuando tuvieron una hija juntos, Lidiya. En cambio, mantenía a Pirozhkova al tanto de cada una de las noticias que recibía de la pequeña Nathalie desde Francia y de su madre desde Bélgica.
Babel casi no publica nada desde el comienzo de los años ‘30. Sí empieza a interesarse en la colectivización como ambiente de sus ficciones (aunque terminaría volcando esas experiencias en el guión cinematográfico de La pradera de Bezhin, que Serguei Einsenstein filmó en 1936, en Odessa y Yalta, y cuyo material le fue arrebatado en pleno montaje por los comisarios stalinistas). Si bien en 1934 abandona la escritura de La judía, continúa la redacción de sus cuentos “autobiográficos”. A pesar de que no publica casi nada, recibe trato de escritor consagrado: en 1933 es autorizado a pasar una temporada en Sorrento con Gorki; recibe una dacha en Peredelkino (la villa de escritores adonde Babel se resistía a vivir por su desprecio hacia la “cháchara entre literatos”; razón por la cual elige una de las más modestas y alejadas); incluso es autorizado a ocupar un departamento “para extranjeros” en Moscú, que comparte con un ingeniero austríaco llamado Steiner. Sin embargo, las primeras señales de acoso empiezan a manifestarse.
En su discurso durante el Primer Congreso de Escritores Soviéticos en 1934, luego de elogiar formulariamente el estilo literario de Stalin (apelando al cliché oficial: “Esa capacidad para forjar como en acero sus frases”), dice sugestivamente que el Partido y el Estado “nos lo dan todo menos el derecho a escribir mal”. Y agrega, más sugestivamente aún: “Camaradas, no es poca cosa perder ese derecho. Pero hay que renunciar a él y que Dios nos ampare. Y si Dios no existe, que seamos capaces de ampararnos a nosotros mismos”. En ese contexto, y disfrazada de humorada, tiene lugar la famosa declaración de que estaba practicando un nuevo género literario, “en el cual creo estar alcanzando cada vez más maestría: el género del silencio”.
A mediados de 1935, cuando se celebró en París el Congreso por la Defensa de la Cultura y la Paz, la llegada de la delegación soviética (a la que se le sumó Ilya Ehrenburg en Francia) desató una airada reacción de los participantes al notar la ausencia de Pasternak y Babel. Por eseentonces obtener un pasaporte o una visa de salida de la URSS demandaba meses, según Pirozhkova, pero el trámite para ambos escritores demoró exactamente dos horas: la orden venía directamente de Stalin. Cada entrega anual de los premios de literatura ignora sistemáticamante dos nombres: Pasternak y Babel. En ese mismo año, 1935, Babel finalmente entrega una obra teatral para su estreno en Moscú (Mariya), pero las funciones son canceladas sin explicación luego de la prueba de vestuario. Para entonces, los juicios a los llamados “enemigos del pueblo” incluyen cada vez más conocidos y amigos de Babel, sean escritores, periodistas, militares o funcionarios. Aun así, él se niega a creer que el Estado soviético repitiera los procedimientos zaristas de obtener confesiones bajo tortura. Incluso llega a comentarle a su esposa: “No temo que me arresten, si me dejan seguir escribiendo”. Pero a mediados de 1936, con la muerte de Gorki, presiente que las cosas se pondrán realmente difíciles y confiesa a Pirozhkova: “Ahora no me dejarán en paz”.
En septiembre de 1937 acepta, por presión de la Unión de Escritores, contestar por primera vez en su carrera preguntas sobre su oficio, en una entrevista para la revista Literaturnaya Ucheba. El texto aparece en la compilación de inéditos Debes saberlo todo, realizada por Nathalie en 1969: si bien Babel hace malabarismos para ser fiel a sí mismo sin autoincriminarse ni ser servil, aun así el texto resultó tan “delicado” para los editores que recién se publicaría en 1964 y en otra revista. El reportaje comienza informando a Babel que sus lectores están inquietos por su silencio. Él contesta: “Yo también lo estoy, de manera que en ese sentido no diferimos mucho. A decir verdad, sencillamente no estoy equipado para este trabajo, y no lo haría si estuviera mejor equipado para dedicarme a otra cosa. Pero es el único trabajo que, con gran esfuerzo, puedo hacer más o menos bien. Vivimos una época revolucionaria y tormentosa y no puedo precipitarme a escribir bajo los efectos de la admiración o el odio o la compasión, como algunos de mis camaradas, porque por temperamento estoy interesado en el cómo y el porqué de las cosas. Esas preguntas necesitan cuidadosa reflexión y gran honestidad para poder responderlas en forma literaria. Así es como me explico mi silencio a mí mismo”. Luego dice que, a diferencia de Tolstoi, que podía recordarlo todo, él sólo es capaz de recordar cinco minutos, y quizá por eso ha elegido el formato cuento. En cuanto a su relación con las palabras, afirma que si alguna vez escribe la historia de su vida la llamará Historia de un adjetivo, y agrega: “Toda mi vida he sabido, con unas pocas excepciones, qué escribir. Pero como he intentado decirlo todo en doce páginas, he debido escoger palabras que fueran en primer lugar significativas, en segundo lugar sencillas y en tercer lugar hermosas”.
Aun después de la intempestiva cancelación de su obra teatral y del amargo episodio con la película de Eisenstein, Babel confiaba en poder publicar el ciclo de textos autobiográficos en que estaba trabajando y durante 1938 se encerró a escribir febrilmente en Peredelkino, en los momentos libres entre guión y guión (que despachaba a toda velocidad para poder cobrar algo de dinero y enviarlo a su familia en Europa). A principios de 1939 comenta a Pirozhkova que ya tiene fecha de publicación para el libro y que sólo restan correcciones menores. Pero en la madrugada del 15 de mayo de 1939 dos hombres uniformados de la NKVD se presentaron en el departamento de Moscú en busca de Babel. Cuando Pirozhkova les dijo que no estaba allí sino en Peredelkino, la llevaron con ellos hasta allí y la obligaron a despertarlo. No sólo arrestaron a Babel sino que se llevaron todos sus manuscritos. Babel sólo dijo dos cosas. La primera, a nadie en especial: “No me dejaron terminar”. La segunda a su esposa, antes de separarse, en el cuartel de la Lubyanka: “Trata de que no hagan miserable la vida de nuestra hija”. No fue fácil para Pirozhkova. Luego de quince años de desesperada incertidumbre logra arrancarle a las autoridades la exoneración de su marido y la información (nunca confirmada por escrito oficial) de que Babel había sido ejecutado, en enero o en marzo de 1940. Sus empeños no se detuvieron allí: continuó solicitando empecinadamente información sobre Babel (el patético informe que relata el interrogatorio, la aceptación bajo tortura de las acusaciones y la posterior retractación, antes de morir: “Pido que se revisen mis declaraciones. La idea de que no sirvan para establecer la verdad sino que induzcan a error me atormenta sin cesar. Atribuí acusaciones y tendencias antisoviéticas a escritores y periodistas que conocí como ciudadanos honrados y abnegados. Ni ellos ni yo somos culpables de nada. La calumnia se debió a mi comportamiento cobarde durante los interrogatorios”). Pirozhkova también hizo lo que pudo por reunir los inéditos de su marido, año tras año, hasta que abandonó Rusia en 1993 con su hija Lidiya (la publicación de su libro es de fines de 1998). Destino similar le cupo a la hija francesa de Babel, Nathalie, quien confesaba, en el prólogo de Debes saberlo todo: “Durante mucho tiempo esperé que la puerta de casa se abriera y allí estuviese mi padre, con quien nos reconoceríamos de inmediato y a quien le diría: Al fin llegaste, me tuviste intrigada durante tanto tiempo, dejaste tanto y al mismo tiempo tan poco para saber de ti. Siéntate y cuéntamelo todo”.

Escenas de la vida babeliana

Por A.N. PIROZHKOVA

Poco después de que nos presentaran, Babel dijo sorpresivamente: “¿Me dejaría ver qué lleva dentro del bolso? Siento un tremendo interés por lo que llevan las mujeres en sus bolsos”. Acto seguido, con extrema puntillosidad, fue depositando sobre la mesa los contenidos de mi bolso, que examinó uno por uno y fue guardando de vuelta, salvo una carta que había recibido ese día de un colega ingeniero. Con expresión imperturbable, Babel dijo: “¿Me dejaría, tal vez, leer esta carta? Salvo, por supuesto, que sea muy personal”. Adelante, léala, dije yo. Él lo hizo, sin comentar una palabra. Luego añadió: “Le propongo algo. Por cada carta que reciba y me deje leer, le daré un rublo”. Cuando depositó una moneda sobre la mesa, no pude contener más la risa.
(...) Ya viviendo juntos, durante la construcción del metro de Moscú, solía levantarse aun más temprano que yo y partía rumbo al hipódromo. Pasaba más tiempo entre los cuidadores y jinetes que en las gradas. Las carreras en sí le interesaban menos que los caballos o los personajes de ese ambiente, especialmente los apostadores más fervientes, cuyas conversaciones escuchaba ávidamente y sin ningún disimulo, al punto de arrastrarme de un extremo a otro de las tribunas con ese propósito. Eventualmente, me bastaba encontrar la azucarera vacía al despertarme para saber que Babel había partido a visitar los caballos. Otra de sus costumbres, que descubrí por casualidad porque me lo contó una amiga que trabajaba allí, era asistir a los tribunales los días de audiencia. Le gustaban especialmente los juzgados de mujeres. Se sentaba en un rincón durante horas escuchando quejas contra vecinos, maridos o comerciantes.
(...) El primer viaje juntos fue al final de mis vacaciones. Nos encontramos en Sochi y subimos a un tren para que Babel me llevara a conocer los pueblos de la región de Kabardino. Llegamos de noche a Nalchik. La noche era tibia y los álamos parecían plateados a la luz de la luna. Esperamos allí el amanecer antes de dirigirnos al mercado. “El verdadero rostro de un pueblo es el mercado. Es lo primero que piso cuando llego a algún lugar. Me basta observar qué venden y cómo lo venden para saber qué clase de gente vive allí.” Luego abarcó con la mano el estruendo que nos rodeaba y dijo: “Quisiera contar todo esto, pero con la menor cantidad de palabras posible”. Poco después me señaló con una sonrisa un cartel escrito a mano en la puerta de un depósito. Decía: “Extremadamente prohibido hachar árboles de Navidad de los pinos”.
(...) El dormitorio era también su lugar de trabajo. La cama estaba en un rincón, en el centro había una mesa, una silla y un pequeño sillón y todas las paredes estaban cubiertas de estantes. Encima de los libros, Babel depositaba las pilas de sus borradores. Le gustaba usar hojas más largas y anchas que lo común, que cortaba él mismo una por una y que después cubría apretadamente con sus notas. Su posición preferida para leer era sentado sobre sus piernas cruzadas: podía quedarse horas así sin entumecerse. Para escribir, en cambio, iba y venía por la habitación con un cordel que enrollaba y desenrollaba entre sus dedos. Cada tanto se detenía frente a su mesa, anotaba algo y retomaba la marcha. A veces esos trances lo llevaban más lejos: podía entrar en mi habitación, recorrerla y abandonarla sin decir una palabra, como si yo no estuviera allí, con ese hilo en constante movimiento entre los dedos y la mente perdida en lo que estaba escribiendo.

LA PELICULA QUE NO FUE
Mientras escribían el guión de la película con Eisenstein, Babel me dijo una vez: “Serguei trata de superar los límites de la realidad una y otra vez. Me la paso trayéndolo de vuelta a tierra”. Y me contó el caso de una escena en que una anciana está en su choza con un girasol en la mano. Por instrucciones de los kulaks, debe sacar las semillas de la flor y reemplazarlas con cabezas de fósforos. Luego, los kulaks dejarán caer esaflor debajo de un tanque de combustible y podrán hacer estallar todo el depósito de tractores con sólo arrojar una colilla sobre el girasol. Así que allí está la anciana enhebrando cabezas de fósforos en la flor y mirando de reojo a los íconos en su estante, porque sabe que lo que hace es poco cristiano y teme que el Señor la castigue. ¡Y Serguei quería que en ese momento se abriera el techo de la choza y Dios Todopoderoso bajara de las nubes y devolviera el conocimiento a la pobre anciana desmayada! Pero durante la filmación, una noche en que Eisenstein nos invitó a la sala de proyección para ver lo que había filmado ese día, vimos una escena en que una bandada de palomas blancas levantaba vuelo al paso enloquecido de una manada de caballos blancos en torno al actor Arzhanov, que vestía una camisa inmaculadamente blanca y agitaba los brazos mientras, a su espalda, ardía el depósito de tractores, de paredes blancas, con un telón de fondo de humo voluptuosamente negro. Allí entendimos por qué insistía tanto Eisenstein en el color de las cabras, las palomas, los caballos, el mobiliario y el vestuario... Babel se inclinó y me murmuró al oído: “Tú también estuviste esta mañana mientras rodaban la escena... era imposible imaginar un resultado tan magnífico. Eso es tener mano maestra”.

EL INFORMANTE
Un año antes del arresto, llegué una noche de mi trabajo y Babel me presentó en casa a Y.E. Elsberg, diciendo que trabajaba para Kamenev en la editorial Akademya. Me sorprendió la gentileza de Elsberg: bastaba que yo dijera al pasar que se había arruinado un enchufe para que al día siguiente mandara a un electricista. Cuando Babel comentó que me gustaba el teatro, Elsberg me llevó al Bolshoi a ver una puesta de Iván Susanin, pero me dejó sola en el palco en el primer acto y apareció cerca del final con una bolsa de naranjas. Los amigos habían prevenido a Babel que Elsberg quizás había sido asignado para vigilarlo, pero luego del arresto fue uno de los pocos que siguió viniendo al departamento, con una bolsa de té o libros para Lida. Nunca preguntó nada y nunca hizo el menor intento de derivar la conversación hacia la política. Luego vino la guerra y no lo vi más. Cuando, mucho después, comenzó la “rehabilitación”, se habló mucho del rol de Elsberg durante aquellos años. Una comisión especial se formó para analizar su participación en el arresto de varios escritores. Por supuesto, era una asignación confidencial, pero igual se supo, cuando Elsberg fue expulsado de la Unión de Escritores. Todos supusieron que se levantarían cargos contra él, pero las autoridades no lo permitieron. Por esa época, un día me lo crucé en el Instituto de Literatura. Tenía un aspecto tan miserable cuando me miró, rogándome que le devolviera el saludo, que no pude menos que inclinar la cabeza en su dirección, pero fui incapaz de detenerme.

Fragmentos extraídos de At His Side. The last years of Isaak Babel, traducido del ruso al inglés por la Steerforth Press, de Vermont, en 1998. Traducción: JF

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