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Oscars 2.0

Los idus de
marzo

Cada año lo mismo: acomodarse frente a la TV para escuchar a dos señores de oscuro español anunciar que nuestros candidatos han perdido ignominiosamente, siempre y cuando no nos quedemos dormidos a la mitad de la transmisión para descubrir a la mañana siguiente que también nos han traicionado con las categorías mayores. José Pablo Feinmann, conspicuo exponente de dicha categoría de público cautivo y masoquista, ofrece en estas páginas un poco de sabiduría a la hora de deslindar responsabilidades, ganar dinero apostando a ganador y tratar de reírse un poco en el proceso. .

Por JOSE PABLO FEINMANN

Todos nos ponemos nerviosos durante estos días de marzo. Los suplementos de espectáculos le dedican sus portadas y buena parte de sus páginas interiores a la cuestión que nos pone nerviosos. Nos preguntamos qué canal transmitirá el evento. Quiénes serán los traductores o si podremos escucharlo en directo, ya que ahora sabemos inglés, idioma que hemos aprendido para no perdernos ni un solo chiste de Billy Cristal, que habitualmente conduce el evento. ¿Qué es el evento? Ya lo saben: los Oscar. Los premios más importantes de esa ciudad en la que todo se premia: lo malo, lo bueno, lo que existe y lo que no existe. Supongo que recuerdan a Woody Allen en Annie Hall. Él es Alvy Singer y ella es Dianne Keaton, es decir, Annie Hall. Alvy es neoyorquino y quiere permanecer ahí. Ella ama la soleada California y quiere que se muden, que se instalen en ese mundo de estridencias, de sexo, rock and roll y premios. Alvy le dice que ya no saben qué otros premios inventar en Hollywood. “¿Por qué este fanatismo por dar premios? ¡Hay premios para todo! Mejor dictador fascista: ¡Adolf Hitler!”. Recordemos: Alvy es un judío paranoico y ve nazis por todos lados. Hasta en California, donde los judíos ocupan el centro del escenario. (Pongamos una fecha: 1983. Roger Corman realizaba aquí una serie de películas de espada y brujería. Envió un director de producción llamado Frank Isaac, tipo algo tímido y con una sonrisa imborrable. Le preguntamos, en algún momento, si su apellido, Isaac, era judío: “No”, dijo. Y agregó: “Pero que no lo sepan en Hollywood”.)

Las apuestas
Así como Hollywood da premios, Las Vegas promociona apuestas. Todo es apostable en Las Vegas, ¿cómo no iban a ser apostables los Oscar? Es un vicio de los norteamericanos. Debería decir entonces: todo es apostable en Estados Unidos. En Las Vegas, más, sí. Pero la apuesta vive en el lenguaje de los yanquis y todo lo que vive en el lenguaje, vive en la vida (no vayan a Derrida para entender esta afirmación; si no la entienden, no importa; sigan leyendo, que todo se pone cada vez mejor). Si uno va por Estados Unidos y le dice a otro que mañana va a llover, el otro lo mira, dice que no y luego dice: Wanna bet? Que es: “¿Querés apostar?”. Todo, la inmensa, infinita realidad de este mundo es pasible de subsumirse en la frase: Wanna bet?
Lo de las apuestas en torno de los Oscar es relativamente nuevo. Más nuevos aun son los montos que ahora se manejan. Todo es gigantesco en el mundo de hoy. En este mundo que manejan la Warner y America OnLine todo es entretenimiento, dinero y dimensionalismo. (Qué buena palabra. La acabo de inventar. Significa: gigantismo. O eso desearía. También significa que algo lo cubre todo. Esto está mejor. El dimensionalismo de la Warner y America OnLine implica ocuparlo todo, no dejar dimensión sin ocupar. Eso que también llaman globalización. Que no es el viejo imperialismo. Es otra cosa. Se parece al imperialismo, pero no es lo mismo. Y si algo no es lo mismo que otra cosa, es otra cosa que esa otra cosa. No sé si he sido claro.)
En suma, ahora las apuestas son más numerosas y más desmesuradas. El dinero que se maneja es incalculable y algún delirante soñó robarse todo eso robándose las estatuillas. Sólo se robó las estatuillas. El sistema no se roba. No se toma. No se derrota. Por ahora (sólo por ahora: que nadie piense que soy un antiutópico), sólo nos resta mirarlo por tevé y entretenernos. Porque a eso están dispuestos. Nos van a entretener hasta matarnos. Moriremos dulcemente.

Mejor película
El distraído lector querrá saber los resultados de la entrega de los premios. Porque, no lo niegue: usted quiere eso. Quiere leer esta nota y sacar algún provecho. Saber, al menos, quién ganará el día de la gloria. (Nota al lector: notará usted que yo, si bien tengo el atrevimiento de dirigirle ostensiblemente la palabra, lo trato, al menos, de usted. Noando con irrespetuosidades ni me las tiro de escritor péndex tutéandolo. Si usted quiere que lo tuteen, véalo a Lanata, que es muy joven y tutea a todo el mundo. Yo ya soy un escritor algo veterano –no mucho, ojo– y respeto al distraído lector. Tampoco lo adulo. No caigo en esas viejas demagogias que decían: “Como habrá advertido el atento lector”. O “no se le habrá escapado al lector”. No: el lector de hoy no advierte y se le escapa casi todo. Y no hay que pedir más. Somos escritores argentinos, gracias que tenemos, uno, algunos lectores. No vamos a pretender que sean además atentos y cazadores de sutilezas. Me conformo con tener lectores distraídos. Así los llamo: “Como seguramente se le habrá escapado al distraído lector”. Y aquí hay que repetir lo que ya dijimos, de modo que los distraídos lectores –que veían un partido de fútbol mientras leían o hablaban con su mujer o con algún amigo de cualquier huevada– puedan entender algo. Sigo.) Yo no puedo saber quién ganará el día de la gloria, sólo entregar algunas conjeturas, de modo entretenido y livianito, no sea que usted tire esta nota y esta revista y se vaya a jugar al metegol, por ejemplo. Bien, vayamos por orden. Creo que debería ganar Belleza americana. Todos lo saben: ¡es una denuncia muy valiente del american way of life. En Hollywood, cada vez que quieren hacer una película adulta, madura y comprometida, denuncian el american way of life. Y nos muestran cosas horribles: un tipo que se masturba bajo la ducha y dice que ése va a ser su mejor momento del día. Admítalo: gran modo de empezar una película. Después, el tipo tiene una esposa histérica, obsesiva y frígida. Cada vez mejor. Es vecino de un militar golpeador con una esposa zombie y un hijo freak. ¿Qué resulta de todo esto? Que nosotros, aquí abajo, nos sentimos reconfortados. Salimos del cine, usted, yo, todos, y decimos: “¡Pero qué mal están los yanquis, che!”. Y algún otario agrega: “Decime, ¿para eso sirve tener tanta guita?”.
A mí me gustaría que ganara Sexto sentido. ¡Cómo me gustó esa película! Sólo una cosa: no me sorprendió el final. Siempre supe que Bruce Willis era un muerto. Desde que lo vi actuar por primera vez. (No se ofenda. Sé que usted lo quiere al gran Bruce. Sólo quería hacer un chiste. Además, Bruce hizo Nuestro amor, película que apenas me gustó a mí y a Dolores Graña, pero no importa, merecía alguna nominación. Como la merecía su protagonista, la gran Pfeiffer, pero no por ésta sino por El lado profundo del mar. No hay caso: en Hollywood no la reconocen como la gran actriz que ella se empeña en ser y se obstinan en considerarla sólo una estrella y en pagarle sólo diez millones de dólares por película. Supongo que debemos apiadarnos por su suerte aciaga.)

Mejor actriz
No lo duden: se lo lleva Hillary Swank por Los muchachos no lloran. La chica es un fenómeno. Y, si como pibe es preciosa, como mina mata. Hermosos ojos, boca grande y pómulos altos y espléndidos. Ya ganó el Globo de Oro, donde también estaba nominada Meryl Streep. Hillary subió, recibió el Globo y dijo, mirando fijamente a Meryl dijo: “Todo lo que sé de actuación lo aprendí de vos, Meryl”. Meryl dijo que sí. La elogian tanto que no le dan tiempo para ser modesta. (Nota sobre Meryl. Se ha convertido en un lugar común nominar a esta actriz. Tengo un amigo que dice: “Si es tan buena actriz, ¿por qué no actúa de linda alguna vez?”. Es hora de decirlo: hay gente mala que dice que Streep no tiene carisma y es insalvablemente fea. De todos modos, pese a esa mala gente, Meryl es una mimada de Hollywood. Siempre la nominan. Y siempre gana otra. Otra que sube, recibe el Globo o el Oscar y se lo dedica a Meryl, o le dice lo que dijo Hillary: que lo que sabe lo aprendió de ella. Y Meryl, ahí, en la platea, llena de gloria, sonríe sabiamente y dice que sí, que todas le deben todo. A propósito: las apuestas a favor de Meryl son catastróficas: 25-1. Si usted le apuesta ocurrirán dos cosas: o se llenará de guita o perderá. Para mí, pierde. Wanna bet?)

Mejor actor y otras cosas
Sin vueltas: Kevin Spacey para todo el mundo. Un actor excepcionalmente talentoso. Si no le dan la estatuilla, llamemos a la sublevación general. Y por ahí no se la dan. Porque Russell Crowe impresionó a todos en ese plomo infernal que es El informante, una peli interminable que denuncia interminablemente cosas que todo el mundo sabe y ya se pueden denunciar sin ningún problema. O por ahí se lo dan a Denzel Washington. Qué sé yo. Son capaces de cualquier cosa. Si hasta le dieron un Oscar a Yul Brynner. Y a esa chica muda que ni siquiera dijo gracias.
En actor de reparto aparece el pequeño Tom Cruise. Cuando no ganó por Jerry Maguire, Billy Cristal lo consoló. Dijo: “Al fin y al cabo, cuando esto termine, el que se va a la casa de Nicole Kidman sos vos”. Cruise hubiera deseado nominación y estatuilla por Ojos bien cerrados, pero ahí le falló la cosa. Kubrick no le hizo la gran película que él esperaba. ¡Y para eso le dedicó dos años de su vida, úlcera incluida! Al menos, Nicole montó en Londres El cuarto azul para entretenerse y luego la llevó a Broadway y todos los neoyorquinos se mataron por ver lo que Tom veía, supongamos, con cierta frecuencia: el trasero (vulgo culo) de Nicole, que a nadie permitió dejar los ojos bien cerrados. Paradojas de la vida: lo mejor del último proyecto del gran maestro se vio en Nueva York en una mala obra de teatro, con una fabulosa reventa de entradas y el vulgo culo de Nicole deslumbrando a los neoyorquinos, sobre todo a los neoyorquinos grasas, que son los que viven en Nueva Jersey y van a los teatros de Broadway.
En mejor actriz de reparto gana Angelina Jolie, que tiene loca a toda la muchachada. No desearía polemizar sobre tan hondo tema (que exigiría además otra nota y mucho más espacio) pero disiento con Rodrigo Fresán en cuanto a la boca de Angelina. Esa boca no la heredó de su padre, el sufrido Jon Voight. Esa bocucha de churrasco que tiene Angelina es un burdo engendro de la colagenización de Hollywood. No hace mucho, la gran Juana Molina (en el suple Las/12) habló de los labios de Hollywood y la escrachó a Melanie Griffith, a quien calificó de demente. Cualquiera puede ver la nueva boca de Melanie en la peli que dirigió su marido, el zorro Banderas (nota al distraído lector: la película se llama Locos en Alabama). Es un churrascón. Bien, Angelina lo mismo. La mina está repiantada. Se tatuó medio cuerpo y metió colágeno en una boca que no lo necesitaba. Sé que es brillante. Que tiene gran talento y que este Oscar se lo lleva por eso. Pero disiento con mi lejano amigo Fresán: esa boca no es la vagina dentada de los surrealistas ni ninguna otra extravagancia. Es puro colágeno. Como sea, a Angelina la conozco de chiquita, la vi hacer un protagónico descomunal en Gia y si se quita algo de colágeno será perfecta.

Coda
Y esto es todo. Las Vegas no apostó por los otros rubros. Parece que no importan. Parece que el cine lo hacen los actores y los directores. No los guionistas, no los directores de arte, no los músicos, no los directores de fotografía. Perdónalos, San Cine, no saben lo que hacen.
Sólo algo más. Como película extranjera gana Todo sobre mi madre, lo juro como que no hay Dios. Almodóvar, en los Globos de Oro, ya demostró que puede ser tan extravagante y latino y hablar tan mal inglés como Roberto Benigni, y esto fascina a los yanquis. En cuanto a nosotros, vamos a estar en la gloria. ¡Vamos, Argentina, todavía! ¿O no es argentina la protagonista de la peli de Almodóvar¿ ¡Sí! Es “nuestra” Cecilia Roth. Ese Oscar será, así, nuestro. Qué grande es nuestro país, pibe. Dios es argentino. Qué duda cabe. Otra vez estamos ahí. En la cumbre. Qué sé yo. Faltan palabras. Mejor terminar aquí, con la emoción bien alta. Digo. No sé. Me parece.

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