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Superloca y sus
boys
de las SAS
Por
MARIA MORENO
Alguna
vez el poeta Néstor Perlongher denominó a la guerra vicio
de masas y, durante la librada en el Atlántico sur, advirtió
desde un artículo titulado El deseo de unas islas que si un hombre
necesita según el informe Kinsey al menos un coito
por semana para mantener su libido en línea, teniendo en cuenta
que los soldados sitiados en esas soledades debían sumar quince
mil y que siempre siguiendo las estadísticas de Kinsey
las maricas malvinenses debían ser unas ocho, recomendaba
a éstas entregarse indistintamente a cualquier soldado, suponiendo
que el machismo de los ejércitos les impedirá satisfacerse
entre ellos y descartando el recurso de las ovejas.
Perlongher no llegó a conocer a John White, un comandante de las
SAS británicas que acaba de hacer público su deseo de ser
Joanna y que tuvo que recurrir recientemente a los tribunales británicos
munido de gorra rosada con moño, arete en la oreja, osito
por delante (en un bolsillo) y por detrás (en la mochila), y pollera
de chiffon azul por pendencias en un pub adonde solía presentarse
munido de un martillo. Su aspecto de coloso White mide un metro
noventa, su desempeño ejemplar como cuadro especial de actuación
significativa en la Guerra del Golfo y otras misiones secretas en el desierto,
más sus habilidades mentales comprobadas cuando formaba parte del
Cuerpo de Inteligencia de Maidenstone, así como su profesión
de lingüista, lo convierten en algo así como Superloca.
Alguna vez, el desaparecido Frente de Liberación Homosexual argentino
aseguró que los homosexuales no tenían patria, ya que su
misma existencia cuestionaba los valores de violencia, sacrificio y dominio
en aras de una identidad que, entre otras cosas, incluye la homofobia
y sólo considera como patriotas posibles a hombres y a mujeres
heterosexuales. Pero he aquí que Superloca es patriota. Y no sólo
patriota sino imperialista. Sigmund Freud afirmaba que el ejército
era una institución homosexual con instintos coartados en su fin,
que es como decir que lo que sostiene al ejército es precisamente
la homosexualidad sublimada en el arte de matar en nombre de un nosotros-nos-amamos-los-unos-a-los-otros-pero-no-cuerpoa-cuerpo-sino-como-un-solo-cuerpo-y-a-través-de-la-Patria.
Pero he aquí que Superloca no ha sublimado nada y estuvo chapaleando
en el barro del Golfo, armada hasta los dientes, pero con un vestidito
en la mochila, como un Rambo rosa, y su condición de gran loquesa
no ha hecho declinar en absoluto su carrera militar sino todo lo contrario.
¿La Causa necesita un elemento así? ¿Es él
nuestro compañero?, se pregunta el Komintern Central Gay,
a lo que un miembro del Gabinete Psicológico agregará: Tal
vez se trate de una patologización de la homofobia internalizada
lo que lo lleva a identificarse el enemigo.... Quizá, para
Superloca, la guerra por conservar oculto el vestido fue más terrible
que la verdadera guerra. O tal vez la pobrecita no vio otra oportunidad
de apelotonarse entre velludos sino en pelotón después
de todo, ¿acaso los entreveros de partes de la trinchera no se
parecen a los de la orgía?, oliendo una axila o rozando un
glande entre tanta granada de mano. O quizá se trate de una ignorante
que se pasó de rosca leyendo a Lawrence de Arabia. O de una
confundida que no vio diferencia entre morir por la Patria y morir por
el culo, interrumpe un lector de Perlongher.
Lo cierto es que Superloca ha salido del closet como un miembro de SWAT
de su combi y esto tal vez tenga una única utilidad: advertir a
los aún no despabilados nunca viene mal decir una obviedad;
total, nadie escucha que un gay no es todo gay. Es decir que su
ser no es sólo su orientación sexual sino que puede ser
trotskista, gurka, neoliberal, ecologista, zombie político, peluquero,
empresario, técnico en minas, zapador pontonero, boletero, groupie
o bolsista como cualquier hombre. Aunque no faltará el grupo radical
que considere que, según determinada concepción militante
y debido a los valores que sostiene Joanna White, ella no es gay ni travesti
ni transexual. O tal vez sea transexual, pero no queer (alianza que implica
ciertos ideales sociales de izquierda). Joanna dice que dejó el
ejército porque le era difícil mantener el secreto de su
identidad, pero también que hace poco fue vestida de mujer a una
fiesta realizada por sus camaradas y la mayoría la recibió
con gran comprensión. Es que, ¿quién puede resistir
la fascinación de este andrógino bélico que supera
toda ficción? La prensa lo describe con los poderes de un Batman
(de quien siempre se sospechó que ama a Robin) o un Superman (del
que se rumorea que su personaje civil no es Clark Kent sino Luisa Lane):
Intentamos ponerle las esposas y deslizó sus manos con tal
velocidad fuera de ellas que parecía magia, dijo un policía.
Y esa fascinación es común ante quien parece poseer los
atributos de ambos sexos pero, sobre todo, poder sobre la vida y la muerte:
en el año 1910, en un lugar de Río Negro, fue acusada de
varios asesinatos una mujer de origen indígena apodada Macagua,
quien vivía como varón bajo el nombre de Antonio Gache,
vestía a lo gaucho y había formado parte del ejército
nacional. Se dijo de ella que cuereaba hombres, los asaba y se los comía,
conservando los genitales colgados del techo de su rancho porque los consideraba
vigorizadores para su fuerza asesina. A esta transexual patagónica
no se la pudo detener porque, cuando llegó la partida, parecía
estar agonizando, cubierta de pústulas y con la boca llena de sangre.
Pero a la mañana siguiente (dicen) se la vio galopar a campo traviesa,
hasta desaparecer para siempre.
Contra la magia de Macagua no pudo una partida. Para detener
a Joanna White hicieron falta ocho policías. Es probable que la
comunidad gay no tenga la menor necesidad de pronunciarse a favor de la
alta capacidad profesional de una travesti en las fuerzas especiales del
ejército, ni de su derecho a reclamar un cambio de sexo (que es
lo que Joanna está haciendo ahora). Quizás habría
que enviársela a Haider, para que la contrate en alguna changa,
lo cual al nazi aggiornado le convendría para desmentir su homofobia
y, al mismo tiempo, para que lograra ver por primera vez a la mismísima
encarnación del Superhombre.
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