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Yo me pregunto

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Todo por 2 lucas

La editorial Taschen, especializada en libros de arte, decidió poner toda la carne al asador con la edición de Sumo, un mamotreto de dimensiones elefantiásicas que recopila más de 400 fotos del sobrevalorado Helmut Newton. Por lo que se sabe, el proyecto original vio a la luz gracias a la afortunada conjunción de un puñado de egos descomunales: por un lado, Benedikt Taschen, capo de la editorial, pretendía robar cámara en un año caracterizado por los lanzamientos editoriales rimbombantes (la “valija” fotográfica Century y el “libro del siglo” de Life); por otro, a Newton no le disgustaba en absoluto ser el centro de tamaño homenaje. Una vez acordado el tamaño del libro (medio metro de ancho por 70 centímetros de alto), Taschen y Newton convocaron a Philipe Starck, el diseñador industrial estrella, para que se encargara del atril sobre el que apoyar el bodoque de 30 kilos. El plan era lanzar una edición limitada de 10 mil ejemplares para todo el mundo, encuadernados a mano, numerados y firmados. A mitad del año pasado, se lanzaron en Basilea los primeros 2500ejemplares bajo el slogan “El regalo perfecto para el nuevo milenio”. Ahora, después del curro de fin de año, Taschen puso a la venta los otros 7500. Aprovechando el mes de la Feria del Libro, en la repartija a Buenos Aires le tocaron apenas una decena de ejemplares. Lo que habría que ver es cuántos están dispuestos a ponerse con 1990 dólares por un libro que ni siquiera se puede leer en el bondi.

La Manuela

Como de costumbre, el jueves pasado El Gran Diario Argentino publicó en su penúltima página la sección “Calles de Buenos Aires”, en la que distintos escritores son convocados para hacer gala de su orgullo porteño pregonando los encantos de su calle preferida. Ese jueves, la tarea recayó sobre Liliana Díaz Mindurry, ganadora del Premio Planeta 1998. Para la ocasión, Mindurry se decidió por una cuadra de la calle Manuela Pedraza, a la altura del 5900. En esa “calle cualquiera, enrollada y tranquila, Buenos Aires al fondo” (sic), Mindurry ambienta en pocas líneas un encuentro de dimensiones casi epifánicas con una anciana sentada en la vereda, quien entre las bolsas de basura que suelen decorar la cuadra, la mira y le dice: “Éste es el paraíso, ¿no lo sabía?”. Hasta ahí, todo más o menos habitual. Pero he aquí que ese mismo día, El Gran Diario publicaba con lujo de detalles el caso de las hermanas Vásquez, encontradas desnudas sobre el cadáver de su padre, acribillado a cuchillazos por ellas al grito de: “¡El diablo estaba en papá!”. ¿Y dónde ocurrió el hecho? En el departamento de la familia. ¿Que quedaba dónde? En Manuela Pedraza 5873. O sea, a una cuadra del Paraíso.

El marxismo empieza por casa

La editorial W.W. Norton & Co. acaba de publicar Karl Marx: A Life, una biografía que probablemente desate más de una discusión destinada a terminar a los bollos. El motivo: que la obra, jactándose de una investigación rigurosa como nunca se hizo de la vida y obra de Marx, pone en tela de juicio el compromiso real del santo patrono del proletariado del mundo con la doctrina política que promovió. Uno de los episodios más polémicos fue publicado este mes por la revista Talk y ubica el comienzo de la discordia en 1849, cuando Marx –expulsado de Alemania, Bélgica y Francia– desembarca con mujer e hijas en Londres, la ciudad en la que viviría los siguientes 34 años y en cuya biblioteca concebiría El Capital. Un año después, los Marx no lograban levantar cabeza y Jenny, la mujer del filósofo, se lamentaba por los esfuerzos casi sobrenaturales a los que una dama como ella debía someterse para sobrellevar la evidente falta de recursos de su marido: “Como las niñeras son demasiado caras, he decidido amamantar a mis hijas yo misma, por más insoportable que sea el dolor en los pechos y en la espalda. Maman tan fuerte que me abrieron una herida en el pecho, por el que caen gotas de sangre en sus bocas”. Ese mismo año, sin un peso, acosado por los acreedores, los Marx tuvieron que improvisar una feria en la vereda de su casa para afrontar sus deudas astronómicas. En menos de una década, sin embargo, Marx consiguió mudar a su familia a una “modesta mansión” en el norte de Londres y brindarles a sus hijas los beneficios de la educación privada en un “instituto para señoritas” que cobraba ocho libras por cuatrimestre (una fortuna para la época), además de ofrecerles clases particulares de francés, italiano, dibujo y música. En noviembre de 1863, la madre de Marx murió, dejándole una fortuna que el hijo ya se había patinado por adelantado. Pero con las cien libras que le quedaban, pagó el alquiler de una mansión en 1 Modena Villa, en el norte de Londres, donde cada una de las chicas podía tener su propio cuarto. Como única explicación, le escribió a Engels: “Es cierto que la casa en la que vivimos está por encima de nuestras posibilidades, pero es la única manera de garantizarles a nuestros hijos la posibilidad de establecerse socialmente y de asegurarse su futuro. Supongo que, por tu parte, pensarás que, incluso desde el punto de vista comercial, estar a cargo de un hogar proletario no sería lo apropiado en estas circunstancias, aunque sería lo correcto si fuésemos sólo mi mujer y yo, o si las chicas fueran varones”. Habrá que ver si esto alcanza para reavivar las discusiones entre marxistas y antimarxistas a la vieja usanza, pero lo seguro es que el material revela a Marx como un pionero de uno de los argumentos más usados en los últimos tiempos: “Lo hago por las nenas”.

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