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Sebreli mete el dedo en la llaga

Contra la vanguardia
¿No hay nada tan viejo como el futuro de ayer? Quizá no, si las ideas que ayer se tenían del futuro influyeron en la construcción de la civilización en que vivimos hoy. Tal vez estemos viviendo entre algunas de esas materializaciones. Juan José Sebreli se sumergió en el tema de las vanguardias estéticas de las primeras décadas del siglo y sus sucesoras de los años 60 en su reciente libro Las aventuras de la vanguardia (El arte moderno contra la modernidad) y discute con Radar algunos de sus alarmantes hallazgos sobre esos movimientos, desde el filonazismo y el ataque al individuo y la ciudad hasta la idea de vender como obra de arte un frasco de excrementos.

Por Claudio Uriarte

“Las vanguardias artísticas del siglo XX son la culminación de sucesivos movimientos estéticos de reacción contra el clasicismo racionalista: primero fue el Barroco contra el Renacimiento, luego el Romanticismo contra la Ilustración, posteriormente el simbolismo y el decadentismo contra el positivismo. Y finalmente aparece la vanguardia, que comparte con esos movimientos el rechazo a la civilización occidental, el culto a las civilizaciones exóticas o meramente atrasadas, el interés por el ocultismo, el esoterismo y la teosofía –que eran la New Age de principios de siglo– y que, al postular al arte como desborde y desenfreno, exalta primero los sueños y después las drogas, así como el arte de los niños y los locos”, dice Juan José Sebreli, autor de Las aventuras de la vanguardia (El arte moderno contra la modernidad), un implacable y polémico examen que cruza la sociología, la historia y la filosofía en una trama por momentos novelesca y por momentos inquietante. Así lo cuenta para Radar.
¿Por qué el arte moderno está contra la modernidad?
Primero hay que definir qué entendemos por modernidad. Es una forma de vida que surge en algunas ciudades occidentales, débilmente en el Renacimiento y con más fuerza en el siglo XVIII con el Iluminismo, o la Ilustración. Esa forma de vida se basa en un mundo secularizado, fundado en la racionalidad, en el desarrollo de la ciencia y de la técnica y en la creencia en el progreso de la humanidad. Pero como la historia de las ideas siempre es dialéctica, junto con esta concepción surge una corriente de oposición, contraria a la razón, a la ciencia y a la técnica, que cree que el progreso nos lleva al derrumbe. Artísticamente, este antimodernismo se expresa primero en el Barroco, contra el Renacimiento; luego en el Romanticismo, contra la Ilustración, después en el decadentismo y el simbolismo, contra el positivismo, y finalmente en la vanguardia, que viene a representar la síntesis y culminación de todas estas corrientes ideológicas y estéticas antirracionalistas.
¿Por qué? ¿Qué tienen que ver entre sí la vanguardia, el romanticismo y el barroco, por ejemplo?
El romanticismo y la vanguardia se encuentran profundamente en su común oposición a la modernidad. Por ejemplo: en el momento que la modernidad se encarna en la civilización occidental, surge la admiración por las culturas y las artes orientales (China, Japón o India según las épocas), las precolombinas (como los incas o los aztecas) y, en el opuesto de estas civilizaciones muy complejas y refinadas, el auge de los pueblos primitivos: el descubrimiento del arte africano, de las islas oceánicas y de los aborígenes más primitivos de América. Eso lo comparten la vanguardia, el Romanticismo y hasta el Barroco. Otro punto común es la tendencia hacia el ocultismo y el esoterismo, como ocurre en el movimiento surrealista. Incluso en el caso del arte abstracto (presuntamente el ala modernista, racionalista y científica de la vanguardia), la coincidencia reaparece, ya que sus tres creadores (Mondrian, Kandinsky y Malevich) eran teósofos, y decían que sus obras eran una ejemplificación de la teosofía. En literatura, los poemas de Yeats, por ejemplo, eran completamente ocultistas, y Pessoa era rosacruz. Como el arte es visto como desenfreno sin leyes, opuesto al clasicismo racionalista, aparece la creencia en los sueños y en la hipnosis, que deriva en la cultura de las drogas. Y luego, el arte de los niños y los locos.
Vista desde hoy, la vanguardia parece fea: la música madura de Schöenberg es fea; la pintura tardía de Picasso es fea; la literatura de Joyce, sobre todo desde el Ulises al Finnegann’s Wake, es fea. ¿Se puede postular una ecuación entre belleza y verdad?
El eje de la respuesta sería un poco oblicuo: la ambivalencia esencial del arte. Los mismos medios que sirven para hacer una obra artística bella pueden ser utilizados con fines perversos. El ejemplo paradigmático, queyo permanentemente cito, es la estética nazi. Y que se basa en elementos estéticamente muy válidos: el teatro de Max Reinhardt (por el uso del “luz y sombra”), el cine de Sergei Eisenstein (por su busca de la producción del éxtasis mediante el espectáculo de masas, que los escenógrafos y puestistas de los actos de Nuremberg, como Albert Speer, Leni Riefensthal o el propio Goebbels, conocían perfectamente y reprodujeron con eficacia). Si esos artistas son usados indirectamente por el nazismo, lo serán en forma directa por el stalinismo, como en el caso del último Eisenstein, con Alejandro Nevsky. Los grandes monstruos del siglo XX tuvieron de su lado a algunos de los más grandes artistas y pensadores, no sólo a figuras mediocres, como siempre se dice. Mussolini tuvo a Pirandello y a Ezra Pound; Hitler a Celine y Drieu la Rochelle y Jünger. T.S. Eliot era fascista. He ahí a la belleza aliada a la mentira y al crimen.
¿Usted juzga la producción de esos artistas por sus ideas políticas?
La vanguardia, como el romanticismo alemán previamente, se basó en teorías filosóficas y políticas. Pero el arte vanguardista del 10 y del 20 es el primero que se basa fundamentalmente en teorías (sean manifiestos o libros): no hay ninguna en ese tiempo escuela artística que no tenga su teoría, algo impensable en otra época. Por eso yo tengo todo el derecho del mundo a enjuiciarlos por sus ideas, desde el momento en que ellos ponían sus ideas por delante de su obra. Los futuristas, por ejemplo, están indisolublemente ligados a los fascistas. Y si hablamos de los surrealistas, lo que queda de Breton no son sus poemas sino sus manifiestos, donde se mezclan un marxismo muy peculiar, el psicoanálisis y fundamentalmente el esoterismo. El caso del expresionismo es más complejo, pero en mi libro demuestro que sus maestros de pensamiento (Schopenhauer, Niesztche, Dostoievski) son también los del nacionalsocialismo. Goebbels en un primer momento intenta apoderarse del expresionismo; Nolde y Behne, uno en pintura, otro en poesía, militan directamente en el fascismo; y la obra primera de Heidegger, el máximo pensador del nazismo, está inmersa en un clima expresionista.
Pero también hubo grandes obras...
Las grandes obras, que en efecto las hay, se dan casi exclusivamente en la primera vanguardia, del 10 a los 20. Muy difícilmente vamos a encontrar obras de arte imperecederas en la segunda vanguardia, la de los ‘60. Y eso tiene su explicación. Hasta los años 20, las vanguardias habían sido educadas en una escuela académica no vanguardista. ¡Sabían pintar, dibujar, esculpir, sabían escribir! La segunda vanguardia ya no, porque fue imbuida de una ideología según la cual la técnica no sirve para nada y el arte es pura y exclusivamente imaginación desenfrenada y libertad total: romper con todos los códigos y con todos los cánones. No hace falta ninguna técnica para hacer una instalación o un happening; solamente hace falta tener la audacia y alguien que lo auspicie. Cualquiera puede hacer lo que hacía Andy Warhol. Filmar a un hombre durmiendo durante seis horas puedo hacerlo yo, pero no estoy capacitado para hacer una película de Eisenstein o de Visconti. Dubuffet decía: “Lo que hago yo lo puede hacer cualquiera”. Y además eso debía ser así. Aquí surge la idea de la muerte del arte, donde desaparecen las fronteras entre arte y vida, cualquiera puede ser artista. Entonces no tiene que haber un don especial, como el que antes separaba a los grandes pintores de los contempladores de arte. La noción misma de esta división es condenada como una desigualdad.
¿La vanguardia no se beneficia de ser perseguida por el nazismo? Ya que les tocó un enemigo muy oportuno: un asesino de masas. La gente que se tuvo que exiliar inmediatamente consiguió subsidios. ¿No es una especie de pacto de farsantes el que se consuma entre la vanguardia y el nazismo?
Si, pero como pruebo en el libro, la vanguardia en sus comienzos no fue tan decididamente antitotalitaria. En Italia, por ejemplo, se quedaron todos: no hubo exilio; los arquitectos de vanguardia trabajaron; losfuturistas siguieron; Marinetti era un escritor oficial del fascismo. En el caso de Alemania, hubo una interna del Partido Nazi donde los expresionistas, apoyados por Goebbels y por las Juventudes Hitlerianas, perdieron la partida. En arquitectura, la Bauhaus se benefició mucho de que la cerraran. Tenía enormes problemas internos y económicos, y no hubiera durado mucho. Pero tanto Gropius como Van der Rohe tuvieron largas conversaciones con Rosenberg, con Goebbels y siguieron trabajando. Gropius no se fue exilado, eso es una mentira total; y firmó la famosa proclama del plebiscito a favor de Hitler. Le Corbusier coqueteó con cuantas dictaduras hubo. Ellos primero trataron de beneficiarse de las dictaduras, del fascismo, el nacionalsocialismo y el stalinismo. Y después se beneficiaron con la persecución.
La vanguardia también parece compartir algo esencial con la revolución leninista, que es su carácter utópico. Vale decir: ambas deben ser implantadas; no crecen naturalmente de la historia ni constituyen su despliegue dialéctico, sino que se postulan de modo voluntarista como una negación y deben hacer tábula rasa con todo lo anterior para existir.
La diferencia que yo encuentro es que la Rusia de Lenin, como también la República de Weimar (que en algunos aspectos se parecen), intentan politizar al arte, mientras el fascismo, el nazismo y el stalinismo estetizan la política y la vida, lo cual es muy peligroso porque lleva a la noción de arte total. Por eso yo digo que la vanguardia rusa es en buena parte responsable de la política artística posterior del stalinismo. Ellos preparan el terreno. Incluso los textos de las revistas de extrema vanguardia dirigidas por Maiacovski podrían haber sido utilizados por Zdanov y por Stalin en la peor época de la represión, con sólo sacarles algunas palabras. La idea del arte subordinado al Partido, o de que todo el arte clásico es burgués, y que hay que destruir y empezar de cero, los ataques a la pluralidad, a la libertad de expresión: todo eso está en la vanguardia de la década del ‘20, donde había libertad para que se expresara. Crearon un arma que después se volvió contra ellos, que terminan en los campos de concentración. Las vanguardias rusa e italiana compartían ideas de violencia y destrucción total que eran totalitarias, y además las dos tenían un origen común, que era el futurismo.
La disciplina donde la vanguardia se vuelve más decisiva de modo material, social y político, es la arquitectura, porque ya implica y condiciona los modos y la dirección del desplazamiento de los cuerpos...
Por eso dedico a la arquitectura un capítulo entero. Estamos inmersos en la arquitectura, y ése es el campo donde los vanguardistas han tenido más éxito en transformar la vida. Las ciudades y casas diseñadas por vanguardistas son invivibles. Yo conocí dos casas de Le Corbusier por dentro, una en París y otra en La Plata, y puedo dar testimonio. El fetichismo de la luz, por ejemplo, las hace imposibles de oscurecer. Además, hay que vivir subiendo y bajando rampas: no son casas ni para chicos ni para viejos; son solamente para gente joven de mucha salud. Y son peligrosísimas porque no tienen baranda y uno se puede caer. Después está la falta total de intimidad. Como no hay habitaciones, unos pueden estar haciendo el amor en una habitación y los hijos están escuchando todo, porque no existen las paredes. Tampoco existe la separación entre la calle y la pared de vidrio. Por eso, de las casas de Le Corbusier la gente se va. Como Victoria Ocampo, que se fue de dos.
¿Es arquitectura reaccionaria?
Lo progresivo de la modernidad es, primero, el surgimiento del individuo desde el Renacimiento y especialmente a partir del siglo XVIII. Y, como marco para eso, la ciudad. La individualidad no se puede desarrollar en el campo ni en la aldea. Es en la ciudad donde se da toda una serie de interacciones, donde se puede estar solo y acompañado al mismo tiempo, donde podemos tener privacidad y no estamos vigilados todo el tiempo porla familia, por el vecino, en un lugar donde todo se ve y se conoce. Esos dos aspectos son atacados por la arquitectura de vanguardia. Por ejemplo, con la desaparición de la habitación y del pasillo, que es lo que separa a una habitación de otra. El individuo es sustituido por la tribu, por la familia. Eso viene del romanticismo: la idea de que la colectividad es superior al individuo. Y después, destruyen la ciudad.
¿Cómo?
En primer término, porque son enamorados del automóvil. El modelo de ciudad de Le Corbusier se parece bastante a Los Angeles: una colección de suburbios repleta de rutas donde desaparecen la calle y el centro. Para Le Corbusier, había que destruir la ciudad tradicional. Él quería destruir París; afortunadamente nunca tuvo el poder para hacerlo. Otra vertiente es Lloyd Wright: casas en medio del campo que son únicamente para ricos, que tienen el helicóptero o la avioneta para trasladarse a los centros comerciales para hacer las compras. También tenía la idea de crear ciudades en medio de zonas desérticas, alejadas de los centros de trabajo. Cuando le decían: “¿Y el tiempo que se pierde?”, él contestaba, muy tajante: “Hay que elegir entre el automóvil y el ascensor; y yo elijo el automóvil”. Eso, claro, era elegir el espacio por sobre el tiempo. Pero la realidad humana es más el tiempo que el espacio.
¿Hoy declina la vanguardia? ¿Y tiene que ver eso con el triunfo del mercado, en cuanto la vanguardia no vende?
La vanguardia está declinando en Europa, aunque eso aún no haya llegado acá, y el fenómeno puede ser calificado de neoliberal o algo por el estilo. Y es cierto: declina porque no vende. La primera vanguardia vendía: Picasso, por ejemplo, siempre vendió. Pero la segunda no: ¿quién va a comprar un frasco de “mierda del artista”, como vendía Piero Manzoni en 1961? Porque fue así, y tal vez es aleccionador que el movimiento que había empezado en los ensueños del romanticismo terminara en la exhibición de excrementos.

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