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Suavemente
El
director James Toback reunió un elenco poderoso y no precisamente
de actores para su última película, Black and White, con
la cual explora la fascinación de los norteamericanos blancos por
la cultura gansta-rap. Una de las claves para lograr tantos nombres ilustres
(Robert Downey Jr., Brooke Shields, la modelo Claudia Schiffer, el boxeador
Mike Tyson, el basquetbolista Allan Houston, los rappers de Wu Tang Clan)
fue la metodología elegida: el elenco debería improvisar
a su manera todas las escenas, a partir de mínimas consignas, y
toda la película se filmaría en unos días en Nueva
York. Todo iba bien hasta que llegó el momento de filmar una escena
donde Downey debía abordar a Tyson, que personificaba a un boxeador
tan electrizante como imprevisible. Lo que el director no le dijo a Tyson
es que el personaje de Downey era un homosexual que intentaría
seducirlo. Cuando Downey preguntó por lo bajo qué pasaba
si Tyson intentaba matarlo, Toback sólo le contestó: Qué
preferís: ¿una muerte heroica o una aburrida?. Eso
bastó para convencerlo. En cuanto al realismo de la escena, Tyson
se quedó rápidamente sin palabras para librarse de Downey
y optó, al mejor estilo Actors Studio, por darle una palmada
en la mejilla. Cuando Downey se recuperó del golpe, dijo a carcajadas
que fue como si le hubieran dado con una pala de nieve en plena cara y
que el efecto de la cachetada lo dejó vibrando desde el pelo hasta
la punta de los dedos de los pies. Pero la escena no terminaba ahí:
a continuación, Brooke Shields (interpretando a una antropóloga
urbana) debía intentar también la seducción. Fue
demasiado para el pobre Mike. Mirando a cámara desolado, sólo
atinó a decir: Dicen que violé a una mujer. Me pusieron
en la cárcel por eso. Lo que menos necesito en mi vida en este
momento es a una golfa blanca tirándoseme encima. Lo que
se dice cinéma verité.
Maldito otoño
La notable
campaña de la Presidencia de la Nación contra la cocaína
sigue cosechando sucesos. Primero fue la revista wipe, que en su edición
de marzo proclamó desde sus páginas (fondo negro, letras
blancas): MALDITA CELULITIS. Después vino un servicio de delivery
por internet, repitiendo el fondo negro y las letras blancas pero para
anunciar su nombre: MALDITA COCINA. Ahora, los colectivos de Buenos Aires
ostentan carteles inversos: sobre fondo blanco con letras negras puede
leerse MALDITO GASOIL. Otros carteles en los mismos vehículos explican
el exabrupto: lo que el gremio reclama es una reducción en el precio
del combustible diésel, teniendo en cuenta que, si el transporte
automotor recibiera los mismos subsidios que trenes y ferrocarriles, el
boleto costaría apenas veinticinco centavos. Pero, considerando
el estado de los escapes del parque automotor público, en cualquier
momento aparecerán los primeros peatones que, además de
barbijo, ostentarán en sus espaldas unos bonitos carteles ad hoc
que digan: MALDITA CONTAMINACION.
¿Divo
yo?
La prensa
internacional está encantada con el tenor argentino José
Cura, a quien anuncian como el sucesor de Plácido Domingo. La exposición
permanente no parece molestarle en absoluto a nuestro compatriota: además
de hacer de Otelo en una puesta dirigida por el propio Domingo en Washington,
grabó un disco de arias donde no sólo canta sino que dirige
al mismo tiempo la orquesta. Cuando un periodista de la revista Madison
le señaló que la doble tarea tendía a dejar más
en evidencia los pequeños defectos técnicos que le han señalado
algunos críticos, Cura contestó: ¿Qué
hay del carisma? Los puristas dicen que pifio una nota de tanto en tanto.
Y la verdad es que he pifiado notas toda mi vida. Quizás ése
sea mi estilo, mi marca de fábrica: un poco de ruido aquí
o allá. Como el lunar de Cindy Crawford. Yo no la conozco personalmente,
pero estoy seguro de que eso que en su infancia debe de haberla avergonzado
hoy es su marca de fábrica.
Cuando el periodista le dijo que sí conocía a la Crawford
y que efectivamente la modelo quiso sacarse el lunar a los quince años,
pero los médicos le dijeron que la marca que le quedaría
sería más grande aún, Cura se limitó a contestar:
¿Ve? Eso confirma mi teoría. Y agregó,
a propósito de su performance washingtoniana de Otelo (un rol legendariamente
temido: si se lo encara de joven puede quebrarle la voz a un tenor, razón
por la cual Cura decidió cantarlo para adentro, tal como Laurence
Olivier y Orson Welles lo interpetaron en el cine, no como un general
sino como un hombre que se está quebrando en pedazos): Nunca
seré un cantante técnicamente impecable. Prefiero sentirme
un actor que tiene la oportunidad de cantar que un cantante que trata
de actuar.
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