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PERSONAJES Jorge Emilio Nedich, gitano y escritor

Papel romaní

Es el primer escritor gitano de la Argentina, o por lo menos el único que logró publicar libros luchando contra un rasgo central de la cultura de su pueblo: la ausencia de escritura. Fue nómade toda su infancia, aprendió a leer y a escribir recién en la adolescencia e ingresó a la universidad para estudiar Letras antes de cumplir los cuarenta. En diálogo con Radar, Jorge Emilio Nedich, el finalista del Premio Planeta con su novela Leyenda gitana, analiza con agudeza la situación de los gitanos en la modernidad y su propia experiencia de trotamundos.

Por CLAUDIO ZEIGER

Cuando en la adolescencia dijo que quería ser escritor, sus padres se inquietaron bastante. Y no sin razón. Él mismo se inquietó (aunque por distintas razones a las de sus padres): es que cuando sintió la vocación literaria, hacía poquísimo tiempo que había aprendido a leer y todavía luchaba codo a codo con las dificultades de otra dura batalla: aprender a escribir. Jorge Emilio Nedich nació en la Argentina y es gitano. Pertenece a un antiquísimo pueblo de tradición nómade que, hasta hace apenas cincuenta años, no cultivaba la escritura. Su familia fue nómade hasta que él ingresó en la adolescencia. Ahora, a los 41 años, tiene tres libros publicados y cursa la carrera de Letras. Antes de Leyenda gitana, dio a conocer las novelas Gitanos (1994) y Ursari (1997). En su último libro recreó ficcionalmente su experiencia personal en el nomadismo, aunque también aprovechó para contar la vida en grupo de los gitanos en la Argentina, desde la década del ‘20 hasta el momento en que se hicieron sedentarios. “Mis viejos eran hijos, nietos y bisnietos de analfabetos. Hasta donde llega la memoria, nadie de mi familia leía ni escribía, y de pronto tenían un hijo que había ido cinco semanas a la escuela y ya quería ser escritor.”

TIEMPO DE GITANOS El libro de Nedich propone un interesante acceso a las costumbres y a la cultura de los gitanos, pero a medida que la trama avanza en el tiempo, logra poner en escena otra cuestión: el conflicto que se les planteó a los gitanos de las últimas décadas entre la conservación de la tradición y las presiones de la modernidad. Nedich ostenta una doble condición para afrontar estos conflictos culturales: puede abordarlos como investigador de la evolución del pueblo gitano (de hecho, está terminando un ensayo que complementará su trabajo como narrador) y también como una cuestión absolutamente personal, ligada a su familia y a la mítica nación gitana de la que también forma parte. Refugiado en la primera condición, Nedich sitúa con precisión el final de la Segunda Guerra como el momento crucial de cambio para los gitanos dispersos por el mundo: “Los grandes cambios en la comunicación y el crecimiento demográfico los obligaron a abandonar el nomadismo. Entonces los gitanos se vieron obligados a incorporar muchas categorías y cambios a los que se habían resistido hasta entonces. En primer lugar, la lectura. Hasta mediados del siglo veinte, el 90 por ciento de los gitanos no sabía leer. Era una forma de rechazar categorías ajenas a su cultura. Pero cuando deciden sedentarizarse empezaron a aprender a leer y escribir, aunque no concurrieran a las escuelas. En un momento de la novela de Nedich aparece esa brecha gigante entre los gitanos viejos, defensores a ultranza de las costumbres, y los gitanos nuevos que entran en contacto con la universidad y la tecnología, y pretenden cambios en su vida.

YO FUI NóMADE La segunda condición de Nedich –la vivencia personal– pone las cosas en un terreno más vívido aún: “Lo que recuerdo de mi conflicto personal es que tenía mucha necesidad de saber. Mi familia era nómade, vivíamos en carpas, yo había empezado a ir a la escuela en tres o cuatro oportunidades pero, cuando nos trasladábamos, dejaba. Igual aprendí a leer, aunque hasta los diecisiete años no había aprendido a escribir. Coleccionaba revistas, leía historietas, pero cuando me decidí a leer libros tuve muchos problemas que no se me presentaban con las historietas: me costaba entender lo que leía en un libro. Sufrí mucho por eso. Fue un momento difícil: o me encerraba y volvía al grupo o seguía avanzando en mi apertura al mundo exterior. Al final le tomé la mano a la cuestión de la puntuación y pude empezar a acceder a buenas lecturas (Borges o Foucault, para dar dos casos de lectura compleja), pero no sin dificultad. Dentro del pueblo gitano, leer libros no era mal visto: simplemente era considerado una pérdida de tiempo”. El nomadismo le dejó el sabor de la vida aventurera, que por supuesto incorporó como parte del arsenal como narrador; pero en la medida en que pasaba el tiempo, y el futuro escritor crecía, llegaba la conciencia dolorosa de las diferencias con el mundo de afuera. “Jamás volví a tener el sentido de la libertad que yo sentí en la infancia siendo nómade. Acampar en sitios alejados de los pueblos, debajo de los árboles, y despertar en la carpa con el canto de los pájaros era algo maravilloso. Pero después, el contacto con el mundo ya tiene otro color. El gitano más radical tiene un retraso de dos siglos. Hacete a la idea de que te vas de mochilero por la ruta: son días sin bañarse, tenés que empezar a cuidar mucho el agua, vivís sin luz eléctrica. Eso es el nomadismo. En la adolescencia empezás a advertir que el mundo va más allá de tu hábitat, y que es muy duro, que hay discriminación. Entonces uno sufre un shock y se pone a pensar. Ése es el desencanto del nomadismo: cuando vas entendiendo que estás atrasado con respecto al mundo.”

ALUMNO EJEMPLAR Un buen día, Jorge Nedich decidió estudiar Letras y se presentó en la Universidad Nacional de Lomas de Zamora. “Me tomaron una prueba de evaluación porque hay una ley que permite que los mayores de 25 accedan a la universidad sin haber terminado el secundario.” Después de dar la prueba, le preguntaron en qué año había dejado el secundario: “No lo dejé. No lo hice”, contestó él. ¿Primario aprobado? Tampoco. El caso derivó entonces en un precedente jurídico: “Tuvo que intervenir la Justicia para que se me posibilitara el acceso. Ahora estoy cursando el segundo año”. A decir verdad, Jorge Nedich se ha convertido en una módica celebridad en la carrera que cursa. Alumno ejemplar, con asistencia perfecta hasta que le avisaron que su novela había quedado finalista del Premio Planeta (que ganó finalmente Carlos Gorostiza con Vuelan las palomas), para asistir a la fiesta el día del premio, Nedich reunió a sus compañeros y los puso al tanto de la causa del primer faltazo que iba a tener en dos años. “Ellos tuvieron un gesto muy lindo. Como se transmitía el premio por televisión con la conducción de Santo Biasatti, se fueron todos al bar para ver la velada. En el bar no tenían cable, así que tuvieron que volver a clase, pero allí le contaron al profesor por qué yo estaba ausente y entonces todos aplaudieron para hacer fuerza.” Aunque suene curioso, cuando Nedich empezó a escribir no se dedicó a narrar historias de gitanos. Le encantaba la literatura gauchesca (al fin y al cabo, los gauchos también fueron nómades) y le fascinaban los compadritos de Borges. “Cuando iba a talleres literarios, mis compañeros esperaban cuentos de gitanos, al punto que empezaron a acercarme casetes con música zíngara o notas periodísticas sobre el tema. Ahí empecé a darme cuenta de lo que se decía desde afuera acerca de nosotros. Entonces empecé a investigar yo, como una necesidad de confrontar las versiones. Empecé a hacerlo a los veinte años, y ya llevo dos escribiendo el ensayo sobre el pueblo gitano. Me parece que no hay en todo el mundo buenas investigaciones hechas desde adentro, y en la Argentina directamente no existen. Hubo logros en otras artes, pero no en la literatura. Y con justa razón, porque es un pueblo que se negaba a la escritura.”

MALDICIóN GITANA Todos –los que no somos gitanos, pero los hemos visto con sus trajes, leyendo la línea de las manos, adorando el oro que reluce– crecimos envueltos en creencias y prejuicios sobre los gitanos: que roban niños (mito que generó la venerable advertencia de los mayores de no acercarse a sus autos), que roban los anillos cuando predicen el futuro, que echan maldiciones y ejercen otras tantas picardías. Más allá de los prejuicios y los mitos, Leyenda gitana trata en forma objetiva varios de estos tópicos clásicos de la picaresca de los trotamundos. Para Nedich, “el origen del temor a los gitanos tiene que ver con algo real: todos los pueblos nómades, puestos en la sociedad de hoy, terminan delinquiendo en un porcentaje muy alto. Vuelvo a la comparación con la vida de mochilero: a la semana perdés la pulcritud, empezás a quedarte sin víveres, no tenés comodidades para cocinar. Y entonces es muy probable que, si pasa una gallina o una oveja, la manotees y la comas. Lo que no hace el nómade es quedarse con veinte gallinas o veinte ovejas. Cuando los gitanos venían atravesando pueblos era seguro que iba a faltar alguna gallina o alguna oveja. Esto alimentó el mito de que los gitanos se robaban todo. Y lo mismo ocurre con la adivinación: una gitana te pide el reloj y unos pesos y te dice que lo va a curar, y vos te vas a quedar esperando toda la vida que vuelva con tu reloj. No deja de ser un delito, no la estoy excusando, pero siempre tuvo que ver con la necesidad de supervivencia”.

NACIóN GITANA En 1982, a raíz de un pedido de Yul Brinner (él preside una de las asociaciones gitanas más poderosas), la Unesco otorgó el reconocimiento de nación al pueblo gitano. Esa nación había tenido su origen en el noroeste de India, pero Nedich acepta que, para el mundo entero, las referencias de la tierra gitana están en España, Hungría y Rumania. “Los gitanos de esa zona han trascendido a través del arte, con los violines, con el guitarrista de jazz Django Reinhardt, con el cante y el flamenco en España”, señala. Pero, más allá de ciertas imágenes cristalizadas en el arte y el folklore, los problemas sociales de los gitanos iban por otros rumbos y eran muy acuciantes: ¿Cómo serán los gitanos del futuro? ¿Tendrán documentos de identidad? ¿Irán todos a la escuela, podrán elegir su destino, el mundo los dejará elegir la vida que deseen?, se pregunta un personaje de Leyenda gitana, allá por los años ‘20, en un pueblo perdido de la provincia de Buenos Aires donde está acampando por unas semanas. Ahora que ese futuro imaginado inevitablemente llegó, Nedich se anima a contestar algunas de esas preguntas que le hizo formular a su personaje. “Sí, el gitano hoy tiene documentos, va a la escuela, se educa, recibe formación. Pero queda por delante toda la discusión acerca de la problemática de insertarse o no en la sociedad. Porque la discriminación es mutua. Pero hay que hacer la salvedad de que el gitano discrimina al sistema, no a las personas. Los gitanos se opusieron históricamente al esclavismo y enfrentaron la muerte por eso. Durante la Revolución Industrial, cuando se plantea vender la fuerza de trabajo, los gitanos se negaban. Esto llevó lógicamente a una persecución política. Cuando el capitalismo creó leyes contra la vagancia y la errancia, el gitano, por supuesto, fue de los primeros en padecerlas. Y también sufrió la persecución religiosa, porque no bautizaba a sus hijos, no pagaba el diezmo, no iba a misa. Todavía hoy se niega a vender su fuerza laboral, se pregunta ¿por qué tengo que trabajar doce horas para otro? Lo cual es discutible, porque la idea de ser absolutamente libres puede llevar a la esclavitud. El pueblo gitano no tiene más remedio que ir cediendo en sus pretensiones de mantenerse al margen de la sociedad. La integración va llegando de la mano del matrimonio mixto: el trasvasamiento cultural que hacen las mujeres es muy fuerte. Y el saldo es positivo: hace cincuenta años era un pueblo analfabeto; hoy cuenta con egresados en todas las carreras. Es bastante lo que se consiguió.”

PERFUMADO Y MELOSO “Mi mundo ya no es el de los gitanos que aparecen en la novela, pero sentimentalmente estoy muy ligado a ellos”, dice Nedich, consciente de que por el momento resultará bastante difícil que los gitanos lean sus libros. “Yo creo en el principio de la unidad en la diversidad. Apunto a una integración, pero conservando la diferencia. Me baso en una anécdota de Lévi-Strauss que leí en un texto de Susan Sontag: resulta que lo llevaron a Puerto Rico y le mostraron una destilería de ron muy limpia, que tenía toda la grifería cromada y brillante. Pero cuando probó el ron que hacían allí, lo encontró vulgar y grosero. Después lo llevaron a una destilería del siglo XVIII en la isla Martinica, donde encontró un ron que le pareció perfumado y meloso. Lévi-Strauss terminaba diciendo que eso es lo que ocurre con las sociedades modernas: tratan de borrar el perfume y el sabor de las sociedades antiguas. Creo que en esta misma encrucijada se encuentran los gitanos: ¿cómo integrarse y mantener esas virtudes perfumadas y melosas que supo apreciar Lévi-Strauss?”

 

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