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Algunas reflexiones sobre
el arte y la memoria
Por
GUILLERMO SACCOMANNO
Cuando se
me propuso participar en esta mesa sobre arte y memoria, me pregunté
una vez más como cuando fui invitado a la Plaza Lavalle por
Memoria Activa cuál es el sentido de las palabras frente
al dolor. Se me había invitado como escritor, pero no sólo
como escritor. Dos de mis tres hijas tienen origen judío, pero
cuando estuve ese lunes en esa plaza, solidarizándome con el reclamo
de Memoria Activa, no fue sólo por ellas. Hay todavía en
mí el recuerdo del autoritarismo grabado en la memoria como un
sello. Puedo acordarme de la persecución que sufrió mi padre
sastre, antes de 1955 y después de 1955. Del miedo que se respiraba
en esa casa de calle de tierra. Del eco del bombardeo en Plaza de Mayo
y también, después, de la amenaza de torturas y fusilamientos.
Crecí en este clima. Más tarde, cuando empezaba a trabajar
y cursaba el secundario por la noche, vi los tanques en la calle, el inicio
de una nueva dictadura. El final de mi secundario y mi pasaje por la universidad
estuvieron también marcados por la violencia y las sombras. Ésa
fue mi formación. Puedo acordarme también de la noche del
24 de marzo de 1976. Mi hija mayor tenía apenas un año.
Después de escuchar por radio los primeros comunicados militares,
me arrimé a la cuna donde dormía. Hasta hoy puedo acordarme
de esa noche con exactitud.
En esos tiempos de dictadura costaba refugiarse en alegrías chicas,
resistir. Había que seguir viviendo, a pesar del terror. Cuando
recuerdo anécdotas y situaciones de esos años duros, con
frecuencia tengo la impresión de que le ocurrieron a otro. Pero
no, fui yo, este que está acá, quien pasó por aquello.
Hay un pensamiento de Jack London con el que aspiro a ser consecuente:
London se proponía escribir páginas que no le inspirasen
arrepentimiento cuando las leyera su hija. Hoy, como padre de tres hijas,
este pensamiento me funciona como consigna. Estoy convencido de que no
hay tema más difícil de abordar para los escritores argentinos
que los años dramáticos que padecimos bajo la última
dictadura militar y el impacto del terrorismo de Estado. A menudo vuelvo
a fracasar en el intento de una novela que pretende recorrer esos años
y alcanzar el presente. La protagonista es una chica, hija de militantes.
Su padre fue asesinado en un enfrentamiento falso y su madre permanece
desaparecida. La chica lleva un diario íntimo. Y en ese diario,
con obcecación, registra cada mínima experiencia. La chica
fabula que algún día encontrará a su madre. Entonces
le entregará ese diario íntimo que no es tan íntimo
porque ahí están su historia y la Historia, compuesto
por libretas y cuadernos y blocks, donde está asentada la memoria
de su ausencia. Cada vez que vuelvo a empezar, fracaso. Y cuando fracaso,
me digo que no es por falta de oficio. Más bien, todo lo contrario.
Esta clase de historias, me digo, se deben escribir contra el oficio.
Se suele decir que cuando un escritor habla de lo que está escribiendo
dilapida la fuerza, la intensidad que debe concentrar en la escritura.
Si hablo de este proyecto frustrado se debe, estoy casi seguro, a que
me resulta imposible. Sin embargo, la memoria de esos años oscuros
atraviesan muchos de mis relatos. La intención no es deliberada:
mi recurrencia a ese tiempo negro es casi refleja. Sin duda, es una memoria
instintiva.
Hace algunas semanas, Feinmann retomó, en una de sus contratapas
en Página/12, el planteo de Adorno: ¿cómo escribir
después de Auschwitz? Feinmann repite esa pregunta acá y
ahora: ¿cómo escribir después de la ESMA? Parafraseando
a Simone Weil, Feinmann propone que la filosofía y, con ella,
la literatura deben estar del lado de las víctimas. Cito
a Feinmann: Cuando un país produce Auschwitz, cuando un país
produce la ESMA, no se sale adelante diciendo sencillamente fueron ellos.
Tampoco se trata de aliviar a los criminales diciendo fuimos todos. Se
trata de enfrentar la densidad del acontecimiento: no hay retorno, no
hay sociedades de buenos y malos. Cuando hubo algo como la ESMA,
sólo resta preguntar: ¿cómo, por qué, para
qué y ahora qué? Y la respuesta, sostiene Feinmann, nos
incluye a todos. Soy de los que confían en la capacidad transformadora
del arte sobre la realidad. Sin embargo, mi optimismo es reducido cuando
se le pide a una expresión estética la literatura,
en mi caso que ofrezca respuestas. ¿A quién no le
ha sucedido acudir a un libro buscando soluciones y encontrar, con angustia,
que se le presentaban más interrogantes? La pregunta de Adorno,
resignificada en nuestro país por Feinmann, me empuja a reflexionar
otra vez acerca de las relaciones no siempre transparentes ni lineales
entre la memoria y la creación. Nuestra democracia es débil.
A veces, con tristeza, me pregunto cuánto tiene en realidad de
democracia. No hay excusas que puedan justificar el indulto otorgado a
los verdugos de la última dictadura. A pesar del trabajo admirable
de los organismos defensores de derechos humanos, todavía falta
recorrer un camino largo para ver la justicia soñada. Si me preguntan,
en este marco referencial, dónde ubico la masacre ocurrida en la
AMIA, diré que este crimen debe encuadrarse en el marco de esta
democracia temblorosa, en la que intereses vinculados con aquellos años
siniestros continúan operando con impunidad. En este marco referencial,
leo y escribo. Las palabras no remiten sólo a las palabras. Los
discursos no aluden sólo a otros discursos. Walter Benjamin dijo
que la narración es el lugar donde el justo se encuentra con su
verdad. Además de un entretenimiento, de una pasión, la
literatura representa la transmisión de un saber. Por eso traduzco
la consigna de London de esta forma: cuando le inquieta que su hija pueda
avergonzarse de alguna página que él, su padre, ha escrito,
lo que está inquietándole es si pudo ser fiel a su experiencia,
si fue justo o no con esa verdad.
Un escritor no es ni tiene por qué ser el tipo más inteligente
de la cuadra. Previsiblemente, tengo más interrogantes que respuestas,
y todo aquello que puedo decir con respecto a la relación entre
arte y memoria se basa en mi propia experiencia. Citando a Sartre, me
digo que no se trata sólo de lo que hizo la historia sino de qué
puedo hacer con eso que la historia hizo de mí.
Fragmento
del texto leído por Saccomanno en la mesa organizada por Memoria
Activa en el Centro Cultural Recoleta en la que participaron, además,
Pepe Novoa, Onofre Lovero y Eduardo Nachman.
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