Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira
 




Vale decir



Volver

Qué le pasa a Martin Scorsese

¿Me están
hablando a mí?

Por fin se estrenó una película de Scorsese: hace diez años prohibieron La última tentación de Cristo y nos condenaron a verla en copias truchas; después le dieron pista a La edad de la inocencia y a Casino, pero enseguida decidieron evitarnos las dos horas y pico de Kundun. Ahora que se dignaron estrenar Vidas al límite, Feinmann corrió al cine y salió con esta nota, en la que repasa la carrera del director “más talentoso del cine norteamericano”, analiza sus altibajos de los últimos años y lo defiende contra los que lo acusan de aparecer satisfecho en las publicidades de American Express. Y jura que Scorsese va a volver para llevarse el Oscar que nunca le dieron.

Por JOSE PABLO FEINMANN

En la última película de Scorsese hay un hombre que se llama Frank Pierce y que también recorre la ciudad de Nueva York, también es testigo de mil calamidades, también vive el vértigo de la ciudad como un caos de violencia, de muerte y de corrupción. También como Travis Bickle, el taxista de Taxi Driver. Que Frank Pierce esté en manos de Nicolas Cage y Travis Bickle haya estado en manos de Robert De Niro en su más inspirada etapa de actor explicará también eso que existe entre ambas películas: un abismo. También lo explicará que Scorsese filmara Taxi Driver alrededor de los treinta años y Vidas al límite a los cincuenta y seis, cuando aparece en los comerciales de American Express, cuando declara que ahora está más tranquilo, que han pasado veinticinco años, que este es un mundo diferente, que él también es diferente y su protagonista ya no quiere matar sino salvar vidas. Por su bien, no hay que creerle. Un verdadero artista –y Scorsese, en grado superlativo, lo es– no se tranquiliza nunca. Ni a los treinta ni a los cincuenta y seis ni a los noventa años. Creo que Scorsese no se ha tranquilizado, que sólo ha hecho una endeble película con reminiscencias de Ghost y anhelos de la taquilla de Sexto sentido y que pronto mostrará otra vez los dientes como en Taxi Driver, como en Toro salvaje, como en Después de hora. Si lo hace, importará poco que siga apareciendo o no en los comerciales de American Express. El cine habrá recuperado a uno de sus más talentosos creadores. Así las cosas, demostrar que Scorsese es mucho más que el director de Vidas al límite será el sencillo propósito de estas líneas.

Al principio La primera película importante de Martin Scorsese (de aquí en más, aunque no siempre, MS) es Pasajeros profesionales (Boxcar Bertha), es de 1972 y la protagonizaba una bellísima y muy joven Barbara Hershey, que luego sería María Magdalena en La última tentación de Cristo. Era una versión clase B de Bonnie and Clyde, con muchos tiros, asaltos a trenes y hasta una crucifixión. Tenía un solo problema: la producía Roger Corman y MS no tuvo el control artístico que hubiera deseado. Sí lo tuvo Corman, quien le agregó al film mucho sexo y mucha violencia. Cassavettes habría de reprender duramente a su joven amigo MS y le diría si pensaba perder otro año de su vida haciendo mierda. MS no lo perdió. Su siguiente film fue su primera obra maestra y la afirmación de algo irrefutable: este joven de ascendencia italiana, nacido coherentemente en Little Italy, en 1942, había llegado para instalarse en el espacio de los grandes.
La película es Calles peligrosas (Mean Streets, 1973) y me atrevería a decir que lo fundamental de Scorsese ya está en ella. En los films de MS el enfrentamiento entre ciertos individuos y la sociedad en la que surgen es central, arma el relato. En Calles peligrosas es Charlie (Harvey Keitel), en Taxi Driver es Travis Bickle, en Después de hora es Paul Hackett (Griffin Dunne), en Toro salvaje es LaMotta (De Niro), en la maravillosa El rey de la comedia es el inolvidable (como se ve, soy fan de esta película) Rupert Pupkin (otra vez De Niro) y en La última tentación de Cristo es Cristo quien, según se sabe, tuvo muchos problemas con la sociedad. Tantos, que lo crucificaron.
Hay otras permanencias en Calles peligrosas: ya está De Niro, el actor fetiche de MS, y ya están las citas cinéfilas, esos guiños por medio de los que MS nos indica sus fuentes de inspiración, las películas que lo formaron. En Calles peligrosas los tipos de la barriada ven, en un cine, Más corazón que odio (The Searchefs, 1956, John Ford) y en El rey de la comedia, en una escena en que Jerry Langford (Jerry Lewis) regresa a su departamento solitario, vemos en su televisor las primeras escenas de El rata (Pickup on South Street, 1953, Samuel Fuller). ¿Por qué admira tanto MS a esos personajes de Ford y de Fuller? Porque tanto Ethan Edwards (John Wayne) como Skip McCoy (Richard Widmark) son el perfecto dibujo del outsider, del loner. MS lo explicará en su inteligente antología del cine de Hollywood: Ethan Edwards odiaba a los indios más que nadie y ese odio lo apartaba de todos; Skip McCoy vive apartado, junto al río, se roba unmicrofilm codiciado por los comunistas pero no se lo da a la policía, porque él no es un patriota, porque no es una bandera, sino un solitario (un loner) que está contra todos. (Nota: Samuel Fuller, en la antología de Scorsese, explica que esta condición de loner de McCoy, esta decisión de no estar con nadie y menos de transformarse en una bandera patriótica impide que su film sea un propaganda film, como habitualmente, y con gran injusticia, suele decirse de El rata, esa joya casi clase B donde Scorsese y muchos otros aprendieron a filmar. También Godard, y es casi lo mejor que podría decir de él. En Sin aliento se nota ese salvajismo-Fuller, esa fuerza genial para manejar una cámara y hacer cine. Sólo algo: Fuller jamás le hizo decir a uno de sus personajes una presuntuosa tontería como Quisiera ser inmortal y después morir.)
En 1976 llega la consagración de Scorsese. La película es Taxi Driver y es la primera colaboración de MS con un guionista de gran talento, Paul Shrader. Hay otro elemento notable en el film: MS le confía la partitura musical a Bernard Hermann y Hermann escribe un tema blues de honda belleza, de una tristeza infinita. Aquí también está la cinefilia de MS. Hitchcock, en un ataque de bobería, había despedido malamente a Hermann cuando escuchó la propuesta musical para Cortina rasgada. Hermann le había escrito al master, entre otros, los musical scores de Psicosis y Vértigo; el de Psicosis para orquesta de cuerdas solamente y el de Vértigo inspirado en el tema de amor de Tristán e Isolda, maravillosos los dos. Hermann, que sufría por no ser considerado un músico serio, sufrió aún más cuando Hitch le rechazó la partitura de Cortina rasgada porque quería “algo moderno”. Pero se vengó en vida. Pudo decir: “Después de mí, Hitchcock no hizo una sola película buena”. (Acaso si exceptuamos Frenesí, tuvo razón.) Y también lo vengó MS al confiarle la partitura de Taxi Driver y al pedirle luego a Elmer Bernstein que se basara absolutamente, modificándola apenas, en la partitura original de Hermann para Cabo de miedo. Así, Cabo de miedo no sólo es una remake del film de J. Lee Thompson, sino una remake de la partitura de Hermann.
Taxi Driver fue un éxito. De Niro, Keitel y la muy joven Jodie Foster estaban brillantes y el film tenía una potencia pocas veces expuesta antes. Ganó la Palma de Oro en Cannes, MS y De Niro recibieron el premio de la New York Films Critics, el film fue nominado al Oscar... y perdió con Rocky. De modo que Stallone, considerado por muchos el peor actor del siglo XX, le arrebató a MS la estatuilla. Y ya es hora de decirlo o recordarlo: Scorsese nunca ganó un Oscar. Volverían a nominarlo por Toro salvaje y habría de perder con Gente como uno (Ordinary people, 1980), un sensible primer film de Redford, con un inteligente guión del notable Alvin Sargent, y con buenas actuaciones de Mary Tyler Moore, Donald Sutherland y el joven Timothy Hutton. Con todo esto, pero –aún así– decididamente inferior a esa cumbre que es Toro salvaje. De esa forma, el que es considerado, acaso con total justicia, el más talentoso y el más cinéfilo de los directores norteamericanos, no tiene un Oscar en ninguna de sus vitrinas. La Academia recurre a él para darle uno a Elia Kazan y blanquearlo con su prestigio (cosa que Martin hizo porque es un buen tipo y realmente admira a Kazan), pero a él nada. Tal vez esto afirme la condición de outsider de MS, esa condición que tanto apreciamos en sus personajes.

Lo que siguió Muchos consideran a Taxi Driver la mejor película de los 70 y todos –todos menos la Academia– consideran a Toro salvaje la mejor de los 80. De Niro es Jake LaMotta, que existió, que fue una bestia del ring, que llegó a campeón venciendo al francés Marcel Cerdan, que peleó seis veces contra el exquisito “Sugar” Ray Robinson y perdió cinco y que en el film de Scorsese transita de la gloria al abismo, lo que le permite a De Niro la hazaña de subir una cantidad increíble de kilos, pasar de ser un tanque de músculos temibles a un casi obeso dueño de un lugar de diversión nocturna. El film es en blanco y negro para recrear los materialesfílmicos de los años en que LaMotta peleaba, los 50. Joe Pesci es el hermano y manager de LaMotta y una joven Cathy Moriarty (una actriz desperdiciada por Hollywood) deslumbra como Vicky, la esposa de LaMotta, brutalmente sometida a sus celos paranoicos. Gran película.
Tres años más tarde MS filma la película que más amo –creo que ya lo anuncié– de todas cuantas hizo. Fue un fracaso absoluto. En Buenos Aires apenas duró una semana en sala de estreno. No la vio nadie. Hoy es un clásico deslumbrante. Pero hay que seguir rescatándola de esas neblinas perdedoras que todavía la sofocan. Es El rey de la comedia (The King of Comedy, 1983). De Niro es Rupert Pupkin, uno de los personajes más patéticos y divertidos de la historia del cine. Es un cómico y quiere triunfar. Confía en su talento y cree que si logra actuar en el show de Jerry Langford (Jerry Lewis) nada impedirá su consagración. Pero se le hace difícil. Jerry no lo recibe, siempre hay secretarias que le dicen vuelva más tarde, otro día, su material es bueno pero... Pupkin se obstina. Se queda en las oficinas de Langford hasta que lo echan a patadas. Tampoco esto lo detiene. Junto a su amiga Masha (Sandra Bernhard) secuestra a Jerry Lewis y exige como rescate la oportunidad de actuar en el show. (Nota sobre Sandra Bernhard: Genial actriz del under de Nueva York, no muy vista en cine. Dice de sí: “Mi rostro es hermoso, extraño pero hermoso”. Acaso tenga razón. Como sea, no sé si es hermoso, pero es decididamente extraño. De aquí que tenga un programa de cine bizarro en el que en 1998, era en Nueva York y yo tenía la suerte de estar ahí mirando la tele durante la madrugada, presentó una película de Emilio Vieyra. Lo juro: vi a la genial Sandra Bernhard presentar en su programa una peli de Vieyra. Era La venganza del sexo y cuando se lo conté a Diego Curubeto casi se infarta). Sigo con Pupkin: le dan la oportunidad que exige. Actúa en el show de Jerry presentado por Tony Randall. Y deslumbra a todos. También deslumbra De Niro. Pero quien tal vez deslumbre más es el cautivo. Es Jerry Langford. Es el gran Jerry Lewis en una de sus más sensacionales actuaciones. Sí: amo a Jerry. (Si lo consiguen, compren mi libro El mito del eterno fracaso, 1985, Legasa, y lean el ensayito “Sartre y Jerry Lewis”. Sobre todo ahora que Sartre está otra vez de moda.) Pupkin termina en la cárcel, pero escribe sus memorias y se consagra totalmente. El film termina mostrando las tapas que los más prestigiosos magazines le dedican. Scorsese, con un gran guión de Fred Zinnemann, se ríe de todo y todos reímos con él. Una joya. Si no la vio, no se muera antes de verla.
De lo que sigue lo mejor es Después de hora (After Hours, 1985), Buenos muchachos (Goodfellas, 1990), y en menor medida, Cabo de miedo (Cape Fear, 1991). Como sea, Cabo de miedo exhibe la destreza cinematográfica de MS hasta límites extremos. ¡Y esa escena entre De Niro y Juliette Lewis! Inolvidable.
De La última tentación de Cristo (que aún, idiotamente, sigue prohibida en este país) hay que rescatar la honda visión religiosa de MS (que, no en vano, quiso ser sacerdote cuando joven) y el intento de humanizar a Cristo, a quien Scorsese le entrega a Barbara Hershey, que es mejor que verlo siempre crucificado. Digo. La película es digna, valiosa, sensible, inteligente y religiosa a la Scorsese. En video se consigue y uno puede reírse de las mojigaterías de la Argentina.
La edad de la inocencia es de 1993, se basa en la novela de Edith Wharton y nada salió como se esperaba. Un Scorsese a la Visconti. Coherentemente, la película gana un Oscar de vestuario. Todos se veían divinos. Scorsese sólo se luce en unos fundidos a amarillo que parten de los ojos de Michelle Pfeiffer. Winona Ryder entrega una sensible actuación. No hay mucho más.
Más aún falla MS en Casino, donde lo único rescatable es la poderosa labor de Sharon Stone. También falla en Kundun (1997), con sus 134 minutos de búsquedas orientalistas, un Scorsese entre el Dalai Lama y Mao TséTung. Y ahora falla con Vidas al límite. ¿Qué pasa? Nada grave. Hay una célebre escena de Taxi Driver en que De Niro se repite una y otra vez, señalándose, mirándose, crecientemente extraviado, Are you talking to me? Si Scorsese nos preguntara eso deberíamos decirle que sí, que le hablamos a él, que deje de sentirse tan maduro, tan lejos de la fiereza de Taxi Driver, que cincuenta y seis años no es una edad para calmarse, sino todo lo contrario, que la madurez no es sosiego, que es el momento de unir la vieja furia, la originaria mala educación, los sagrados malos modales con la santa veteranía, con el oficio, con la exquisitez del concentrado talento, del camino laborioso y sin retorno y sin excusas, porque no se lo recorrió para ablandarse sino para unir la osadía con la experiencia, la furia con la razón, la inspiración con la técnica, eso que acaso sea la sabiduría y que nosotros la esperamos de Scorsese.
No lo duden, volverá.

arriba