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ENCUENTROS- Marcelo Birmajer
dialoga con el rabino Daniel Goldman

Pequeña Torah Ilustrada

Un escritor judío publica una novela sobre la vida después de la muerte y la existencia de una ética absoluta, previa y superior a cualquier dogma religioso. Un rabino se sienta a discutir ambos tópicos con el escritor y la conversación se expande hasta abarcar temas inesperados: el sexo como forma de conocimiento, la importancia de una estufa en la diáspora, el undécimo mandamiento y las mujeres que hablan demasiado.

POR DANIEL GOLDMAN

Cuando le comenté a Marcelo Birmajer que No tan distinto me parecía un libro de verano (como un halago), él lo tomó afortunadamente como tal y contestó: “Ojalá todos mis libros sean de verano”. Su anhelo es tan atendible como deseable: su oda a la estación del esparcimiento crea profundidad. Y haber conversado con su autor sobre esa breve novela recientemente publicada me permitió descubrir, como en la Kabalá, espacios ocultos y misteriosos en este sobrio discípulo de Bashevis Singer, este joven cuentista de frases tan cortas como expresivas y de gestos tan judíos. En el diálogo, a mí me tocaba un lugar del cual a veces me cuesta salir: el de rabino. Pero a lo largo de la conversación con Birmajer fue surgiendo, de su lado, una rara especie de exégeta sensible, similar a un rabino laico. No tan distinto es un libro que se propone avanzar en forma “abierta” por temas arduamente debatidos por filósofos y teólogos de todas las épocas, pero con una sólida estructura literaria que “disimula” –a medida que “ilustra”– el fondo, la raíz de cada espinoso asunto. “Son esas cuestiones fundamentales que, si uno se las pregunta todo el día, es un pelotudo. Pero que, si no se las pregunta cada tanto, también lo es”, dice Birmajer. Ésa es su manera de aludir a los dos temas o cuestionamientos principales que toca su novela: la vida después de la muerte y la existencia de una ética absoluta, previa a cualquier dogma religioso.
La falta de argumentos concluyentes alrededor de estos dos temas elimina la posibilidad de suspenso. Sin embargo, la novela lo tiene...
–El suspenso surge de la creencia de que hay una respuesta y que en algún momento la vamos a encontrar. Pero es lejana y está oculta. Ahí se encuentra el origen del suspenso en esta novela. Yo afronté estos temas con las mismas armas literarias que siempre me permiten crear perplejidad en el lector. Lo que hice en esta novela es utilizar la literatura para engañar al lector y hacerle creer que, a estos enigmas sin solución, yo le voy a acercar una cierta respuesta.
Y el engaño funciona hasta el final...
–Pero funciona de modo tal que, aunque el lector no vea ninguna respuesta a las grandes cuestiones, le doy un final al destino del personaje. Creo que la literatura, en este sentido y de esta manera en particular, es una forma muy piadosa que nos permite aproximarnos a aquellos aspectos de la vida en donde nunca sabemos nada. La literatura es un acceso al conocimiento en donde la vida adquiere sentido. El sexo es otra de las formas de acceso al conocimiento.
El verbo “conocer” aparece en la Biblia para definir al acto sexual...
–Por eso, precisamente, el tema del sexo aparece en la vida de Saúl (el protagonista de la novela) como una de las formas de aproximarse a un misterio. Saúl sabe que ésta es una de las maneras de comprender la vida, aunque en los últimos seis años no haya tocado mujer. Aunque no haya tocado mujer, él es para mí un modelo de masculinidad. No tener que demostrar ser “macho” es tan viril que libera de la necesidad de competir con los otros. Saúl es viril porque es capaz de hacer feliz a una mujer y sentirse feliz en el intento. Entendiendo al conocimiento como un diálogo: en esto no hay verdades biológicas, porque la palabra es más importante que el cuerpo. Si bien hay cuerpos que son palabras, la palabra tiene mayor intensidad y trascendencia que la reacción fisiológica. Como novelista, reconozco siempre, en cada cosa que escribo, que el sexo está cargado de espíritu. Cuando uno se acuesta con una mujer, hay un intercambio de moléculas espirituales que devienen de esos fluidos del cuerpo. De hecho, creo que en el judaísmo no existe división entre cuerpo y alma. Por eso palabra y cuerpo están unidos.
¿También por eso, en un tramo de la novela, Saúl no se acuesta con una mujer que habla demasiado?
–Es que, cuando se habla demasiado, hay una inflación de la palabra. Y cuando hay una inflación de la palabra, hablar carece de sentido. Para Saúl, ciertos personajes de la novela (como una psicóloga o una profesora de yoga) le quitan valor a lo que representa la palabra. Despojan de erótica a la palabra. Cuando uno se refiere al amor o al sexo, tiene que usar muy pocas palabras con mucho sentido.
¿Existe Saúl?
–No así tal cual. Pero sí está inspirado en un amigo, José Padín, un hombre simple que tiene una casa afuera... Y es hijo de gallegos.
¿O sea que un hijo de gallegos convertido al judaísmo “da” Saúl?
–Bueno, no sé si tanto. Yo lo hice comerciante del Once. Pero fundamentalmente quise construir un personaje a partir de uno de esos pocos tipos que no joden a nadie y respetan los diez mandamientos como...
¿Como pocos? ¿Como muchos?
–Como pocos, como poquísimos. Estamos malacostumbrados a los héroes, a los paradigmas de héroe. Si en el mundo hubiese solamente de ésos, sería terrible. En última instancia, mi libro no es otra cosa que una reivindicación de estos personajes silenciosos que rayan con lo heroico, porque en este siglo ya resulta heroico no joder a nadie. Saúl es un héroe porque no jode a nadie y construye su vida con honestidad. “No joder a nadie” podría ser el undécimo mandamiento, en una sociedad en donde la corrupción y el engaño son moneda corriente.
El judío es una especie de “apax”: una palabra que aparece sólo una vez en la Biblia, y no tiene traducción posible porque su interpretación se basa fundamentalmente en la intuición. Lo judío es ese “apax”, imposible de ser comparado con otra religión, nación, raza, o cultura...
–Pero con una sacralidad tautológica. Y de la mejor tautología, que es la tautología del misterio. Es ahí donde Saúl se sumerge en una misteriosa búsqueda religiosa después de la muerte de su mujer. Pero Saúl es un no creyente. Y es tan judío que, en su búsqueda religiosa, tiene un encuentro con el “más allá”, pero niega ese “más allá” porque se aferra al “más acá”. Vive en la constante contradicción de pensar una vida posible en Israel, pero no podría vivir allí. Y no está cómodo en el Once, ni en el country, ni en Barrio Norte, aunque haya vivido hasta entonces ahí.
Eso se llama “diaspórico”. Y lo diaspórico se traduce en esta novela en los permanentes viajes de Saúl, su constante incomodidad geográfica...
–Es casi la diáspora de uno solo. Y es la verdadera diáspora, porque en su interior nunca hay “Minián”, ese quórum requerido para expresar ciertas plegarias.
La Kábala interpreta a la diáspora como la distancia entre el ser y Dios, equivalente a la que existe entre el hombre y la tierra prometida...
–Y entre una persona y otra también. Pero, en el caso de lo judío, se añade a esa diáspora la cercanía o lejanía con el libro. La definición “Pueblo del Libro” no es un hecho fáctico. Es decir: no es que nacés sabiendo leer o más cerca del libro que los demás. Nacés obligado a acercarte al libro, no es una ventaja inicial sino un mandato. Como judío, nacés con el problema de que, si no vas aproximando al libro, entrás en contradicción con la cultura de tu pueblo, con el misterio que te concibió.
George Steiner dice “nuestra tierra natal, el texto”. Es decir, en última instancia, no es el Estado de Israel sino precisamente el libro...
–En relación con lo de Steiner, hay un chiste muy bueno de Woody Allen que me contó Rodrigo Fresán. Dice que un hombre iba por Israel con una metralleta y dos bandoleras llenas de balas cruzándole el pecho, cuando de pronto un fanático le apuntó y le tiró con una Biblia, y las balas lo salvaron de morir atravesado por la Biblia. En algo estoy en desacuerdo con Steiner: creo que es cierto eso de que el texto es nuestra tierra, pero también necesitamos un lugar donde sentarnos a leer. No se puede leeren el aire. Mirá qué imagen: cuando tengo frío me vengo acá, al lado de la estufa. Al leer el texto en el aire, me agarra frío. Necesito de la estufa que es la tierra. Es más: para escribir necesito de las complicaciones que trae la existencia terrena. A diferencia de Steiner, yo siento un vínculo racional e irracional con Israel, no pretendo ser un ciudadano del mundo.
¿Qué es lo que espera Saúl de la vida?
–Creo que lo máximo a lo que puede aspirar un hombre es a no hacer daño a los demás. Pero yo no conozco hombre que no quiera más a unos que a otros, o que no se preocupe más por la suerte de unos que de otros. Sólo hay una población de la humanidad a la que todos tenemos la obligación de querer por igual: los niños. Aunque suene como un discurso peronista, para mí los únicos que generan simpatías innatas son los niños.
¿Entonces por qué ese “héroe” no tiene hijos?
–Que Saúl no tenga hijos es parte de su tragedia. Porque la no descendencia implica estar solo en el mundo. Para mí, el nacimiento de mi hijo fue la invitación a un mundo sin soledad. En el mejor sentido, desde que nació mi hijo jamás me sentí solo. Y ya no hacés nada como lo hacías antes. Esta compañía me lleva a escribir y leer de una manera diferente. Esa soledad metafísica que a veces sentía en forma angustiosa se terminó. Yo ubico a Saúl como un hombre solo hasta metafísicamente. Y su tragedia se agrava al haber perdido a la persona que más amaba.
Después de experiencias trascendentes como el sexo o la muerte, uno ya no es lo que era. Luego de ellas es imposible volver atrás...
–Yo lo veo exactamente así. Creo que la diferencia entre una pasión que te conduce a la tragedia y una que te conduce a la vida se asemeja a un viaje en el que te podés perder o descubrir un lugar nuevo: la diferencia entre perderse y encontrar un lugar nuevo es saber cómo volver. Cuando descubrís un lugar nuevo tenés la chance de saber cómo volver. Saúl es un experto en regresos. Y en el misterio de los viajes desarrolla la capacidad de recibir a su esposa, que partió hacia la muerte. Un inexperto se hubiese vuelto loco o se hubiera matado. Pero Saúl sabe cómo retornar. Y en ese retorno se da cuenta de que el otro mundo no es trágico. No es tan distinto de éste.
El otro mundo es también parte de la vida...
–”Y elegirás la vida”, como dice el versículo bíblico. La literatura va a seguir existiendo mientras no descubramos el misterio, mientras no encontremos lo que hay después de la muerte, o mientras no hallemos la existencia certera de otros mundos. Desconocer con profundidad la bendición del misterio y continuar inventando nuevos mundos es la razón de ser de la literatura.

CODA
Al final de la conversación, Birmajer me preguntó con cierto pudor si yo creía que Saúl hubiese sido capaz de leer su libro. Le contesté que no, porque para mí Saul era un lector de best-sellers. Pero que seguramente se hubiese acercado a Birmajer, de tener oportunidad en su periplo, para tener una conversación con él. Y le dije que suponía que uno hubiese entendido muy bien al otro. Al despedirnos, ya en la puerta, le conté a este Bashevis Singer de nuestras pampas que, cuando viajo a Nueva York, suelo hospedarme en la casa de una amiga que vive en el mismo edificio en el que vivía Singer. Y que, retirando un día la correspondencia del buzón, me topé con una carta dirigida al escritor, quien había muerto dos años antes. Me tenté, como muchos, de quebrar el mandamiento “no robarás” (cosa que Saúl, sospecho, jamás hubiese hecho), por llevarme un recuerdo de un novelista que siempre admiré. Entonces mi esposa, más parecida a Saúl que yo, me dijo: “¡Estás loco! Por ahí es el nombramiento del Premio Nobel, que se traspapeló hasta ahora...”. A lo que Birmajer contestó con esa suave aspereza de rabino laico: “Seguramente, en el no tan distinto otromundo, Bashevis Singer volvió a ganar el Premio Nobel, sólo que la Academia de arriba se equivocó de domicilio”
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