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Alias Gardelitos

Para armar la banda, Korneta y sus hijos Eli y Bruno vendieron la rotisería familiar. Para grabar su primer disco vendieron la camioneta y los equipos de sonido que compraron con la plata de aquella rotisería. Adonde tocan, convocan no menos de un millar de “gardeles”. Sus conciertos incluyen ollas populares y recolección de ropa y alimentos para los inundados. La Sony los fichó cuando supo la gente que movían, pero los tiene en el freezer porque ”no les entiende los códigos”. Tocan en Cemento el próximo 17 de junio y el Día de la Madre estarán en la cárcel de mujeres de Ezeiza. Conozca a una banda increíble llamada Los Gardelitos.

POR FERNANDO D’ADDARIO
FOTOS: NORA LEZANO

Desde un balcón austero y mínimo, ubicado en el piso 16 del Complejo Habitacional Juan XXIII, en el Bajo Flores, Buenos Aires se despliega como una maqueta de extraña lógica arquitectónica. Desde esa altura, la avenida Rivadavia se ve como un caprichoso camino que, en su arbitrario rol de cortar transversalmente la ciudad, deja a un lado y otro postales urbanísticas contrapuestas. De Rivadavia para allá (con el piso 16 de un monoblock del Bajo Flores como referencia, allá es el Norte) se vislumbra una ciudad autista, con sus rascacielos, su tránsito absurdo, el Congreso de la Nación allá lejos, pequeño, distante y, acaso por su equidistancia geográfica, indiferente a ese corte transversal. De este lado, la precariedad del barrio Bernardino Rivadavia, la aparente uniformidad del Bajo Flores, los caminitos desolados de Pompeya y Parque Patricios, permiten adivinar otra ciudad, dormida, tal vez abandonada.
Allí, en ese piso 16, viven Los Gardelitos, un grupo de rock que, frente a la posibilidad de optar por la panorámica de trazo grueso –casi siempre engañosa, pero muy frecuentada por el rock de estos tiempos–, prefiere mirar la vida desde el llano. Ese llano donde la ciudad dormida adopta formas y matices insospechados del lado de allá de Rivadavia: coreanos, bolivianos, argentinos, peruanos, tangueros, bailanteros, rockeros “estones” contradicen ruidosamente o en silencio aquella pretendida uniformidad arquitectónica. En este reparto de identidades, Los Gardelitos –que definen lo suyo como “rock sudaca”– le ponen su cuota de música a la nueva porteñidad babélica.
El grupo está integrado por Korneta (46 años), sus hijos Eli (22) y Bruno (19), y un amigo-hermano de la casa, Jorge. Tocan juntos desde hace unos cuatro años, lapso suficiente y necesario como para alimentar, de a poco y sin ningún inflador artificial, una legión de fans que sigue a la banda con una fidelidad conmovedora. Allí donde toquen, siempre hay no menos de un millar de gardeles, provenientes de los barrios más castigados del conurbano bonaerense. Musicalmente, Los Gardelitos podrían engrosar esa entelequia que en los últimos años se dio en llamar “rock nacional y popular” y que, con distintos matices, agrupa arbitrariamente a bandas tan disímiles como La Renga, Los Piojos, Bersuit Vergarabat, Las Pelotas, Divididos y Viejas Locas. Pero lo que distingue a Los Gardelitos, más allá de los estereotipos comunes al género, es su modo de vida, y la proyección de ese modo de vida en su comportamiento artístico.

LA PATRIA OCULTA En la mañana del 25 de Mayo pasado, se cocinaba en la villa de emergencia Ciudad Oculta, pese al frío intenso y al gris amenazador del cielo de Mataderos, la ilusión de una fiesta patria distinta, sin fastos institucionales ni discursos oficiales. Cinco ollas populares se habían convertido, sin que mediara ceremonia alguna, en motivo de festejo para un centenar de chicos, mujeres y ancianos, que en silenciosa procesión enfilaban hacia su ración de locro caliente. A un costado, un grupo de voluntarios controlaba que nada faltara y comenzaba su trabajo paralelo: armar, en tiempo record y de la nada, un escenario para que a la tarde tocaran Los Gardelitos. Uno de los cruzados era Claudio (el “Jefe de escenario” que se ufana de haber trabajado en el stage de Keith Richards), quien consiguió en un centro comunitario de Curapaligüe y Cobo unos tablones viejos pero tan idóneos, a la luz de los resultados, como la parafernalia técnica que utiliza la Rock & Pop para sus recitales internacionales. Un galpón a medio construir era la base de operaciones. A la hora del festival (del que participaron también músicos como Black Amaya, el Vasco Bazterrica y Pity de Viejas Locas, entre muchos otros), los habitantes de la villa se mezclaban con los fans de Los Gardelitos. Un pogo desenfrenado, de violencia festiva, se apoderó del barrio cuando la banda tocó “Gardeliando”, mientras los chicos tomaban chocolate caliente, y los grandes desafiaban su resistencia hepática con sobredosis de vino Pico de Oro. Los únicos “símbolos” que podíanidentificarse allí, en ese ritual mágico, eran la “lengua estone” (un emblema que, entre las tribus suburbanas argentinas, poco y nada tiene que ver con Andy Warhol) y el humo de marihuana, que se levantaba con orgullo certificando que ese lugar, por unas horas, era tierra liberada, a salvo de razzias policiales.
Korneta empezó su movida en la villa Ciudad Oculta hace catorce años. Ya en su casa, mientras ofrece al cronista pastel de papa y vino tinto, cuenta: “En el ‘78, la dictadura había pasado la topadora, pero no hubo manera de impedir que el barrio se levantara una y otra vez, porque podían eliminar por un tiempo las casas, pero la pobreza seguía. Tiempo después me acerqué a la Oculta para bautizar a mis hijos. En esa época, como yo no estaba casado, no me los querían bautizar en ningún lado. Sólo en las villas lo hacían sin drama. Así me hice amigo del cura y de todos los demás”. En la Oculta, además, redescubrió un rito de solidaridad que se desprendía, aggiornado y sin acartonamientos doctrinarios, de su espíritu setentista. “Una vez, un tipo que yo conocía estaba por tirar todos los libros que había en la biblioteca de la casa de su abuelo, pero prefirió darles otro destino: los repartió en la Oculta. Es increíble, ya pasaron muchos años de esto, pero todavía ves esos libros dando vueltas por la villa, a veces en manos de uno, a veces en manos de otro. Y allá te encontrás con gente grossa, en serio: está, por ejemplo, el Chino, antiguo villero, amante de los poetas surrealistas, cuyo disco de cabecera es Artaud, de Pescado Rabioso. El tipo participa de todas nuestras movidas, porque lo que no hacen los gobiernos, del signo político que sean, lo tenemos que hacer nosotros.”
El día del festival, aunque resulte difícil de creer, se juntó ropa y alimentos no perecederos, donados por fans e incluso por gente de la villa, para ser enviados a los inundados del norte argentino. Korneta sostiene: “Los de afuera no saben ni quieren saber lo que es una villa, y los de adentro muchas veces no conocen ni el Obelisco. Por eso, lo que queremos nosotros es que la gente se integre, que no se tenga miedo. Los que manejan la cultura en este país organizan eventos muy lindos, pero de Recoleta para el otro lado. No van a organizar una movida en una villa. ‘A ver si estos negros nos afanan’, piensan. Primero los marginan y después los desprecian diciéndoles que son unos negros ignorantes. Y lo loco es que la cultura sale siempre de abajo: las clases altas se apoderan de las expresiones genuinas de la gente pobre, los cuadros de Van Gogh terminan en los museos. Y eso genera violencia. Los de abajo nunca pueden hacer catarsis con la cultura”.

GIRA MAGICA Y MISTERIOSA Para armar la banda, a falta de otros recursos genuinos, Korneta y sus hijos vendieron la rotisería familiar. Compraron una camioneta y los equipos de sonido, elementos indispensables para darle viabilidad a su espíritu nómade. Pero, para poder pagar la grabación del primer disco, tuvieron que vender aquella camioneta y los equipos de sonido. Lógica capitalista pura. “Así que lo único que nos quedó en la vida fue el disco. Es decir, nuestra música. Con eso ya estábamos bien”, apunta Eli. En ese CD, que vendían en los shows y en un par de disquerías amigas, luego de un tanguito con guitarra criolla y un par de rockitos, llegaba la canción “Gardeliando” para establecer la declaración de principios: “De Tablada a Lanús / de Mataderos hasta Flores / De Barracas a la Boca / de Chacarita a Paternal”, reza la letra, un viaje en busca de la identidad perdida. Los Gardelitos decidieron que la mejor manera de presentar su material era tocar en cada uno de esos barrios. Así organizaron la “gira”: tocaron primero en La Tablada, donde el abuelo (es decir, el padre de Korneta) les dio una mano cocinando mil empanadas que, al final, no alcanzaron. La escala de Lanús fue resuelta con una presentación en Villa Jardín, un barrio perdido en la ribera del Riachuelo. Hasta allí llegaron Los Gardelitos, vestidos como guapos del 900. Y tocaron rocanrol (no confundir con “rock and roll”, que no es másque un término estilístico; mientras rocanrol es un modo de vida: Chuck Berry hacía rock and roll; Luca Prodan tenía rocanrol).
Esa noche, la villa fue una fiesta. Korneta dice: “Cuando tocás en una villa, no podés salir todo rotoso y sucio, porque los estás humillando. Por eso subimos de traje. Les tenés que ofrecer lo mejor que tenés”. Antes de tocar, los equipos de sonido despedían la lisérgica melodía de “Echoes”, aquel clásico de Pink Floyd. “En las villas tocamos para los chicos, para los laburantes, para los pesados del barrio, para todos. Y no hablamos antes con el capanga para que garantice la tranquilidad. Está implícito. Están los pibes, el locro, las ollas populares... A nadie se le ocurre zarparse. Ahí cada uno deja su personaje de lado.”
En Mataderos, la cita fue, claro está, en la Oculta, donde Los Gardelitos son locales. En Flores tocaron en un pub escondido atrás de una iglesia. El Club Deportivo Paraguayo los albergó en Barracas, donde a cambio de la entrada los pibes tenían que llevar un alimento no perecedero, a beneficio del Hospital Borda. Una relación especial une al neuropsiquiátrico y a Los Gardelitos. Tocaron dos veces allí. “Y participaban los internos, además de gente de afuera que había ido a ver el festival. Se mezclaban todos y estaba todo bien. La gente les llevaba chicles, cigarrillos, y los de adentro les recitaban poesías a las chicas. ‘Hace cinco años que no veo a una mujer’, nos decían algunos. Algunos pibes habían llevado vino y porro, y eso estuvo mal, porque los internos estaban medicados y la mezcla no es buena. Al final se terminó pudriendo, porque saltó uno y empezó a cantar: ‘El que no salta es un psiquiatra’, y se prendieron todos, los de adentro y los de afuera, no sabés lo que era. Aparecieron los psiquiatras recalientes y suspendieron todo. No pudimos tocar nunca más ahí.”
El tour gardeliano siguió en la Boca, en el club Bohemios. De ahí a Chacarita, donde tocaron en un boliche del under rockero (Buenas Noches Rose), ubicado en Corrientes y la vía. Y cumpliendo a rajatabla la letra de su canción, cerraron su peregrinaje en La Paternal, en el histórico club Ciencia y Labor, ante mil doscientas personas. “Con esa gira nos fundimos económicamente, pero la pasamos bárbaro”, coinciden Los Gardelitos. Planes para el futuro, casi no hay. Tan sólo tocar en Cemento el próximo 17 de junio y presentarse el Día de la Madre en la cárcel de mujeres de Ezeiza. “Ahí... no sé cómo vamos a hacer para meter a los pibes que nos van a ver”, comentan.

FAMILIA MUY NORMAL Korneta curtió el rock de los sesenta, vivió todas las que había que vivir en Plaza Francia, conoció a Tanguito y todo eso. “Una vez fuimos a ver a Moris, y éramos cuarenta. ‘Che, cuántos somos hoy’, nos sorprendimos. Porque era así.” Los hijos lo escuchan con naturalidad y cambian de tema sin problema, quizá cansados de esas historias. La relación entre padre e hijos parece normal, con la salvedad de que la fractura generacional se manifiesta de manera solapada, sin un vacío infranqueable entre ambas generaciones. Después de todo, siempre trabajaron juntos. Claro que la familia no empezó como una banda de rock. En aquella rotisería que vendieron para armar la banda, ubicada en La Paternal, Korneta y su mujer cocinaban y los hijos hacían el reparto en bicicleta. Aun hoy, y más allá de las coincidencias en cuanto a lo que no quieren ser en la vida, padre e hijos chocan a veces. Eli confiesa una crítica que le hizo a su viejo durante mucho tiempo: “Él no veía nada bien de mi generación. Todo le parecía mal. Yo no tengo la culpa de no haber visto a Moris en Plaza Francia. Después lo escuché y todo bien. Pero nosotros nos criamos de otra manera, con otros códigos”. Korneta también tiene algo para reprochar a la generación de sus hijos: “Los veo medio autistas, perdidos. Nosotros, a esa edad, por ahí creíamos tener más claro para dónde íbamos. Igual, yo veo cómo está todo: que no hay trabajo, ni esperanzas, pero me gustaría verlos más activos, que no se resistieran tanto a leer, a pensar...”. En Fiesta Sudaka, el segundo CD de Los Gardelitos, la canción “¡Y todavía quieren más!” dice: “Me pusieron una bolsa / me dijeron que era mía / han llamado a dos testigos / y hoy me quieren procesar / Arreglaron con el juez / allanaron mi cabeza / ¡Y todavía quieren más!”. Texto que, según Korneta, no es autorreferencial (“como dice Jagger: si hubiera vivido todo lo que escribí, hoy estaría muerto”) sino simplemente testimonio de cosas que vio y contó a través de una canción. Lejos de una intención amarillista (“La otra vez, Jorge Guinzburg nos preguntó cómo era eso de que en nuestra familia nos drogábamos todos juntos”, se queja), el cantante reconoce: “Las drogas están ahí, no podés tapar un elefante con un pañuelo. Entonces, lo que tenés que hacer es estar informado, y eso es lo que hice con mis hijos. Nunca les prohibí nada. Podemos fumar juntos, con naturalidad, pero no hay una postura ni una militancia en eso”. Eli aporta: “Él nos cuenta las experiencias que tuvo, y nos sirve. Porque, por ejemplo, nos habla de cómo era el ácido en su época. Ahora el ácido no sirve, es pura anfetamina, y la cocaína tampoco me gusta, no me cabe lo que representa”.

SUR, PAREDON Y DESPUÉS Los miembros del grupo acuñaron hace tiempo un término que, en su imaginario, funciona así: “Gardeliar es divertirnos, recorrer los barrios, sentarnos en la mesa de un bar, juntarnos, hablar, comer un asado con amigos. Ése es el espíritu de la banda”. La estética tanguera tiene que ver con una identidad común que sólo cambió de manos: “El rock se devoró al tango”, apunta Eli, provocando la adhesión cómplice de su padre, que dice: “Lo devoró, pero no lo eliminó. Es loco, porque así pasás a ser parte de lo que te comiste”. Con esa conciencia, Los Gardelitos diluyen las barreras culturales que históricamente pusieron límites a los guetos del rock y del tango. “También nos dijeron que éramos nacionalistas, pero nada que ver. No tomamos la defensa del tango desde lo patriótico sino desde lo mitológico. Hay una cosa orillera en el tango que nos gusta, pero tampoco nos quedamos en ésa. Nos encanta la distinción de Gardel, un tipo que era el alma del pueblo, pero sabía tomar champán y moverse con elegancia en París.” Lejos de la apología del barrio y del reviente, que asoma como causa común en varias bandas del género, Eli adopta otra posición, mientras observa, desde su balcón del piso 16, la geografía porteña que dibuja sus trazos irregulares: “No nos gusta que nos digan que hacemos rock barrial, porque no representamos a un solo barrio, ni podríamos decir aguante Tablada, porque no queremos cerrarnos. Hay una mentalidad muy estrecha en eso, sacada del fútbol. Y la música no debe equipararse al fútbol porque es un arte, no es un deporte competitivo. Se sabe que si Argentinos Juniors se va al descenso, sus hinchas lo van a querer igual, porque son fanáticos. En cambio, nosotros no queremos que nos aplaudan un disco malo. Y, de la misma manera, hemos conocido gente copada en todos lados, no necesariamente tienen que ser de un barrio bajo. Fijáte Borges: no venía de una familia humilde, pero el chabón supo pintar esa cosa orillera de Buenos Aires como nadie. Hace un tiempo, fui a ver la película Happy Together (dirigida por el taiwanés Wong Kar Wai) y me copó ver cómo un asiático podía entender tan bien a Buenos Aires viniendo de una cultura absolutamente distinta. No hace falta ser de Mataderos, hay que ver qué hacés con eso que llevás adentro”.

CODIGOS Enterada de que en cada show Los Gardelitos movilizaban al menos mil fans, la multinacional Sony les ofreció un contrato de grabación. Pero los ejecutivos del sello no tardaron en darse cuenta de que sus códigos empresariales eran absolutamente incompatibles con los de la banda. “A veces me parece que nos hablan en japonés”, reconoce Korneta. “Nos pusieron en el freezer porque dicen que el público que nos sigue no tiene plata para comprar CDs.” Lógica pura. Padre e hijos del rocanrol ya aprendieron que nunca van a ser totalmente independientes. “A lo que sí podemos aspirar es a la libertad artística. Porque en este sistema (y laverdad es que quisiera conocer algún sinónimo para esta palabrita, que ya me tiene podrido y no la quiero usar más) sólo el dinero da libertad, regla de oro del capitalismo. De qué me sirve despotricar contra el sello que me contrató si todo lo que me rodea en la vida (desde tomar Coca-Cola hasta hablar por teléfono) tiene que ver con alguna empresa hija de puta que le cagó la vida a miles de tipos. ¿Soy independiente si le digo no a Sony? Creo que la independencia pasa por otro lado. Es una actitud. Y hoy no la veo en el rock argentino. Hablás con músicos y te contestan como gerentes de marketing. Tienen todo diseñado para ver a qué público apuntan, qué les van a dar, cómo van a escribir.”

¿ELECCIONES? Sin deberle nada a Bakunin ni a Proudhon, se intuye en la manera de vivir de Los Gardelitos un anarquismo a la criolla. “Durante varios años ni siquiera fuimos a votar. En las últimas elecciones, con Bruno votamos al Partido Obrero, porque nos gustó el nombre...”, dice Korneta y se le dibuja una sonrisa irónica que delata un compromiso superior a la simple –y casi siempre improductiva– rutina de votar. Eli no vota, “pero de colgado nomás que soy, no de mala onda”. Diez segundos después, agrega: “Además, en este país, que gane Menem o De la Rúa es lo mismo. Y no sólo acá pasa eso: Chile, Paraguay, Perú con Fujimori, los problemas están calcados. Somos parte de un plan que nos supera, y que sólo nos consulta cada tanto para que lo votemos”. A Los Gardelitos no les gustan las banderas, ni siquiera la del anarquismo: “Porque a veces el almacenero de la esquina es mucho más anarco que diez teóricos que se juntan para hablar de revolución”, dice Eli, comentario acaso complementario de otro, también punzante, lanzado por Korneta en plena fiesta en Ciudad Oculta: “Estoy cansado de los que se ponen la remera del Che Guevara y despotrican contra el sistema, pero después ven un pobre y se asustan”. Pero al final de la entrevista, Eli reconoce: “Y bueno, la verdad es que un poco anarco somos”. Y el padre remata, riéndose de su esfuerzo filosófico: “El hombre no es como dicen: político por naturaleza. Es anarquista por naturaleza. A medida que crece, lo van cercando. Esperemos que no puedan con nosotros”.

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