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Una revelación llamada Analía Couceyro

La barti chica

A los 25 años, después de haber pasado por el Parakultural y formarse con Ricardo Bartís, Analía Couceyro ya actuó dos veces en el Cervantes y protagoniza Ifigenia en Aulide en el San Martín. Pero, en vez de aprovechar los laureles para saltar a un engendro televisivo, volvió a pegar un estirón: además de actuar en Teatro Proletario de Cámara (basado en textos de Osvaldo Lamborghini), dirige La movilidad de las cosas terrenas, un espectáculo basado en María Estuardo de Schiller. Sepa quién es esta chica.

Por CECILIA HOPKINS

Se podrá estar de acuerdo o no con la programación de los teatros oficiales, con su forma de producción o con su estética institucional. Pero la mayoría de los actores coincide en que estrenar en esas salas representa una instancia legitimizadora de su trabajo, que es mucho más difícil de lograr por otros medios. Por eso se podría decir que, a sus 25 años, Analía Couceyro ya concretó lo que a muchos actores (si alguna vez lo consiguen) les lleva años de carrera. Porque esta muchacha de gestos sobrios y sonrisa amable no solamente estrenó dos veces en el Teatro Cervantes (El corte, dirigida por Ricardo Bartís, y El puente de Carlos Gorostiza, conducida por Daniel Marcove) sino que desde abril es la protagonista de Ifigenia en Aulide, la tragedia de Eurípides en versión de Rubén Szchumacher en el Teatro San Martín. Esto no quiere decir que haya renegado de sus orígenes: también revista en el elenco del experimental Teatro Proletario de Cámara, el espectáculo sobre textos de Osvaldo Lamborghini que en pocas semanas más participará del Festival de Sitges. Completa el panorama de sus actividades el estreno reciente de La movilidad de las cosas terrenas, dirigido por Couceyro y basado en textos de María Estuardo de Schiller, seleccionados por ella misma. Las funciones tienen lugar en el Sportivo Teatral de Bartís, donde la actriz se desempeña como docente, luego de haber sido auxiliar de su propio maestro.
La historia de Analía con el teatro comenzó a sus catorce años en el Instituto Goethe, cuando integraba un grupo de teatro en alemán, con la idea de progresar en el aprendizaje de esa lengua. Sus dos viajes a Berlín -.el segundo, por una beca– no significaron sino un paréntesis en lo que ya había decidido que sería su actividad principal. En 1991, poco antes de terminar el secundario, Analía se sumó a las huestes de una movida under que daba sus últimos coletazos antes de integrarse a la tele o disolverse como movimiento. Los Melli, las Hermanas Nervio y el trío que formaban Batato Barea, Alejandro Urdapilleta y Humberto Tortonese funcionaron como sus referentes inmediatos. En esa época, ella integraba su propio terceto, Las bergamotas sin ombligo, que escribía sus propios guiones con un grado de euforia que hoy hace sonreír a Couceyro, cuando recuerda que lo hacía durante las horas de clase y los recreos, junto a la compañera de división que la acompañaba en las trasnoches del Parakultural. Después se plegó a los Matches de Improvisación que Mosquito Sancineto comandaba en el Rojas y recién entonces llegó la formación sistemática en el Sportivo de Bartís.
“Estudiar allí me permitió acceder a una mirada filosófica e ideológica de la actuación. Esto tiene que ver con lo que se llama teatro de estados: una teatralidad que atraviesa el cuerpo del actor. Por ahí pasa todo, ideas formales, estéticas o textuales. Creo que el actor debería ser el dueño de la verdad escénica. En un trabajo clásico o más convencional, en cambio, la verdad la tiene el autor, porque es el texto el que tiene supremacía absoluta (así fue cuando hice El puente, por ejemplo). Pero hay otro teatro en el que aparece la mano del director de manera más evidente. Y, en esos casos, el peligro está en que los actores queden atrapados en una maquinaria y sólo sean muñequitos contenidos dentro de la puesta.”
Cuando se le pregunta a Couceyro si en esta última categoría podría ubicarse su experiencia con Ifigenia en Aulide, de Szchumacher, ella contesta: “Algo de eso hay, pero sería injusto negar que me resultó un trabajo placentero, porque pudimos ir más allá de ese límite que implica la puesta y desplegar actuación. Aparte del corset que representa para el actor una puesta muy planificada desde lo formal, los tiempos de trabajo en los teatros oficiales son muy cortos. Y no se puede lograr en dos meses lo que se hace en un año, aunque se trabaje a fondo. Pero producir en un teatro oficial es así. Y, aunque muchos crean que no se puede estrenar bien trabajando a ese ritmo, es perfectamente posible si se ensaya meses antes de llegar al teatro a hacer la puesta, como hicimos con El corte”. De aquella experiencia hace cuatro años, Analía recuerda que sus familiares la felicitaban porque iba a actuar en el Cervantes, aunque ella estaba más impresionada por el hecho de que su maestro la hubiera convocado. Andrógino y enigmático, aquel personaje que le tocó encarnar es recordado por Couceyro como “un chico sin mucha idea del lugar que pueden ocupar los jóvenes, que padece el desencuentro familiar, la situación confusa de tener dos padres, y acepta locamente lo que le proponen porque necesita creer en algo”. De hecho, la actriz establece paralelismos entre aquel chico que termina muriendo a mano de sus padres y el personaje de Ifigenia, a quien su padre también quiere sacrificar para que los dioses permitan que los barcos zarpen hacia Troya. “Las dos obras hablan del filicidio, del vínculo roto que los padres tienen con los hijos, y tratan de una persona joven que no tiene de dónde agarrarse. Y que, ante el mandato del padre, decide enfrentar con gloria la muerte que le proponen. Tanto la puesta de Szuchmacher como la de El corte tienen muy en cuenta la situación actual de los jóvenes, que parecen estar en una arena movediza porque no saben cuál es su lugar. Ifigenia... fue escrita en un momento de ruptura: pone en duda la idea del destino y los dioses, quienes hasta el momento organizaban la vida de los hombres. Y esto puede perfectamente aludir a una situación actual: los jóvenes no tienen ni siquiera un lugar nostálgico de utopías al que puedan aferrarse, como tienen sus mayores. Y la imagen paterna o la imagen de un ente superior capaz de instalar una verdad o una ley está muy desdibujada, lo que duplica la soledad.”
Aunque su paso por la tele haya sido fugaz –trabajó en un programa de Canal 13 que duró apenas un mes–, y aunque piensa que la programación televisiva es “en general bastante triste, con programas que no tienen derecho a existir”, Couceyro dice que no tendría problemas en trabajar en ese medio en caso de que el producto esté bien escrito y bien actuado. “Pero creo que lleva mucho trabajo conseguir trabajo en TV. Para lograrlo, uno debería estar disponible todo el tiempo, con un celular encima y un auto para ir a grabar a donde te manden. Pero vale la pena ocupar lugares, que buenos actores de teatro (y no sólo chicas bonitas) trabajen en TV.”
En cuanto a su flamante rol, Couceyro dice que siempre supo que iba a dirigir y que tiene absoluta conciencia de que María Estuardo es una obra compleja, con un lenguaje muy barroco, pero con características que le atrajeron especialmente: “El romanticismo idealista de Schiller, la idea de lo femenino y el lugar de la mujer”. En su versión, sin embargo, la pieza abandona el duelo virtual entre María Estuardo y la reina Isabel I de Inglaterra: “Esa idea maniquea de mostrar que todos los personajes han cometido errores”. Para interpretarla, Couceyro convocó a tres de sus compañeros: Laura Mantel, Javier Drolas y Mirta Bogdasarian. En Teatro proletario..., en cambio, tuvo oportunidad de dirigirse a sí misma, porque la consigna era que cada uno de los actores trabajara por su cuenta y recién después Bartís hizo sus observaciones y aportes. “Lamborghini es un autor que siempre ha circulado en el Sportivo, como Arlt, Gombrowicz o Florencio Sánchez. La idea fue tomar sus textos, atravesarlos por actuaciones potentes y armar unas veladas que funcionaran como un homenaje. Lo bueno es que la gente sale queriendo leer a Lamborghini. Es que sus textos son como un martillazo en la cabeza: es muy difícil quedar neutro al escucharlos”
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