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La semana que viene Antonio Gasalla y Carlos Perciavalle vuelven a subirse juntos a un escenario. Antes de estrenar Gasalla y Perciavalle en Broadway (La leyenda continúa), se despachan con un diálogo memorable en el que cuentan la verdadera historia del café concert, el aporte inestimable del Conservatorio en sus vidas y cómo eran las cosas cuando Buenos Aires era una fiesta.

“Buenos Aires era una fiesta. De repente aparecíamos en la casa de no sabíamos quién porque alguien nos invitaba. Al rato, alguno siempre empezaba a pedirnos algo. Entonces nos parábamos arriba de una mesa o de una silla, se formaba un círculo alrededor y largábamos.” Antonio Gasalla

POR J.I. BOIDO Y C. ZEIGER

Hace 30 años cantaban que eran inseparables. Como se escucha en el casi inconseguible Yo no... ¿Y usted?: “Desde Help, Valentino / hemos sido tú y yo / los dos grandes amigos / en las malas rachas / y en tiempos de hilachas... / Somos inseparables como las Legrand / y lo que nos tiene unidos / es nuestra horrible amistad”. Estuvieron juntos desde el principio. A mediados de los 70 fueron separables, y esa separación se convirtió en un mito que todavía hoy alimentan con coquetería (“Pelearnos, lo que se dice pelearnos, no, nunca sucedió”, dice Gasalla; “Lo que pasa es que nadie podía creer que nos fuera tan bien y dejáramos de trabajar juntos”, dice Perciavalle). La separación (“Justo cuando empezamos a aparecer en las Antena y las TV Guía”, dice Gasalla) les permitió desplegar carreras paralelas que abarcan el music-hall, la revista y el teatro, el cine y la televisión. Pero hace casi treinta años cantaban: “Porque está muy de moda y parece una joda / todos quieren hacer café concert”. Por eso hoy, cuando se les pregunta si lo que vuelven a hacer juntos en Gasalla y Perciavalle en Broadway, La leyenda continúa es café concert, se erizan. ¿Cómo va a ser café concert si no se hace en sótanos con nombres tan disparatados como El gallo cojo o El pollito erótico? ¿Cómo van a hacer café concert en un teatro de Romay y escoltados por veinte bailarines? Se llame como se llame, el acontecimiento es que Carlos Perciavalle y Antonio Gasalla vuelven a actuar juntos como en los buenos viejos tiempos: en la calle Corrientes, disparando diálogos, tirando y tirándose dardos, bailando y cantando (“Antonio tenía ganas de cantar”, dice Perciavalle), y demostrando que por suerte, treinta años después, vuelven a ser inseparables. A continuación, las dos cabezas del dúo toman la palabra para exorcizar su mito y hablar del espíritu hoy inconseguible que alguna vez recorrió Buenos Aires.

EL DIA QUE ABRIMOS LA CABEZA
PERCIAVALLE:
Nos conocimos en 1960, el día que dimos la prueba para ingresar en el Conservatorio de Arte Dramático. Ese mismo día yo había llegado del Uruguay y pensaba quedarme en Buenos Aires a toda costa. Había trabajado en teatro independiente desde el 56, pero estudiaba arquitectura y ya estaba casi recibido. Y no quería ser arquitecto de día y actor de noche. Venir a Buenos Aires fue apostar fuerte por ser actor, porque a los veinte años tenés que decidirte, no podés esperar que te descubran, por más que el medio no esté preparado o que no haya laburo para uno. Lo que no te pasa a los 20, no te pasa nunca. Pensá que incluso después de egresar, para nosotros era imposible conseguir trabajo en los elencos oficiales del San Martín o el Cervantes. O bien porque ya había un elenco establecido o porque nosotros no teníamos la altura para hacer de pueblo o de soldado, los papeles con los que empezaban casi todos los actores.
GASALLA: Cuando entré al Conservatorio yo ya había interrumpido la carrera de odontología. El Conservatorio me abrió la cabeza: me dio lo que quería sin saber lo que buscaba.
PERCIAVALLE: Recibíamos una formación muy completa. Eran ocho horas, incluidos los sábados, de trabajo permanente. Como tenía grado de Escuela Superior, había que ir los días feriados, las fechas patrias, y se cantaba el Himno, como en el colegio. El director invitaba a actores generalmente egresados de la Escuela para que actuaran y luego conversaran con nosotros. Era una fiesta permanente. Pero no sólo invitaba a los actores que hacían teatro “serio”, como podían ser Eva Dongé, Ernesto Bianco o Inda Ledesma, sino también a los del teatro independiente.
GASALLA: Ver a Lola Membrives fue inolvidable.

POR QUE HACER LOS CLASICOS
PERCIAVALLE: Yo quería ser un actor como Alfredo Alcón. Era mi ídolo, mi dios.
GASALLA: Nosotros empezamos a hacer en clave de humor las escenas que hacíamos en serio durante las clases de arte escénico y de teatro enverso: la escena del balcón de Romeo y Julieta o La gaviota de Chejov. En las horas libres, cuando faltaba algún profesor, no nos dejaban salir de clase, así que nosotros ensayábamos, pero un poco pasados de rosca.
PERCIAVALLE: Nuestro primer público fueron nuestros compañeros. Y se sabe que es muy jodido hacer reír a los actores.
GASALLA: Por aquel entonces no había un lugar o una escuela donde se enseñara la comicidad. Y creo que pasaron décadas hasta que se abrió un poco ese campo con las clases de clown o los cursos de comedia que da Norman Briski. Hoy, en el rubro actuación está abierto todo el espectro. Hoy actuás en un sótano, van los críticos y salís en los diarios.
PERCIAVALLE: Nuestra formación era muy estricta. En tercer año, cuando éramos alumnos de Camilo Dapassano, nos dedicamos todo el año a la escena del balcón de Romeo y Julieta, un par de escenas de La gaviota y otras pocas de Vidas privadas de Noël Coward. ¡Todo el año, cinco veces por semana! Era maravilloso. Muy sólido, una formación completísima.
GASALLA: Como dijo Carlos, no había demasiadas puertas abiertas para los actores, pero el rigor que se aprendía en el Conservatorio te servía para trabajar en cualquier parte. Una de las cosas más maravillosas que tenía era el respeto por los horarios, por la jerarquía. El teatro es monárquico. Alguien tiene que decir cómo son las cosas y uno lo tiene que respetar. Un pintor puede ser anárquico, puede pintar un rato hoy y seguir mañana, y pintar lo que quiere, pero un actor no.
PERCIAVALLE: Ni bien terminé el Conservatorio, yo me fui a Estados Unidos. Estuve dos años y asistí como oyente a clases del Actor’s Studio. Allí me di cuenta de que mi formación era exactamente igual y hasta un poco mejor de la que tenían ellos. Me volví porque era latino: tenía mi Green card, pero era la época de Vietnam y a los primeros que iban a mandar a la guerra era a los extranjeros. Cuando volví, culturalmente las cosas estaban parejas. Se hablaba de las mismas cosas. Allá estaba Andy Warhol y aquí el Di Tella. Y la formación que teníamos nos servía en cualquier época y en cualquier lugar del mundo.

BUENOS AIRES ERA UNA FIESTA
PERCIAVALLE:
Por esa época yo vivía en un cuarto de La Recova, Libertador 1066, frente al Ital Park, que había sido atelier de Enrique Muiño, y empezamos a trabajar profesionalmente con Help, Valentino exactamente ahí. Pero no era sólo trabajo. Había todo un grupo de gente que armaba fiestas y reuniones. Alguien te avisaba que había una fiesta en lo de Marilú Marini o que había una inauguración en el Di Tella, y allá partíamos.
GASALLA: Antes de llegar a hacer algo que se le pueda dar el nombre de café concert veníamos haciendo cosas por la calle y actuando en esas fiestas. Buenos Aires era una fiesta. De pronto aparecíamos en la casa de alguien que no sabíamos ni quién era porque alguien nos invitaba. Al rato, alguno siempre empezaba a pedirnos algo. Entonces nos parábamos arriba de una mesa o de una silla, se formaba un círculo alrededor y largábamos.
PERCIAVALLE: Es muy difícil de imaginar y de contar esa época hoy en día. Como dice Antonio, Buenos Aires era una fiesta. Hay cosas que son incontables porque son increíbles. Yo no soy un historiador, soy un cómico, pero es obvio que uno tiene tendencia a embellecer el pasado. Yo no recuerdo haber pasado un mal día o una mala noche, ni haber estado angustiado jamás. Lo que recuerdo desde que lo conozco a Antonio es una diversión continua. Teníamos plata o no, pero nunca se nos ocurrió trabajar de otra cosa.
GASALLA: La fiesta tuvo varias muertes, pero de lo que me acuerdo patente es de la época de Onganía, cuando le cortaban el pelo a la gente en la calle. Ésa fue una imagen muy fuerte que marcaba el final de algo. Tampoco creí que la fiesta debía seguir en forma permanente, porque habría sido algo un poco espantoso de ver, pero lo cierto es que los golpes fueron el comienzo de una masacre que duró años. Hasta entonces, éramos todos más ingenuos. El susto más grande era la bomba atómica: esa angustiaexistencial que te agarraba cuando te planteabas que todo podía desaparecer de golpe. Por eso en el video que mostramos en el espectáculo del Broadway arrancamos desde el 68, con el Mayo Francés, la revolución cultural, la libertad sexual, muchas de esas cosas que circularon por todo el mundo.

TODOS QUIEREN HACER CAFÉ CONCERT
GASALLA:
Al principio, el café concert tenía un espíritu grupal, con seis o siete en una misma noche. Y casi todos cantaban. Nosotros quedamos identificados con el café concert porque de toda la gente que estaba en ese métier éramos los únicos que hacíamos humor y hablábamos con el público. Y eso pegaba. A pesar de que eran los años 60, el teatro tenía códigos muy rígidos. El cómico era alguien que no se sabía muy bien de dónde salía y que un día lograba su consagración en la revista. Lo máximo era llegar a encabezar el Maipo o el Nacional. Había algo aristocrático en el humor, una jerarquía en cuya cúspide estaba el capo cómico. Nosotros veníamos de otro lado, circulábamos en los sótanos y fuimos under por lo menos durante diez años.
PERCIAVALLE: Con under quiere decir que no venían a vernos los críticos y ni siquiera salíamos en las carteleras de los diarios. Pero igual teníamos los locales siempre llenos.

LA VERDAD DE LA MILANESA
GASALLA:
Algunas de las obras las hicimos en el bar de al lado de la sala el día del estreno.
PERCIAVALLE: La mandarina a pedal la hicimos en el avión de vuelta de España. Como muchos actores contaban en las notas lo brutal que les había ido afuera, nosotros hicimos al revés: contamos cómo nos había ido de verdad. No habíamos conseguido que nos dieran el permiso para trabajar. Ya hartos, habíamos decidido volvernos, hasta que a través del santo de Alberto Closas pudimos tener nuestro permiso. El título de la obra era una manera de referirnos graciosamente a la película prohibida del momento, La naranja mecánica, que la gente iba a ver en masa a Montevideo. El primer día subimos al escenario cada uno con un papelito en la mano diciendo: “Acá tenemos el libreto”. Después, mentira, ya sabíamos todo lo que íbamos a hacer, pero igual entrábamos con el papelito en la mano o un pedazo de papel higiénico, porque ya se había convertido en una de las bromas del espectáculo.
GASALLA: De todas formas, había que aprender a ponerle un límite a la improvisación. Una vez que la incorporás, después hay que saber limpiar para no repetirse.
PERCIAVALLE: Había que encontrar alusiones que el público agarrara, con personajes o hechos del momento. Yo detesto los chistes internos. Me gusta hacer humor con lo que circula. Cuando hice el monólogo de los pobres, me acuerdo que era la época en la que hacía furor lo in y lo out de Landrú. La gente estaba loca con ese tema: qué colores se usaban y qué no, lo que era cache y lo que no. Después surgió el monólogo de los pobres, que trajo cada quilombo... Pero no todo era quilombo. El humor te trae unas gratificaciones enormes. El vínculo que establece el cómico con el público es uno de los más profundos que existen. Un día vino a verme una pareja y me dijo que querían contarme su historia. Habían tenido su primer hijo y al poco tiempo se les murió. Durante un año no quisieron salir a ningún lado. Lo único que hacían era llorar abrazados durante toda la noche. Ni siquiera hacían el amor. Hasta que un día el marido le dijo a la esposa que no podían seguir así y que esa noche iban a salir sí o sí. Entonces me dijo: Cuando entramos a la sala, vos ya estabas hablando no me acuerdo de qué, pero sí que nos empezamos a reír como locos. No podíamos parar. Esa noche, después de tanto tiempo, hicimos el amor por primera vez. Y a los nueve meses nos nació un hijo al que le pusimos Carlos. Ahora te lo queremos presentar. Cuando me di vuelta, había un chico de 18 años.
GASALLA: Cuando yo hacía la Vieja en el teatro, un día recibí una carta de una mujer que tenía un grave problema en la cadera. Me contaba que se había reído mucho con el personaje y que estaba aterrada porque en pocos días se iba a operar. Me prometía que si salía bien de la operación, me iba a venir a aplaudir de pie. Pasó bastante tiempo, siguieron las funciones, hasta que un día veo que en el momento de los aplausos un hombre agarra a una mujer que tenía sentada al lado, la sostiene, la ayuda a levantarse y ella consigue ponerse de pie y empieza a aplaudir.

CON QUÉ NO PODEMOS HACERLO
PERCIAVALLE:
Con qué se puede hacer humor y con qué no es un tema discutidísimo. Está el ejemplo reciente de lo que sucedió con La vida es bella, la película de Roberto Benigni que generó tanta adhesión como rechazos. Cuando se trata de temas muy difíciles, yo reconozco mis limitaciones. Me gustaría poder hacer humor con eso, pero ante la posibilidad de que se genere un hielo desde la platea, un frío que me distancie para siempre del público esa noche, antes de darme el gusto de beneficiar a mi ego prefiero dejar contento al público.
GASALLA: Yo no puedo hacer humor con temas como la guerra de Malvinas, temas que son una mezcla de injusticia y dolor, algo terrible que deja llagas abiertas. ¿Qué humor te va salir con Malvinas, con los desaparecidos? Claro que también está la gente para la que nada es motivo de risa. A mí no me cuesta nada reírme de la muerte.
PERCIAVALLE: No sabés la cantidad de gente que me dijo que gracias al monólogo de la muerte de Nabuco, que estaba en el disco Yo no... ¿Y usted?, la pasó brutal en el velorio de su marido. Más allá del dolor, cuando fue el velatorio del padre de Moria –que fue la única vez que la vi llorar– estábamos todos los cómicos de Buenos Aires: Porcel, Olmedo, Don Pelele, Tristán, y bueno, a las 5 de la mañana estábamos todos llorando de risa. Era inevitable. No hay nada que una más a la gente que la carcajada compartida, porque la droga, el sexo y el roncanrol pasan, pero la risa compartida no pasa. Por eso, cuando conozco a una pareja lo primero que le pregunto es: ¿se ríen juntos? Lo demás pasará. Pero mientras se rían juntos, la pareja puede durar. Y con Antonio, nos cagamos de risa.

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