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territorios: El infierno del cine snuff queda en Ciudad Juárez

La ciudad sin calma

Ciudad Juárez es uno de los cordones umbilicales más siniestros entre México y Estados Unidos. Para unos, es la última parada antes de jugarse a cruzar ilegalmente la frontera. Para los otros, es un hervidero de prostíbulos y dealers desesperados por dólares. Desde 1993 hasta ahora, en la ciudad aparecieron 200 cuerpos de mujeres violadas, mutiladas y estranguladas. Todo apunta a la industria del cine snuff. Pero nadie consigue avanzar en el caso y los cuerpos siguen apareciendo hasta en las comisarías.

Por Pablo Tasso,
desde México

Ciudad Juárez es conocida por los sureños de Texas como el lugar donde la noche dura 24 horas. Está al norte de México, en el Estado de Chihuahua y junto a la ciudad El Paso, en la frontera con Texas. Juárez es, como Tijuana, la última ciudad mexicana por la que pasan los miles de mexicanos que entran todos los días a Norteamérica, dejando atrás su “infierno frijolero”, como los norteamericanos del sur llaman a México. Es la ciudad con más alto índice de portación de armas del país y la ciudad que eligió Amado Carrillo –el magnate del narcotráfico que desembarcó en la Argentina en 1996– para fundar el poderoso y temido Cártel de Juárez. Y quizá sea, por si fuera poco, la ciudad en la que impunemente se está filmando cine snuff. Un cine que se caracteriza por mostrar asesinatos cometidos con el solo efecto de registrar la escena.
Las calles de la ciudad huelen a alcohol y a sexo rancio, sencillamente porque hay casi cuatro mil bares y cabarets y apenas unas setecientas escuelas. A diferencia de los establecimientos educativos, los Table Dance no se detienen en todo el día porque la demanda sexual no tiene horarios en Juárez. Por eso cruzar la frontera no es sólo un atractivo para los mexicanos que buscan dólares. Cada día, miles de norteamericanos la cruzan en sentido contrario atraídos por el sexo barato y bizarro que se les ofrece en la ciudad. La droga es el otro gran atractivo: un gramo de coca cuesta cinco dólares y una dosis de heroína, apenas diez. Nadie sabe cuánto se consume exactamente en la ciudad, pero se calcula que el Cártel de Juárez es el que maneja la mayor parte de las más de 200 toneladas de cocaína que entran a Estados Unidos desde México. Además, es un hecho que por lo menos diez personas mueren al mes en Juárez por sobredosis.
Sin embargo, éstos no son los únicos componentes de una frontera caracterizada por la desigualdad económica entre dos países tan diferentes. La economía de la ciudad no sólo vive de la droga y el turismo erótico, sino también de las muchas empresas norteamericanas que radicaron sus plantas maquiladoras del otro lado del Río Bravo, como una forma de abaratar los costos de mano de obra. La industria del ensamble y la manufactura tiene un papel fundamental en la realidad de los migrantes, porque en el imaginario de muchos de ellos el trabajo de maquila es la última pesadilla laboral antes de ingresar al sueño del trabajo pagado en dólares. Sin embargo, para muchos la pesadilla nunca termina, porque la Border Patrol norteamericana se encarga de que muchos se queden del lado mexicano, entrampados en una larga cadena de montaje.
Muchas mujeres se sumergen en la prostitución para conseguir el dinero que les cobran los coyotes –que son traficantes de ilegales–. Los coyotes se encargan de evitarles una amarga travesía a pie por el desierto o la montaña, aunque no les garantizan dejarlas en un lugar completamente seguro. Ha habido casos de deportaciones masivas minutos después de que el coyote dio por cumplido su trabajo.
La policía norteamericana se ha puesto cada día menos amistosa y cada vez son más los que se empantanan en Juárez, subsistiendo en gigantescos barrios construidos con cartón prensado y chapas viejas. Hoy, la historia de Juárez es la historia de los que no pudieron pasar y viven con esa remota esperanza, de los que nacieron mirando el otro lado, de los que sucumbieron en el intento, y de los que día a día siguen llegando.

Más de 200
La ciudad se ha acostumbrado a una violencia callejera que consiguió el status de cierta normalidad que ya no asusta. Hace unos años comenzó una ola de asesinatos a mujeres que no se detiene hasta hoy. Una ola que tampoco alcanzó para horrorizar al resto del país, aunque sí para convocar a periodistas de todo el mundo, ansiosos por explicar el comportamiento de tan extraños asesinatos en serie.
Desde el 93 hasta la fecha se han encontrado más de 200 cuerpos de mujeres muertas, a veces mutiladas, violadas y tirados en los basurales,en el desierto, al costado de rutas o debajo de las camas de los numerosos hoteles alojamiento que tiene la ciudad. Las organizaciones interesadas en las muertes coinciden en que si el gobierno posee registrada esa cantidad de casos, la cifra de muertas debe alcanzar por lo menos el doble, ya que se trata de cuerpos encontrados por casualidad, o porque el o los asesinos los dejaron con la intención de que sean fácilmente descubiertos, o porque la impunidad es tal que ni siquiera se consideró la necesidad de esconderlos.
Sólo una cantidad mínima de cuerpos fue reclamada y/o reconocida por familiares. La razón principal se debe a que muchos de los habitantes de Juárez no poseen un pasado ni una familia en la ciudad. A Juárez llegan muchas jóvenes solas para cruzar la frontera, principalmente de los estados de Durango, Zacatecas y el propio Chihuahua. La única promesa que pueden hacerle a su familia es que llamarán por teléfono al llegar al otro lado. Pocas prevén lo difícil que puede resultarles sobrevivir en el límite, especialmente en una ciudad donde la noche dura 24 horas.

Non Fiction
El más común de los sentidos descarta que exista un asesino serial con tamaña efectividad. Pero como si realmente se tratara de un serial killer, los crímenes poseen víctimas cuidadosamente elegidas. El periodista Víctor Ronquillo, autor del libro Las muertas de Juárez, asegura que las mujeres no superan los 30 años de edad, la mayoría tiene entre 15 y 20, son muy pobres o sin familia, morenas, delgadas, y con el pelo a la altura de los hombros.
La hipótesis del homicida múltiple hace tiempo que fue descartada por la policía local y no sin pena, porque luego de jactarse de haber atrapado al “Chacal” –tal como presentaron al egipcio Abdul Latif Sharif Sharif, acusado y condenado a 30 años de prisión–, los crímenes siguieron cometiéndose con la misma regularidad y metodología. Diferentes investigadores –incluso agentes del FBI– aseguraron que no se puede establecer el perfil psicológico de un asesino, sino que hay que pensar en diferentes grupos, que probablemente asesinen de la misma manera. Muchos coinciden en que la ineficiencia policial permite que nuevos asesinos imiten el modus operandi de los anteriores.
La ola es tal que hasta metió sus narices el famoso ex investigador del FBI Robert Kessler, aquel que en los 70 acuñó el término serial killer, y que últimamente está dedicado al asesoramiento literario y televisivo (no sólo asesoró a Thomas Harris, autor de El silencio de los inocentes, sino que se dice que es el modelo del mismísimo agente Mulder de Los Expedientes X). Pero Kessler poco pudo decirle a la prensa sobre una situación cuya complejidad es ante todo social, política y económica. Se limitó a sugerir la complicidad de la policía y a señalar que las obreras de la ciudad se ven obligadas a caminar a la madrugada por zonas que él mismo no se atrevería a transitar de día y armado hasta los dientes. En Juárez, la maquila, como los prostíbulos, también funciona las 24 horas. Es difícil saber cuál fue el diagnóstico oficial de Kessler, porque el resultado de su investigación fue borrado por personal de cómputos perteneciente a la policía judicial de la “gestión anterior”, según explican las autoridades actuales.

Macabriedades
En una comunidad dominada por el dinero del narcotráfico, con un alto índice de prostitución y consumo sexual, pobreza extrema y corrupción policial, cualquier hipótesis es mejor que la de un único psicópata que mata a 200 mujeres. Algunos especulan con el negocio del tráfico de órganos. Otros, con una “simple violencia misógina” (sic). Pero una de las tantas hipótesis que recorre desde el principio las calles de Juárez es la del “cine de extinción” o snuff movies. Algunos elementos comunes a muchas de las muertes parecen admitir esa posibilidad: 1) gran parte de los asesinatos fueron por estrangulamiento, lo que supone una muerte lenta luego de reiteradas violaciones anales y vaginales; 2) en muchos cuerpos, el pecho izquierdo apareció completamente cercenado y el pezón del derecho arrancado a mordiscones (en estos casos, la causa de muerte fue la misma: estrangulamiento); 3) se pudo establecer que muchas de las víctimas habían permanecido varios días en cautiverio antes de morir (esto sólo se comprobó cuando el reclamo familiar permitió identificar los cuerpos, contrastando el día de la desaparición con la fecha de muerte calculada por los médicos).
Lo cierto es que en Juárez todo parece tristemente cinematográfico, demasiado cruel para ser verdad. En una de las cabañas en las que se llevaron a cabo varios crímenes, se encontró una tabla que bien pudo ser la escenografía de un rito macabro. La tabla tenía los dibujos cuidadosamente realizados de diez mujeres, cada uno con su número correspondiente. Sobre ellos, restos de cera de vela y sangre. La policía incautó la tabla y la prueba automáticamente desapareció. Quedan los testimonios de quienes encontraron la cabaña y los restos de la supuesta víctima número diez.
En medio de tanto horror parece impensable que los asesinos puedan dar muestras de humor negro. Sin embargo, en 1997 la policía encontró un cuerpo con las características de una mujer denunciada como desaparecida. Cuando los padres de la muchacha acudieron a la identificación, comprobaron que la ropa pertenecía a su hija, pero que el cuerpo descompuesto no era el de la muchacha, sino de otra víctima que medía casi quince centímetros más que la chica buscada. Quizás esto hable de que ambas muchachas estuvieron secuestradas por las mismas personas.
Otro elemento de difícil explicación es que en algunos cuerpos se encontró un líquido blanco viscoso como el semen, pero que en realidad era una especie de esperma de utilería, sin información genética alguna. Nadie ha logrado explicar qué puede significar ese líquido en las vaginas de aquellas mujeres.
Hay algo cierto: el snuff no puede ser el responsable de todas las muertes de Juárez; ni siquiera de la mayoría, que seguramente obedece a un clima de impunidad, descontrol y exacerbación sexual. Tampoco se puede asegurar que se haga snuff -.aunque off de record hay gente que dice conocer a alguien que alguna vez vio un video–. Lo que sí puede decirse es que Ciudad Juárez se ha ganado el triste rótulo de ser una ciudad ideal para el snuff.

Un cineasta ahí
La policía local contribuye al clima. No sólo se la acusa de custodiar y participar del mercado porno marginal y de vivir de las coimas que le proporciona el narcotráfico, sino de tener una responsabilidad directa en muchas de las muertes de estas mujeres. No sólo hay una frondosa lista de policías asesinos de mujeres, sino que incluso llegaron a encontrarse cadáveres en las mismas instalaciones policiales.
El Poder Judicial no levanta la puntería. Mientras los policías asesinos consiguen fugarse, la línea de investigación que llevó a las autoridades a condenar al ciudadano egipcio por el asesinato de una joven es demasiado endeble. Sharif Sharif es sindicado como el responsable máximo de los crímenes, pero parece más un chivo expiatorio ideal para los sucesivos gobiernos de Juárez. La policía sostiene que mientras estaba libre fue autor material y ahora que se encuentra encarcelado es el autor intelectual. Suponen que paga desde la cárcel hasta mil doscientos dólares por cada cuerpo que aparece tirado, con el objetivo de exculparse. Aunque permanece preso, Sharif pudo comprobar que fue condenado de manera demasiado irregular. Se lo acusó de la muerte de una muchacha luego de que los familiares identificaron un cuerpo hallado el 19 de agosto de 1995,asegurando que la muchacha había sido vista con vida el 14 del mismo mes. El informe forense del caso expresó que el cuerpo de la muchacha identificado llevaba más 10 días sin vida.
Como casi todo en este mundo, la historia de Juárez es carne para el cine. Por eso no sorprende que prontamente se comenzará rodar Bordertown, en la que Jennifer López hará de una bonita y sensual periodista que investiga las muertes de Juárez. El guionista aún no sabe quién es el asesino, pero Sharif Sharif le parece un buen candidato.

Snuff
Extrañamente fue Guillaume Apollinaire quien escribió, a principios del siglo XX, la exégesis estética del cine snuff. El bello film es un cuento en el que jóvenes cineastas matan para filmar (muy al estilo de lo que ochenta años después se vería en Tesis del español Alejandro Amenábar). En el relato, Apollinaire justifica en los cineastas el afán profesional, porque la muerte real era “lo único” que les faltaba filmar. Es notable que allí aparezcan esos detalles que caracterizan el imaginario del snuff: la frialdad frente la muerte, el enmascarado que asesina y la cámara fija que trata de no denunciar la presencia de cómplices.
Otra curiosidad es que este género toma su nombre de una película rodada en Buenos Aires en los años 70 por un matrimonio norteamericano formado por Michael y Roberta Findlay. En Snuff (así se llamó originalmente la película) se ven escenas de El Tigre, Ezeiza y la ciudad deportiva de Boca Juniors, así como las actuaciones de las modelos Mirtha Massa y Margarita Amuchástegui, junto a actores como Clao Villanueva, Alfredo Iglesias (que actuaba en El Santo de la espada) y Aldo Mayo (de pequeñas apariciones en El Capitán Piluso).
Es muy probable que los actores argentinos no supieran lo que estaban filmando, ya que se trataba de una producción yanqui. De todos modos, no es una película con las características de lo que hoy conocemos como snuff, es decir, donde hay una muerte real. El film trataba de mostrar mucha violencia y asesinatos mal trucados, usando vísceras de animales. Treinta años después, Snuff sólo provoca risa. Pero el film es emblemático porque la estrategia publicitaria de aquel momento fue asegurar que en el film había un asesinato real. Algunos rumores afirman que el productor llegó a contratar a unos manifestantes para que fingieran estar en contra de la exhibición de la película. Casi el mismo modelo de promoción que luego usarían los directores de El Proyecto Blair Witch.
A pesar de lo rudimentario de esta filmación de los 70, el éxito de Snuff fue llamativo y le permitió al matrimonio Findlay vivir su momento de gloria como directores de cine no convencional. Filmada en blanco y negro, Snuff nunca quiso tener a la Argentina o a Sudamérica como mercado consumidor. Fue íntegramente doblaba al inglés y puede asegurarse que lo más argentino que tiene es una escena en que una horda asesina muy al estilo del clan Manson comete uno de sus crímenes en un almacén atiborrado de latas de galletitas Terrabussi.
Como suele suceder con las verdaderas filmaciones snuff, sus consumidores estaban muy lejos del lugar de realización. Quizá para los compradores del snuff -.especialmente gente de algunos países del norte de Europa– éste sea un género de violencia cultural al estilo de las escenas documentadas por Gualterio Jacopetti en su célebre Mondo Cane. Alan Stackleton, productor y encargado de difundir el film en Nueva York en 1974, eligió un slogan para el afiche de la película que sigue sintetizando la dura realidad de vivir en la frontera con el Primer Mundo: “Filmado en Sudamérica, donde la vida es barata”. Diego Curubeto asegura en su Diccionario de Cine Bizarro que Roberta Findlay hace ya muchos años que se niega a dar entrevistas y que su marido tuvo un final trágico al morir decapitado por la hélice de un helicóptero en la cima de un edificioen Nueva York. Curubeto, como amante del cine bizarro, se lamenta de que no haya una grabación del último gran blooper de Michael Findlay.

La Vérité del Cinéma
El cineasta ruso Dziga Vertov defendía su kino-pravda denostando la actuación, los decorados, los guiones y todo aquello que pudiera sugerir un mínimo de ficción. Vertov, como inventor del cinémavérité, creía que la ficción era inútil y falsa. En sus manifiestos contra el cine armado podemos encontrar hasta el argumento de The Truman Show: “Por encima de este minimundo de falsos decorados con sus lámparas de mercurio y sus soles eléctricos –escribe en 1923–, el verdadero sol luce, alto, en el verdadero cielo, sobre la verdadera vida. El cinefábrica es un islote en miniatura en el hirviente océano de la vida”. El caso es que la industria cinematográfica no sólo siguió en su islote en medio de la vida sino que también exploró, sin cansarse, el hirviente océano rojo de la muerte. En esa parte del set que siempre acababa manchada de salsa ketchup –quizás una buena metáfora acerca de la frontera entre la realidad y la ficción–.
La frontera es una vasta operación narrativa, dice Juan Villoro. Pero el escritor mexicano no se refiere a la frontera existente entre la realidad y la ficción, que parecía tan clara para Dziga Vertov. Villoro se refiere a lo que se conoce como Mexamérica, el ancho límite que separa borrosamente a México de los Estados Unidos, la frontera entre dos culturas más unidas por los efectos de la desigualdad que por los de la globalización. Esa frontera alevosa, como la definió el novelista Daniel Sada, reciente autor de Porque parece mentira la verdad nunca se sabe. Esa frontera que incluye a Ciudad Juárez, sitio en que la realidad parece dirigida las 24 horas por Spike Lee.
Habrá que preguntarse por qué la ficción ha perdido interés para una parte de nuestra morbosidad moderna y se esconde tras la pantalla de las maneras más diversas. El morbo explica el éxito de El Proyecto Blair Witch, que consiguió convencer a miles de personas de que mostraba imágenes reales. El mismo morbo sostiene a los talk shows de Cristina o Moria. El inesperado éxito del snuff habla de mucho más que de una crisis de la ficción como componente del arte. No sólo porque, como dice el escritor francés Michel Houellebecq, desafía toda legalidad para ubicarse como penoso documento de una época, sino porque señala una vez más los límites del arte.
Quizá se trate de dos aristas opuestas del mismo fenómeno. Por un lado parecen estar aquellos a los que no les interesa la ficción sino para comprender una verdad; por otro, los que necesitan de un crimen real, como los perpetrados por la maquinaria productora de snuff, para vivir su pequeña ficción de chacal de dormitorio. Pero lo cierto es que no hay nada comprobado en torno del snuff. Quizá se pueda vivir con la idea de su no existencia, porque nadie ha aceptado frente a la prensa que haya visto un film y mucho menos ha aparecido alguien que pueda mostrarlo. Algunos pensarán lo mismo que Joel Schumacher le hace decir a Nicolas Cage en 8 milímetros: “El snuff es parte del folklore de la industria del porno”. La policía de Juárez, hasta ahora, no dijo nada más convincente. Y nada parece indicar que esa chica morena, de casi 30 años, con pelo por los hombros llamada Jennifer López pueda echar demasiada luz sobre una ciudad donde la noche dura 24 horas
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