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Plástica: La retrospectiva de Luis Seoane en el MAMBA

Un pintor de dos mundos

Se formó en España, pero con la Guerra Civil volvió a Buenos Aires, donde lo esperaban 35 años de agitación gallega y de lucha por la caída de la dictadura franquista. Fue abogado laboralista. Fundó dos editoriales. Editó a Valéry, Buñuel y Cocteau. Pintó murales en el San Martín y en distintas galerías de Buenos Aires. Por estos días puede verse en el MAMba una extraordinaria retrospectiva de la obra de Luis Seoane (1919-1979), en la que conviven las mitologías medievales, los inmigrantes y las vanguardias del siglo XX.

Por Fabián Lebenglik

Luis Seoane pasó la mayor parte de su vida artística en la Argentina, pero la razón de su obra, tanto como su militancia cultural y política, se caracterizó siempre por un sesgo virtualmente estrábico: porque el hombre, habitante de dos mundos, tenía un ojo puesto en Buenos Aires y el otro en Galicia.
De padres gallegos, nació en la Argentina en 1910. Se fue a España en el ‘19; volvió a Buenos Aires en el ‘36, huyendo de la Guerra Civil. Aquí se quedó 35 años, hasta que en 1971 decidió volver definitivamente a Galicia, donde murió ocho años después.
El Museo de Arte Moderno de Buenos Aires (MAMba, Av. San Juan 350) presenta una excelente exposición retrospectiva e itinerante de dibujos, grabados y pinturas de distintas colecciones, españolas y argentinas, públicas y privadas, que abarca el período 1932-1979 y está organizada junto con el Centro Gallego de Arte Contemporáneo y la Fundación Luis Seoane. El recorrido de la muestra, que entre períodos de exhibición y de traslado abarca casi todo el año 2000, comenzó en Santiago de Compostela, sigue en Buenos Aires hasta el 20 de agosto y luego pasa al Museo Caraffa de Córdoba, donde podrá visitarse entre octubre y noviembre. La muestra, que ocupa la sala mayor y la sala “Perspectivas” del MAMba, se destaca además por el impecable montaje, que no sólo evidencia el profundo conocimiento de la obra de Seoane por parte del curador, Valeriano Bozal, sino que, precisamente por eso, ayuda a comprender el itinerario del artista y sus “evoluciones” plásticas a lo largo de casi medio siglo.
Seoane se formó en España, donde hizo sus primeras exposiciones, se graduó como abogado laboralista para defender las causas obreras, se inició en la gráfica y se fogueó en el activismo estudiantil. Su huida primero hacia Portugal y luego hacia Buenos Aires será el comienzo de una larga y ardiente impaciencia de exiliado: le esperaban 35 años de agitación gallega y de lucha por la caída de la dictadura franquista. Durante todos esos años presentó cerca de 50 exposiciones individuales en la Argentina. Pero la longevidad política y biológica del Generalísimo transformaron a Seoane en una víctima de la espera de la democracia, que apenas pudo disfrutar en Galicia cuando decidió su vuelta definitiva a La Coruña.
Seoane, además de pintor, dibujante, grabador, muralista y escenógrafo, fue escritor, editor, dramaturgo, periodista y abogado. En su obra, muy influida por la de Picasso y en menor medida por Léger y Matisse, se cruzan algunos de los temas centrales de las artes plásticas del siglo XX: modernidad, vanguardia estética, política, arte e ideología.
Con la idea de ampliar el campo de acción visual de su obra plástica, el artista abre dos frentes: el grabado y el mural. De lo micro a lo macro, ambas técnicas le permiten generar una imagen diferenciada -.aunque siempre reconocible.- y adaptada a la lógica misma de cada medio para expandir su funcionalidad estética y (en sentido amplio) política. El grabado y el mural, la reproducción y el gran formato, tienen una matriz común que funde lo imaginativo con la circulación social, porque permiten una más extensa y rápida interacción entre la creatividad del artista y el contacto popular.
En la estampa, Seoane hizo uso de varias técnicas: grabado en madera, metal y piedra, serigrafía, estarcido. Pero ante esta multiplicidad técnica, se preguntaba: “¿Qué importan las técnicas de grabado? Las técnicas las va inventando el artista mismo. Repetirlas es problema de artesanía, juego de esos grabadores académicos, de viejas y nuevas academias, que quieren transformar en problema minúsculo de laboratorio lo que es únicamente problema de expresión, de comunicación. Se graba en cualquier material y se realiza el grabado con otro material cualquiera: el buril, la gubia, la navaja o el clavo, con cualquier medio y con la mano. Todo debe ser lucha de la mano con el material, del hombre con lamateria. Para un cerebro y un corazón de artista bastan sólo la mano, la materia y su deseo”. La gráfica de Seoane es de una decidida modernidad, de concepción ciertamente abstracta. Allí desaparece la ilusión de volumen, profundidad y los contrastes de luz: todo se reduce, en una lúcida economía, a un juego de formas, colores y línea en el plano. Su obra gráfica es, en gran medida, constructiva, acusando la influencia del constructivismo rioplatense.
En cuanto a los murales, no forman parte de la exposición, pero es fácil encontrarlos por Buenos Aires: en el Teatro San Martín; en la Galería Larreta de la calle Florida; en Esmeralda al 561 (“Homenaje a Guamán-Poma de Ayala”) o en la Galería Santa Fe, de Santa Fe al 1600.
“Una pared resulta para el muralista como la página de un libro para un diagramador gráfico”, escribió Seoane en su libro Arte mural. La ilustración, publicado por Sudamericana en 1974. “El pintor que se sube a un andamio”, dice en el libro, “no es el mismo hombre que el encerrado en su taller. Completa su vida. Su obra será verdaderamente pública y juzgada por una extensa mayoría. Está en la calle. A bastantes murales dediqué cuanto pude de mi destreza de pintor utilizando distintos recursos técnicos y variando constantemente de procedimientos. Usé juntamente con materiales nuevos, los naturales y arcaicos como la piedra, los mármoles, el hierro y el bronce. Técnicas artesanas muy antiguas como la cerámica, el vitral o el mosaico, cuando no simplemente la pintura con resinas sintéticas producidas por la química industrial. En cuanto a los procedimientos del pasado, resultan siempre nuevos y conservan el misterio que proviene de su lejana historia”.
Su pintura fue evolucionando hasta tomar en la década del ‘50 cierta característica: un minucioso, poético y rítmico desajuste entre la línea y los planos de color, como si ambos componentes siguieran por caminos interdependientes. Parece un efecto estético derivado de la gráfica. Como si el artista hubiera sacado provecho visual de ese accidente gráfico que se conoce técnicamente como “desajuste del registro” y que se produce cuando las planchas de color no coinciden con exactitud, de modo que los colores, entre sí o respecto de las líneas que los contienen, no se yuxtaponen perfectamente.
Como editor e ilustrador, Seoane fundó en Buenos Aires, junto con Arturo Cuadrado, a mediados de la década del ‘40, la Editorial Nova, donde publica su libro de dibujos Homenaje a la Torre de Hércules, que resulta elegido por el Instituto de Artes Gráficas y la Biblioteca Pierpont Morgan de Nueva York entre los diez mejores libros de dibujos publicados en todo el mundo durante la década 1935-1945. Luego funda, también con Cuadrado, el sello Botella al Mar, a través del que editan a Valéry, Buñuel y Cocteau, entre otros. En esos años ilustro libros de Alberti, García Lorca y Neruda. También se dedicó al dibujo satírico, género en el que ridiculizó al dictador Franco (Seoane solía burlarse de la sexualidad del general así como destacaba su crueldad), especialmente en el libro Trece estampas de la traición.
La obra de Seoane exhibe un nutrido arsenal de recursos y variantes, según cada técnica, pero todas quedan subsumidas en la pintura. La progresiva independencia entre línea y plano va abstractizando los cuadros, aunque ambas maneras, la figuración y la abstracción, no se contraponen, sino que forman parte de un proceso dinámico en el que se incluyen mutuamente.
Seoane podría ser tomado como un modelo de artista nacional, en el sentido de que buscó un tono propio que reuniera tradición y modernidad, galleguismo y universalidad. En sus obras evoca a los compatriotas emigrados, a los campesinos y pescadores, así como ciertas mitologías y personajes del medioevo. Aunque nunca se queda en el pintoresquismo: en él, lo nacional más bien consiste en la conformación de un lenguajepictórico específico, en la construcción de un imagen evocativa pero no melancólica. La patria lejana, en todo caso, no es sólo un territorio, sino todo un clima de actitudes, colores y símbolos, una identidad cultural que el artista “traslada” a su obra colocándose en la tradición de ruptura del arte moderno.

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