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MUSICA Amor, Dios y Asesinato, las tres caras de Johnny Cash

EL VERDADERO HOMBRE DE NEGRO

A los 68 años, Johnny Cash acaba de editar Love, God, Murder, una recopilación que hace honor a su leyenda de bandido, creyente y enamorado. Venerado tanto por Richard Nixon como por Elvis Costello, Cash supo ser mano derecha del telepredicador Billy Graham y en su época de oro vendió más que los Beatles. A cuarenta y cinco años de sus comienzos, Quentin Tarantino, Bono y el mismo Johnny Cash presentan las tres columnas sobre las que se erigió una carrera sin desperdicios.

POR MARTIN PÉREZ

En su autobiografía publicada en 1975, oportunamente titulada El hombre de negro, Johnny Cash regresa a la anécdota fundacional de su apodo. Corría el año 1954 y, luego de una temporada en la fuerza aérea, Cash había decidido abandonar la plantación de su familia en Arkansas para instalarse en Memphis y probar suerte con la música. Junto a sus amigos Luther Perkins y Marshall Grant, comenzó a presentarse como “Johnny Cash and the Tennessee Two”, en una época en la que el negocio del espectáculo se regía por estrictas reglas de etiqueta. Una de ellas era que los integrantes de un mismo acto debían ir vestidos más o menos igual. Como Cash y sus compinches no tenían dinero para invertir en indumentaria, debieron hurgar en su equipaje hasta dar con algo que combinase. Ese denominador común terminó siendo el color negro. “Después de todo, el color negro es el mejor para ir a la iglesia”, escribió Cash.
Forma parte de la misma leyenda el hecho de que un año después de haber elegido su color para toda la vida, Johnny Cash se plantó frente a Sam Phillips –el dueño de los legendarios estudios Sun– para ofrecerse como cantante. Pese a haber demorado lo máximo posible su encuentro con él, apenas lo escuchó, Phillips decidió contratarlo. Había sólo un problema: Cash quería dedicarse a ser un cantante devocional y grabar sólo gospels. Phillips le explicó que no podría contratarlo si insistía con eso y lo convenció de que probase con un repertorio más amplio. En su siguiente encuentro, Cash le demostró a Phillips que había sido convincente, y cantó para él un tema llamado “Folsom Prision Blues”, cuyos primeros –y desde entonces legendarios– versos dicen: “Cuando era sólo un bebé/ mi mamá me dijo: Hijo/ sé siempre un chico bueno/ nunca juegues con armas/ pero maté a un hombre en Reno / sólo para verlo morir”. Sin embargo, el primer tema de Cash que Phillips editó –y su primer número uno en ventas– fue un tema de amor llamado “Cry, Cry, Cry”, en el que la profunda voz del hombre de negro original anunciaba: “¡Vas a llorar, llorar, llorar y vas a llorar sola!”.
Con las canciones devocionales, de amor y de asesinato, tan vinculadas con los orígenes de su leyenda, no suena para nada descabellado terminar de cincelar el mito de Johnny Cash de cara al nuevo siglo con tres álbumes titulados Dios, Amor y Asesinato, cada uno de ellos conteniendo un puñado de canciones referidas a los temas que los titulan, todas ellas fundamentales a la hora de hablar del country y de Johnny Cash. A tres años de que se difundiera públicamente su realidad como víctima del síndrome Shy-drager, una curiosa enfermedad neurológica degenerativa cuyos síntomas son similares al mal de Parkinson, y a cuarenta y cinco años de la edición de su primer single, Cash ha decidido dejar un legado. Y para ello eligió personalmente los temas incluidos en cada álbum, que hablan por sí mismos de la dimensión de su leyenda.
Integrante del mítico panteón fundacional del rock integrado por Elvis Presley, Jerry Lee Lewis, Carl Perkins y Roy Orbison –sus compañeros en los estudios Sun–, Cash supo ser la cara del establishment musical norteamericano cuando la psicodelia Beatle dominaba el universo de la música pop. Mientras los cuatro flequilludos de Liverpool redescubrían el mundo desde su Submarino Amarillo, Cash era el anfitrión de un programa televisivo en la televisión norteamericana y vendía más discos que ellos con un álbum grabado en vivo en la prisión de Folsom, cuyos surcos inmortalizarían su “Hello, I’m Johnny Cash” hasta hacerlo sonar tanto como una advertencia así como una presentación formal.
Reconocido destructor de hoteles mucho antes que los Rolling Stones se dedicasen a salir de la cuna y gran consumidor de anfetaminas hasta terminar con sus huesos en prisión más de una vez por ir a buscar fármacos a México, Cash supo ser leyenda aun antes de ser todo lo demás. En el ensayo con el que prologa el disco dedicado a los temas de amor, June Carter Cash recuerda la primera vez que Elvis Presley escuchó hablar de untal Johnny Cash: “Estaba agachado, apoyado en una rodilla, rasgueando una guitarra e intentando ponerla más o menos en tono. Todo el mundo sabe dónde vas cuando el sol se pone, Ah-ummm-A-ummm, cantaba y rasgueaba la guitarra otra vez. Plink, plunk, A-ummm... ‘¿Qué estás tratando de hacer?’, le pregunté. ‘Estoy tratando de afinar esta maldita guitarra, y estoy tratando de cantar como Johnny Cash’, me contestó. ‘¿Quién es Johnny Cash?’, le pregunté. ‘¿Para qué es el a-um-a-um? Eso es lo que vuelve locas a las chicas. Cash no tiene que mover ni un músculo, simplemente se para ahí y canta’, me contestó Elvis. ‘No conozco a este Johnny Cash’, le dije. Elvis me respondió: ‘Ya vas a conocerlo. Todo el mundo va a saber de él. Es un amigo mío’”. June es, además, quien supo domar lentamente el espíritu rebelde de Cash. Una labor que, según escribió el propio interesado, “por momentos fue dolorosa, pero como compartimos el dolor, sólo fue la mitad de dolorosa de lo que debió ser”.
Venerado incluso por el legendario cantante country Merle Haggard –que aseguró haberlo visto tocar en la cárcel de San Quintín, robándole el show a unas nudistas, toda una hazaña si se tiene en cuenta el lugar–, Cash ha sido capaz de mostrarle el dedo medio al establishment del country cuando éste le dio la espalda durante la década del ‘90, durante la que el legendario Johnny se acercó a rockers como Tom Petty, Soundgarden, Glenn Danzig, Beck, Tom Waits o el productor Rick Rubin, que trabajó con los Red Hot Chilli Peppers y los Beastie Boys. “Saludamos a todos los que nos apoyaron por este Grammy”, decía el anuncio en el que Cash se vengaba de esa manera de Nashville, celebrando su premio al mejor disco country por Unchained (1996), hasta ahora su último álbum. Producido por Rick Rubin, Unchained forma parte de una trilogía de fin de siglo iniciada con el magistral American Recordings (1994) y que se cerrará con un último disco anunciado para fin de este año.
Mientras tanto, nada mejor que sus canciones de amor, Dios y asesinatos, que curiosamente –o no tanto– se diferencian muy poco entre sí. Porque Cash le canta con la misma pasión y dedicación a los tres temas. Que bien podrían ser el mismo. “Para mí, Dios disfruta del acento sureño y tolera la música country y un poco de guitarra.” Lo escribió Johnny Cash, una leyenda de pocas palabras. Que así sea. Y que suene.

DIOS MIO

Por Bono

En una vieja Biblia negra leí cómo Moisés liberó de la esclavitud a los hijos de Israel con una plaga de langostas y un gran palo que se transformó en serpiente. A cambio, ellos prometieron no adorar a ningún falso dios, en especial a las vacas doradas (eran populares entonces, y aún lo son). Sin embargo, a pesar de los fuegos del cielo que cubrieron la noche y la infinita provisión de pan (maná) por parte de Dios durante el día, ésta fue una promesa que los liberados apenas supieron mantener por un minuto. Enojados porque aún no habían alcanzado la Tierra Prometida y quejándose de su vida nómade en el desierto, pronto retornaron al altar de la “vaca dorada”. Ignoraron advertencia tras advertencia. Moisés no podía creer que su pueblo fuera capaz de presenciar semejante temporada de milagros y seguir eligiendo el oro en vez de Dios. Dios, a su vez, estaba furioso. Pero cuando Él le dijo a Moisés que los abandonase o sería destruido junto con Su pueblo descarriado, sucedió algo maravilloso. De hecho, las Escrituras recuerdan que “Moisés, conociendo el corazón de Dios”, corrió entre la gente llorándole a Dios: “castígame a mí si los vas a castigar a ellos”. Dios, misericordioso, se retractó.
Es una maravillosa historia de empatía y piedad. Es la clase de historia que Johnny Cash podría haber escrito y cantado. Empatía y gracia están escritas en su cara, grabadas en su voz. La música gospel tiene una alegría que en la mayoría de las manos se convierte en sentimental; una dulzura fácilmente convertida en sacarina. ¿Por qué es entonces que en las canciones de Cash los ángeles sienten que están “a la vuelta de la esquina de los diablos”? Sentimos que él ha elegido “armar su tienda en las puertas del infierno”. Johnny Cash no le canta a los malditos sino que canta con los malditos, y a veces uno siente que podría preferir su compañía a casi cualquier otra.
Entonces el azúcar deviene en sal y el triunfalismo se atempera por los quiebres de una voz que conoce el compromiso de la vida real. El Gran John canta como el ladrón que fue crucificado al lado de Jesús, cuyas humildes súplicas fueron respondidas por el Hijo, asegurándole que esa noche vería el Paraíso.
Johnny Cash es un tipo virtuoso, y goza de la aún más virtuosa compañía de June Carter Cash y toda la familia Carter, pero es al bandido que hay en él al que queremos. El ladrón que puede romperte el corazón, colarse en él y dejarte con una pregunta molesta: “¿Dónde estaban ustedes cuando crucificaron a mi Dios?”.

PRIMER AMOR,
ULTIMOS RITOS

Por Johnny Cash

Cuando murió Elizabeth Barrett Browning, Robert Browning dijo: “Esto es lo que creo: de esta vida voy a pasar a una mejor, donde vive esa dama, de quien mi alma está enamorada”. Elizabeth, cuando vivía, le había dicho a Robert: “¿De qué manera te amo? Déjame contar las maneras”. ¿Qué le ha sucedido al idioma de nuestro amor? Lo hemos reducido a pedazos de sonido de tres minutos, sandwiches de palabras que riman. Y es una vergüenza que esas canciones de amor se escuchen en cualquier lado sin besos a continuación para sellar las palabras. Hablando de sandwiches, June recién se me acercó y me preguntó: “John, ¿qué te gustaría almorzar?”. Me miró a los ojos. No sé si sabía que estaba citando a Robert y Elizabeth Browning. Recuerdo cuando fui seducido por “Ring of Fire”, la canción de June. Nunca ha habido un amor más profundo que el mío por ella. Por momentos fue doloroso, pero compartimos el dolor, así que sólo dolió la mitad. Ahora, aunque se ha endulzado, la llama de nuestro amor aún arde. Y arde, arde, arde.

ASESINATO POR NATURALEZA

Por Quentin Tarantino

En un país que cree estar dividido por las razas pero en realidad está dividido por la economía, las baladas country de delincuentes que canta Johnny Cash se conectan directamente con el corazón de Norteamérica. Con sus sheriffs brutales, jueces impiadosos, mendigos mentirosos, fugitivos desesperados, hombres condenados, prisioneros encadenados, inocentes injustamente acusados y protagonistas que confiesan en primera persona haberle disparado a un hombre sólo para verlo morir, las canciones de Cash –como las novelas de Jim Thompson– son poemas dedicados a la mentalidad criminal.
Un cantor comienza su historia: “Una mañana temprano, haciendo mi ronda/ me tomé un pase de cocaína/ y le disparé a mi mujer”. Una hija ve a su padre por primera vez y le dice: “Mi nombre es Sue/ ¿Cómo estás?/ Ahora vas a morir”. Es entonces cuando el padre desenvaina un cuchillo y corta parte de la oreja de su hija. Un asesino canta una canción sobre su víctima: “El primer tiro que le disparé/ le dio en el costado/ fue duro verla sufrir/ pero al segundo disparo/ ella murió”. Un convicto le canta un tema a la prisión que “retorció su mente y quebró su alma”: “San Quintín/ tal vez te pudras y ardas de una vez/ tal vez caigan tus paredes de piedra y yo sobreviva para contarlo/ tal vez todo el mundo se arrepienta de que alguna vez hayas existido/ y tal vez todo el mundo lamente que no hayas servido para nada”. Sin haberse arrepentido de sus actos, un asesino de una mujer desconocida describe al jurado de como “doce hombres malvados con la muerte en sus ojos”. Un prisionero encadenado (un esclavo del siglo XX) canta cada vez que usa su pala: “Me serví agua/ en una lata del Príncipe Alberto/ el jefe me descubrió bebiendo/ y creo que me rompió la mano”. Un asesino serial nos cuenta cuál fue su patria: “Nací en una miseria del alma”.
Siempre me he preguntado si los gangsta rappers sabrán lo poco que separa sus historias de delincuentes urbanos de las historias de delincuentes de campo abierto de Johnny Cash. No lo sé, pero lo que sí sé es que Cash lo sabe. Cash canta canciones de hombres tratando de escapar. Escapar de la ley, escapar de la pobreza en la que han nacido, escapar de la prisión, escapar de la locura, escapar de la gente que los tortura. Pero la única cosa de la que Cash no los deja escapar es del remordimiento. A diferencia de la mayor parte del gangsta rap, las canciones de la vida criminal de Cash raramente son hijas de los mejores momentos. De hecho, la mayoría de sus canciones llegan después que la puerta de la celda se ha cerrado o que el martillo de un juez ha decretado la muerte del reo.
Cuando un hombre enfrenta la muerte o 99 años en prisión por las decisiones que ha tomado en su vida, cuando cuenta la historia de esas decisiones no lo hace con ampulosidad sino con una pesada sensación de remordimiento. Remordimiento por la libertad que perdió. Remordimiento por la no-vida que enfrenta. Remordimiento por el camino que eligió. Remordimiento por la vida que no vivió, y que sólo ahora se da cuenta que era noble y decente. Remordimiento por la violencia dentro de él, que podría haber controlado pero que dejó que lo controlase a él. Remordimiento por ese único momento de violencia que le sacó todo de las manos y que ya no puede recuperar. El remordimiento, incluso, del asesino por su víctima. Como el hombre que le disparó a Delia dos veces y le dice a su carcelero: “Carcelero, oh carcelero/ carcelero, no puedo dormir/ porque alrededor de mi cama/ escucho a los pies de Delia caminar”.

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