Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira
 




Vale decir


Volver

PLASTICA La muestra con tampones usados de Betina Sor


Simplemente
sangre

 


Hasta fin de mes puede verse “Memoria y balance”, la muestra de Betina Sor compuesta de toallas femeninas, ropa interior manchada, preservativos y cera usada. Los tampones con sangre despertaron las reacciones más dispares entre los visitantes. Radar convocó a la artista y a Remedios Zagueb, encargada de unas concurridas charlas sobre el tema en distintos lugares de Buenos Aires, quienes explican por qué una marca de tampones nunca auspiciaría esta muestra.

 

POR CECILIA PAVON

“Yo le iba a pedir un auspicio a o.b., y en un momento me dije: ¿con esto? Esta imagen no es la que quiere vender o.b.”, confiesa Betina Sor. Y acto seguido, la artista plástica señala el objeto del que habla: dentro de una estética cajita de acrílico pulido –algo que parece un estuche de cristal– se exhiben, uno junto a otro, como trofeos obtenidos en alguna batalla, sus tampones usados. El uso de materia orgánica como medio de composición es algo nuevo en su obra. Hasta ahora había trabajado en el campo de la escultura con materiales más tradicionales. Para ser exactos, hasta el día en que la depiladora vio lo interesante de las figuras que formaban sus pelos en las bandas de cera descartable. “Memoria y balance”, la muestra que se exhibe hasta fin de mes en la Galería Roberto Martín, es una suerte de diario personal escrito con objetos que remiten a lo más íntimo de un cuerpo: toallitas femeninas, ropa interior manchada, preservativos usados, cera usada. Objetos que comúnmente se tiran o se esconden y que cuando son sacados a la luz suelen producir rechazo. En el caso de la sangre menstrual, esto es aún más patente ya que, aquí, lo íntimo se toca con lo tabú. En este sentido, la operación de la artista de exhibir públicamente algo que por convención debería quedar oculto, puede ser leído en clave feminista como el intento de hacer visible una experiencia significativa para las mujeres sin representación hasta ahora en el imaginario social.
“¿Hasta cuándo las publicidades de toallitas femeninas van a usar líquido azul y no rojo para representar la sangre? ¿Alguna vez vieron una película en la que durante una relación sexual se mostrara a una mujer menstruando?” Estas son las preguntas que lanza en sus charlas Remedios Zagueb, una profesora de danza y estudiante de energías alternativas que prepara un libro sobre la menstruación (con el título tentativo de Los tabúes de la menstruación) y que se dedica a difundir los resultados parciales de su investigación en conferencias informales que organiza en lugares donde “se entusiasmen con el tema” (centros culturales, grupos de amigos, gente que se acerca por recomendación a consultarla). Para ella, o.b. nunca auspiciaría una imagen como la de Betina Sor porque en nuestra cultura la menstruación como experiencia femenina se encuentra distorsionada y carga con el estigma de la maldición. En el lenguaje mismo, afirma, encontramos la prueba más clara para esta hipótesis: el “está enferma” de nuestras abuelas presenta su versión moderna en el “está sonada”, expresión que dice haber escuchado recientemente entre chicas adolescentes de “clase alta”. En inglés, por ejemplo, “curse” es una palabra que se usa para hablar de la regla, además ser utilizada para referirse a una maldición.
El recurrir a la teoría feminista resulta inevitable, ya que no existe otra disciplina (además de algunos tratados de “espiritualidad” new age), que haya sido estudiado el tema de un modo que exceda lo puramente médico. “Resulta abrumadora la ausencia de datos acerca de las cuestiones prácticas relacionadas con la menstruación, como si se tratara de un secreto muy bien guardado, un acuerdo tácito que abarcase todos los tiempos y lugares”, dice al referirse a las costumbres asociadas a la menstruación en otras épocas. Es curioso que este tema, tan importante para una parte tan grande del “género humano”, siga siendo, en una sociedad letrada, propiedad casi exclusiva del folklore oral. Estas “cuestiones” no han sido tratadas por las ciencias sociales en general. No hay nada así como una antropología, una sociología o una historia de la menstruación. “Es paradójico que en una cultura donde todos los tabúes sexuales se dicen derribados, las publicidades de productos de ‘higiene femenina’ sigan siendo construidos sobre la premisa básica de la vergüenza y el ocultamiento”, dice Zagueb. Lo que para ella resulta aún más perturbador es la distorsión de la experiencia de menstruar que estas publicidades contienen. “Esas escenas de chicas espléndidas en bikinicorriendo por la playa como si no pasara nada no hablan de lo que realmente sucede durante la menstruación; en esos días hay cambios físicos, sensoriales, emocionales que son transmitidos a través de la cultura como algo negativo, odioso, una maldición que habría que tratar de olvidar lo más rápido posible”, comenta. Su idea es que los días menstruales implican una transformación del cuerpo y la psiquis que podría ser aprovechada positivamente por las mujeres para experimentar estados y sensaciones que sólo aparecen en ese momento, y para recuperar una identidad de sí mismas relacionada con el sentido de lo cíclico. “Esto es innegable: las mujeres, a diferencia de los hombres, somos cíclicas”, afirma.
La búsqueda de una identidad femenina es uno de los temas centrales de la muestra de Sor. Sobre las cajitas de acrílico que exhiben los rastros de un cuerpo se leen mensajes que buscan reafirmar una posesión. “Tener menstruación”, “Tener pechos”, “Tener útero”, “Tener poemas de amor”: esta ansiedad de posesión de atributos femeninos puede leerse como una necesidad de reapropiarse de un cuerpo colonizado. Es interesante en este sentido el trabajo de relectura de un símbolo paradigmático como lo es el útero. La imagen de un útero “vacío”, en el que no anida ningún feto, habla de un intento de recuperación por parte de la mujer de un órgano expropiado y codificado en los discursos sociales como mero “receptáculo de niños”. La imagen resulta rara desde el momento, ya que este tipo de imágenes de ecografía suele asociarse casi automáticamente con el embarazo. En relación con esta obra, la autora comenta: “Normalmente se habla de tener huevos. ¿Por qué nosotras no podemos decir tener útero? Lo más parecido que se dice es tener ovarios, pero esto no es más que utilizar la parte de los órganos femeninos que más se parecen a los testículos”.
El embarazo como tarea primordial asignada a la mujer es otro de los hechos para Zagueb relacionados con la supresión de la menstruación como experiencia positiva. “Al contrario de la eyaculación, que es vista como una afirmación vital y positiva de la virilidad, la menstruación siempre se asocia con una idea de fracaso, con el embarazo que no pudo ser. Está bien que un chico se masturbe porque significa que es hombre, pero la menstruación de una chica sólo es celebrada cuando señala ausencia de embarazo”, comenta. Esto quizá se relacione con una cultura influida por religiones monoteístas en las que la menstruación siempre ha sido tomada como signo de impureza. Aun hoy en religiones como la cristiana ortodoxa y la judía las mujeres tienen prohibido participar de ciertas ceremonias durante la menstruación. Parte de la investigación llevada adelante por Zagueb consistió en rastrear el modo en que fue tratada la menstruación en otras épocas y civilizaciones: “En otras culturas, en vez de ser ignorada, la menstruación ha sido considerada como un tiempo especial y sagrado para las mujeres. La abundancia de símbolos relativos a la mujer encontrados en excavaciones realizadas en lugares antiguos de Europa y el Cercano Oriente sugieren de manera enfática que dichas culturas eran matrifocales y reverenciaban a la Diosa y a los procesos del cuerpo femenino. La palabra ritual viene de rtu, que en sánscrito significa menstruación. La sangre menstrual era sagrada para los celtas, los antiguos egipcios, los maoríes, los primeros taoístas, los tantristas y los gnósticos. En tribus indígenas americanas, como por ejemplo la tribu Yurok del norte de California, las mujeres se retiraban en masa durante su sangrado a un recinto especial y eran consultadas por los jefes de las tribus sobre cuestiones cruciales, ya que se las consideraba con poderes especiales de videncia y lucidez durante esos momentos”, dice.
La mezcla de objetos manchados con menstruación y los poemas que presenta la muestra de Sor, en la que lo material y lo simbólico son puestos en un mismo plano, tienen algo también de ritual: “Aunque no esmás que una intuición, estoy segura de que en otras épocas las mujeres pintaron con su sangre menstrual”, declara la artista, y confiesa que esta intuición tuvo que ver con la decisión de usar su propia sangre en la creación de estas obras.
Como parte de su proyecto de “concientización”, Zagueb editó por su cuenta un calendario para el seguimiento del ciclo menstrual en el que los días agrupados de a 28 son acompañados por un gráfico de las fases de la luna y lo entregó, en una suerte de trabajo de campo, a mujeres que luego entrevistó. Los resultados, dice, fueron positivos: muchas mujeres le confesaron haberse sentido liberadas al adquirir una conciencia más profunda de los cambios que los días menstruales propiciaban y al haber prestado atención a algo que anteriormente trataban de ignorar.
Sor dice que frente a su muestra se dividieron los géneros: “Los hombres se quedaron mudos, no pudieron decir nada de las imágenes; las mujeres, en cambio, sintieron empatía y se mostraron más dispuestas a mirarlas”. Más allá de las consecuencias prácticas o estéticas que este tipo de producciones puedan tener, es inevitable ver
el gesto político que ellas implican: la búsqueda por la visibilidad y valorización de un hecho tan significativo en la vida de tantas personas.

Memoria y balance puede verse hasta
el 28 de julio en la Galería Roberto Martín
(Defensa 1344), de lunes a viernes de 16 a 21 hs.

arriba