El
dolor es mío
Por Eduardo Pavlovsky
Hay algo de maravilloso en el suicidio pienso... Qué sé
yo es fácil decirlo un último gesto que queda en el más
absoluto misterio el último pincelazo a veces me pasa tener un
estado de demasiada conciencia de mí mismo... comienzo a preguntarme
cada uno de los gestos que hago digo ahora me levanto y doy vueltas en
círculo por el cuarto me detengo como sigo toco una pared a lo
largo con las manos palpando rugosidades después pienso ah ya sé
ahora me tiro en la cama y hago veinte flexiones me toco la frente la
nariz salgo corriendo al baño orino lo intento cuando estoy orinando
pienso qué viene después de la orina.
Lo único que admiro es la intensidad de la desesperación
el momento más sublime... me parece que la gente que veo hace gestos
se mueve pero yo preveo el vacío ellos no parecen percibir el sinsentido
y hasta parecen felices cómo se puede vivir así pienso no
se dan cuenta de la inutilidad de los gestos pienso ese pobre hombre parado
con su rodilla derecha doblada y el talón en la pared está
silbando lo veo tocarse los genitales con disimulo y pienso qué
irá a hacer ahora camina unos metros tres más exactamente
abraza a otro hombre sin tener conciencia de la desesperación del
momento a veces pienso que no saben que van a morir y se mueven espontáneamente
cuando pienso en matarme en esos estados críticos pienso...
Pienso en matarme porque me parece siempre tendrá que inventar
todos mis gestos en cada instante de mi vida es inaguantable.
Conozco una amiga que tiene una amiga que no puede leer porque tiene miedo
al vacío entre las letras. Miedo a caerse...
Creo que sí a caerse por el vacío de las letras
tiene miedo.
Terminó empleándose en una fiambrería cortaba salame
de Milán con un cuchillo grueso le aliviaba sentir la densidad
del salame cortado por un cuchillo grueso.
Un día el fiambrero le dijo que le iba a ser más fácil
cortar el salame por rodajas en la máquina pero entonces el salame
cortado en la máquina caía demasiado rápido sentía
que ella caía al vacío cada vez que la máquina cortaba
las rodajas de salame.
Un día agarró el cuchillo y empezó a clavarlo en
su pecho y gritaba Éste es mi pecho, lo siento, éste
es mi cuerpo concreto cuando me clavo el cuchillo. Mi cuerpo concreto
mi dolor concreto.
Yo por eso me hice boxeador. Los golpes en la cara en el cuerpo me hacen
sentir éste es mi cuerpo me digo mi cuerpo duele éste
soy yo.
Cuando pego también las manos duelen al pegar. Son mis manos. Las
siento. El dolor es mío.
El
siguiente fragmento pertenece a la versión de La muerte de Marguerite
Duras incluida en el flamante Teatro completo III, de Eduardo Pavlovsky,
que en estos días edita y distribuye Atuel. El volumen incluye,
además, una nueva versión de Poroto, los Textos balbuceantes,
El cardenal y un atinado estudio preliminar donde Jorge Dubatti dialoga
con el autor.
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