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PLASTICA Seguí y su “Gente de campo” en Rubbers

La carcajada metafísica

¿Existe el gaucho? ¿Existió alguna vez? Antonio Seguí aceptó el desafío que le planteó “El Cadete” Güiraldes y le contestó a su manera con la muestra que en estos días se exhibe en la galería Rubbers: hijos de la tradición irreverente de Molina Campos, del sainete criollo y de algunas letras de tango, los gauchos en pastel y grabado de Seguí hincan el diente con envidiable elegancia en esa esquiva entelequia llamada “ser nacional”.

Por Laura Isola

Si gran parte de la tarea de Lugones fue filiar al Martín Fierro con la tradición clásica y darle al poema, y al gaucho, entidad de tragedia, y de héroe, dejando plasmado por escrito ese gesto alucinante (o alucinado) en el monumental El Payador, fue porque el gaucho es un asunto nacional. Sin embargo, el robusto pilar de la identidad que se construyó en base a su vida, su lengua y sus costumbres no siempre dio con un tono para sus reivindicaciones; otras veces ni siquiera dio con ellas: baste citar a un ensañado Sarmiento que no podía creer que su proyecto de nación se diera de patadas con el gaucho vago y malentretenido. Pero cambiarle el final al Martín Fierro (como hizo Borges en su cuento “El fin”), o contar el encuentro del famoso gaucho con Cruz, pero desde la perspectiva del segundo, con menos fama y reconocimiento (en “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz”), son algunas de las muecas que se hicieron para seguir pensando en el gaucho y en la argentinidad.
En esta línea, con las relevantes distancias de un lenguaje distinto, como es el de la plástica, se puede ubicar la nueva muestra de Antonio Seguí en Rubbers, Gente de campo. Escenas camperas se retratan en la veintena de trabajos, que se reparten entre pasteles y grabados, entre la pulpería y la inmensidad de una llanura que no aparece o se sugiere en los blancos de los fondos. Solos o acompañados, los paisanos visten bombachas, rastra, botas y sombreros. Algunos se baten (“Duelo criollo”), otro ensaya el zapateo nacional (“Malambo”) o practica con el cuchillo (“el íntimo cuchillo en la garganta” del poema de Borges, que para Seguí se convierte en “Cuchillero”). Todos adquieren, por medio de líneas cinéticas, el movimiento característico del comic-strip, porque es en este sentido en el que Seguí piensa y dibuja a sus gauchos. Dos motivos refuerzan esta obligada referencia de su obra: “Locas de campo” (que bien podría llamarse “Gauchos travestis”) y “Haciendo aguas” (que no es otra cosa que un gaucho de espaldas haciendo, literalmente, eso). Pero no sólo por pudor el gaucho está de espaldas. También, hay gauchos de espaldas en la pulpería y este tópico funciona como cita de Seguí a su propia obra. Una serie de trabajos de 1976, con el sugestivo título de “La distancia de la mirada”, presentaba hombres de espalda con una mirada privilegiada, mientras que, para el espectador, sólo resta la mirada de la imaginación para adivinar qué ve ese hombre que está mirando.

EJERCICIOS DE ESTILO Para Antonio Seguí nacer en Córdoba en 1934 es una circunstancia tan fortuita como cualquier otra. Aunque su lugar de nacimiento se volvió significativo en su carrera artística (desde allí arranca su genealogía tan diferenciada dentro del ámbito de la plástica argentina), a la pregunta “¿Cuál es el lugar de Seguí?”, el crítico Damián Bayón se contesta: “Un lugar particular, por no decir único”. Sobre todo por la incomodidad de colocarlo en el grupo de los “fabulosos cuatro” de la Neofiguración (Macció, Deira, Noé, De la Vega). Si bien el periplo de Seguí se toca con el de estos pintores –el cordobés pasó por Buenos Aires en la década del ‘60; Romero Brest promueve la compra de Retrato de las vocaciones frustradas para el Instituto Di Tella y participa estética e ideológicamente de esta movida–, su línea de formación se teje con otros hilos. Primero, el viaje iniciático a Europa a comienzos de los ‘50: la academia española y luego París. Hacia fines de esa década, siguiendo al postmuralismo mexicano, Seguí descubrió que el interés por el mensaje de los murales hacía perder la parte artística y los volvía panfletarios: “Pinto con pintura, nada más” es la respuesta más que suficiente que dio con palabras, cuando se lo consultó sobre su propio mensaje. En cambio, Seguí se dedicó a frecuentar a Juan Rulfo, Manuel Felguerez y los poetas y escritores, desde Ernesto Cardenal a Julio Cortázar. Entre 1961 y 1962 vivió en Buenos Aires y consiguió crearse su propio mundo: algo así como del informalismo a la figuración. Por esa época conoció a Xul Solar, Oliverio Girondo, al tiempo que se relaciona con Kenneth Kemble, Marta Minujin, Rogelio Polesello, entre tantos artistas de la época. Pero vuelvea París y recuerda: “La estadía en Buenos Aires fue positiva por lo que trabajé, únicamente por ello. Pero del punto de vista humano me afectó hondo, al extremo que tuve que hacer una cura de desintoxicación alcohólica”. A la Ciudad Luz, en cambio, entró con el pie derecho: desde su exposición en el Museo de Arte Contemporáneo en 1963 empieza a ser reconocido e invitado a exponer en otras ciudades del mundo.

AUTORRETRATO Ya instalado en el taller de Arcueil, Seguí es el anfitrión de muchos artistas argentinos y franceses, organiza fiestas y exposiciones y, según la fluida correspondencia que mantiene con su amigo Ed Shaw, fueron épocas de trabajo, logros y bastante diversión. Estas cartas que van desde el ‘60 hasta bien entrados los ‘80 cumplen con creces con el género epistolar, al conjugar anécdotas íntimas con sus pasiones y obsesiones. En tono chispeante Seguí cuenta caídas, internaciones, la muerte de su perro y los nacimientos de cada uno de sus seis hijos: “¡Cuando no! Siempre cerca de las desgracias, me caí del primer piso de casa y, sin rodar, volando fui a dar contra un escritorio, que destruí en un 90 por ciento. Por mi parte, dos quebraduras abiertas”. O: “Tras larga espera nació Doña Venice Seguí... Por el momento no es la imagen de la belleza, pero tenemos firmes esperanzas en ella”. Además Seguí mantiene a su amigo Shaw al tanto de sus adquisiciones en materia de arte: “Tengo dos nuevas máscaras Chimu bastante buenas, voy a visitar negocios de arte precolombino o africano, ese arte al que dedico una buena parte de este tiempo obedeciendo un placer secreto, íntimo”. Durante los primeros años de la década del `70 alterna, en sus cartas con Shaw, sus éxitos en materia artística con la situación argentina: “Me tiene preocupado. ¿En qué va a terminar todo eso? ¿Habrá un nuevo golpe? ¿Es inevitable?”, escribe en 1975. Pocos años antes, en España junto a Julio Le Parc, visitan a Perón: “Me pareció un profesional del tema y yo tengo un gran respeto por los profesionales. Nos habló de pintura pero nos aclaró que no entendía. Con Le Parc nos mirábamos de reojo, pero era tan bicho que se dio cuenta enseguida. Le caímos simpáticos. Cuando estás con Perón es como estar con Gardel”. La forma que encontró para estar con “El Mudo” fue en su propia obra: los trabajos entre 1977 y 1978 juegan con la imagen del cantante exaltando el mito y refuncionalizándolo en el giro que adquiere su obra. Esta nueva búsqueda se continúa en la serie La lección de anatomía. Sobre el cuadro Rembrandt incorpora su propia estética: graffiti, caricaturas y huellas del comic. Otro mito. Pero, en este caso, de la alta cultura, que se desdibuja para transformarse en parte de su propia estética.

GORRA+SOMBRERO+BOTA La obra de Seguí es inmensa y buena prueba de ello es la retrospectiva del Museo de Bellas Artes en 1990, que reunió sus trabajos desde 1958 hasta esa fecha. Es fácil caer en la tentación de la palabra eclecticismo para aunar su obra. Más difícil es encontrar una que lo contenga en su totalidad y exprese, al menos, su tono. Quizá Damián Bayón diera con una frase idónea: “Su saludable castigat ridendo mores” (léase: “castiga riéndose de las costumbres”). Esto último también entra en juego con la deliciosa ironía que se desprende de las líneas que acompañan al catálogo de su reciente exposición. El responsable de esas líneas, “El Cadete” Juan José Güiraldes, fundador y presidente de la Confederación Gaucha Argentina, comienza diciendo: “¿Hay gauchos hoy? Algunos van más lejos y cuestionan: ¿Existió el gaucho? Por ser quien soy, una y mil veces he debido responder: ¡Rotundamente, sí!”. No sólo por el título que ostenta Güiraldes puede decir algo así: lo habilita, casi obligatoriamente, su tío Ricardo, inventor el último gran gaucho literario, Don Segundo Sombra. Mientras tanto, los gauchos de Seguí, hijos de esa tradición caricaturesca de Molina Campos, del sainete criollo y de algunas letras irreverentes de tango, exceden la risa repentina deleventual espectador y la proyectan a una carcajada metafísica sobre la condición nacional.

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