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nota de tapa

el buen dolor

José Luis es un taxista que descubrió su deseo sadomasoquista a los doce años y, ya adulto, cansado de la escualidez de la oferta de sexo duro en Buenos Aires, emigró a Amsterdam para experimentar todas y cada una las pasiones del amor esclavo. Cinco años después, volvió a Buenos Aires, encontró a Kelly, su “media naranja”, y la inició en el S/M, hasta convertirla a ella en su dominatrix y a él mismo en un esclavo feliz. Ésta es su historia.

Por Cristian Alarcon

Ésta es la historia de un exilio sexual. La historia de un hombre criado en Lanús, que descubrió su deseo sadomasoquista a los doce años y, ya adulto, cansado de la escualidez de la oferta de sexo duro en una Buenos Aires clase B, emigró a Amsterdam para experimentar todas y cada una las pasiones del amor esclavo. Ésta es la historia del taxista que abre la puerta de un edificio en el microcentro un domingo cuando casi ha anochecido y, vestido de jogging, lamenta la superposición de la cita con el partido que transmiten por codificado. El hombre que minutos después estirará la boca como sediento hacia la brasa del cigarro de su ama. El hombre que, luego de cinco años de consagración a las humillaciones en el mundo del S/M europeo, agobiado por los padecimientos de cualquier inmigrante, acaso presa de la nostalgia más pedestre, regresó hace cinco años a la Argentina con un objetivo que, en su boca, suena profano: encontrar a la mujer de su vida, hacerse por fin del Amo propio. “Después de su aceptación, sólo traté de enseñarle los conocimientos que adquirí, hasta transmitirle la lógica profunda del S/M”, dice José Luis a media luz, en un monoambiente con olor a vinilo, sentado a una mesa desde cuya cabecera vigila Kelly, con las piernas enfundadas en botas que relucen infatigablemente lustradas por las lenguas solícitas de sus siervos. Altiva, imperturbable, la dominatrix es también la esposa de su mejor esclavo.

LA DIALÉCTICA
Ya lo dicen los redactores anónimos del sitio barcelonés Sadomaso, dedicado exclusivamente a la comunidad S/M y uno de los más actualizados de la red: “Encontrar al Amo perfecto o al esclavo perfecto requiere de tiempo y paciencia, ya que una relación Amo-esclavo formal implica un grado de confianza mutua y compromiso tales que es similar a encontrar la media naranja”. Así, decorada con guardas de alambre de púas, comienza la introducción al “contrato de esclavitud” que divulga el sitio, junto a una lista de contactos y un catálogo de herramientas para el advenedizo siempre temeroso. Es que, dondequiera se vaya en busca de información sobre S/M, deberán escucharse las advertencias y defensas de los interlocutores. Don Miesen, uno de los gurúes del S/M norteamericano, criado al calor de las prácticas libertinas de los 60 y compadre del Robert Mapplethorpe de las primeras fotos sadomasoquistas que se colgaron en salas de arte, defiende así el S/M en su ensayo A View On SadoMasochism: “El S/M es un juego erótico basado en deliberados roles de dominación y sumisión. El S/M no es sexista. El sexismo intenta imponer roles dominantes y subalternos de acuerdo con nuestros órganos sexuales. El S/M nos deja elegir nuestros roles de acuerdo con nuestras propias fantasías. Así, el S/M incluye mujeres dominantes y hombres dominados. Algunas feministas no entienden y desaprueban el S/M. En cambio, todos los practicantes de S/M entienden al feminismo como un movimiento hacia la honestidad de las relaciones. Algunas personas piensan que el S/M está equivocado porque creen que siempre se es igual al otro en el sexo. Eso es simplificar la política y la sexualidad. El S/M permite usar los talentos de cada uno para el bien de ambos. El S/M no es una enfermedad mental. El S/M es un elección controlada, integrada y saludable, porque conecta nuestras fantasías con las relaciones reales que tenemos con la gente”.

LA CAMILLA
José Luis vivió en Bariloche, San Luis, Montevideo y Tierra del Fuego. Pero nació en Córdoba por el capricho cordobés de su madre, una mujer de la que habla con fascinación erótica: bella, sensual, liberal para su ambiente de mujeres de clase media enfrascadas en matrimonios frustrantes, moderna para su época. José Luis recuerda una imagen perturbadora de sus cuatro años. Él entra en una habitación, una especie de consultorio, y ve las piernas de su madre atadas con correas a una camilla. ¿Una sesión depilatoria, ginecológica, quiropráctica? José Luistodavía se lo pregunta y siguen sin satisfacerlo las posibles respuestas, pero es en esa imagen temprana donde ubica la explicación a sus primeras fantasías S/M. Inmovilidad y sometimiento: la ilusión de ser él quien se encuentre atado a una camilla, esperando inmóvil el acto de la dómina enfundada en vinilo, taconeando en torno a él con sus botas acharoladas. Ésa es la posición en que hoy recibe el goteo de una vela caliente, la ceniza tibia y el tacto a veces doloroso de un cigarrillo, el látigo de seis, siete o nueve puntas sobre su espalda. Es en este pulcro monoambiente donde tienen lugar las sesiones cotidianas de S/M. Es éste el lugar que hace meses visita el fotógrafo Alfredo Srur, autorizado después de mucho a retratar ceremonialmente esos encuentros. Es aquí donde también son atendidos los clientes de Kelly, aquellos que no tienen una dómina propia, profesional y dura, formada a imagen del sufrimiento deseado.
José Luis se dio el gusto, dice, de debutar con una bonita chica de dieciséis, enamorada y virgen, como él. Sin embargo, sigue lamentando no haber podido confesarle sus fantasías, en virtud de que primero fueron pecados. Buenos Aires y el fin de la década del 70 no eran ni el lugar ni el momento. Si las posiciones políticas podían ser un riesgo, en la “anormalidad sexual” se aliaban –y consolidaban– la culpa con la ignorancia y el deseo. “Se vive la culpa por una cultura que puede llevarlo a uno a ser un infeliz no asumido. Un tipo que no se asume en su verdadero rol es un infeliz. No hablo de su catadura moral sino de su incapacidad para ser feliz”, dice José Luis y muestra los mecanismos de un cepo que guarda bajo el sillón.

EL DESIERTO ENTRA EN LA CIUDAD
“No debemos temer a palabras como sadismo y masoquismo”, dice Don Miesen, remontándose a los referentes literarios que dieron nombre a la práctica de la dominación y el dolor como actos de erotismo. La obra del Marqués de Sade (1740/1814) y del romántico Leopold von Sacher Masoch (1836/1895) dieron el pie, en 1886, al doctor KrafftEbing para inventar las palabras que intenta desacralizar Miesen un siglo más tarde. “El S/M es una subcultura definida”, teoriza este norteamericano, basándose, según él mismo promociona, en su propia experiencia de dos décadas, que incluye doscientos contactos personales y el testimonio de los cuatrocientos integrantes de The Society of Janus, uno de los más conspicuos grupos de “educación y contención S/M”. Pero, ¿cómo es esa subcultura en Buenos Aires, ciudad históricamente prostibularia pero poco abierta a las elecciones sexuales diferentes? Podría encontrarse una respuesta en la historia amorosa de nuestro esclavo. Han sido pocas las mujeres en la vida de José. Su madre, su primera novia, las cinco mejores dóminas que tuvo en Holanda y Kelly. Pasada la adolescencia, con sólo asomarse al camuflado mundo del S/M porteño, José supo que la idea de formar una pareja era un imposible. La búsqueda, irremediablemente solitaria y fetichista, quedó limitada desde el inicio a las cuevas.
“Acá nunca hubo otra cosa. Lo único que podía hacer era ir a buscar revistas a unos pocos negocios que tenían material europeo. Es el día de hoy que al tipo de la primera cueva lo sigo viendo. Él conoce toda mi historia y sigue teniendo la cueva, un localcito al 1300 de Rivadavia, aunque antes le iba mejor, cuando todo era más oculto.” José Luis llegó a tener cierta pericia, atesoraba cada descubrimiento que hacía en las flacas arcas del mercado local de S/M. Pero recién hace muy poco supo que el dueño de aquel local de la calle Rivadavia tenía una mujer belga que viajaba y volvía cargada de pornografía clasificada. El fulgor democrático a la española en que tuvo lugar el tímido destape nacional dio también para la apertura del ramo S/M porteño. “En la época de Alfonsín, cuando se entran a abrir los puteríos, había minas que publicaban servicios especiales. Era cuando empezaron a aparecer esas revistas ordinarias quetraían todo mezclado, y se vendían en bolsas de nylon. Yo no era todavía un especialista en el tema, pero ya era un conocedor, por la lectura. Me arrimé a un par de lugares y me dije: Esto no es lo que busco, no puedo venir a quemarme acá. No había profesionalismo. Yo lo que buscaba realmente era traspasar el límite de mi primera relación sexual. Fui un afortunado, en ese sentido, porque todos mis amigos en esa época terminaron debutando con una prostituta en la Isla Maciel... Y con esto me pasaba lo mismo, yo quería que fuera una cosa de verdad. Entonces, bueno, esperé poder viajar a Europa. Estaba cansado, aburrido, podrido de todo.”

EUROPA, EUROPA
“El S/M es un cambio poderoso. La energía desatada es inmensa. Es necesario experimentarlo para creerlo y para entenderlo”, recomienda el norteamericano Miesen. Para José Luis, el cambio fue grande. En Buenos Aires había tenido la suerte de salvarse del derrumbe económico de la hiperinflación. Trabajaba en una empresa de sonido que cobraba en dólares y con esos ahorros llegó hasta Italia y, de ahí, pasó a Grecia, el norte de Africa, Inglaterra y Rusia, antes de llegar a Amsterdam, donde consiguió trabajo en una parrilla. Le da risa contar que vivió a cinco cuadras del Museo Van Gogh, por cuya puerta pasaba casi todos los días en bicicleta, pero al que jamás entró a ver la obra del pintor, que bien podría considerarse que bordeó el masoquismo en su atormentada vida. No sabía hablar en inglés, y la ilegalidad y el desarraigo competían con la fascinación por esos clubes cuyas puertas se podían franquear con una naturalidad impensable en aquella cueva de Rivadavia. De todas ellas, la más cotidiana fue la del Shiva’s Club, en la Marnixstraat 48, donde pronto se hizo habitué de las reuniones mensuales. “Es como una actividad social. Las mistresses no te cobraban la sesión de tortura porque el día de reunión se pagaba sólo la entrada. Había charla, video, comidas, tragos y una subasta de esclavos.” En aquellas bacanales, aprendió José Luis en Amsterdam, las dóminas tienen a su disposición a todos los esclavos encadenados. El rito consiste en que, cuando una de ellas elige, no paga por el sumiso, porque tal hecho iría en contra de los preceptos de la dominación, potestad del Amo. La ganancia del esclavo es acceder a la sesión con la dominatriz que lo ha elegido por un precio más que módico: lo que pagó en la entrada. “Siempre había uno al que le tocaba estar en la jaula. Yo no quise ir nunca, porque el que está ahí no participa de nada. No sé si puede decirse que es una norma, pero una jaula tiene que haber siempre, alguien enjaulado tiene que quedar. Es parte del juego: ver quién va a ser el hijo de puta al que le toca ir adentro, psicológicamente castigado.”
La escena en que el esclavo está felizmente encadenado, a merced de la elección de las dóminas, se desarrolla en un ambiente amplio y aséptico, donde el espacio se distribuye en función de los fetiches. Así como la jaula, cada elemento existente en el arsenal S/M es exhibido ante los ojos de los Amos y los esclavos. Los látigos cuelgan relucientes y con las vueltas justas, todos a la misma altura. No importa si van a ser utilizados: el hecho es que estén presentes, a la vista, como instrumentos en una sala de operaciones. La indumentaria también: un par de botas al lado del otro, lustrosas, impecables, y los corsets de látex, las máscaras de cuero, los arneses y collares. “El tipo o la mujer que buscan esto necesitan estar metidos entre esos fetiches que tienen en la cabeza. La representación física refuerza la presencia absoluta del Amo”, explica José Luis. Y agrega: “Pero desde el primer día, lo que yo buscaba, en realidad, era una novia, una mujer para casarme”.
La sumisión monogámica del esclavo no coartó su buceo en los secretos del S/M, un objetivo que lo convirtió casi en un militante durante sus años europeos. “Ser espectador cansa. Yo quería vivir el amor, pero del lado de adentro: armar la fiesta, estar en los preparativos. Así es como se aprende.” De los lugares que conoció su preferido es el Doma Club de La Haya, un edificio especialmente construido en una callejuela anónima, que incluía no sólo una sala de torturas sino también un hospital. En el Doma, los espectáculos S/M en vivo tienen la producción de una obra teatral con todas las letras. “La sala de hospital es una enfermería donde tenés desde sillones para abrir las piernas y recibir ingestos, hasta espéculos de todo tipo. Es como una clínica donde te pueden aplicar inyecciones, enemas, clavarte agujas en el pene, penetrarte con todo tipo de consolador, siempre con ese ambiente aséptico de hospital.”

LA VOZ DEL AMO
Kelly no habla de su pasado porque las amas no hablan de su pasado, así como no se fotografían si no es con el traje de dómina. Todo lo que acepta decir es que era “una persona de mi casa, no una persona mundana”. Cuando se conocieron, José Luis llevaba meses arremetiendo contra las morales al paso con una declaración inmediata de sadomasoquismo explícito. Su plan fue insistir hasta el hartazgo con la propuesta de un amor S/M. Todas lo rechazaron, hasta que llegó Kelly. “Yo no le creía que había gente que pagaba por lamer zapatos. Al principio te extraña, pero después vas acomodando en vos ese carácter autoritario, te va gustando estar en esa posición. Vas agarrando las riendas”, dice ella. Ponerse por primera vez las botas altas y el traje de dómina que él le regaló fue también satisfacer sus propios deseos. Con José Luis, Kelly aprendió a dar órdenes, a medir los tiempos del esclavo, a conocer su disposición. Pero cuando comenzaron a practicarlo con terceros, fue más difícil. “Con él era una cosa, pero con otra gente... Al principio no sabés si estás haciendo mucho daño, si estás pegando demasiado fuerte o demasiado suave. No sabés tu límite y por ahí le tirás un cigarrillo y lo quemás. Son cosas que vas aprendiendo con el tiempo.”
De todas maneras, Kelly aprendió a pisar con esas botas, a obligar a lamer, a levantar la pierna a la altura justa para que el esclavo se tire al piso y la trague desde abajo. A usar el látigo. A inmovilizarlos con el cepo, con ataduras. A penetrarlos con prótesis de cintura, suave o desenfrenadamente, a gusto del consumidor. A rociarlos con cera caliente. A escribir palabras en sus espaldas con brasas de Marlboro. A mearlos desde lo alto con un perfecto chorro hacia la boca. A saciar el hambre coprofágica de algunos esclavos con experiencia. Y también a decirles que no, a manipularlos como un Amo experto, luego de entrevistarlos la primera vez para acordar los límites y romperlos luego, sutilmente, llevándolos al paroxismo. “Como vos tenés que manipularlo, no es ni por la fuerza ni a golpes, ni cagándolo ni meándolo”, explica el maestro de Kelly, porque ella cree que ya ha hablado demasiado de su métier. “Vos tenés que someterlo en la cabeza. Si no, él no lo disfruta. Por eso cuentan las apariencias: entrar y ver el ambiente, la ropa, la iluminación. Ni bien traspasa la puerta, el tipo ya tiene que estar de rodillas.”

¿ES USTED SADOMASOQUISTA?
Todos los tratados sobre S/M ponen el énfasis en los límites que casi siempre fija el sumiso. Pero Amo y esclavo saben que el secreto del placer S/M está también en violarlos. “Si el tipo dice que le gustarían que le den tres o cuatro latigazos, vos tenés que meterle diez. Pero con cierta sutileza”, aconseja José. “Para que quede claro quién manda y quién obedece, ¿viste?”, recalca Kelly. “Si el tipo te pide que le tire la ceniza del cigarrillo en la boca, y que de paso le den tres latigazos, una tirada de pelo y hacerle tragar el cigarro, no está nada mal. ¿Te das cuenta? La vivencia se vuelve verdadera, porque, por un lado, con los límites él maneja la situación, pero se lo están desmintiendo. Es como una guerra política.” En la contienda de Kelly y sus esclavos se ha llegado al punto cúlmine: en estos cinco años de S/M, ella ha aprendido a identificar, con sólo la primera mirada, el “perfil” de su cliente yfuturo esclavo. Uno puede entrar con la cabeza gacha, mirándole las botas, inexperto muchacho fetichista, otro puede entrar desafiándola a los ojos: a éste último, ella lo despide por su impertinencia, para que aprenda a respetarla. El que llega cinco minutos tarde a la cita es encerrado de rodillas en el baño del monoambiente, convertido en sala de torturas, hasta que ella se canse y lo castigue, más allá de los límites impuestos por él mismo, por haberla desafiado con esa inconducta horaria. En ese ir más allá es donde está puesta la sapiencia del Amo: la teoría de José Luis sostiene que la herida simbólica producida por esa flagelación no acordada rebota como placer absoluto en la próxima sesión, cuando el latigazo excedido gatilla el recuerdo de la humillación pasada.
Las condiciones adecuadas para una buena sesión de S/M son muchas y dependen de los clientes. No es sólo que en Buenos Aires no existan clubes con grandes salas de tortura, o que el cepo de Kelly sea portátil y no una madera de nogal amurada a la pared, como corresponde. No es la ausencia de jaula la dificultad más grande sino el propio ánimo de los esclavos. Los clientes que llegan al departamento de Kelly son hombres de ingresos altos, de entre 35 y 60 años. Sin embargo, su asistencia a las sesiones ha disminuido. Se trata, según José Luis, del estrés y la amargura que se está viviendo en este momento. “Cuando estas angustiado de antemano y buscás una sesión de S/M, es el momento en que sabés si tu dómina es verdaderamente una maestra, si puede alejarte, rechazarte, para que vuelvas. Eso es bueno porque, si te rechazaron, hasta te levanta el ánimo, la moral. Al otro día volvés feliz, porque te dijeron no, y te cambia esa angustia: te hace pesar en seco el deseo, no subestimar la ceremonia, entender el lugar que ocupa el sometimiento que elegiste. Lo único que justifica tu esclavitud es el placer que te provoca experimentarla. En ese sentido, el S/M no es una práctica evasiva, aunque esté siempre relegada a un margen oscuro y sea una escena de la clandestinidad. No tiene un carácter adictivo, ni se presta para recrear una enfermedad. Tiene los límites del tiempo, del espacio y del mercado que lo ha profesionalizado como un servicio más”.
Si se le comenta a José Luis que es paradójico que se resalte tanto la ausencia de angustia en una práctica que tiene como eje justamente el padecimiento y la humillación, él tiene una respuesta lista: “Es la angustia de estar al borde del precipicio, pero con una soga atada a la cintura. Es como una angustia administrada, sólo desafiada para el goce, encerrada por el goce y descartada también con el goce. Es necesario espacio mental y material para profundizar en algo tan particular y tan dificultoso. Porque ser esclavo o Amo no es algo que va a cargarse de otros valores, además del simple disfrute que le da al que lo practica. Es saludable, pero no puede ser usado como indicador de status, porque no se puede contar, pertenece a la esfera más íntima. El espacio mental lo tenés solamente si tenés todos los otros espacios: si no te ahoga el trabajo, tu vida afectiva, tus remordimientos”.
El lector llega al final de esta historia. Cuestionará quizá las formas extrañas de la pasión del esclavo, la manipulación del Amo, los riesgos de los contratos, la escatología de los adoradores, la mercantilización de su práctica, el supuesto sexismo desplegado en el S/M. O se preguntará, tal vez por sus propias fantasías, por el nivel de sadomasoquismo en su sexualidad cotidiana. En estas mismas páginas, hace dos años, María Moreno citaba el libro Dolor y pasión, de Robert Stoller, el psicoanalista norteamericano que dejó el consultorio por el mundo del cuero, en el que asegura que no hay un S/M sino varios y que todas las prácticas perversas incluyen algo de S/M: el desgarramiento de una cutícula, los tratamientos colónicos, el uso del hilo dental, el masaje profundo y otras estimulaciones que fluctúan entre el placer y el dolor. Quizás sea conveniente, en este caso, finalizar con un test de autoconocimiento propuesto por los catalanes de Sadomaso: “1) Haz una lista de cinco perversiones que te hayas hecho en solitario. 2) Haz una lista de diez perversiones que les hayas realizado a otras personas y hayas disfrutado con ello. 3) Haz una lista de entre cinco y diez perversiones que nunca hayas realizado, pero que tengas ganas de llevar a la práctica. 4) Haz una lista de las cinco perversiones que te exciten, pero que nunca realizarás. 5) Haz una lista de perversiones que estén totalmente fuera de lugar y que nunca te plantearás realizarlas. 6) Haz una lista de las cinco preguntas que te gustaría realizar a la persona más pervertida del mundo”. Como ya ha sido dicho, el test es de autoconocimiento, de manera que no ofrece ningún sistema de puntuación para medir su nivel de S/M. Pero incluye la siguiente advertencia, o consejo final: “No tengas pereza, dedícale unos minutos, y seguro que saldrás beneficiado”.

Las fotos de José Luis y Kelly que ilustran esta nota forman parte de una serie sobre sexualidad que Alfredo Santiago Srur está realizando en el taller de ensayo fotográfico que coordina Jorge Sáenz.

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