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MUSICA Gandini estrena su ópera sobre Schumann

The Schumann Show

Durante años vivió obsesionado con la idea de homenajear a su compositor más admirado. Primero compuso una obra de cámara. Después, una serie de composiciones para piano y orquesta. Hasta que decidió recurrir a los amigos. Finalmente, con libreto de Alejandro Tantanián y puesta de Rubén Szuchmacher, el domingo que viene Gerardo Gandini estrenará en el Colón su ópera sobre los últimos días de vida que Robert Schumann pasó internado en un manicomio. Para alquilar balcones (o paraíso).

por Diego Fischerman

Una niña que mira. Que oye. Que ve cómo su padre es llevado al manicomio. Una niña que cuenta esa historia, mucho después, a una de sus hermanas. Una escena que ronda a Gerardo Gandini desde hace años: los últimos días del compositor que más admira, Robert Schumann, loco e internado. Primero fue una obra de cámara, en la que había una pianista, Haydée Schvartz. Fueron también varias composiciones, para piano y para orquesta, que trabajaban sobre alguna de las piezas breves de Schumann, y ahora, en el estreno que subirá a escena el próximo domingo 26 en el Teatro Colón, una ópera en la que, por supuesto, hay una pianista: Haydée Schvartz.
Liederkreis, una ópera sobre Schumann, con libreto de Alejandro Tantanián, se plantea como un ensayo acerca de la forma. “Me interesan las formas breves de Schumann”, dice Gandini. Y, sobre todo, acerca de la falta de linealidad como posible hilo conductor de una trama. En esta ópera que compartirá el escenario con la genial El prisionero, de Luigi Dallapiccola, no hay nada parecido a una relación causal. Escenas. Piezas breves. De eso se trata.
Con puesta de Rubén Szuchmacher (una concepción según la cual no hay entradas ni salidas de personajes; ellos están todo el tiempo en escena) y la actuación de las cantantes Graciela Oddone y Virginia Correa Dupuy entre otros, esta ópera cumple con otra de las obsesiones de Gandini: “trabajar con amigos”. El compositor que fue pianista del último sexteto de Astor Piazzolla recuerda las palabras de Marcelo Lombardero (protagonista de El prisionero) en un reportaje publicado por Revista Clásica y cita libremente: “Es preferible fracasar junto a gente entrañable que triunfar al lado de indeseables”.
Liederkreis toma el nombre de uno de los ciclos de canciones de Schumann. La ópera es un homenaje al romanticismo y uno de sus temas –en realidad del propio romanticismo, si se piensa en la figura del doppelgänger– es el desdoblamiento. Schumann se desdoblaba en personajes de su invención (Eusebius y Florestán). Y estos personajes cobran vida real en la ópera de Gandini. O por lo menos, tan real como la del propio RSCH, “alguien que podría ser Schumann, pero también alguien que se creyera Schumann o, incluso, otro loco que estuviera en el mismo manicomio que Schumann”, según explica el compositor. Pero hay otros dobles: Clara (la esposa del músico) es una cantante y una pianista, pero la cantante, a su vez (y tal como ocurría en La ciudad ausente, la ópera anterior de Gandini) se multiplica en un sexteto femenino al que se oye, pero nunca se ve en escena.
Además del padre de Clara (“un personaje siniestro para RSCH”) y del doctor que lo interna y lo atiende en el manicomio, hay un personaje ausente y, sin embargo, fundamental: el poeta Friedrich Hölderlin. En primer lugar, porque un espectáculo de Tantanián que lo tenía como personaje fue el que hizo que Gandini reparara en este libretista. En segundo término, porque al unir a Schumann con Hölderlin lo que queda es la locura entendida casi como género romántico. “Curiosamente Schumann, que nunca conoció a Hölderlin, le dedicó una de sus últimas canciones. Y para eso borró en la partitura la dedicatoria original, a alguna de las damas famosas de la época”, señala Gandini. Hay, también, varias obsesiones: “El piano, por supuesto (Schumann se arruinó una mano con una especie de aparato con pesas que había inventado para acrecentar su virtuosismo instrumental); la enfermedad; la disgregación del lenguaje ocasionada por la locura. Él intenta reconstruir un lied; en realidad no sabe si lo está recordando o lo compone en ese momento. Ésa es la única cita de la ópera. El lied está incluido en esa escena”.
Clara, en general, no tiene texto en esta ópera. Sus intervenciones, la mayoría de las veces, son vocalizaciones. “Pero cuando canta palabras, éstas están extractadas de un ciclo de canciones de Schumann, Amor y vida de mujer, una de las obras menos feministas de la historia. Es una gran alabanza de los hombres y de los deberes de la mujer”. Las escenas funcionan como distintas miradas sobre un mismo objeto. O como la misma historia contada siempre de manera diferente. “Florestán, cuando se presenta en escena, dice, señalando a RSCH, Soy Florestán, él me creó; soy su lado violento”, continúa Gandini. “Hay otra escena que condensa aquello que había hecho hace tiempo, donde lo vienen a buscar a Schumann. Ahí está el doctor, que es un delirante total, y que canta un diagnóstico auténtico”.
Los textos siempre provienen de otros lados: palabras médicas, cartas, memorias, una descripción de Clara acerca de su marido diciendo que lo que compone “a veces se lo dictan los ángeles y a veces los demonios”. Liederkreis, una ópera sobre Schumann funciona como un lugar en el que confluyen palabras del más diverso origen. Esa cualidad babélica, en todo caso, es algo que puede leerse en la propia música de Schumann. Pero lo esencial en este caso es que no hay certezas. Y la ópera se articula sobre ese territorio de duda. RSCH podría ser Schumann, pero, si no lo fuera, si fuera apenas un fabulador (al fin y al cabo por algo está internado), sería exactamente lo mismo. Porque si hay algo a lo que Gandini no aspira es a convertirse en biógrafo oficial de Schumann. Y, mucho menos, en musicólogo. Las situaciones auténticas –o que podrían haberlo sido– se entremezclan con otras declaradamente imaginarias.
A lo largo de la ópera, van apareciendo distintos personajes. Eusebius, el otro alter ego de Schumann, su lado poético. Emilia, una hermana que murió cuando él era un niño. “Ella es una aparición y le cuenta toda una historia fantástica. Algo que transcurre bajo la luna, donde el alma se pelea. Hay otra escena que es una especie de clase de piano siniestra, donde el doctor Wieck le enseña a Clara y le dice que ésa no es la música que ella debe tocar, que ésa es la música del hombre que la pierde. Los dedos así no, le dice. Las falanges más arriba. Y ella le contesta con un fragmento de Amor y vida de mujer”. Pianista, director de orquesta, músico ocasional de jazz, improvisador de tango, director del Centro Experimental del Colón y director de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires, había algo que, hasta determinado momento, Gandini nunca había hecho: componer una ópera. “Cuando hice La ciudad ausente me di cuenta de que una ópera es algo muy distinto a una obra abstracta. Están los personajes. Y los personajes tienen vida propia, se imponen, indican para qué lado se debe ir. Y ese rumbo, muchas veces, es distinto, incluso, al del libro original. A mí me entusiasma esa sensación, que supongo que debe ser parecida a la del tipo que escribe una novela”.

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