Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira
 




Vale decir


Volver

 

La isla del tesoro

 

 

 

 

 

 

Cuando arrancó, nadie daba dos mangos. El último episodio lo vieron más de tres millones de personas, que sólo quieren saber si hubo sexo, si hubo un guión, si la edición reflejó fielmente lo que sucedía en la isla, si hubo plata debajo de la mesa para los participantes. Lo cierto es que el éxito bestial de Expedición Robinson ha acelerado la producción de otros reality-shows en versión criolla para el año que viene. Radar cuenta cuánto más lejos llegan los productos originales de este formato (Survivor, Gran Hermano, Fear y The Real World de MTV) y enfrenta a Julián Weich con los dilemas que suscitó el Robinson que supo conducir.

Por Mariana Enríquez

Picky parece al borde de un ataque de nervios, o recuperándose de una crisis existencial. Mientras todos sus compañeros hablan de lo mucho que “aprendieron” en la isla, de los “valores”, de tener hijos, del antes y después (como si fueran sobrevivientes de alguna tragedia aérea y no dieciséis personas que, por propia voluntad, participaron de un programa de TV para ganar cien mil dólares), ella se come las uñas, sigue llorando, se sienta encorvada en las gradas donde Canal 13 sentó a los Robinsones para el programa de entrega de premios, y no aplaude cuando se abre el maletín con la pequeña fortuna que quedó en manos de Sebastián. Le parece una falta de pudor. Tampoco le gusta que se le pregunte sobre el sexo en la isla; le parece que eso desmerece la experiencia. Ni que se mencione la ambición. No parece, en definitiva, la primera Robinson que amenaza conseguir algo más que 15 minutos de fama. Picky hizo el casting de Pol-Ka, y entró: pronto se la verá actuando en Ilusiones. Pero no le gusta que “la gente se confunda” y piense “que fui a Robinson para trabajar en la tele”. No le gusta que le digan heroína, ni ganadora moral, ni la verdadera Robinson. No le gusta explicar por qué dejó ganar a Adrián en la prueba de las estacas, que Federica Pais describió con voz trémula en Siempre Listos como “la pelea de dos perros por un hueso”. No le gusta nada.
Rodrigo, el que tiene tatuada la bandera argentina, parece estar mucho más a gusto con lo que él mismo define como “su público”: el sector de niños de 10 a 11 años. Julián Weich lo llama “una especie de Power Ranger”, aunque el resto del mundo lo vea más parecido al Mario Baracus que hizo famoso al hoy olvidado Míster T. Rodrigo quiere, siempre quiso, estar en la televisión “y hacer reír a la gente”. Sólo está preocupado porque en la edición de Expedición Robinson “quedé como Darth Vader, cuando en realidad siempre fui el que hacía reír a los demás”. Diego, esa suerte de Pablo Echarri concheto (el responsable de la frase “que triunfe el bien sobre el mal”) también tendrá, o intentará tener, una carrera en la televisión. Lo mismo que Consuelo, esa exponente de la alta burguesía rubia argentina que jura ser buena a pesar de lo que mostraron las cámaras y de la que nunca se vio una lágrima porque “me iba a llorar sola”. Probablemente todos consigan su espacio en la TV. Probablemente, Expedición Robinson no sea sólo la punta del iceberg de una nueva forma de hacer TV (una televisión drámatica con gente real en situaciones reales aunque artificiales), sino el comienzo de una nueva forma de celebridad. Si los actores profesionales enloquecían de furia por la falta de programas de ficción en la TV, o por el auge de modelos/actrices/deportistas sin entrenamiento dramático que logran un lugar frente a las cámaras, habrá que ver cómo reaccionan ante estos nuevos personajes que, si todas las productoras locales siguen el ejemplo de la tendencia mundial y empiezan a poner en el aire programas similares a Robinson, serán el nuevo star-system: el modelo Warhol en estado puro.

EL MUNDO REAL Cuando “perdían”, los protagonistas de Robinson eran trasladados a otra isla, donde estaban el equipo de producción y Julián Weich. Allí los esperaba un equipo de psicólogos. “Para contenerlos”, explica Weich, que en la isla se cambiaba detrás de una valija “porque de verdad no hay nada, nada”. Parece exagerado. Pero, teniendo en cuenta que cuando se hizo la edición sueca de Survivor (el programa en que se basó Robinson) el primero en tener que abandonar la isla se suicidó, más vale estar prevenido. Por supuesto, Weich no cree que haya nada en el juego que pueda llevar a tal extremo, y hay que admitir que tiene razón. De todos modos: “Son necesarios los psicólogos, para que los participantes se sientan bien”. Esta terapia de grupo se mantuvo cuando todos volvieron a la Argentina, aunque “van los que quieren”. El cambio que experimentó el propio Weich en la conducción del programa (cuando pasó de jovial niñoexplorador que entusiasmaba a los deportistas a sombrío declamador de “hoy son cinco, pronto serán cuatro”) tuvo que ver “sobre todo con el clima de los Consejos en la isla, que era cada vez más tenso. Ellos no la estaban pasando bien, y yo no podía ser todo sonrisas. Muchas cosas nos fueron desconcertando y haciendo cambiar las actitudes. Pero nada como el juego entre Picky y Adrián. Fue algo que no nos esperábamos, y no sabíamos qué decir ni qué hacer. Nadie imaginó que algo así podía suceder”.
Weich no conoce demasiado a los Robinson. Salvo, claro, por lo que vio en pantalla, antes y durante la emisión del programa. En la isla, la idea era “hablarles sólo lo justo y necesario, para no involucrarme, porque podía volverse complicado. Pero hablábamos de ellos todo el tiempo con el equipo, cuando volvíamos a nuestra isla. Prácticamente no se hablaba de otra cosa. Era necesario, para armar bien el programa, ver por dónde se iban disparando las historias, era especialmente importante para los guionistas obsesionarse con ellos para que todo saliera bien”. Sí: Weich habla como si los Robinson fueran actores improvisando. Como si el papel de los guionistas hubiera sido encontrarle una línea argumental a una actuación colectiva caótica. Quizá Robinson sea eso. En todo caso, resulta difícil creerle a un Sebastián que, en el programa en que le entregaron el premio en los estudios del 13, le dijo a la periodista Laura Ubfal: “No éramos conscientes de las cámaras. Como además no nos hablaban, eran como parte del decorado: te soltabas totalmente”. Había sesenta técnicos en la isla, que registraron miles de horas. Weich sostiene que no se hará nada con ese material (“No tengo idea de que se intente editar un video con los detrás de escena, ni un programa especial”), cosa que suena a desperdicio de rating, por lo menos mientras dure la resaca Robinson. Vale aclarar que Survivor fue lanzado en formato DVD, además de la difusión comercial de varios “detrás de escena” y hasta un libro con, claro, “todo lo que jamás se mostró ni se dijo”.

ROBINSON 2 Empezará a rodarse en febrero o marzo. En la misma isla. A esta altura, ya se presentaron 60.000 aspirantes (diez veces más que la primera vez). En las oficinas de la productora PromoFilm se ven grandes bolsas llenas de papeles, etiquetadas Expedición Robinson. Son las solicitudes. A Julián Weich lo intriga “cómo se desenvolverán los nuevos participantes, ahora que van a ir predispuestos a hacer algo que ya conocen. Estamos tratando de cambiar todos los juegos, para que ellos no se enteren”. Los juegos, claro, no le importan a nadie. Paralelamente, Telefé prepara su propio “reality game show” (nombre técnico que recibe el rubro), importando el Gran Hermano que enloqueció a España y que no funcionó en Estados Unidos. Pol-Ka, Cuatro Cabezas e Ideas del Sur de Tinelli preparan los suyos también, según se rumorea. Tienen para elegir entre varios formatos, o quizá crearán los suyos propios.
En Telefé, Gran Hermano todavía no tiene una oficina de producción, y todo lo que se sabe es que “se hará en algún momento del año que viene”. Gran Hermano es bastante más perverso, como idea, que Expedición Robinson: durante tres meses, diez personas viven encerradas sin TV, computadoras, radio ni revistas. No pueden salir y deben convivir. No hay ninguna posibilidad de irse a la otra punta de la isla a estar solos un rato. No hay ninguna forma de escapar de las 29 cámaras ubicadas en todos los rincones de ese hábitat. Muchos de los protagonistas del Gran Hermano español también se convirtieron en celebridades a las que sólo se conoce por el nombre de pila. Hoy son comentaristas de TV, o actores, o meros perseguidos por los papparazzi. Lo interesante es que, como estaban aislados, los participantes no sabían que se habían hecho famosos mientras duró el programa, ni que afuera, cada vez que eran echados (en este formato, la votación estaba a cargo de los televidentes) los esperaban fans histéricos. Gran Hermano ha perdido la inocencia por partida doble:por lo que se sabe de allá, y por lo que se sabe de Robinson. Aquellos que vayan a ser encerrados ya sabrán que, después del programa, les tocará formar parte de la cultura pop. De la misma manera que los futuros protagonistas de Robinson sabrán que pueden terminar peleando con Guevara en Campeones si todo sale bien.

EL HORROR, EL HORROR La Penitenciaría de Virginia Oeste está abandonada. La pintura se despega de las paredes y las telarañas cuelgan del techo. Hasta hay murciélagos. Cuando la cárcel funcionaba, hubo cientos de motines, guardias brutales, ejecuciones en la silla eléctrica. El lugar, se dice, está embrujado. Una chica entra a la sala de ejecuciones, que todavía huele a carne quemada (o eso afirma la voz en off). Debe quedarse allí dentro, sola, en la oscuridad, durante quince minutos. Lleva una cámara de mano. No aguanta ni la mitad del tiempo y sale, llorando. Así comenzó el primer episodio de Fear (“Miedo”) el nuevo reality-show de MTV, que está inspirado en El proyecto Blair Witch. Aquí no hay cámaras que acompañen todo el tiempo a los participantes. No hay equipo de producción que los contenga, porque la idea es asustarlos mucho, todo lo que se pueda. Así que se los envía a casas embrujadas, hospitales abandonados o morgues, siempre solos, con la única compañía de su cámara de mano: ellos mismos registran lo que les pasa, en realista y tembloroso blanco y negro. También enfrentan pruebas de resistencia y, como Heather en Blair Witch, muchos lloran en espasmos de horror. En otro lugar de la Penitenciaría de Virginia, una chica reza diez minutos seguidos cuando la luz de su cámara se apaga: está sola, en la oscuridad, y eso es lo que ven los televidentes: una pantalla negra. Pero la escuchan gimiendo y pidiendo por favor. En cada programa hay cinco participantes: hasta el momento, nunca se pudo lograr que todo el elenco cumpla con sus pruebas. Y no se sabe nada del pasado o la vida de los participantes. No interesa: lo importante es verlos aterrorizados. Fear se estrenó en octubre en Estados Unidos. Los protagonistas, por ahora, no han tenido fama posterior. El programa sólo busca registrar el instante mismo del pánico. A nadie le importa si son buenas o malas personas, cómo se llevan entre ellos, qué planean con el premio hacer si ganan: lo que importa es cómo aúllan.
Este símil Blair Witch es un evidente resultado de la furia creativa de los productores que tratan de buscar opciones a los reality-shows. Nadie llegó tan lejos como Mark Burnett, el productor ejecutivo de Survivor, sin embargo. El tipo quiere hacer un programa en el espacio. Tiene el dinero, y hasta hace un mes tenía la locación: la estación espacial MIR rusa. En realidad, el programa iba a empezar en Star City, un centro de entrenamiento para astronautas en Moscú: una docena de participantes, todos estadounidenses, iban a ser llevados allí, donde se enfrentarían al otro cultural, en busca de algún conflicto a la Rocky IV o una mera reedición de la Guerra fría con estoicos astronautas rusos. Para el ganador: un viajecito alrededor de la Tierra en la estación MIR. Todo esto costaba la asombrosa suma de cuarenta millones de dólares. Pero a Burnett se le cayó literalmente el proyecto cuando Rusia decidió que el próximo destino de MIR sea el océano Pacífico: la estación quedará fuera de actividad en febrero. Pero Burnett es un hombre emprendedor. “Voy a hacerlo, conseguiré otro lugar, porque quiero hacer un programa en el espacio. Es un proyecto ambicioso pero a eso me dedico: a la aventura en gran escala”. La NASA, por el momento, le dijo que no. Pero no se sabe por cuánto tiempo.

EL BIEN CONTRA EL MAL siempre apurado, entre simpático y distante, Julián Weich tiene una forma bastante expeditiva de conducir entrevistas. Y no tiene muchas ganas de considerar Robinson como una gran metáfora acerca de todo: si la Argentina, si el darwinismo, si la crueldad, si los más aptos,si los “valores” (la muletilla más trillada, repetida y por supuesto aburrida de Expedición Robinson). “Es un entretenimiento”, dice. “Que refleje parte de la sociedad... lo mismo pasa con un noticiero. Yo no soy analista de TV, ni filósofo; soy un conductor. No puedo decir nada al respecto, salvo que no es un programa pretencioso, ni intentó mostrar más de lo que estás viendo”. Muchos le dicen que está todo arreglado: que todos los participantes recibieron algo “bajo la mesa”, por ejemplo. Él lo niega. Explica que la producción se hizo cargo de los meses de licencia que pidieron los participantes en sus respectivos trabajos (pagándoles un viático de mil dólares a cada uno) y nada más: Sebastián se llevó los cien mil dólares; Adrián recibió un auto cero kilómetro por haber resultado finalista (recompensa que muchos consideraron un premio consuelo otorgado a último minuto, pero Weich asegura que “no, eso estaba planeado desde el principio”). Y nada más. “Mirá, si hubiera querido armarlo, habría hecho algo mucho más escabroso, más terrible. Hago que se maten todos en el primer episodio y hago 80 puntos de rating. De hecho, en los primeros episodios nadie decía que estaba todo arreglado”. Ese algo mucho más escabroso alude a la versión original de Survivor, cuyo último capítulo fue visto por 50 millones de espectadores. En primer lugar, los sobrevivientes norteamericanos convierten a los argentinos en carmelitas descalzas. De hecho, todos los que se rasgaron las vestiduras ante los manejos, alianzas y agachadas de Robinson morirían de indignación ante cinco minutos de Survivor. Porque Survivor fue más o menos así: en una isla del archipiélago malayo y con un millón de dólares de premio, para empezar. No vale la pena dar precisiones sobre las pruebas, porque la única que importaba era un ajedrez con piezas humanas. En cuanto a las edades de los participantes, había tres personas de más de sesenta años: Sonja (recuperada de cáncer y ejecutante de ukelele, de 62), Rudy (homofóbico, ex marino, de 72) y BB (corredor de seguros, de 64). Salvo Rudy, que logró hacer una alianza con el maligno Richard (el ganador), los mayores fueron eliminados en los dos primeros episodios. ¿Los motivos? Sin complejos: demasiado viejos. La siguiente en irse fue Ramona, una negra treintañera, que tuvo la mala suerte de mascar un yuyo malo y vomitar y vomitar. Es decir: los viejos y los enfermos se fueron primero. Les siguieron los gordos y los tontos. Los “valores”, la camaradería, el clima de viaje de fin de curso estuvieron completamente ausentes en Survivor. “Estoy tan cansado de tener que seguir y seguir, tratando de ganarme a esta gente que no me interesa”, dijo a las cámaras Richard (apodado Ricardo III), gay, nudista, maestro de la estrategia que puso a todos contra todos y que ganó por ser el más malo, el opuesto absoluto del esforzado, emotivo e impoluto Sebastián. Antes del último capítulo de Survivor, cuando “quedaban cinco” (para usar los solemnes términos de Weich), la revista online salon.com escribió: “Ahora que la dulce Colleen se fue de la isla, queremos echar a todos. De verdad. Ninguna de estas personas debe ganar el millón de dólares. El neurólogo Sean es un idiota. La camionera Sue es una mentirosa obscena y maquiavélica. La guía turística Kelly es una cobarde y una mezquina. Rudy es un homofóbico fascista que probablemente donará el premio a la Asociación Nacional del Rifle. Y Richard... bueno, es imposible que gane. Que llegue a la final sería perturbador. Pero no hay forma de que un jurado de sus pares, que estuvieron expuestos a sus traiciones, su arrogancia y su culo gordo, lo deje irse con el premio. Que le den el dinero a alguna asociación de caridad. Que le compren sillas a la gente de Borneo. Lo que sea. Ninguno merece ganar”.

EL DIA DEL JUICIO Otro ejemplo: en el Concejo final de Robinson, Marisa eligió a Sebastián porque “mantuvo sus valores y sinceridad durante los cincuenta días en la isla”. En el Concejo final de Survivor, el decisivo voto entre Kelly y Richard de la camionera Sue fue precedido por el siguiente discurso, pequeño pero efectivo: “Si encontrara a alguno deustedes dos tirados al costado del camino y muriendo de sed, no le daría agua. Dejaría que se los coman los buitres. Pero tengo que elegir y voto a Richard. Porque Richard es una serpiente, y por lo menos las serpientes se hacen cargo de su naturaleza malvada. Kelly es una rata, y se escapa de todo, como hacen los roedores”. Lo de los roedores fue un elemento de grand guignol notable: en el tercer episodio, como no había forma de que uno de los equipos lograra proveerse de comida, cazaron con entusiasmo ratas y después las asaron. El hecho no fue tan impresionante si se tiene en cuenta que el juego de inmunidad del segundo episodio consistía en comer enormes gusanos blancos (ganó una heroica chica).
Sin duda, Survivor fue mucho, mucho más divertido que Robinson. Y el día después fue mucho más siniestro. Richard, el odiado ganador, acabó presentando premios en los MTV Video Music Awards, pero antes tuvo que enfrentarse a una demanda. Por abuso de menores. El abusado fue su propio hijo adoptivo. No fue un crimen sexual, pero fue de una crueldad pasmosa: hizo correr al chico seis millas a las cuatro y media de la mañana, porque el nene es gordo y esa noche lo había encontrado dándose un festín con la heladera abierta. Le sacaron la tenencia. En cuanto a Kelly “la rata”, volvió a casa para enfrentarse a otra demanda: por robar una tarjeta de crédito. También la demandó su ex novio: dice ser un hombre golpeado. Todo este prontuario policial fue hecho público mientras el programa estuvo al aire. Julián Weich vio Survivor, claro. Pero cuando se le pregunta cuál es la diferencia con la versión argentina, sólo menciona cuestiones técnicas, el presupuesto mayor, el despliegue de cámaras y, claro, el monto del premio. O por lo menos eso es lo que dice.

EL VERDADERO MUNDO REAL Cuatro capítulos antes de que finalizara la temporada en San Francisco de The Real World, el reality-show pionero de MTV (siete desconocidos de entre 18 y 25 años conviviendo durante seis meses en una misma casa, pero pudiendo salir a trabajar, en un empleo que les consigue la misma MTV), los televidentes supieron que Pedro, un chico cubano de Miami, había muerto. Pedro entró al programa con un diagnóstico de HIV positivo, y murió poco después de terminar de grabar. En los últimos capítulos se lo veía muy enfermo. La gente tuvo oportunidad, prácticamente, de ver su agonía. Él lo hacía con gusto, decía: como una forma de campaña, de concientización. Los críticos pensaron que era lo mejor que podía pasarle al rating de la serie e imaginaban a los productores, en su inmensa crueldad, llorando de pura dicha. Pasaron otras cosas igualmente “buenas” en las sucesivas temporadas de The Real World. En la temporada en Hawaii, de lejos la más vista (se editaron videos con imágenes inéditas, un CD y un libro), ya era interesante de por sí la presencia de Ruthie, una lesbiana nudista y alcohólica. Promediando la serie, la alegre Ruthie decidió manejar un auto después de salir de un boliche, tras beber litros de tequila. Casi choca. Los productores la obligaron a internarse en un centro de rehabilitación y después volver a la serie, cosa que Ruthie se negaba a hacer pero debió aceptar so pena de ser expulsada del programa. Después declaró: “Necesitaban al personaje lésbico alcohólico. Pero no me importa: siempre quise entrar en el mundo del espectáculo y ahora soy famosa”. Justin, un chico gay de esa misma temporada en Hawaii, que se fue antes porque odiaba a todo el mundo, dijo que no se podía convivir con gente que “está actuando todo el tiempo y no tiene un segundo de sinceridad”. En la temporada ambientada en Londres, un estudiante de psicología experimental en Oxford llamado Neil fue uno de los elegidos para vivir en la casa de MTV. Entraba, claro, para ver cómo funcionaba por dentro ese grupo artificial. Neil tenía, además, una banda punk. Cuando tocó con ella para las cámaras de The Real World, no pudo con su genio y decidió darle un beso en la boca a una suerte de skinhead bestial que estaba en la primera fila. El pelado, enfurecido, le clavó losdientes en la lengua al futuro psicólogo. Después de la sangre, las puntadas, el griterío y unos cuantos puntos de rating, los espectadores fueron testigos de la mudez de Neil hasta casi el final de la temporada. De esa misma camada, una incipiente modelito australiana llamada Jacinda llegó a ser actriz: hoy protagoniza DC, una serie que puede verse en el Sony Channel. Durante la última temporada de The Real World en Nueva Orleans, el habitante gay de turno (siempre hay uno, a pesar de que los productores dicen que jamás eligen por orientación sexual) tenía un novio militar. La política del ejército norteamericano para con los homosexuales es, básicamente, que nadie se entere y que no se note. Por eso, los productores decidieron borronear la cara del novio cuando los episodios salían al aire: un borrón y un lindo chico rubio se bañaban juntos, desnudos, en un jacuzzi (cuando fueron tapa de la revista gay norteamericana The Advocate, el novio salió de espaldas).
A diferencia de nuestro Expedición Robinson, en todos los reality-shows el tabú del sexo no es tal. En Survivor hubo sexo, si bien eso no tenía la menor importancia ante el espectáculo de puñaladas por la espalda y malevolencia sin fin. En The Real World hay mucho sexo. En el Gran Hermano español, cuando los enamorados eran separados había que arrastrarlos por los pasillos, a los gritos, un poco por desgarro romántico, otro poco porque nadie se quería ir de la casa, por extraño que parezca. Con suerte, el segundo Robinson tendrá un poco más de telenovela, para deleite de todos.

FINAL FELIZ Los antiguos semienemigos están reconciliados, y el espíritu de grupo se mantiene. Hasta Rodrigo se saludó con Sebastián la dichosa noche de la entrega del premio, aunque en el último Concejo en la isla no quería ni mirarlo a los ojos. Weich cuenta que, cuando todos se reunían a ver cada episodio del programa, invitados por la producción, “el clima era bárbaro, nos divertíamos”. No cree que lo que se haya dado ahora sea una alianza post-traumática: “Es otro contexto, ahora no están compitiendo, no me parece que se lleven mejor o peor que antes”. Lo cierto es que a los Robinson se los ve como recién recibidos de la escuela secundaria: ansiosos por mantener un vínculo que tuvo mucho de ficción, esa amistad televisada. Deseosos por detener el lógico resquebrajamiento de una unidad forzada. Convencidos de ser, hoy que están de vuelta, aquellos que las cámaras les mostraron que eran en la isla. Es notable que la mayoría esté conforme con la edición (a pesar de que todos dicen que no refleja del todo fielmente cómo fue la convivencia), tan notable como la mimetización con sus personalidades televisadas, a las que ven como “sinceras”. Armando (asesor de empresas) y Diego (ex gerente de relaciones públicas de Ferrari, cargo al que renunció), anteriores enemigos (Armando fue uno de los que votó contra Diego, y cuando éste dijo aquello de que triunfara el bien sobre el mal se refería evidentemente a la alianza entre Armando y Consuelo), dijeron que tienen un “proyecto”, que en realidad es “una idea del grupo”, y que probablemente sea un bar temático que “vamos a usar para reunirnos, para recuperar el clima de la isla”. Adrián volvió aleccionado de una manera que merece un estudio sociológico: llegó a la isla con una virulenta conciencia de clase, hablando permanentemente de su trabajo en el puerto “de lunes a lunes a quince metros en una cabina de uno por uno”, y hoy cree que los abogados son buena gente, que “no todo el que tiene guita es un mal tipo”, y quiere dejar su trabajo (según él, porque no sabría cómo enfrentar a la patronal con su nueva personalidad) y empezar alguna empresa con Diego, luego de llegar a la conclusión de que los ricos también lloran. Sebastián, el Robinson, dice que no sabe lo que quiere, salvo no volver a su viejo puesto en Tribunales. Armando pensaba que tener un hijo era “egoísta, punto” y ahora se da cuenta de que “todo se trata de trascender”. Marisa y Consuelo se casan. Todos dicen que están felices.Julián Weich sonríe cuando se le pregunta si le gustaría ser un Robinson. “Sí”, dice. “No sé si duraría mucho, sin embargo”. ¿Qué es lo que le costaría más de la convivencia? No. “Estoy seguro de que no me bancaría el hambre. Todo lo demás... ningún problema”.

arriba