Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira
 




Vale decir


Volver

Música
Liliana Herrero habla de su disco con Juan Falú
sobre las zambas de Leguizamón-Castilla

El espléndido retorno de
la zamba metafísica

Un dúo histórico del folklore argentino (el del Cuchi Leguizamón con Manuel Castilla) es homenajeado en extraordinarias versiones por otro dúo musical y generacional (el de Liliana Herrero con Juan Falú) en uno de los mejores discos del año. En diálogo con Radar, Herrero habla de la “obediencia debida” de cierto folklore, de la “construcción” del público que hace todo buen artista y de la potencia metafísica de ese virtuoso de la música y la picardía que fue el Cuchi Leguizamón.

POR JOAQUIN MIRKIN

“El día del estreno siempre es un desastre. Mucha gente se tuvo que quedar afuera. Por suerte les pusieron una pantalla gigante”, dice Liliana Herrero, sin dejar de esconder su alegría por la gran cantidad de público que fue la semana pasada al Centro Cultural San Martín a la presentación del disco Leguizamón-Castilla, en donde la voz de Herrero es acompañada por la guitarra de Juan Falú en una apropiación profundamente creativa de otro dúo extraordinario: el que conformaron el pianista Gustavo “Cuchi” Leguizamón y el poeta Manuel Castilla, que entre mediados de los 50 y principios de los 70 alcanzaron un vuelo absolutamente superador de todo lo que se venía haciendo en el sonido de raíz folklórica. “El Cuchi y Castilla siempre han integrado mi repertorio”, dice Herrero en su casa, a pocos metros del Parque Lezama. “Y, en realidad, la idea de hacer un disco sobre el Cuchi viene de hace mucho tiempo: pero cuando convoqué a Juan (Falú), él me propuso con mucho tino delimitar la cosa y hacer eje en la dupla Leguizamón-Castilla. Yo tenía mis dudas al principio, pero después vi que era un interesante modo de referirse a los encuentros entre artistas que se han dado en nuestro país, como el histórico dúo Falú.Dávalos, por ejemplo. Estos dos hombres compartieron durante cuarenta años las trasnochadas y los chistes con una fuerte reflexión sobre las cosas. Fueron dos hombres que con potencia, intensidad e ironía ejemplares han puesto todas sus preocupaciones sobre el país y el mundo cultural en sus melodías y sus palabras.”
De repente, aparece su gato Ferrer y Herrero se interrumpe para pedirle a Horacio González (el sociólogo, su esposo) que se lleve al animal a otra parte. Y, por un instante, parece haber perdido el hilo. “La música del Cuchi es de una complejidad, una finura y una delicadeza enormes. Siempre consideré que ahí había una región desde la cual se estaba hablando, en diálogo intenso, abierto y delicado, con la cultura universal. Su ironía, esos chistes permanentes con que se reía hasta de sus propias cosas... Fue un surrealista criollo, un filósofo de los sonidos y del humor”, dice mientras enciende su primer cigarrillo.

DOS EXQUISITOS EN EL BORDE La riqueza rítmica y armónica de Juan Falú es el complemento perfecto para la voz de Herrero en estas versiones de Leguizamón y Castilla: “Su guitarra es exquisita”, dice la cantante, “está llena de sugerencias, de silencios, de sorpresas. Nunca se sabe qué es lo que va a hacer, y ese riesgo me estimula: es como estar haciendo música en los límites, en las orillas de un precipicio, en el borde”. Es en ese sentido que, para ella, “este trabajo es un homenaje, porque Leguizamón y Castilla compusieron una dupla muy cerca de los bordes de algo terrible, como el paso del tiempo, la muerte, el amor y la amistad. Y con una ausencia de divismo absoluta, al punto que se reconocían en estos versos populares que dicen: Hasta que el pueblo las canta / las coplas, coplas no son. / Y cuando las canta el pueblo / ya nadie sabe el autor”. Hubo otro elemento por el que Herrero pensó que Falú era la persona indicada para hacer ese disco: “Es que, además, Juan y yo tenemos la misma edad y eso es otra cosa que quisimos hacer del disco: que también fuera un homenaje de una generación que vivió ese mundo cultural que sigue existiendo hoy, aunque más oscuro y oculto por el mercado”.
Herrero enciende otro cigarrillo. Piensa. Mira de vez en cuando su biblioteca, o la ventana, o simplemente deja que su mirada se pierda en lo impalpable, quizá pensando en una frase de Leguizamón: Sólo cuando estética y sentimiento se juntan hay tradición, y el canto se eleva y se va hacia lo impalpable. “El Cuchi tenía una palabra para expresar el desagrado que le producía la música banalizada y estandarizada: Son unos mercachifles, decía. Y bueno, yo sigo pensando que lo que él dijo se puede sostener: hay músicas ligadas al mercado, que tienen tras de sí un mundo muy liviano, con una escasísima reflexión sobre las cosas, sobre el dramade la Argentina.” Para ella, por el contrario, “los temas de Leguizamón y Castilla son a pura prepotencia de poesía, para parafrasear a Arlt”.

LOS LUGARES Y LAS VOCES Además de la profundidad en sus reflexiones en torno a la música, ya es legendaria la capacidad de análisis de Herrero en torno a las formas culturales. “Este disco puede verse también como un homenaje a la canción. Tenemos que pensar que la voz es una inflexión cultural, allí donde hay un territorio”, dice aludiendo a una espléndida frase de Leguizamón (“En definitiva, los lugares son personas, sólo que viven más”). El riesgo de que esa inflexión cultural o esa geografía se extingan es muy grande para Herrero: “Hoy se corre el riesgo de homologar los cantos. Hay circunstancias, hay delimitaciones que está bien que sean tales, para así poder conversar con otros mundos culturales. En ese sentido, uno toma préstamos y traduce”, dice, señalando su biblioteca (alta hasta el techo, de pared a pared, hecha a medida por un amigo carpintero): “Todo lo que yo, con ayuda de algunas lecturas, he podido pensar, con la constante audición de otras músicas, además de lo que he podido reflexionar sobre lo propio, aunque lo propio siempre es impensable”. Para ella, la gran pregunta que ha sostenido su trabajo, el interrogante que la desvela es: ¿qué es lo que somos?. “Sé que es algo inacabado, incesante, que no dejará de atravesarnos nunca. Ese estar siempre allí permite actuar sobre lo que se va despejando cada vez que nos lo preguntamos. Creo que existen grandes músicas en el mundo y en la historia que no se han sostenido sobre esta pregunta. Yo no lo conocí personalmente a Castilla, y no sé si él explicitaba estas discusiones como búsqueda artística. Sin embargo, en sus textos eso se ve. O al menos yo lo veo.” A quien sí conoció fue al Cuchi Leguizamón, con el que tuvo algunas conversaciones que no olvida: “Era un gran lector, un hombre absolutamente curioso, culto y fino, que siempre estaba en una constante búsqueda de otras manifestaciones artísticas, como la poesía, la filosofía, la música clásica. Y tenía un tono cultural sumamente propio: decía el Beethoven, el Satie...”. Es que, así como Yupanqui era un merodeador de la música de Bach, el Cuchi aprendió los silencios con Beethoven, Satie y Schoenberg. Como dicen los integrantes del Dúo Salteño, que tan bien lo conocieron: “Vos agarrás una zamba bien hecha y le ponés la armonía de la mano izquierda del Cuchi y ahí se arma el lío. Con la sabiduría del conocimiento universal que él había conjugado en esa mano izquierda”. A propósito de esos malentendidos que generaba su música en cierto ambiente del folklore, Leguizamón dijo alguna vez: “Los cementerios ya deben estar atracados de opas, que no han hecho más que durar hasta que se han muerto”. Según Gabriel Plaza, “tanto Leguizamón como Castilla reconocían en la tradición oral una de las influencias más fuertes de su obra: aquello que sabían observar en las viejas de pueblo, depositarias de las grandes recetas para comer, las grandes filosofías y el gran humor para sazonar los inconvenientes de esa confluencia entre futuro y pasado”.

PARTE DE LA RELIGION Otra de las características del Cuchi que seduce a Herrero es que, además de tan eximio músico, fuera también un hombre político: no sólo diputado provincial sino, durante largo tiempo, abogado de pobres y ausentes y maestro de escuela en su provincia natal (de hecho, en Salta algunos lo conocían más como maestro que como músico), siendo como era “un hombre que ponía, además, en tela de juicio la existencia de Dios y la religión”, según Herrero. Y pasa a citar una anécdota sobre el panteísmo musical del Cuchi que relata Roberto Espinosa, periodista de La Gaceta de Tucumán: “Una vez le preguntaron si creía que los ritmos los había inventado el hombre. ¡Mentira!, respondió él. Tenemos un dogmatismo espantoso con los problemas del arte. ¿Alguien conoce los sapos nuestros? Me gustaría hacerles escuchar las grabaciones que he hecho con los cantosde los pájaros. He llegado a hacer talleres de pájaros, a obligarlos a cambiar su melodía”. En ese sentido, como dice Juan Falú, Leguizamón y Castilla son lo ancestral y lo nuevo: “Lo curioso es que, a medida que envejezcan, esas músicas y estas letras serán más y más nuevas”. Los cruces que realiza Herrero a través de la toma de fragmentos (a lo Borges, a lo Benjamin o a lo Barthes) son su manera de evitar el dogmatismo (en el sentido musical y también extramusical) del que hablaba el Cuchi: “Si uno piensa en el tan bello título de Charly García, Parte de la religión, la verdad es que ahí hay una conversación con lo más ancestral y lo más estereotipado del mundo religioso. Parte de la religión es un gran título, que bien podría haber sido un título de Leguizamón”.
Esta mujer de la Mesopotamia, que hace radio (“La agenda del diablo”, los sábados a las 14 en FM La Isla) y da clases en la Universidad Nacional de Rosario (su cátedra se llama Problemática del Saber), además de llevar seis discos editados (Liliana Herrero, Esa fulanita, La isla del tesoro, El diablo me anda buscando, Recuerdos de provincia y ahora LeguizamónCastilla), siente algo de sorpresa y algo de gratificación ante el hecho de que cada vez vaya más gente joven a sus recitales: “Pero no porque crea que en el concepto de juventud haya algo necesariamente bueno, porque entonces tendría que pensar que hay momentos expansivos y maravillosos en la vida de los hombres, y después todo declina. Y no es cierto: si lo fuera, la vejez o la madurez tendrían que estar necesariamente acompañadas del concepto de declinación o de abandono de las ideas”. Tal vez su pensamiento sin ataduras (“sin aprisionamientos”, como le gusta decir a ella) sea una de las razones de ese creciente reconocimiento del público. “Puede que sea el resultado de pensar la música y el arte con diálogos realmente abiertos, con cierto desprejuicio, con libertad. Yo siempre he intentado buscar en las formas antiguas de la cultura, en el folklore, que es lo que conozco, para poder pensar algo de lo que nos pasa hoy.” Herrero cree que sí hay géneros y que hay fronteras, lo que siempre pensó es que esos géneros y esas fronteras son intercambiables, “como si fueran préstamos o transacciones que uno realiza”. El caso del rock es un buen ejemplo: “Por eso la presencia de Fito Páez, Fabiana Cantilo, Claudia Puyó, en mis discos. Sus fraseos vienen de territorios culturales diferentes, que a mí me subyugan. Me parece que es un acercamiento por otro lado, otra conversación que se puede establecer, como con el legado de Leguizamón y Castilla”. Y, a propósito del rock, recuerda que uno de los pocos recitales a los que fue invitado el Cuchi fue el Festival de Rock de la Falda.

LA CONSTRUCCION DEL PUBLICO “A mí no me gustan los públicos que van en busca de más de lo mismo. Prefiero ese público que va dispuesto a escuchar algo inaudito, cosa que me estimula para seguir haciendo otras cosas, incluso dentro del mismo concierto. Cuando veo que hay una especie de sorpresa por la versión de un tema, apuesto más en el próximo, aunque tenga que inventar ahí mismo, en el escenario”. Para ella, no sólo se construye la música en los ensayos sino que también hay una construcción en el momento de la actuación en vivo, incluso en la construcción del público. “Sin dudas, el folklore tuvo una presencia cultural en el país muy importante en los años 60 y 70. Allí fue cuando invadió la ciudad, cosa que trajo grandes beneficios, ya que muchos pudimos escuchar buena música y buena poesía.” Los 80 exhibieron un retiro del folklore que se invirtió hacia fines de los 90, como es de público conocimiento, con un retorno más aliado que nunca al mercado: “Regresó desterritorializado, sin ese impulso y vigor que da el diálogo con otras culturas, porque hizo, aun sin saberlo, un fuerte pacto con la industria. Hubo una sumisión y un acatamiento muy fuerte, una especie de obediencia debida a estas formas actuales de la difusión y reproducción de la música”. Herrero también seopone a esa idea del tiempo y del reposo que impone la ciudad. “A mí me encanta esa idea del Cuchi y Castilla del estar nomás, como actividad en el reposo. Que no es abandono ni estar donde nada importa sino como ellos dicen: Yo soy el que no hace nada, el que se queda mirando cómo las nubes pasan.” Como mujer de Rosario, sin embargo, no oculta su ligazón con el río: “Allá, el tiempo está más ligado a la idea del agua y, por lo tanto, al derivar, al fluir de las cosas”. Un fluir que no siempre ha sido tal, al menos en la relación de Herrero con el folklore más tradicionalista. “Con este último disco me van a perdonar la vida. Pero quien vea en él una especie de retirada mía de las formas libres a las formas más tradicionales, se equivoca feo. No sé qué haré ahora, pero me interesa mucho Violeta Parra, me parece que se puede volver a pensar sus textos y su música. Es que el folklore siempre trae como problema el tema del paso del tiempo: ¿cómo conversar con aquello que fue realizado en otra Argentina, en otras condiciones, en otras problemáticas y, sin embargo, todavía nos sigue diciendo algo? Se dice que lo complejo musicalmente no puede ser una propuesta masiva. ¡Y qué cosa que estos conciertos en el San Martín han demostrado lo contrario! Y también han demostrado que no es cierto que la gente no puede escuchar tres zambas seguidas.”

Liliana Herrero y Juan Falú presentarán el material de su nuevo disco todos los jueves de diciembre a las 21.30 en el Centro Cultural San Martín.

arriba