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CHILE Desde Puerto Montt a Punta Arenas

Los nombres que identifican a las distintas regiones del sur chileno no tienen ni el misterio ni el atractivo que merece la Patagonia, pero esconden entre sus fiordos, montañas y glaciares, destinos para
conocerlos en una aventura a bordo, sobre ruedas por los caminos o paso a paso por los senderos.

Por Graciela Cutuli

Algunos conquistadores ávidos de fortuna creían que en estas tierras inhóspitas se escondía la Ciudad de los Césares. Lo cierto es que la mayor riqueza de esa porción de la Patagonia chilena que va de Puerto Montt a Punta Arenas es la fuerza de su naturaleza: el clima extremo, los fuertes vientos y las dificultades de acceso mantuvieron vírgenes muchos rincones de extraordinaria hermosura, a los que todavía hoy llegar es una verdadera aventura.

A bordo del Edén
Mil kilómetros al sur de Santiago, levantada en una angosta franja costera sobre el golfo de Reloncaví, Puerto Montt está aprisionada entre las montañas y el mar. Desde aquí se puede partir hacia el sur por tierra, recorriendo el intrincado Camino Austral que lleva hasta Villa O’Higgins, cerca de la punta norte de los Hielos Continentales, pero hay otra manera de recorrer este tramo accidentado de la costa chilena, tan parecido a los fiordos noruegos: un barco, el “Puerto Edén”, que zarpa de Puerto Montt y llega después de cuatro días de navegación hasta Puerto Natales. Los turistas van a bordo de cómodos camarotes, mientras autos y camiones viajan bien amarrados en la bodega del barco, pero a medida que avanza el viaje las aguas tranquilas de las primeras horas pueden transformarse en una caja de sorpresas no apta para quienes no tengan alma de marino. Al salir, los viajeros se despiden de la costa con la silueta perfecta y nevada del volcán Osorno, mientras el “Puerto Edén” se interna en el Seno de Reloncaví y el golfo de Ancud, con la cadena montañosa de la costa a un lado y los relieves de Chiloé del otro.

Penas sobre las olas
A la mañana siguiente, el cielo grisáceo cubre el canal Moraleda, rodeado de costas donde se vuelca la abundante selva valdiviana. El día se va en el recorrido de los canales angostos que permitirán llegar por el Pacífico hasta el golfo de Penas, que muy bien puesto tiene su nombre: durante varias horas, el barco se olvida de la tranquilidad y no hay nada a bordo que no se mueva. El capitán y la tripulación alivian el momento explicando varios detalles y curiosidades del viaje, y mostrando las cartas de navegación, que distraen a los pasajeros hasta entrar en el canal Messier, una vez que el Campo de Hielo Norte quedó atrás y el barco se interna en las cercanías del Campo de Hielo Sur, el nombre que dan en Chile a los Hielos Continentales. Esto es a un paso de Puerto Edén, un pueblo que se llama igual que el barco y al que se llega navegando entre paredones donde resuena el eco, entre angostos fiordos y témpanos que flotan desprendidos de los glaciares. No parece, y no es, un lugar amable para que se instale un pueblo: pero lo hay, y es una aldea de poca gente y aire puro donde se refugiaron algunos de los últimos indios alcalufes. Hay una escuela, y algunas pasarelas de madera donde los lugareños venden el producto de la pesca y otros ofrecen artesanías: apenas un alto en medio del fin del mundo en el que a veces, por las condiciones del clima, no se es posible desembarcar. Pero, una vez a bordo nuevamente, el viaje sigue rumbo al sur para aproximarse por el canal Kirke y el golfo Almirante Montt –éstos también con sus “Escila y Caribdis” que obligan al barco a realizar caprichosas maniobras– hacia Puerto Natales.


Un barquito surca las aguas del lago frente a los 500 metros de frente
y 40 de altura del glaciar San Valentín.

Tras las huellas de Chatwin
Al borde del Seno Ultima Esperanza, Puerto Natales ofrece, cada mañana y cada tarde, una postal patagónica idílica. La silueta de una ciudad portuaria que siempre vivió de la lana, el cordero y la pesca, y que hoy es paso obligado de los trekkers que van al Parque Nacional Torres del Paine o peregrinan, siguiendo las huellas de Bruce Chatwin, hacia la cercana Cueva del Milodón. En 1890, el capitán Eberhard descubrió los restos de ese animal prehistórico en el interior de la cueva, y desde entonces el mito, amplificado por la literatura, no dejó de crecer. El milodón medía dos veces lo que un hombre, y se alimentaba dehojas y otras hierbas: los indios ocuparon el lugar donde vivía mucho después de su extinción, aunque la leyenda diga que criaban milodones como animales domésticos. Hoy se puede ver una réplica a tamaño natural en el interior de la cueva, de unos 200 metros de profundidad y rodeada de otras más pequeñas, que también pueden explorarse linterna en mano.
Puerto Natales es también el punto de partida de los excursionistas que ponen rumbo a Torres del Paine, uno de los parques nacionales más espectaculares de toda Sudamérica. Hay varios caminos para recorrer en un vehículo 4x4, pero lo mejor es internarse por los senderos que llevan, a pie, hasta la base misma de los picos más impresionantes que puedan imaginarse. Vista desde el sur, la cadena formada por el Almirante Nieto, los Cuernos del Paine y el Paine Chico se refleja en el lago Pehoé; visto desde el norte el paisaje está dominado por las Torres del Paine, uno de los objetivos más difíciles del mundo para los montañistas, reservado sólo a los más expertos. Entre glaciares como el Grey, que suelta sus témpanos sobre el agua, lagunas como la Azul y la Amarga, miradores naturales, bosques y picadas, vive una fauna extraordinaria y amigable. En Torres del Paine, como en ningún otro lado, es posible acercarse a pocos metros de los inmutables guanacos, caminar entre un grupo de zorros casi domesticados y divisar, no sólo en las altas cumbres sino en los valles donde bajan a comer, los gigantescos cóndores.


Entre las montañas, el lago Elizalde, en las cercanías de Puerto Chacabuco.

El sueño patagónico
Quien abandone esta región en avión pasará por el aeropuerto de Punta Arenas, pero la ciudad merece ser más que una escala en un viaje a la Patagonia. Punta Arenas es la capital de la Duodécima Región, la de Magallanes, y lleva impresa en el alma el ansia chilena de poblar la Patagonia y su rico pasado ganadero. La historia empezó cuando, apenas nacida la fiebre del oro en California, los barcos empezaron a surcar el Pacífico para transportar las riquezas hacia Europa y Australia. Sin embargo, la apertura del canal de Panamá le puso fin al sueño. Aunque no del todo: a fines del siglo pasado, la región empezó a transformarse y crecer de la mano de la industria ganadera, de la lana y la carne de cordero que, en tiempos más recientes, se unieron a otros recursos, como el petróleo, la pesca y el turismo.
No hace falta mucho tiempo para recorrer el centro de la ciudad, la antigua “Sandy Point” de las cartas marítimas inglesas. En torno de la Plaza de Armas se destaca la casa Braun Menéndez, una mansión que la familia propietaria donó al Estado para convertirla en museo, un testimonio prácticamente intacto de los tiempos en que los criadores de ovejas tenían en sus manos la riqueza de este tramo de Patagonia. José Menéndez era el empresario asturiano que fundó la Sociedad Explotadora de Tierra del Fuego, dueña de casi un millón de hectáreas del lado chileno y de algunas de las estancias más grandes del sur argentino, como la María Behety. Ellos y los Braun fueron en su época las familias más poderosas de Sudamérica: además de la casa Braun Menéndez, queda como testigo la mansión Sara Braun, ahora convertida en Club de la Unión, las dos con ese estilo de opulencia europea que se hace inevitablemente extraño encontrar en los confines del mundo. Pero vale la pena alejarse un poco del centro para observar también Punta Arenas desde el mirador en lo alto de la ciudad, que ofrece una amplia perspectiva sobre el puerto, de donde entran y salen barcos norteamericanos, europeos y japoneses, además de los pesqueros chilenos. El manto de techos que se extiende ante la vista le da más realidad a los más de 100.000 habitantes de Punta Arenas, pioneros de una tierra austral que parece sentirse a gusto entre la montaña y el mar.


Punta Arenas. La antigua “Sandy Point” de las cartas marítimas inglesas.

El glaciar más cercano al Ecuador
Si en el trayecto entre Puerto Montt y Puerto Natales hay posibilidades de hacer un alto, vale la pena detenerse en la Undécima Región, la de Aisén, y en torno de su capital, Coyhaique. Algunos describen esta zona como una pequeña Alaska austral, pero sin dudatiene sus propias curiosidades, y la primera es el trazado de la capital, muy lejos de la cuadrícula típica de las ciudades españolas.
A menos de 70 kilómetros, la localidad de Puerto Chacabuco es punto de partida de la navegación por los canales de la zona. El camino por la ruta, entre la costa del río y curiosas cascadas (por efecto del viento, el agua de una de ellas sube en lugar de caer), es un anticipo de los paisajes extraordinarios que ofrece el paseo en el catamarán Iceberg Expedition, rumbo a la laguna San Rafael y el glaciar San Valentín, el más cercano al Ecuador entre todos los glaciares del mundo. Frente a sus 500 metros de frente y 40 de altura, los pasajeros del Iceberg Expedition sólo pueden responder con un silencio que permite oír mejor el estruendo del hielo al desprenderse para transformarse en témpanos flotantes sobre el lago. A bordo de gomones semirrígidos, es posible acercarse aún más al glaciar, hasta tocar ese hielo tan azul que se funde en uno solo con el cielo y el agua del lago.

Datos útiles
“Puerto Edén”: zarpa todos los lunes de Puerto Montt y todos los viernes de Puerto Natales. El pasaje oscila entre $ 180 y $ 350 según el camarote. Hay paquetes que incluyen la visita a Torres del Paine. Informes: Navimag (Puerto Montt) (56) 65253318, www.australis.com.
Laguna San Rafael: hay distintos programas y excursiones, que incluyen navegación, trekking y cabalgatas en la zona. En naves turísticas con equipamiento de lujo la tarifa por doce horas de navegación ronda los $ 250; los otros paquetes oscilan entre $ 495 y $ 890. Informes: Hotelsa, (56) 23350579, www.hotelsa.net.
Vuelos: LanChile vuela diariamente a Santiago de Chile, desde donde se puede combinar a Balmaceda (cerca de Coyhaique) y Puerto Montt. Vuelo Bs.As.-Santiago: entre $ 169 y $ 380. Santiago-Puerto Montt: entre $ 87 y $ 308. Santiago-Balmaceda: entre $ 186 y $ 356. Informes: 4378-2222.