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SANTA CRUZ
Desde El Calafate al glaciar Perito Moreno

El coloso de hielo

Entre ñires y lengas, una vista espectacular del glaciar.

Con el paso del tiempo, la villa de El Calafate, sobre el lago Argentino, dejó de ser el pueblo tranquilo nacido tras el paso de arrieros que transportaban la lana de las ovejas. Atraídos por la imponente belleza del glaciar Perito Moreno, los viajeros de todo el mundo lo convirtieron en el centro turístico desde donde parten las excursiones al Parque Nacional Los Glaciares.

Textos: Lilia Ferreyra
y Florencia Podesta

El Parque Nacional Los Glaciares –declarado en 1981 Patrimonio Natural de la Humanidad por la Unesco– es uno de los enclaves naturales que congrega más cantidad de visitantes en Latinoamérica. En el siglo XVII, Enrique Da Gambia escribía que “la ciudad encantada de los Césares es la última leyenda que habita en América y la primera que hechizó la infinita soledad de sur”. Hoy la hechizadora ciudad de los Césares parecen ser las torres de hielo del glaciar Perito Moreno.
El Parque, creado en 1945, se encuentra en la región de los Andes Patagónicos de la provincia de Santa Cruz. Aquí la cordillera está cubierta por la masa del Hielo Continental Sur, un vestigio de la Era Glacial y el área más extensa de glaciares fuera de las regiones polares. Un manto de hielo de 14.000 kilómetros de superficie y cientos de metros de espesor que sumerge todo menos las montañas más altas. Sólo las cumbres emergen espectacularmente del mar blanco y helado como extraños islotes de roca, que los montañistas llaman nunataks, creando un paisaje onírico. Alimentada constantemente por las nevadas, la masa de hielo se desagota por los enormes glaciares que conocemos en la Patagonia argentina. Algunos escaladores y aventureros realizan travesías de varios días sobre el hielo con esquíes de fondo y trineos de carga. Las condiciones son equivalentes a una travesía por la Antártida; es imprescindible un buen equipo, un buen estado físico y un guía experimentado.

Los alucinantes túneles de hielo azul del glacial.

El glaciar Perito Moreno es especial, no sólo por su belleza y accesibilidad, sino también por “la ruptura”, un fenómeno natural único que se da cada cierto número de años (solían ser cuatro o cinco, aunque ahora con el calentamiento global, los Niños y las Niñas, ya no se sabe): la pared de hielo avanza y en determinado momento corta el lago Argentino en dos, al bloquear el angosto Canal de los Témpanos. Así se forma un dique natural que impide el drenaje del Brazo Rico, el brazo superior del lago; el agua puede subir hasta treinta y seis metros, presionando y horadando el hielo; finalmente el glaciar se rompe, en un cataclismo de truenos, témpanos, olas inmensas y formas azules que bien pueden sugerir la creación de un mundo.
Por la estepa patagonica Con la próxima inauguración del aeropuerto internacional de El Calafate –el punto de partida de las excursiones al Perito Moreno–, el viaje a la región de los glaciares se hará en menos tiempo del que requería hasta ahora. Aunque la villa turística disponía de un pequeño aeropuerto, la mayoría de los contingentes de turistas tenía que desembarcar de los aviones en Río Gallegos y desde allí llegar a El Calafate por vía terrestre, tal como lo hizo Turismo/12 el pasado fin de semana.

Los alucinantes túneles de hielo azul del glacial.

Desde la capital de Santa Cruz hasta El Calafate hay 315 kilómetros de ruta asfaltada (y poceada en algunos tramos) que atraviesa la estepa patagónica, una inmensidad donde el horizonte se vuelve circular sin que nada lo altere. El cielo es una bóveda de nubes; con sólo girar la cabeza se puede ver la tormenta que descarga la lluvia hacia el este, mientras al oeste el sol ilumina los campos desnudos. No hay árboles ni verdes montes; sólo pequeños arbustos llamados “mata negra”. A medida que pasan los kilómetros empiezan a aparecer los calafates, también un arbusto espinoso que florece en primavera y da su fruto morado en verano. De pronto, de ese extraño paisaje abierto surge junto al camino un guanaco que intenta cruzarlo, retrocede y se escapa. No se divisan otros por los alrededores.
–Debe ser el jefe de la manada. Suele adelantarse para explorar el rumbo –explica Roberto, el experto conductor de la camioneta que lleva a sus pasajeros a El Calafate. Al rato, un zorro colorado –más intrépido que el guanaco– pasa frente al vehículo y se pierde en la estepa. Como si se hubiera dado cita para sorprender a los viajeros, la fauna patagónica continúa su exhibición al costado del camino: parejas de caiquenes, dos ágiles ñandúes y un nuevo guanaco que salta sin dificultad el alambrado. Pero no siempre es así. O, mejor dicho, casi siempre sólo se ven algunas manadas de ovejas pastando al costado de la ruta que avanza en línea recta hacia el oeste. Recién después de más de dos horas de trayecto empiezan a perfilarse en el horizonte las montañas de los Andes. El paisaje empieza a cambiar, se enverdece suavemente, hasta que al llegar a los 1000 metros de altura de la Cuesta de Míguez, se abre el amplísimo panorama de un valle. En el centro centellea bajo el sol el increíble color celeste lechoso del lago Argentino, en cuyas aguas navegan llevados por el viento los grandes témpanos que desprenden los glaciares de los Hielos Continentales. En el fondo de esa vastedad, las cumbres nevadas de los Andes anticipan su imponencia.

El bosque andino patagónico.

El Calafate El camino comienza a descender y desemboca en El Calafate, un pueblo que fue surgiendo en el siglo pasado, cuando las carretas cargadas de lana y tiradas por bueyes que iban hacia el puerto de Río Gallegos empezaron a hacer un alto en ese lugar junto al lago Argentino. Hoy es una villa de unos 5000 habitantes con hoteles de diversas categorías, hosterías, cabañas, albergues y campings y el centro de los servicios turísticos para las excursiones al Parque Nacional Los Glaciares. Los árboles –entre los que abundan los álamos– y los pequeños jardines revelan el empeño del hombre por hacerlos crecer y brotar pese a los vertiginosos vientos patagónicos. Casas bajas con techos a dos aguas entre unas pocas calles y una avenida principal donde se concentran restaurantes, parrillas, cafés, kioscos, tiendas de cuidada artesanía y todo lo que pueda necesitar el turista. Al atardecer deambulan por allí viajeros franceses, italianos, suizos, alemanes, españoles y de otros países, principalmente europeos. Por supuesto, también hay argentinos de las lejanas provincias “del norte”, como dicen los santacruceños a cualquiera que viva más allá de su tierra patagónica. Y para los turistas argentinos, también tiene su atractivo comer platos regionales como el cordero o la trucha rodeado por mesas donde los extranjeros comentan sus aventuras en esta región tan al sur del mundo.

Pasajeros de todo el mundo en la excursión náutica por el Canal de los Témpanos.

Hacia el glaciar Desde El Calafate parten las excursiones al glaciar Perito Moreno. Combis, micros, autos y camionetas 4 x 4 transportan a los viajeros a la excepcional experiencia de conocer al coloso de hielo. El recorrido de 80 kilómetros desde la villa turística se hace por un camino de ripio que pasa por estancias de la zona, que combinan las actividades rurales con las turísticas.
Entre cerros, el camino se adentra en el Parque Nacional Los Glaciares. Ñires y lengas del bosque andino patagónico trepan por las laderas que flanquean el lago Argentino donde los témpanos, cada vez más numerosos, preanuncian el inminente encuentro con el glaciar. Y entonces, aparece. Un inmenso campo de hielo entre las montañas con la superficie quebrada, hendida, como si un gigante enloquecido lo hubiese roturado sin ton ni son. Las puntas de hielo se elevan entre fisuras y cavidades por donde brota una luminosidad azul. La pared frontal, que alcanza alturas de 50 y 70 metros sobre el nivel del lago, enfrenta la punta de la península de Magallanes donde se agolpan en silencio los espectadores tras las pasarelas de madera. De pronto se escucha un estampido: un bloque de hielo se desprende del glaciar y golpea sobre el agua. La gente grita y señala; las cabezas giran hacia el costado donde se produjo la caída. Y nuevamente vuelve el silencio. Un crujido lo rompe desde el fondo del glaciar; las cabezas giran otra vez, pero nada sucede. Hasta que con un nuevo desprendimiento, el glaciar demuestra que siempre está avanzando o retrocediendo en su equilibrio inestable con el agua y la tierra.
Las excursiones náuticas son un complemento insoslayable para aproximarse al Perito Moreno. Las más cortas duran una hora y parten del puerto ubicado en la bahía Bajo de las Sombras, a unos 6 kilómetros del mirador del glaciar. Allí, cada día se concentran más de 100 turistas paraabordar la embarcación que los lleva por el lago Rico hasta el Canal de los Témpanos donde se detiene frente a la pared sur del glaciar. En ese momento, los pasajeros –en su mayoría, extranjeros– se transforman en ansiosos fotógrafos y camarógrafos que van de babor a estribor, de popa a proa, buscando capturar con sus máquinas la imagen inolvidable de la maravilla de hielo que, como dijo una emocionada turista española, “está vivo; no sé qué es, pero es un ser vivo”.
Quizá una de las mejores maneras de entrar en intimidad con el lugar es acampar en el bosque de lengas centenarias en la costa del Brazo Rico, frente al glaciar. Entonces es posible compartir los distintos humores del hielo: cuando por la mañana está envuelto en una niebla plateada, cuando el sol lo vuelve más azul, cuando los cóndores lo sobrevuelan o cuando la llovizna pone un arcoiris sobre el cielo gris plomizo. El bosque fresco y musgoso es un hermoso refugio para los acampantes; quien salga a dar una vuelta escuchará hablar en alemán, sueco, suizo, inglés e italiano; pocas veces en argentino. Los viajeros extranjeros opinan que los viajeros argentinos somos demasiado cómodos.

Aeropuerto Internacional El Calafate
Nueva puerta aérea patagónica

Por L.F.

Obelix es un enorme perro cruza con ovejero que hace unos meses se convirtió en la mascota de la obra del aeropuerto internacional de El Calafate. Como un experto guía, acompaña a los visitantes que hicieron una parada en la estación aérea antes de retomar la larga Ruta Provincial Nº5 que los llevará de regreso a Río Gallegos para abordar el avión a Buenos Aires. Algo que desde el próximo viernes ya no será necesario. Ese día iniciará sus operaciones el nuevo aeropuerto de la provincia de Santa Cruz. Ubicado a 18 kilómetros de El Calafate, ocupa una superficie de 14.700 m2 y cuenta con una pista de aterrizaje de 2.500 metros de largo por 45 de ancho que, en realidad, se inauguró hace un año y medio. El gobierno de Santa Cruz construyó –a través de la Administración General de Vialidad provincial– la pista en la que aterrizarán y despegarán los aviones 737 y 757 de Aerolíneas Argentinas, Southern Winds, Lapa, Dinar y Lade.
En el interior del edificio, una construcción de hormigón, acero y vidrio que ocupa una superficie de unos 3.000 m2, diseñada y ejecutada por la empresa London Supply, los trabajos avanzan aceleradamente para tener todo a punto en diez días. Con Obelix pisándole los talones, el encargado comercial del aeropuerto, Sergio Natale, explica las características de la nueva terminal aérea donde se estima que “en el primer año será utilizada aproximadamente por 100.000 pasajeros (50.000 de arribos y 50.000 de salidas). El recorrido comienza por la puerta de ingreso de los viajeros (de salida) hasta la planta alta donde están las dos salas de embarque: una para vuelos nacionales y otra para internacionales y un salón VIP. Mientras Obelix evita con delicadeza pisar las alfombras que cubrirán todos los pisos de la terminal, los visitantes descienden la escalera -que no es mecánica, aunque está previsto instalarla en una segunda etapa– y regresan a la planta baja donde además de los seis mostradores para aceptación de pasajeros, se encuentra el área con las dos cintas de retiro de equipajes. A pocos metros, un stand de la Secretaría de Turismo de El Calafate brindará toda la información y asesoramiento que requiera el recién llegado. La terminal cuenta también con un bar-restaurante y locales comerciales (alquiler de remises, cajeros, tiendas de souvenirs, etc.). Fuera del edificio, una gran manga ya está en su sitio para que a los pasajeros no los sorprenda el golpe de los vientos patagónicos cuando desciendan del avión. Conocedores de su soplo inclemente, algunos santacruceños aplaudieron el paso de la manga por la ruta 5 cuando fue trasladada desde Río Gallegos.
Como un símbolo, la boca de la manga apunta al cielo, despejado todavía, del vuelo de los aviones. Desde la puerta, Obelix mira la plataforma vacía y vuelve a entrar quizá sin imaginar el ruidoso trajín que se desencadenará el próximo viernes cuando aterricen y despeguen por primera vez las grandes aeronaves del flamante Aeropuerto Internacional de El Calafate.

Turistas en cifras

Las autoridades provinciales y municipales de Santa Cruz y los representantes del sector turístico privado no disimulan las expectativas que tienen sobre el crecimiento de la afluencia de visitantes a partir de la puesta en operaciones del aeropuerto internacional. A días de su inauguración, ya se gestó la primera alianza estratégica entre Península Valdés, El Calafate y Ushuauaia, la ciudad del fin del mundo, para conformar el Corredor Turístico Patagónico. La posibilidad de unir esos destinos por conexiones aéreas intensificará el atractivo –que ya existe a nivel nacional e internacional– por visitar las maravillas de la Patagonia. En el caso de El Calafate, la Secretaría de Turismo de esa localidad informó que entre octubre del 99 y abril del 2000 arribaron a la villa un total de 56.025 turistas, de los cuales 17.314 fueron de procedencia europea y 7.553 de otros continentes (Asia, Oceanía y países americanos), mientrasque los argentinos sumaron 30.958. Entre otros aspectos, el nuevo aeropuerto también favorecerá un mayor número de viajes de escapadas de fin de semana desde las provincias vecinas así como del centro del país.

Caminata blanca

Existen muchas opciones para conocer el glaciar. Pero, ¿qué mejor que caminar sobre él? Paso a paso, la crónica de un minitrekking sobre el inmenso campo de hielo del Perito Moreno.

Por F.P.

Una manera única de ver el glaciar Perito Moreno es caminar sobre él. Esto es posible incluso sin ser un escalador experimentado o un kamikaze, gracias a la excursión que nos permite convertirnos en hielonautas por algunas horas. Aunque la vista del glaciar desde cualquiera de sus ángulos, desde agua o desde tierra, es siempre fabulosa, la vista del hielo desde el hielo mismo es algo de otra dimensión. Todos los grandes viajeros sensibles a la naturaleza supieron que la forma más genuina de vivir el pulso secreto de un paisaje es caminarlo. En un pasaje de su relato “El Alce”, Edgar Allan Poe escribe: “Pero, aún en esta deliciosa región, las partes más encantadoras sólo se alcanzan por sendas escondidas. A decir verdad, por lo general el viajero que quiere contemplar los más hermosos paisajes de América no debe buscarlos en ferrocarril, en barco, en diligencia, en su coche particular, y ni siquiera a caballo, sino a pie. Debe caminar, debe saltar barrancos, debe correr el riesgo de desnucarse entre precipicios, o dejar de ver las maravillas más verdaderas, más ricas y más indecibles de la tierra”.
Desde Calafate salimos hacia el glaciar. Luego de atravesar una franja de estepas áridas, aparecen algunos bosquecitos de lengas torturadas por el viento, y la mole azul del glaciar. Comenzamos a caminar por la orilla del Lago Argentino, un suelo ondulado, negro y rayado, como peinado por un cepillo pesadísimo; son las huellas digitales del hielo que hace miles de años, en la Era Glaciaria, cubría gran parte del planeta y modelaba con su arrastre lentísimo la superficie terrestre. Al aproximarnos nos asalta la visión imposible de un muro de hielo flotante de cinco kilómetros de frente y 60 metros de altura. Las piernas caminan pero la mente está en blanco, pasmada; no podemos pronunciar una palabra, como quien entra en un templo sagrado y milenario.

Un derrumbe espectacular Un proverbio de los tehuelches, los antiguos habitantes de esta zona, dice: Cuando cesa el viento, escucha tu silencio. El silencio es total y da miedo quebrarlo. De repente, algo tiembla en el muro azul, y una porción del frente del glaciar se desprende, torres azules del tamaño de un edificio de veinte pisos se desploman con un sonido atronador que hace vibrar el suelo. Con asombro casi religioso nos detenemos. La caída ha provocado una ola enorme que estalla contra la costa y el agua sube por lo menos cinco metros durante algunos instantes. Los truenos continúan y lo que antes era glaciar ahora es una masa gigantesca de hielo azul que flota en el agua, gira, se hunde y vuelve a emerger, hasta encontrar la posición estable en que, ya convertido en témpano, va a iniciar su viaje a la deriva por el lago; durará como una escultura navegante de hielo hasta que el sol termine por derretirlo varios días después.

Pasos previos Nos reunimos con nuestro grupo de futuros “minitrekkers” en Bajo de la Sombra, un puerto sobre el Lago Argentino situado cerca del glaciar. Allí, una lancha neumática nos cruza hasta una cabaña situada en la otra orilla. Comenzamos a caminar en fila por un sendero que atraviesa un bosque de lengas y ñires, con el glaciar siempre a la vista. En ese instante vemos una lancha de excursión que se aproxima a distancia prudencial del muro azul. Todos quedamos asombrados por la altura del hielo, que antes no llegábamos a percibir en su magnitud real pero que ahora se evidencia en la escala: la lancha de dos pisos es un punto insignificante sobre el glaciar.
Finalmente llegamos a un sitio donde el hielo se junta con la tierra y se hace abordable. Allí los guías nos reparten los grampones, que ajustamos a nuestros zapatos. Son bastante incómodos para caminar sobre la piedra, pero una vez que subimos al hielo y las uñas de metal se clavan a él como ventosas, empezamos a divertirnos. De hecho, pronto se corre la voz de que esto es más fácil que caminar con zapatos normales por lamontaña. Si clavamos el grampón con fuerza a cada paso, descubriremos que es posible estar de pie en superficies de un desnivel increíble.

Paseo sobre hielo El glaciar de cerca tiene texturas y relieve escarpado; es un mar poroso de grietas profundas –que los guías nos señalan con cuidado–, abismos azules sin fin, y arroyos que horadan un surco turquesa en la superficie del hielo. Por momentos nos hundimos en valles de hielo y no vemos más que azul: en el cielo, bajo nuestros pies, en el horizonte. Estamos en otro mundo, como aquel de la novela La mano izquierda de la oscuridad, de Ursula Le Guin: “Yo había imaginado que la meseta de hielo de Gobrin era una suerte de sabana, como un estanque helado, pero había allí cientos de kilómetros que se parecían más a un mar alborotado por la tormenta, helado de pronto”. La descripción no podría ser más exacta. Más tarde, de vuelta en el mundo de los hombres y con la emoción todavía en el alma, hacemos un alto en la cabaña del bosque para atender al cuerpo: un buen sandwich, un termo con algo caliente serán manjar de dioses.