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SUDAFRICA
El país Zulu

El valle de las 1000 colinas

Un lugar donde el tiempo está aprendiendo a contarse desde hace tan sólo seis años. Una tribu donde los zulúes se encuentran con los blancos y creen que son siempre los mismos quienes van a visitarlos. Un valle donde las mujeres se esconden para fumar y es legal cultivar la marihuana. Mitos del corazón de la tierra KwaZulu/Natal sudafricana, cuya población comienza �poco a poco� a occidentalizarse.

Por Mariano Blejman
Desde Sudáfrica

“Hace tan sólo seis años aquí se empezó a medir el tiempo”, dice Truly, cuyo nombre en zulú quiere decir rápido. Ella habla rápido. Nació en una de las 13 villas que pertenecen al Valle de las 1000 Colinas, a una hora y media de la blanca y costera ciudad de Durban, en el sur de Sudáfrica, donde las playas golpean contra el Indico. En el valle viven más de 3500 personas y .-siguiendo las directivas de su jefe de cabecera– tan sólo una de las tribus ha aceptado recibir “gente blanca”. “Antes, el tiempo no se medía más que por referencia a acontecimientos del pasado”, intenta explicar la mujer. Los habitantes del valle nacían aproximadamente cuando sus padres se habían casado, morían ya de mayores, y los hechos que delimitaban el pasado estaban marcados por las guerras entre tribus, las enfermedades y los cambios de jefe de cada pueblo.
Durante miles de años a nadie en el valle le importó medir el tiempo con exactitud. Los días y las noches simplemente se sucedían, a veces más largos, a veces más cortos. Pasaban las estaciones, la personas nacían, crecían, vivían y terminaban sus días enterrados en el patio de casa. El valle también llamado Umgeni está al este de Pietermaritzburg y, si bien su jefe viene de una familia real, cuyo puesto es hereditario y tiene representación en el Parlamento Nacional, cada jefe de cabecera puede ser electo y destituido cuando la tribu lo decida. Algunos pueden durar meses, otros toda una vida.
La fecha en que se empezó a medir el tiempo en el valle no es casual. En 1994, meses después de finalizado el apartheid y con Nelson Mandela como primer presidente negro en la historia de Sudáfrica, se pavimentaron las carreteras que iban hacia el valle y atrás llegó la luz eléctrica, el agua, la escuela, la televisión, la radio, la ropa sintética y los turistas. Hasta entonces, sus habitantes sólo usaban cuero de vaca para vestirse. A pesar de encontrarse tan cerca de Durban, uno de los puertos más importantes de Sudáfrica, las tribus del valle no habían tenido mayor contacto con los blancos hasta principios de 1990. Y hace tan sólo 7 años terminó en el valle la última guerra zulú que quedaría registrada como una marca de tiempo de la zona.

La civilizacion blanca Terminada esa guerra, el primer contacto que tuvieron los niños zulúes con la civilización blanca se debió a un acuerdo que hizo el jefe de cabecera de su tribu con médicos blancos para combatir enfermedades como la poliomelitis, cuenta Truly. Por lo tanto, el primer contacto fue traumático. Un médico blanco, vestido de blanco, en un hospital blanco, esperaba a los niños y las mujeres negras para darles una inyección. De allí que las primeras veces que los turistas blancos llegaron a visitar la tribu se encontraron con que los niños negros corrían espantados. Para Truly, fue difícil convencer a los chicos que “los blancos eran buenos”, que traían ingresos económicos y que se les podía hacer comprender cómo vivían realmente en el interior de un país donde el 60 por ciento de la población permanece todavía en el campo. Hoy, muchos de los hombres mayores que viven en la tribu creen que los turistas que los visitan dos o tres veces por semana son siempre los mismos. Así como muchos blancos no encuentran demasiada diferencia entre los rasgos de negros, los negros encuentran a todos los blancos iguales.

Las mujeres y el casamiento “Yo no quiero casarme en este pueblo”, dice Truly y prende un cigarrillo que le convidó una turista. Ser mujer en el valle tiene un costo alto, que ella ya no está dispuesta a pagar. Que ellas fumen no está bien visto en el valle, a pesar de que ellos lo hacen en cualquier lado. Tampoco está mal visto que un hombre tenga muchas mujeres y eso, a ella, no le gusta. Es costumbre en el pueblo que las mujeres jóvenes bajen hasta el río a buscar agua todas las mañanas. Ytambién es habitual que los jóvenes las sigan para ofrecerles compañía eterna. Si la mujer acepta la oferta del hombre, dejará caer una pulsera que hace con sus propias manos mientras escucha la propuesta. El hombre deberá llevar la pulsera a la hermana de la pretendida, para casarse. Para que lo consiga deberá ofrecer a los padres de la novia once vacas en forma de pago. “Si eres hombre y no tienes vacas en este valle no puedes casarte”, se ríe Truly. “Pero si eres mujer y no juntas leña, nadie te va a querer. Eres una mujer indeseable”, sentencia, mientras termina su cigarrillo a escondidas y pide que no le saquen fotos fumando.

Los medicos Truly camina junto a Turismo/12 hasta una casa redonda ubicada en una de las laderas del valle. Allí, una médica zulú está parada en la puerta de su habitación y señala al rubio alemán que acompaña al grupo. El alemán se ríe, pero no entiende lo que la mujer le está proponiendo en idioma zulú. Su compañera le explica que la mujer quiere comprarlo como marido. El alemán es rápido para los negocios e ironiza sobre su precio. Dice valer al menos 22 vacas. Demasiado caro, piensa ella. La médica zulú está a punto de mostrar cómo es un ritual medicinal y para eso pide a todos que ingresen a la cocina redonda. La médica explica que la tradición zulú dice que los hombres deben sentarse a la derecha sobre una cama y las mujeres a la izquierda, pero en el suelo. Se coloca unos atuendos sobre la cabeza y comienza a bailar como poseída. Como si estuviera en trance. “Para ser médico uno debe soñar que va a ser médico”, cuenta luego del ritual la médica. La tradición es una verdad indiscutible y ella cuenta cómo sucedió su sueño: “cuando era chica comencé a enfermarme, y en las noches soñaba que mi abuelo, recién muerto, venía caminando hacia mí, con el médico del pueblo. Yo no quería creer que el sueño fuese cierto, hasta que fui a ver al médico. El me dijo que hasta que no creyese en mi sueño no me iba a curar, y que cuando creyese volviera, para ser entrenada como médica”.
Ella no sabe bien desde cuándo oficia de curandera, porque antes el tiempo no se medía como ahora. Ella tiene una vaga idea sobre su pasado. Cree haber comenzado “a ejercer” cerca de los 15 años, tiempo después de que naciera uno de sus hermanos. De cualquier modo, llegar a la cuenta exacta sobre su edad parece una tarea imposible. Hasta que una de sus hijas –que ya va a la escuela– asegura: “ella tiene 49”.

El diablo, amigo de los chicos En casi todo el valle, a diferencia del resto de las construcciones, las cocinas son casas redondas. Truly cuenta por qué con la certeza de las pruebas. Existe en el valle un diablo pequeño, que juega con los niños habitualmente cerca del río que divide su tribu de la de enfrente. Pero el diablo ataca sólo a los grandes y los vuelve locos. Este diablo entra en las cocinas y se come lo que hay en la heladera. La historia está remozada: hace seis años en la tribu no había heladeras. Los jefes de cabecera del valle se dieron cuenta que el diablo utilizaba las esquinas para subirse a los muebles y a las camas que hay en las cocinas y decidieron construirlas en redondo. Así el diablo iba a entrar, recorrería la pared y al no encontrar ninguna esquina saldría por donde había entrado. “El año pasado .-en 1999– una vecina se encontró con el diablo cuando volvía de la tribu vecina”, asegura Truly “estuvo tres días desaparecida y luego fue encontrada arriba de una piedra, sin poder contar lo que le había sucedido por más de una semana”.

El baile El baile es intrínseco a los zulúes. Bailan los escolares, bailan los médicos, bailan los hombres y bailan las mujeres. Bailan los jefes y los chicos, e incluso el idioma zulú parece una forma de cantar para acompañar la danza que una forma de hablar. Hay demostraciones de danza para el visitante foráneo. Un grupo de chicos comienza a mover el cuerpo, acompañado por muchos que cantan una canción de paz. “Ven amigo mío, toma mi mano, terminemos esta guerra”, dice Truly, que dice la canción. Elalemán se encuentra bailando junto a los niños. La médica lo mira con ganas desde arriba de la colina.

Cómo realizar la visita

Para visitar El Valle de las Mil Colinas, se recomienda contactar a la empresa Tekweni, en el 169 Ninth Avenue, Morningside, ciudad de Durban, provincia de KwaZulu-Natal, República de Sudáfrica. Tel.: 031-303-1199 / fax: 031-303-4369. E-mail: [email protected]. O ubicar a Patrick Moroney en su celular: 082-456-7431, desde Sudáfrica. Las excursiones salen habitualmente lunes, miércoles y viernes. El precio aproximado es de 25 dólares y el 50 por ciento del costo va directamente a la comunidad del valle. El guía que suele hacer la excursión se llama Henry y es el más querido de los blancos. Una vez en el valle el recorrido sigue con guías oriundos.

 

Cómo realizar la visita

Embajada de Sudáfrica: Marcelo T. de Alvear 590. CP 1058, Buenos Aires. (5411) 4317-2900. E-mail: [email protected]. Para ingresar al país no se necesita visa ni aplicarse ninguna vacuna, aunque es conveniente medicarse contra la malaria para visitar algunas zonas.