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Abandonado por el fútbol, Bilardo quiere meter la nariz en la Rosada

El ex técnico de la Selección Nacional lanzó su candidatura presidencial para el 2003 con el Partido de la Unidad (UNO).

El ex entrenador de la Selección Nacional de Fútbol Carlos Bilardo lanzó en las primeras horas de ayer su candidatura presidencial para las elecciones de 2003, por el Partido de la Unidad (UNO), con un acto en la confitería La Ideal, de Suipacha y Corrientes. “Como estaba en el país, me quedaban dos opciones: seguir dirigiendo afuera, o luchar desde adentro”, dijo el técnico para explicar su flamante proyecto político.
Bilardo, en diálogo con Página/12, negó que él mismo fuera a encabezar alguna de las listas para las elecciones legislativas de este año. “No creo que tenga que hacer una carrera en la política, empezando por ser concejal”, dijo, y para reforzar su idea aseguró: “Yo les enseñé a viajar en Primera a muchos diputados, que no sabían tocar los botones, y todo eso”. El entrenador reiteró que se reservará para una postulación presidencial en los comicios de 2003. “A mí me gusta dirigir”, se sinceró, para justificar su negativa a ocupar listas para cargos legislativos.
El acto de lanzamiento de la nueva fuerza se realizó en las primeras horas de ayer para que el Partido de la Unidad sea “el primero del siglo”, según Bilardo. Sin embargo, la agrupación sólo ha sido reconocida por la Justicia Electoral de Capital Federal y de la provincia de Buenos Aires. “La idea es conseguir ahora la habilitación en Córdoba y Santa Fe”, reveló el ex mediocampista de Estudiantes de La Plata.
Por otro lado, Bilardo afirmó que aceptaría que Diego Maradona colaborara con un hipotético gobierno suyo. “Diego se puede desempeñar en cualquier plano porque conoce más que nadie a la gente. Cuando él habla, hay que escucharlo, por eso me gustaría que estuviera a mi lado”, señaló Bilardo, quien aseguró que no hubo ninguna conversación con Maradona sobre este tema.
El ex técnico de Estudiantes y Boca, entre otros clubes, y de las selecciones de Argentina y de Libia, había sido tentado en 1992 por el Movimiento por la Dignidad Nacional (Modín), para que aceptara por esa fuerza una candidatura a senador por la Capital Federal. En su momento, Bilardo descartó la oferta del partido de Aldo Rico, diciendo que no era “un hombre de la política” y que su único estudio era “el de la pelota”. Durante el resto de la década del noventa, también mantuvo contactos con el ex senador correntino José Romero Feris y con operadores de Acción por la República, la fuerza que encabeza Domingo Cavallo.
“Tiene que haber una Justicia independiente, idónea, eficaz. Es parte de la credibilidad del país tener una Poder Judicial eficiente”, señaló Bilardo. “Lo que pasó con lo del escándalo del Senado es increíble: no puede ser que quede todo en la nada, porque así no se pueden atraer inversiones”, agregó.
En cuanto a sus propuestas, Bilardo dijo: “Para tomar medidas, hay que tener el poder. No quiero decir nada ahora. Llegado el momento, sé lo que tengo que hacer”. No obstante, reveló que impulsará “una Justicia transparente, mayor presupuesto para la educación y mejor atención en los hospitales públicos”.
El ex seleccionador argentino no es el primer técnico en coquetear con la política; hace unos años, su archirrival César Luis Menotti había amagado con presentarse como precandidato a gobernador por Santa Fe, dentro del PJ. Por su parte, en 1999, el ex entrenador de Boca Antonio Rattín se presentó sin éxito como candidato a intendente de Tigre por el Partido Unidad Bonaerense, del ex comisario Luis Patti.

Informe: Alejandro Cánepa.

OPINION

Por Juan Sasturain

Agarrado con alfileres

A qué deporte o a qué juego se parece la política? Sagaces politólogos han trazado paralelos con la doma, el ludo, el boxeo, el sumo, el ajedrez, la bolita con rodilleras, el Teg, el karate y el teto. Hay opiniones repartidas. Muchas. Precisamente, muchas más opiniones que cargos a repartir. Sobre todo cuando se apunta alto. Cuando la política no es concebida gallináceamente como una forma de medrar durante unas décadas del presupuesto y el módico afano sino –cosa de gallos, no de gallinas– como lucha por el poder total: pisarlos a todos. No estar adentro (del sistema) sino arriba del resto. En ese momento y en ese sentido, tanto la práctica del deporte como la de la política confluyen en la necesidad de apelar a los “otros” medios que trascienden los supuestamente específicos de sus reglas. Política y deporte así concebidos intersectan sin pudores en la ultima ratio –Von Clausevitz dixit– de la guerra. Todo vale, todo sirve, todo se justifica para ganar.
No es casual que en la Argentina sin sueños y con pesadillas de la década última, los personajes de la política y del deporte suelan compartir DNI sin pudores: Reutemann y Scioli –los más notorios entre muchos– pasaron de allá para acá; Digón, Barrionuevo, Zanola –los más junados entre muchísimos– cruzaron de acá para allá. En otros y cercanos tiempos eran los militares quienes saltaban naturalmente el cerco y se ponían sin necesidad ni permiso bandas y atributos de poder y magistratura. En el caso de Bilardo, el incombustible estratega platense habrá pensado en su momento de fama como futbolista sujeta con sólidos alfileres –en el Estudiantes del fines de los sesenta–, que si un impresentable como Marcelo Levingston podía ser presidente sin otro atributo que haber sido señalado por el dedo del gorila de Lanusse, él podía llegar donde quisiese bajo la mirada rectora del incorruptible Osvaldo Zubeldía. Y se la creyó, y llegó donde llegó y se la cree. Aunque su delirio esté agarrado con alfileres.
¿Qué ha hecho Bilardo para que nosotros nos merezcamos esto? Bilardo es al fútbol argentino lo que Alsogaray ha sido a su economía: odiados y pertinaces profetas de religiones de mezquino credo que terminaron –de la mano del poder– convertidas en dogma oficial de estos tiempos. La diferencia es que Alsogaray tuvo siempre a los milicos pero nunca tuvo un Maradona que le salvara los chamuscados papeles, entreverara los méritos, enturbiara el agua. Y además hay otra cosa, que en este país pesa: el soberbio Narigón les ganó –Diego mediante– a los ingleses. Ya está.

 

 

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