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medio oriente en llamas

debate

Por Faisal Bodi *.

Israel no debería existir

Varios años atrás, sugerí en el periódico de mi sindicato estudiantil que Israel no debería existir. También dije que la simpatía causada por el Holocausto era una coartada muy oportuna para las atrocidades israelíes. De la noche a la mañana, me convertí en el enemigo público número uno. Yo era un fundamentalista que odiaba a los judíos, alguien que trivializaba la memoria del acto más abominable de la historia. Mis denunciantes seguían mis pasos, me fotografiaban y hasta llamaban telefónicamente a mi familia para amenazarla de muerte.
Por suerte, mi mala reputación en círculos judíos se ha desvanecido desde entonces hasta el punto en que recientemente pronuncié una conferencia interreligiosa patrocinada por el colegio Leo Baeck, pese a que mis puntos de vista siguen siendo los mismos. Israel no tiene derecho a existir. Sé que decir esto es algo enormemente desusado y que muchos, dado el actual estado de peligro del proceso de paz, también condenarán como irresponsable. Pero es un hecho que siempre he considerado central para cualquier fórmula de paz genuina.
Ciertamente no existe ninguna base moral para la existencia de Israel. Israel se erige como la concreción de una declaración bíblica. Su razón de ser fue famosamente delineada por la ex primera ministra Golda Meir. �Este país existe como el cumplimiento de una promesa realizada por Dios mismo. Sería absurdo pedir cuentas de su legitimidad.�
Esa promesa bíblica es la única vindicación de legitimidad de que dispone Israel. Pero, cualquiera sea lo que Dios quiso decir al prometer a Abraham que �a tu semilla le he dado esta tierra, desde el río de Egipto hasta el gran río, el Eufrates�, es dudoso que quisiera que esto fuera usado de excusa para tomar por la fuerza y el engaño una tierra legalmente habitada y poseída por otros.
A nadie le hará ningún bien tratar de ocultar este hecho, aunque pueda resultar incómodo. Pero ésa ha sido la falla con Oslo. Cuando firmó el acuerdo, la OLP cometió el error crucial de asumir que uno puede enterrar el hacha reescribiendo la historia. Aceptó como punto de partida que Israel tenía derecho a existir. El problema con esto es que también significaba, por extensión, la aceptación de que el modo en que Israel había llegado a existir era legítimo. Como los últimos problemas han mostrado, los palestinos comunes no están preparados para seguir a sus líderes en este logro de amnesia intelectual.
La otra vindicación potencial de la legitimidad israelí �el reconocimiento internacional� es tan dudosa como la primera. Los dos pactos que sellaron el futuro de Palestina fueron ambos realizados por Gran Bretaña. Primero firmamos con Francia el acuerdo Sykes-Picot comprometiéndonos a dividir los restos del Imperio Otomano en el Levante. Un año después, en 1917, la Declaración Balfour prometió un hogar nacional para el pueblo judío. Según la ley internacional, la Declaración carecía de toda validez, ya que Palestina no pertenecía a Gran Bretaña: bajo el pacto de la Liga de las Naciones, pertenecía a Turquía.
Para cuando la ONU aceptó una resolución sobre la partición de Palestina en 1947, los judíos constituían un 32 por ciento de la población y eran dueños del 5,6 por ciento de la tierra. Para 1949, mayormente como un resultado de organizaciones paramilitares como la Haganá, el Irgún y la banda Stern, Israel controlaba 80 por ciento de Palestina y 770.000 no judíos habían sido expulsados de su país.
Es esta manchada historia de las inequidades que rodearon su propio nacimiento la que Israel debe admitir para que la paz pueda tener una oportunidad. Después de años de guerra, la paz viene de perdonar, no de olvidar; la gente nunca olvida, pero tiene una extraordinaria capacidad de perdonar. Basta mirar a Sudáfrica, que mostró al mundo que una verdad catártica debe preceder a la reconociliación. Lejos de ser una fuerza en favor de la liberación y la seguridad, la idea de que Israel tiene un derecho religioso de nacimiento ha entrampado a los judíos en un interminable ciclo de conflicto.
Abandónese el derecho bíblico y súbitamente la coexistencia mutua, incluso una solución de un solo Estado, no parecen tan fuera del alcance. El nombre que vaya a tener esa coexistencia es menos importante que el hecho de que los pueblos van a haber perdonado, y que se va a haber hecho algo de justicia. Los judíos seguirán viviendo en Tierra Santa �como les fue prometido� junto, y como iguales, a sus habitantes de pleno derecho.
Si este tipo de arrepentimiento está en camino, Israel puede esperar que los palestinos perdonen y sean magnánimos. La alternativa es la guerra perpetua.

* Periodista musulmana. De The Guardian de Gran Bretaña, especial para Página/12.

Por Claudio Uriarte.

Israel existe

Yasser Arafat no ganó las guerras de 1948, de 1967 y de 1973. Israel lo hizo, pero, a su vez, no pudo ganar la paz posterior a cada uno de esos hitos de afirmación de su existencia nacional. De esta situación de paradójico jaque perpetuo entre los antagonistas nacieron los presentes esfuerzos de negociación �así como la paz sellada exitosamente con Egipto en 1978�. Pero una negociación se encara desde el resultado final de la contienda y su resultado no puede ser nunca la vuelta al statu-quo-ante: el que perdió la guerra no puede aspirar a reescribir retrospectivamente el resultado en la mesa de negociaciones; y si trata de hacerlo, demuestra que sigue en guerra: peor aún, en una guerra que ya ha perdido.
Esto es lo que parece estar ocurriendo con las últimas posiciones palestinas en las negociaciones con Israel impulsadas por Estados Unidos. Ante todo, conviene recordar que la oferta que estuvo sobre la mesa fue la más generosa, justa y abarcativa que los palestinos han recibido desde el inicio del proceso con los acuerdos de Oslo en 1993: contemplan la entrega del 95 por ciento de Cisjordania, el 100 por ciento de la Franja de Gaza, la evacuación progresiva de las colonias israelíes que se encuentran en medio de territorio palestino y la entrega de Jerusalén Oriental como sede de la capital del futuro Estado Palestino. Porque lo que los israelíes y palestinos firmaron en Oslo fue el principio de una solución de dos Estados: los israelíes, porque era claro que eran incapaces de asimilar y/o mantener el orden en los territorios de población árabe que controlaban; los palestinos, porque era claro (después de tres guerras) que no podrían erradicar al �enemigo sionista� por la fuerza de las armas.
Pero las últimas posiciones palestinas demuestran que la OLP y Yasser Arafat nunca dejaron de pensar en la erradicación de la �entidad sionista�. Al insistir sobre el �derecho de retorno� de los refugiados de 1948 a Israel (y no ya al futuro Estado Palestino), lo que en efecto exigen es que Israel deje de ser un Estado judío, porque los 3,7 millones de refugiados que se encuentran en campamentos en Líbano y Jordania desequilibrarían fácilmente el balance demográfico israelí, sumándose al millón de árabes que ya son ciudadanos israelíes y poniendo en peligro a breve plazo el predominio de los 5,5 millones de judíos que son ciudadanos del Estado. Es decir: Arafat busca reescribir en la mesa de negociaciones el desenlace de las guerras que perdió por la fuerza de las armas.
El resultado de esta estrategia no va a ser la paz, sino la vuelta a la guerra permanente. Pero no ya a la Intifada de piedras y molotovs contra helicópteros y tanques: lo que el liderazgo palestino tiene en mente es una cuarta gran guerra regional basada en el levantamiento de las masas árabes de los países de la línea del frente (Egipto, Jordania, Líbano, Siria), comprometiendo o derrocando a sus regímenes. Por eso el primer ministro israelí Ehud Barak advirtió en estos días que no sólo el proceso de paz con los palestinos está en peligro, sino también los acuerdos de paz ya firmados (con Egipto primero y con Jordania después); por eso vuelve a ser una figura popular entre los palestinos Saddam Hussein, que en las últimas semanas, y nada casualmente, estacionó una división de su ejército junto a la frontera jordana.
En este sentido, la oferta israelo-norteamericana ha tenido el valor didáctico de revelar, blanco sobre negro, qué es lo que pasa por la mente de los dirigentes palestinos. Algunos de sus dirigentes ya lo dijeron con todas las letras: prefieren que el primer ministro de Israel sea el halcón Ariel Sharon a que lo sea la paloma Ehud Barak; porque apuestan a que el ascenso al poder del autor intelectual de las masacres de Sabra y Chatila en Líbano en 1982 polarice y prenda fuego a la región entera. Por la misma razón (porque verdaderamente no aceptan el derecho de Israel a existir, porque no tienen internalizado que perdieron la guerra contra Israel y no contra un mero títere de los imperios) apuestan al ascenso de George W. Bush a la presidencia norteamericana, en la esperanza de que las aceitadas relaciones del nuevo mandatario con las petroleras y, por tanto, el mundoárabe, obliguen a Israel a ceder en las negociaciones lo que ganó sin lugar a dudas en el campo de batalla. Pero ésta es una estrategia revolucionaria y, por lo tanto, nada que ningún presidente norteamericano pueda jamás aceptar.
La composición de lugar del pensamiento palestino queda reflejada con máxima fidelidad en el artículo contiguo del periodista Faisal Bodi, que parece ignorar que el derecho internacional se limita a codificar los resultados de los campos de batalla, y que las fronteras son nada más que líneas de cese del fuego consolidadas y santificadas a posteriori. Y en Medio Oriente el realismo tiene un límite preciso: Israel existe, y seguirá existiendo.  

 

 

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