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PANORAMA ECONOMICO
Por Julio Nudler

Todo lo que debería hacer el Gobierno, pero no hará

Hablar con un economista de ideas propias, apartado del discurso dominante, implica dos riesgos. Y ambos ocurrieron en este caso. El primero es que no muestre euforia alguna por las posibilidades que abren el blindaje y algún otro buen viento que hoy sopla desde el Norte. El segundo es que, tras expresar espontáneamente sus ideas, prefiera no ser identificado por las complicaciones que le ocasionaría. Ante lo cual el periodista debe pedirles a sus lectores que le crean que el material que sigue proviene de uno de los consultores más apreciados de la plaza, y no de su propia imaginación. Es vino de buena cepa, aunque no pueda revelarse la bodega. Aquí va, servido en algunas copas.
Los insumos y los servicios provenientes de mercados de competencia restringida (más exactamente, los combustibles y los servicios públicos) explican en promedio un 18 por ciento del total de los costos de los sectores productivos. Sumando impuestos como el de la renta presunta o el que grava los intereses (ahora en paulatino desmontaje) se abarca otro 6% de los costos. Un 8% adicional proviene de los servicios financieros. Así, casi un tercio de los costos productivos sufre una severa distorsión, que afecta la posibilidad de competir y la rentabilidad de los proyectos.
El Gobierno está entusiasmado con lo que llama “inversión inducida”, una política que consiste en extender concesiones y privilegios a las privatizadas a cambio de promesas de inversión, y cuya consecuencia es descolocar cada vez más al resto de los sectores. Los recientes aumentos en los trenes y el agua se aprueban con el insólito propósito de que los usuarios les financien las inversiones a las privatizadas. ¿Es ésta la única forma de lograr que inviertan, o habría maneras de presionarlas desde el Estado, considerando que tienen intereses muy fuertes en el país? Todo depende de la actitud con que negocie el Gobierno.
Este no termina de comprender que la Argentina se ha vuelto en los últimos años un país muy caro, y que es urgente bajar sus costos. En vez de enfocarlo así, todo lo miran a través de un prisma político, y venden como un logro acordar un aumento de tarifa menor al que habían negociado los menemistas. Sin embargo, la cuestión no es que la tarifa suba menos sino que baje, porque si no la situación se volverá insostenible. Pero Machinea compró de entrada el discurso de la baja del riesgo país como panacea. Con ese espejismo, lo último que quería era pelearse con las transnacionales de servicios públicos, y menos aún con los banqueros. Y así le fue.
Si se encarara globalmente el problema de la competitividad, se estarían eliminando distorsiones que también afectan, por otro costado, a las privatizadas, como los impuestos distorsivos y los abusivos costos financieros. Esto volvería más fácil obtener reducciones en las tarifas.
La banca suele justificar sus enormes márgenes (spreads) entre las tasas de interés que paga y que cobra, además de las comisiones, por los elevados requisitos de liquidez (dinero que deben mantener a mano para defenderse de una eventual corrida de depositantes) que le impone el Banco Central. Pero el objetivo del Gobierno no puede consistir en que en el 2003 lo aplaudan porque preservó la solidez del sistema financiero. Debería en cambio conseguir que lo feliciten porque el spread bajó de 12% anual a 5, y la comisión promedio por mantener una cuenta corriente ya no sea de $ 500 anuales, un valor descabellado.
¿Para qué sirve tener el 60 por ciento del sistema financiero extranjerizado si, encima, se le imponen los requisitos de liquidez más altos del planeta? Estamos en el peor de los mundos: desnacionalizamos la banca, pero la tratamos como si todavía estuviera formada por frágiles banquitos locales. Evidentemente, ya no tiene sentido diferenciarnos de otros países en encajes y capitales mínimos. Otra excusa de los bancos para cobrar lo que cobran son los créditos incobrables y la inoperancia de la Justicia cuando intentan recuperarlos. Este, como otros problemas, hayque atacarlo con convicción si se comprende la urgencia de bajar los costos financieros.
Las AFJP son un gran invento argentino, indefendible desde el punto de vista de la eficiencia global de la economía. Cavallo ideó este esquema cuando en 1993 había conseguido superávit fiscal y la economía venía creciendo al 7% anual, y él creía que eso seguiría así para siempre. Además, según confiaban en su círculo íntimo, querían esconderle el superávit a los políticos. No pensaban permitir que Eduardo Bauzá se los manoteara. Lo que no vieron Cavallo ni Juan Llach ni los demás fue que cuatro meses después de la reforma previsional estallaría el Tequila, y desde entonces la Argentina casi dejó de crecer. El hecho es que, a partir de la reforma, el Gobierno pierde de recaudar $ 4500 millones anuales, que van a las AFJP. Además, éstas se tragan vía comisiones un tercio de los aportes de los trabajadores, plata que se guardan o gastan en marketing. Pero como todas invierten en lo mismo (básicamente títulos públicos y plazos fijos), ¿en qué se diferencia Consolidar de Siembra o cualquier otra? ¿Cuál es la productividad social de todo este costosísimo sistema?
Cuando hicieron los números de la reforma, en 1994, los cavallistas pronosticaron que el déficit de la Seguridad Social sería en el 2000 de $ 500 millones, pero superó los 7000 millones porque fallaron todas las proyecciones (crecimiento, empleo, salarios y evasión de aportes). Esto explica la reciente nueva reforma, con la poda de la PBU.
¿Confiar en la reducción de costos para evitar la catástrofe de la convertibilidad es sólo esquivar el bulto? En todo caso, es asegurarse que un eventual abandono del 1 a 1 con el dólar, pasando a la flotación cambiaria, no sería tan traumático. Si el país logra bajar significativamente sus costos, detonando una nueva ronda de inversiones, el dólar no se iría a más 1,20. Ni siquiera haría falta una formal devaluación del peso, que se depreciaría manejablemente. Pero si el país mantuviera el actual nivel de costos y en determinado momento quisiera corregir todo a través de una devaluación, la salida sería explosiva. Tanto para defender la convertibilidad como para preparar el escenario de una futura flotación hace falta atacar el problema de los costos.
También hay que propinarle un fuerte envión a la demanda, tanto de consumo como de inversión. Y existen formas de hacerlo. Una podría consistir en bajar por dos años a la mitad, del 11 al 5,5 por ciento, los aportes de los afiliados a las AFJP. Ello equivaldría a aumentarle a la gente casi un 6 por ciento su sueldo de bolsillo, para que cada uno decida gastarlo o no. Si prefiere ahorrarlo para su jubilación futura puede hacerlo. Pero lo más probable es que ayudaría a sacar a la economía del estancamiento y a cambiar las expectativas. Sería la primera vez que el Gobierno le metería la mano en el bolsillo a la gente para ponerle plata.
Si la Argentina no baja sus costos, seguirá languideciendo. Hacia ese objetivo se puede avanzar gradualmente, lo cual sería muy doloroso, o mediante un shock competitivo que ataque en todos los frentes a la vez. Hoy nadie de arriba habla de esto porque las empresas a las que les va bien y están con plata son las que disfrutan de los privilegios. En un escenario donde realmente caigan los costos, la Argentina no tendría problemas en financiarse afuera, por tres o cuatro puntos de su PBI anualmente, a tasas razonables. Pero teniendo en cuenta el punto de partida, que es un déficit en cuenta corriente de 3,5 por ciento del Producto después de dos años y medio de recesión, la única chance de crecer sostenidamente es hacerlo de la mano de las exportaciones. De otro modo, el estrangulamiento externo acabaría rápidamente con el crecimiento.
Aunque parezca que el país tiene por delante una agenda muy complicada, en realidad sólo se trata de poner un poco de sensatez en una economía absurdamente distorsionada. ¿Es esperable que el Gobierno de De la Rúa y este equipo económico hagan el trabajo? No, definitivamente no. En temas como el de las empresas de servicios públicos están caminando exactamente al revés. Machinea, ahora que consiguió el blindaje, habla como si hubieseganado la final del mundo. Y en realidad sólo logró escapar del default y tiene todo por hacer. Puede que con mucho viento a favor desde afuera sobreviva este año. Pero si la economía no arranca de inmediato, De la Rúa no va a esperar más allá de abril para echarlo. En ese momento lo pondría a Cavallo para ver si revierte las cosas a tiempo para las elecciones de octubre. Entre perder todo el poder o darle un pedazo a Cavallo, preferirá esto último.


 

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