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PANORAMA ECONOMICO
Por Julio Nudler

Exportar más productos, o exportar argentinos

“La relación deuda externa/exportaciones se mantendría por encima del 400 por ciento en los próximos diez años (el promedio para los países emergentes es de 150 por ciento), impidiéndole a la economía argentina cualquier posibilidad de crecimiento sostenido en el próximo decenio.” Esta es la lóbrega conclusión a la que llega la Fundación Capital en su último informe semanal. El razonamiento subyacente es que mientras el país necesite invertir varios años de exportaciones para un hipotético repago de su deuda, los financistas internacionales seguirán desconfiando de la Argentina, por lo que se mantendrá alto el riesgo país y, consecuentemente, el costo del crédito. Como quedó demostrado en los años recientes, ni siquiera una profunda y prolongada recesión evitó que el sector externo continuara en rojo (4,3 por ciento de déficit en 1999, y 3,4 por ciento en el 2000), a pesar incluso de que el bajón económico lograra, dolorosamente, que el balance comercial (exportaciones menos importaciones) cerrase con superávit el año pasado. El déficit en turismo, fletes y otros servicios reales, más el pago neto de intereses de la deuda pública y privada, más la remesa de dividendos y regalías por un sector empresario cada vez más extranjerizado, impiden que el balance de pagos argentino salga de la zona roja. Por tanto, el país necesitará que alguien lo siga financiando, a pesar de haber llegado, apenas tres meses atrás, al borde mismo de la quiebra. El cierre de los mercados financieros internacionales para los papeles de deuda argentinos seguirá siendo una amenaza permanente de default. Con este peligro hay que contar. Esto promete que el gran tema económico de los próximos años será el de la relación de la economía argentina con el resto del mundo. El dilema parece ser: exportar productos, o seguir exportando argentinos.
Por de pronto, las perspectivas exportadoras inmediatas son sólo modestamente favorables. Vanesa Broda, de M.A.M. Broda y Asociados, predice que alcanzarán los 28.400 millones en el 2001, con un aumento del 9,1 por ciento sobre el año pasado, repartido en partes iguales entre un incremento del volumen y una mejora en los precios (básicamente los agrícolas). Para esta consultora, el superávit comercial se duplicará este año, llegando a los 2 mil millones, pero esto gracias a que espera un crecimiento de apenas 1,5 por ciento en el Producto Bruto. Tampoco Ricardo Delgado, de Ecolatina (la consultora de Roberto Lavagna), espera demasiado de las exportaciones: para este año las ve creciendo alrededor de 8 por ciento. “Esta falta de dinamismo exportador –dice– es una gran deuda que dejó el proceso de apertura. Se nos dijo que para exportar había que importar, pero las exportaciones no crecieron como porcentaje del PBI ni tampoco en valor agregado.” Ecolatina espera para el 2001 un superávit comercial de sólo u$s 500 millones. Fundación Capital estira su estimación, en cambio, a 1622 millones, aunque ni así se conseguiría evitar un déficit de 10.275 millones en la Cuenta Corriente, casi 5 puntos superior al del 2000.
“Esto se debe –explican los economistas de Martín Redrado– al papel creciente que asumen los servicios financieros en la composición del déficit externo y, dado que este componente no ajusta automáticamente con el nivel de actividad (es decir que no disminuye cuando hay recesión), obligará en el futuro a acentuar el superávit comercial sólo para mantener el nivel de exposición externa en niveles aceptables.” Y como “las importaciones volverán a crecer rápidamente en caso de que retorne el crecimiento económico, sólo un fuerte dinamismo de las exportaciones le evitaría al país caer nuevamente en problemas de credibilidad externa”. Pero es precisamente ese dinamismo exportador el que no se ve por ninguna parte, especialmente después de dos largos años de anemia inversora.
Marcela Cristini, de Fiel, afirma que “no nos está dado crecer a partir de las exportaciones. Estas pueden contribuir sí a bajar el riesgo país al reducir el cociente deuda/exportaciones, pero no pueden ser un motor de crecimiento porque parten de un valor demasiado bajo, de alrededor de 9por ciento del PBI. Por ende –asegura–, no hay despegue posible sin una fuerte reacción inicial del consumo interno. Por ahí hay que empezar. Las exportaciones y la inversión cuentan, pero no tanto como para deshacer la recesión”. Pero ocurre que el consumo (y mucho más todavía la inversión) tiene un componente importado. Por tanto, como se arranca de una situación de déficit externo, parte de ese aumento del consumo deberá ser financiado desde el exterior. “Esto significa –según Cristini– que la Argentina debe mantener los mercados financieros internacionales abiertos. Es muy difícil que el país deje de ser por ahora un importador neto de capital.”
Una razón por la cual la Argentina pesa muy poco –incluso proporcionalmente al tamaño de su economía– en el comercio mundial reside en que sus exportaciones están prácticamente ausentes de los rubros más dinámicos de ese intercambio: la tecnología y los servicios. El país no tiene casi nada que ofrecer en esos renglones. Pero tampoco en el comercio de bienes consiguió aprovechar las mejores oportunidades, la fundamental de las cuales fue, en los ‘90, el formidable aumento de las importaciones norteamericanas. El consumidor estadounidense ha estado abasteciéndose de productos sofisticados en el resto del mundo, bienes de lujo que la Argentina no cuenta entre su oferta exportadora, concentrada en esos bienes indiferenciados que se conocen como commodities.
Cristini admite que el tipo de cambio es una traba, sobre todo para ciertos productos. Y da un ejemplo: “En naranjas y mandarinas, que van a Europa, las exportaciones se cayeron a un tercio por la depreciación del euro”. Pero sostiene que esos casos pudieron ser atendidos, de haber sido detectados por una política fina, mediante alguna compensación, ya que se originaron en situaciones transitorias. El hecho es que “ni el gobierno de Menem ni el de De la Rúa hacen política fina. Están lejos de los mercados. Para estar cerca hace falta un Estado competente, y el argentino no lo es. Las exportaciones del país están huérfanas de políticas públicas”. Ella no ve, respecto del balance comercial, que “en el próximo par de años cambiemos demasiado las cosas porque necesitaremos importar bienes de capital para invertir, y también importar para exportar. Esto significa que deberemos financiarnos afuera. Como ya adeudamos demasiado, la solución está en atraer inversión extranjera directa, ya que en ese caso es la empresa del exterior la que viene con la financiación bajo el brazo para su proyecto”. Pero, para lograrlo, la Argentina debe convertirse en lo que por ahora no es: un país atractivo.


 

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