Sobre el GASTE público
Por Juan Sasturain
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No se ha escrito demasiado sobre el fenómeno –práctica y padecimiento– del gaste entre nosotros. Incluso no está definido en su naturaleza. Hay quienes lo describen como una manifestación simpática, acción y efecto de cierto modo jodón propio del carácter argentino. Para otros es una clara lacra, reveladora de consuetudinaria enfermedad. Y probablemente habría espacio para un grueso capítulo en la filosofía del ser nacional, un apartado revelador de nuestra psicología social y –sobre todo– para un muestreo variado de patologías sintomáticas.
Lo cierto es que el gaste –tal como puede describirse hoy, y acotado al ámbito deportivo– es un fenómeno cíclico que involucra a gran parte de los contaminados por la pasión futbolera en grado de afección aguda. Gastados y gastadores (roles nunca fijos, necesariamente alternativos) son integrantes de una cupla en que sujeto y objeto se sustituyen, se necesitan, se aceleran intercambiando signos positivo y negativo en una espiral de intensidad creciente. El gaste puede permanecer latente en períodos prolongados, pero se actualiza cada lunes o fecha equivalente en el santoral futbolero –el momento post-partido–, cuando los contaminados entran catárticamente en trance imparable.
El virus del gaste, como los del beri beri y del paludismo, aunque siempre presente sólo se activa y produce picos de crisis extrema en circunstancias puntuales; es entonces cuando se manifiesta en explosivos, patéticos cuadros de depresión o euforia, euforia o depresión según el signo ocasional del estímulo: triunfo o derrota.
Cabe señalar un rasgo inherente al gaste: su carácter público. El gaste es un gesto personalizado (se gasta a alguien en particular), pero no privado: necesita del público, de la complicidad de un auditorio. Dos náufragos que escucharan un Boca-River en la consabida islita con palmera podrían llegar a apostar quién lava la ropa o quién rompe lo cocos durante la semana próxima según quién gane, pero no se gastarían. Es como si naufragasen –para no salir del ámbito insular– un ratón cualquiera como uno y Michelle Pfeiffer y, después de unas horas, días o meses, hubiera inevitable sexo. Mientras el rata como uno y Michelle se fuman el artesanal fasito de hoja palmera post-partido, uno nota que le falta algo: poder contárselo a alguien... No hay goce, del mismo que no hay gaste sin testigos. Por algo el sinónimo que mejor le calza hoy a “gastar” es “gozar”, un verbo que viene de otro lado.
Pero no siempre el gaste ni el goce fueron tales, ni se nombraron así. Habría que remitirse a prácticas sociales más o menos equivalentes, como la arqueológica cachada. “Cachar” era una forma de burla y no incluía la necesaria competencia previa con derrota incluida sino que muchas veces sólo suponía la inocencia o ingenuidad del “cachado”. Por algo “cachar” estaba más cerca del durísimo “cagar” y lo sustituía en eufemismos como “me cach’en dié”, sucedáneo de la blasfemia apocalíptica.
Si la arcaica “cachada” es más y menos que la “gastada” actual, la “cargada” es mucho más próxima, aunque venga de otro lado. El uso tiene raigambre de refranero –”El burrito de don Vicente lleva carga y no la siente”– y la práctica de cargar era literal: por ejemplo, poner imperceptibles cartelitos en la espalda del humillable, tipo “soy cornudo” o “pegue aquí”. El detalle diferencial es que el objeto de la “cargada” podía no ser consciente de la humillación o la simple burla; el gastado, sí. Además, hay otra cosa: mientras cargar suma, gastar quita.
¿Qué se le saca al gastado? ¿Qué gesto específico describe la operación de gastar? Pareciera que para poder soportar una gastada, o que ésta sea pertinente, tiene que haber mediado un agrande previo. La gastada no hace sino rebajar, poner en la estatura o la talla real al inflado en la autoestima. Así, cuando la hinchada de un poderoso le grita a un equipo chico en desgracia, soberbiamente, “Vos sos de la B”, no lo gasta. Sólo se burla, que es un gesto miserable. Para que haya gaste genuino debe haber –por lo menos– equivalencia entre gastador y gastado. Lo curioso en estos tiempos devaluados es que la ceremonia del gaste suele tener de un lado yde otro del brote enfermizo a erosionados grandes que no hacen sino ejemplificar la criolla, paradójica verdad, de que acá el muerto se ríe del degollado.
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